22 ago 2012

Una rebeldía creadora



(De Juan Alberto Núñez)

Creo que, en realidad, no hay otra forma de decirlo. Entre tantos y tantos otros, fui parte, junto a mis viejos y mi hermano, de ese fenómeno que alguien quiso gusanear como “el aluvión zoológico” y, aunque yo no llegué a meter los pies en la fuente, debo reconocer que ni siquiera conservo el nombre del simio que quiso decir eso, pero guardo en mí, muy adentro, a cada uno de los habitantes de aquel convoy de la calle Senillosa al 200 donde fuimos a parar con lo puesto, y entiendo que, de no haber vivido allí, de no sentirme parte de esa historia, de haberse cerrado y negado a incorporar ese anecdotario crapuloso, y al mismo tiempo fraternal y pleno de cotidianas y reconfortantes noblezas, no hubiera llegado a sentir a Boedo y su gente como “mi barrio” y, a través de ellos, decidirme un día a bajar por aquellos encaracolados escalones del Teatro del Pueblo y allí, en una oficinita llena de papeles, afiches, fotos y una máquina de escribir, conocer a don Leónidas Barletta; pero eso fue mucho después.
Uno puede llegar, se me ocurre, a un escritor de muchas maneras; yo llegué a él a través de sus libros. De los que había leído, si no todos, por lo menos unos cuantos. Comprados algunos, prestados otros, e incautados la mayoría, en las madrugadas de la mesa de saldos de alguna librería de las que, por entonces, no dormían  nunca. Pero creo que de arranque no más, fui dándome cuenta de que mucha de la gente que poblaba el conventillo habitaba, también,  sus libros. Sin saber cómo, intuí que Leónidas Barletta era uno más entre todos nosotros.
Habría llegado a él igualmente por lo que alguna vez, en uno de esos boliches humosos, cercanos al diario El Mundo, le había oído contar a Octavio Rivas Rooney, o a través de Pascual Naccaratti, uno de sus principales actores y socio de aquel inventor de la media vulcanizada, llamado Arlt. Don Pascual fue el que me anoticiara, pasado un tiempo, de aquel reviro adolescente al ser detenido por participar en una protesta popular contra el aumento del boleto de tranvía. Trasladado Barletta a la seccional, el comisario le recrimina el hecho de ser un chico y ya tan rebelde. El muchachito, sin pelos en la lengua y sin intimidarse, le retruca que la culpa la tienen “esos”, señalando una repisa donde, vaya a saber por qué razón, se amontonaban unos libros entre los que había advertido a Sarmiento, a Ameghino y a Ingenieros, entre otros.
Decir que el teatro fue su gran pasión es decir sólo una parte de lo que esa actividad representó para él. Fue uno de los iniciadores del teatro independiente, es decir, uno de los que luchó denodadamente por imponer un tipo de teatro que ayudara al desarrollo espiritual del hombre, revalorizara al autor nacional y como consecuente defensor de las ideas sarmientinas, impulsara a los debates que se producían, alimentados por el mismo Barletta al terminar las funciones, probando la forma inteligente de llevar a cabo con eficacia, practicidad y respeto por la gente, la idea del gran sanjuanino de educar al soberano.
“Las culpas más graves son la servidumbre y la cobardía”. Con estas palabras aparece en la escena políticocultural de nuestro país, el periódico quincenal Propósitos. Es el 12 de octubre de 1951. “La hojita voladora”, como la llamaría posteriormente el poeta de Esperanza, José Pedroni. La hojita del pueblo. Cuatro páginas cuyo editorial decía: “Más que una presentación lo que definirá el carácter de este periódico son sus artículos, escritos por personas de variadas concepciones pero concordantes en abordar los problemas argentinos de acuerdo a las exigencias progresistas y democráticas que surgen de la propia realidad actual.”
En los primeros momentos los diarieros no se animaban a mostrarlo abiertamente, pero el hombre común, ese al que nadie oye, tenía ahora su vocero. Propósitos es, por cierto, una voz distinta. No busca ni le interesa una oposición a ciegas. Sigue firme en su tarea de educar al soberano. De abrirle los ojos al hombre común sobre la realidad de un mundo que no va a cambiar si él no se propone intervenir y  hacerse oír.  “La hojita voladora” crece, alza el vuelo y llega cada vez más lejos. Eso ofusca a sus enemigos. Se la acusa de cualquier cosa. Han querido ganarla a través de la publicidad. Hubo quien quiso hacerlo honestamente, pero aún así, él nunca permitió que la publicidad pudiera restarle libertad para opinar sobre aquellos temas que era necesario opinar. El interés del país y su gente estaba de por medio. Comenzaron las amenazas, las persecuciones, los allanamientos, el secuestro de la publicación. Propósitos se vio obligado a cambiar varias veces de nombre. Su prédica no es contra las personas sino contra el mal desempeño de sus funciones. Alza su voz para denunciar a los que se enriquecen en función de gobierno. Contra el mundo del privilegio. Lo dice y lo repite, lo cual no evita las persecuciones de todo tipo.
La oficinita aquella, en un recodo de la escalera que lleva al hall de entrada al teatro, se ha ido convirtiendo en un lugar de reunión para obreros, estudiantes, gente de la cultura, campesinos que buscan cotidianamente la opinión de Barletta frente a sus problemas.
El escucha, bromea, toma nota, opina, sin descuidar sus obligaciones como director del teatro. Su labor es inacabable y su capacidad de trabajo sorprendente, porque él busca y quiere estar en todo: tanto en la cosita intrascendente, como en el editorial del diario, y no sólo eso, sino que se ve forzado a inventar otros colaboradores para ampliar las secciones dadas las exigencias que la difusión del periódico impone. Muchas veces es el editorialista y a la vez el articulista que opina sobre arte, la cuestión portuaria o la problemática docente. Su multiplicidad asombra. Ni la falencia física de última hora pudo impedirle seguir con su tarea. Nos dejó un 15 de marzo de 1975. Sobre la mesa de trabajo quedaba el editorial y otros artículos para que Pepa los acercara a la imprenta.
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Foto: Leónida Barletta.
Material tomado del periódico Desde Boedo.