(De Diego Ruiz)
Remontando Corrientes hacia el oeste,
camino al "Chantecler", antes es necesario detenernos frente a la puerta que
lleva el número 1436, a pocos metros del cruce con Uruguay y donde hoy se alza
la librería "Hernández·, donde supo levantarse en la segunda y tercera década del
siglo XX el "Montmartre", donde Eduardo Arolas estrenó en 1914 un tango llamado
El motivo, obra de su joven pianista Juan Carlos Cobián. Hacia 1920 Pascual
Contursi le adosó una letra y con el título Pobre paica lo grabó Carlos Gardel,
y si bien ser grabado por el Morocho era la consagración, Cobián exigió volver
al título original... y se salió con la suya. En el "Montmartre" también actuaron
Francisco Canaro y José Martínez con su sexteto, pero si este local ha quedado
en la memoria es por Juan Carlos Marambio Catán que, con música de Horacio
Pettorosi, lo cita en su célebre Acquaforte: “Y aquella pobre mujer que vende
flores/ y fue en mi tiempo la reina de Montmartre,/ me ofrece con sonrisa unas
violetas/ para que alegren tal vez mi soledad”. Y si bien Marambio Catán escribió
esta letra en Milán, y el lector puede suponer que la cita se refiere al
célebre barrio bohemio parisino, el contexto del resto de la letra y la mención
al diario "La Prensa", la ubican indudablemente en aquella Reina del Plata de los
“años locos”.
Y ahora sí, llegamos a la esquina de Paraná y en el 440 nos
encontramos con el lujoso frente del "Chantecler". Inaugurado en diciembre de
1924, era aparentemente su dueño el corso Amadeo Garesio, a quien ya hemos
encontrado al frente del "Folies Bergére", o al menos lo gerenciaba junto con su
esposa Giovanna Ritana, más conocida como madama Ritana o madame Jeanne. En
fin, la pareja se las traía: de él se decía que poseía o regenteaba una red de
prostíbulos en la que tenía no poca participación la fémina, y de ella... bueno
mire, lo menos que se decía era que también había ejercido la profesión más
vieja del mundo. Sin embargo, los testimonios y alguna foto que nos han llegado
muestran que tenía bastante buen ver, y si a esto sumamos que tenía dinero y
poder, podemos explicarnos que la señora tuviera mucho arrastre. Dicen que uno
de los que sucumbió a sus encantos fue Carlos Gardel, con el que tuvo una
relación lo suficientemente cercana como para que Garesio se pusiera celoso
como lo que era, o sea como un corso. Cuentan que el Zorzal salió indemne del
entredicho porque unos muchachos allegados a Juan Nicolás Ruggiero se
apersonaron en la oficina del marido ofendido para hacerle saber que si le
pasaba algo al mudo, Ruggierito se lo iba a tomar como algo personal. A buen entendedor...
Pero volviendo a nuestro establecimiento, digamos que poseía
el más amplio salón de aquellos tiempos, favorecido por ocupar varios predios
aledaños. Frente al escenario se ubicaba un generoso espacio destinado a los
bailarines y más atrás las mesas para los concurrentes, un bar con su generosa
barra y, rodeando el conjunto, los palcos de tan generosas dimensiones que se
podía pedir comida por teléfono, bailar o dedicarse a otras agradables
actividades bajo el resguardo de gruesos cortinados de pana. El detalle más
chic era la pileta climatizada en los fondos, donde señoritas en traje de baño
anticipaban las películas de Esther Williams... pero en vivo.
En cuanto a lo musical, el "Chantecler" tuvo una inauguración
de lujo con el sexteto de Julio De Caro, que con sus diferentes formaciones actuó hasta entrada la década de 1930.
