23 dic 2010

Eran tiempos de tango y fútbol


(De Roberto Díaz)

El tango y el fútbol estuvieron ligados durante muchos años. Eran dos pasiones nacionales y se unían en las preferencias de la gente. Los tiempos fueron cambiando y también los vestuarios. En aquella época, era común una radio encendida y el bandoneón de Pichuco o el ritmo acanyengado de D’Arienzo sonando mientras los cracks se cambiaban. Angelito Labruna era uno de los que dejaba el tango de lado, en esas tardes de pelota. Estaba ansioso por saber quién había ganado la segunda o la tercera. Angelito, el gran Angelito, un tipazo. Y ¡ojo! que los boletos que se jugaba a los burros, estaban, siempre, bien rumbeados. El generoso Angelito. Capaz de citar a un pibe de las inferiores en el hipódromo, decirle: “Ahora vaya y juegue al ocho” y una vez que el ocho ganaba y el pibe, todo contento, cobraba sus boletos, venía la voz alertadora y paternal de Angelito: “Y ahora se va y no me pisa más aquí, eh”. Hay un montón de datos que confirman estas anécdotas de un portento del fútbol: don Ángel Labruna.
El tango estaba, siempre, al lado del fútbol porque el tango tenía sus mujeres, esas hembras que llevaban la noche en las ojeras (y en la pechera). Mujeres querendonas que los futbolistas iban a buscar a los cabarets, con el fuego de sus veinte años. Uno de los futbolistas emblemáticos en este métier era el “Charro” Moreno, ese extraordinario futbolista de River. Muchas anécdotas y leyendas se tejieron alrededor de ese morocho pintón, con un bigotito fino y el pelo renegrido. Y muchas mujeres –dicen– sucumbieron en los brazos de este fenómeno, que, al otro día, como si nada hubiese sucedido, le hacía tres goles a los rivales.
En este aspecto, la cosa sigue igual. Lo único diferente es que desaparecieron los cabarets de entonces y el tango hizo mutis por el foro para dejarle paso a la bailanta, a la cumbia, al rock. Los jugadores siguen teniendo predilección por la música. Y cada vestuario escucha lo que siente. Ya no están Troilo y D’Arienzo, sonará la música loca de los “Pibes Chorros”, o el romanticismo de Luis Miguel en algunos casos, o “Los Redonditos de Ricota”, o cualquier otra banda pesada.
Pero esta nota evoca, nostalgiosa, los tiempos del 40 y el 50 cuando existía identidad nacional, y todos creían que la Argentina era un buen lugar para vivir, progresar, hacer estudiar a sus hijos y subir en la escala social.
Cuando el fútbol llenaba los estadios y la voz de Fioravanti o Lalo Pelichiari se hacían oír. Cuando Sarlanga la rompía y la “Máquina” de River te hacía goleadas y Erico se elevaba hasta tocar el cielo y el “Chueco” García corría por la línea y lo ponía más loco a Vergara.
¡Qué tiempos lindos! Cuando el “que te dije” salía al balcón y había tipos que trabajaban horas extras y la “patrona” se podía comprar la heladera eléctrica.
En aquella época, el fútbol era más lírico que el de ahora. No había tantos mercachifles dando vueltas al acecho del crack y Europa era un lugar donde se amasijaban con todo.
Tango y fútbol ¡qué lindo matrimonio! ¡Lástima que la penetración cultural de los gringos terminó divorciándolos!
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Imagen: Vista del viejo estadio de San Lorenzo de Almagro -ya desaparecido- en avenida La Plata.
Tomado del libro: Historias de Pepe Corner, Ediciones Edea, Bs. As., 2008.

22 dic 2010

El partido de Belgrano en 1885


(De Michael G. y Eduardo T. Mulhall)

Este trabajo apareció en el Handbook of the River Plate –ejemplar de 1885–, editado en Buenos Aires por los hermanos Mulhall. El texto, publicado en inglés (1), da referencias estadísticas sobre el partido de Belgrano. 

