16 may 2015

La "Paquita", mujer y leyenda de Buenos Aires



(De Héctor Negro)

El poeta José Portogalo la trajo un día “de vuelta del misterio” y ella regresó convocada por el poema. Acuciados por él, nos enterábamos que unas cuantas décadas atrás, una veinteañera muchacha de Villa Crespo había hecho detener el tránsito en aquella Corrientes y Paraná, sencillamente con un bandoneón sobre sus rodillas y al frente de una orquesta típica, la primera dirigida por una mujer. Decían los versos del poeta:
“Yo, Paquita Bernardo, regreso del misterio/ bien tupido de olvido, entre cenizas/ y yuyo con el polen de mariposas muertas…” (del libro “Letra para Juan Tango”). ¿Acaso eran muchos los que sabían o recordaban aquello? Mil novecientos veintiuno. Café  “Domínguez”, Corrientes y Paraná, detrás del bandoneón de Francisca Bernardo, su hermano Arturo en batería, Miguel Loduca en flauta; en los violines Alcides Palavecino y un adolescente llamado a dar mucho que hablar por sus condiciones: Elvino Vardaro.
Y en el piano, otro “pibe” que iba a entrar en la historia del tango, que alcanzamos a disfrutar muchos de nuestra generación: Osvaldo Pugliese. “Orquesta Paquita”, ¡gran revuelo en la Corrientes angosta! ¿Qué historia había detrás de esta muchacha tan singular? Convoquémosla nuevamente con el prodigio del verso que luego nos brotó por ella: “Hoy te busqué Paquita, en el recuerdo/ de un Villa Crespo ausente que te lloró hace tiempo. / Y regresó tu sombra desvelada,/ doblada sobre el fuelle./ Y se quedó en mi verso./ Hoy pregunté Paquita, qué misterio/ te puso entre las manos/ la sonora tibieza/ del bandoneón que respiró en tu pecho/ y que vos perfumaste/ como una rosa enferma”.
Había nacido en Villa Crespo el 1º de mayo de 1900, cerca del más tarde famoso “Conventillo de la Paloma”. Sus padres la enviaron –casi niña– a estudiar piano, pero un día encontró un bandoneón al alcance de sus manos; desde que lo puso en sus rodillas no pudo dejarlo y lo estudió con el maestro José Servidio (a quien pertenecía). Más tarde perfeccionó su técnica con Pedro Maffia y con don Enrique García. Se largó a tocar en los patios del barrio, en fiestas familiares; después lo hizo en Sindicatos obreros y hospitales, en funciones de beneficencia. Esas primeras incursiones la foguearon como para que se animara a ese ruidoso debut del Café “Domínguez”. “Y volviste, Paquita, igual que cuando estabas,/ a encender un milagro con fuego de leyenda. /A mirarnos con esos, tus ojos de muchacha, / donde aleteaba el sueño que quisiste que fuera./ Y volviste, Paquita Bernardo, con el tiempo/ que nunca conocimos, pero que igual nos llega./ Y trajiste  aquel aire de malvones y cercos/ que los últimos patios de tu barrio respetan…” En el mismo Café “Domínguez”       estrenó su tango “Floreal”, que luego grabara Juan Carlos Cobián. Alternaba por entonces sus actuaciones allí, con presentaciones en el famoso Café “La Paloma”. Después llegó a “La Glorieta” de Villa Crespo y a “La Terraza” del Balneario Municipal. En esos escenarios dio a conocer su vals “Villa Crespo” y sus tangos “Cachito” (grabado luego por Roberto Firpo) y el que más tarde se titularía “La enmascarada”, con versos de Francisco García Jiménez y que grabaría posteriormente Carlos Gardel. En 1923 viajó a Montevideo, donde actuó en la Confitería “18 de Julio” especialmente contratada. Allí estrenó su vals “Cerro divino”, dedicado al Cerro de Montevideo. Más tarde  –siempre al frente de su orquesta– se presentó en el teatro “Smart”, en los últimos días de 1924. En un concurso de tangos realizado por entonces en el teatro “Gran Splendid”, fue distinguido su tango “Soñando”, al que grabaron luego Carlos Gardel y la orquesta de Roberto Firpo.
“Y volviste en el verso febril de Portogalo./ Niebla de tu memoria que soltó el Maldonado./ Y en la luna dispersa que reparten los charcos/ del mismo Villa Crespo que regresa en los tangos…”
Hasta su palco del Café “Domínguez”, llegaron para compartir un lugar en su orquesta Francisco De Caro, José Martínez, Carlos M. Flores y muchos otros autores prestigiosos que le hacían llegar sus obras. En un homenaje tributado por Blanca Podestá al maestro Amadeo Vives en el teatro “Smart”, fue acompañada en el piano por Enrique Delfino. Su bandoneón desplegaba tal vez desde allí sus últimos acordes. Y 1925 se la llevó para siempre, un 14 de abril, toda muchacha, con la edad del siglo.
Su salud y sus energías pagaban de ese modo tan cruel el tributo de una pasión inclaudicable. Sus restos se incorporaron al polvo silencioso que su barrio prolongó más allá del también hoy sepulto Maldonado, en una tumba de la Chacarita a la que aún siguen llegando flores. Nosotros la seguimos convocando en la inapelable plegaria de los versos, al igual que aquellos de Portogalo. Y a veces, en el milagro de los versos, logramos regresarla, mitad muchacha, mitad leyenda, como queriendo repetirle: “Podemos ya reírnos del dolor y la ausencia/ Y soltar estas ganas de trampear a la suerte, / para ser inmortales y cantar por tu vuelta […]/ Subamos por Corrientes/ Juguémosle a la vida/ otra vez, tu moneda…"
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Imagen. La bandoneonista y compositora Paquita Bernardo.
Texto y foto tomados del blog del poeta Héctor Negro.