En esos primeros tiempos el local también contó con el sexteto de Carlos
Marcucci “el pibe de Wilde”, quien contaba con Salvador Grupillo como segundo
bandoneón, Antonio Rodio y José Rosito en violines, Alfonso Lacueva al piano y
Olindo Sinibaldi en el contrabajo, actuando en otros momentos José Rosito en
violín, Alberto Soifer en piano y Adolfo Kraus en contrabajo. En 1935 se produjo
una verdadera revolución cuando a la orquesta estable de Juan D’Arienzo se
incorporó el joven pianista Rodolfo Biagi, quien le otorgó al conjunto el
estilo que lo identificaría en adelante y que, por sus características
bailables, acercó nuevamente al tango a un público que en los años anteriores
se había decantado hacia el fox-trot, el shimmy y demás ritmos que imponía la
filmografía estadounidense. Biagi permaneció en la orquesta hasta 1938, cuando
se retiró para fundar una propia, y fue reemplazado por el pianista Juan Polito
(el autor, junto con su hermano Pedro, de Color de rosa), quien venía
presentándose en el mismo local con un conjunto propio. Algo pasó en 1940, no
sabemos si atribuible al (mal) genio de don Juan, pero Polito se fue de la
orquesta con casi todos los músicos y el cantor Alberto Echagüe, quedando sólo
algunos fieles como Cayetano Puglisi, lo que obligó a D’Arienzo a reorganizar
la formación, incorporando al bandoneonista Héctor Varela, quien también se
encargaría de los arreglos. A su vez, Varela se separará en 1950, formando un
conjunto de gran éxito en el que se destacaban César Zagnoli al piano, Alberto
San Miguel y Antonio Marchese en los bandoneones y Hugo Baralis y Mario
Abramovich en los violines, contando con los cantores Rodolfo Lesica y Armando
Laborde, a quien reemplazará en 1952 Argentino Ledesma.
Si bien es casi imposible reseñar todas las orquestas que
pasaron por el "Chantecler", y menos aún los incontables números de varieté que
amenizaron sus noches –entre los cuales se destaca Oscar Alemán en sus inicios
con Gastón Bueno Lobo–, no puede dejar de consignarse la presencia, allá por
1935, de Joaquín Do Reyes y, en 1938, de Antonio Bonavena, un calabrés que
sería tío de Oscar Natalio, el recordado Ringo. Bonavena actuaba en doblete o
triplete con el "Petit Salón" y el "Casanova", contando con músicos de fuste como
los pianistas Manuel Sucher y el joven José Basso, y en su orquesta se inició
un pibe de 16 años que entre salida y salida debía permanecer recluido en los
camarines debido a su minoría de edad: Roberto Rufino.
El cronista no puede cerrar esta semblanza sin referirse a
dos personajes que caracterizaron al "Chantecler". Por un lado Josefa Calautti,
cuyo nombre artístico era Pepita Avellaneda y supo ser pionera del tango en los
tiempos de Villoldo y Gobbi padre: anciana y sin medios de vida, atendió el
guardarropa de damas del local hasta su muerte en 1951. En segundo lugar, el
hombre al que muchos caracterizaron como el alma del lugar, Ángel Sánchez
Carreño, el Príncipe Cubano... Cubano, oriental o porteño según diversas
fuentes, cantaba melódico y fue descubierto allá por 1928 por madama Ritana,
quien lo instaló como presentador, permaneciendo en esa función hasta el cierre
del "Chantecler" en 1960. Enrique Cadícamo, quien supo ser habitué del lugar
–como de absolutamente todo otro lugar de tango de sus tiempos– le dedicó a
este establecimiento una bella elegía con música de D’Arienzo, de la que esta
nota tomó prestado su título: “Te redujo a escombros la fría piqueta/ y al pasar de noche
mirando tu ruina,/ este milonguero se siente poeta/ y a un tango muy triste le
pone sordina./ Entre aquellas gruesas cortinas de pana/ de tus palcos altos,
que ahora no están,/ se asomaba siempre madama Ritana/ cubierta de alhajas,
bebiendo champán [...] En las noches bravas que el tango era un rito/ vibraba
la sala con ritmo nervioso,/ porque en ese entonces estaba Juancito/ tallando
en la orquesta su estilo famoso [...] Hoy no queda nada y aquello no existe,/
ni tus bailarinas, ni tu varieté./ ¡Príncipe Cubano! Te veo muy triste/ pasar,
silencioso, frente al 'Chantecler'”.
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Imagen: Frente del "Chantecler".
Nota y fotografía tomadas del periódico "Desde Boedo".