Belgrano, dos leguas cuadradas, población 6.054 habitantes, es justamente uno de los suburbios de la ciudad, estando separado de Buenos Aires por el arroyo Maldonado.
Desde la formación del partido en 1856, una suma superior a los 5.000.000 de pesos ha sido invertida en casas quintas y jardines; las propiedades más notables son aquellas de Alston, Barragán, Bojorje, Bunge, Cabrera, Castillo, Cepeda, Corbalán, Corti, Coulin, Duarte, González, Gowland, Kinch, Lamas, Lebrero, Macdonell, Malcolm, Matti, Moore, Munita, Oliver, Oostendorf, Piaggio, Plowes, Rossi, Saavedra, Santillán, Sardá, Sebastiani, Seguí, Tornquist, Torres y White.
Solamente el 60 por ciento de la población es argentina, los residentes extranjeros comprenden 1.360 italianos, 310 españoles, 260 franceses, 110 ingleses y 50 alemanes.
Hay 117 varones cada 100 mujeres, los nacimientos ilegítimos rondan el 5 por ciento; hay 1.291 niños en edad escolar, de los cuales 994 concurren a escuelas y pueden leer.
Hay 293 guardias nacionales, 51 policías, municipales y escuelas que rentan 36.000 pesos.
Tasa de nacimiento 44; tasa de defunciones 24, de crecimiento 20 cada 1.000 habitantes; impuestos provinciales 18.000 pesos o 3 pesos por habitante.
Tierras: $ 3.260.000 (540 pesos por habitante). Casas: $ 1.920.000 (320 pesos por habitante). Varios: $ 795.000 (130 pesos por habitante). Total: $ 5.975.000 (990 pesos por habitante).
Belgrano es el pueblo cabecera, 5 millas al norte de Buenos Aires y fue erigido en 1855.
Una bella iglesia nueva fue construida en 1876, y la municipalidad, escuelas, etcétera, son también sólidas estructuras.
Hay un banco, 10 escuelas, 2 imprentas, una biblioteca gratuita, 2 hospitales, 7 sociedades de caridad, una banda de música, un buen hotel inglés (Watson’s), baños públicos, paseos y 69 casas de negocios con un capital de 680.000 pesos, empleando 300 personas. El banco tiene descuento de alrededor de 1.700.000 pesos.
El médico residente, Dr. Berutti, dice que Belgrano sufre cada año, a principios del verano, fiebres tifoideas, consecuencia de sus aguas estancadas en los suburbios.
Hay trenes frecuentes hacia y desde la ciudad por vías y tranvías.
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(1)La traducción pertenece al editor de la revista Historias de la ciudad.

Imagen: Esquina no identificada de Belgrano a principios del siglo XX. (Foto del archivo de A. Cuarterolo).
Nota tomada de la revista Historias de la ciudad, diciembre de 2007.

21 dic 2010

Hay tanta gente que se parece…


(De Juan Alberto Núñez)

Es una mancha, apenas: algo grumoso y apretado en la desierta planicie del amanecer. Luego, poco a poco, uno advierte que la mujer está de frente, con la espalda apoyada contra el murallón. Tiene las piernas estiradas sobre la amplia vereda, la cabeza inclinada hacia un costado y el pelo le cae, cubriéndole la cara. La cámara se acerca sigilosamente en procura de un primer plano que el cameraman no logra resolver, vacilando, quizás, entre un rostro que se niega a ser mostrado y una mano enguantada, caída al costado del cuerpo que sostiene, aún, el arma. La imagen se aleja, toma distancia; se advierte, entonces, el sucio río a sus espaldas, y uno imagina el golpeteo sordo y repetido del agua embistiendo contra las escalinatas. Esa opresiva sensación de soledad que a uno le golpea debe hacer feliz al jefe de noticias.
Miles y miles de ojos, en ese momento, mientras cenan, contemplan ese cuerpo desolado. Tal vez Aníbal o don José, Ana María o Felisa, la compañera o el compañero que se sentaba detrás, en la oficina, sienta que lo que acaba de llevarse a la boca, adquiere, de golpe, un sabor distinto, que no lo puede tragar. Esa mujer ahí, sentada en el suelo, que tal vez a una hora imprecisa de la madrugada estaba de pie y miraba hacia la gran ciudad, para irse deslizándose después, tras el disparo, se parece a…; pero no, no es posible; si hoy salió del banco, del taller, o la oficina, lo más bien; la vi cuando tomaba el colectivo, nos despedimos, como siempre. No quiso que la acompañara, eso es todo. Al mediodía, puede agregar Felisa o Ana María, cuando fuimos a comer a la placita, charlamos, como todos los días; dijo que no tenía ganas, pero supuse que era por el régimen; tengo que bajar un poco, me había dicho; yo le conté lo que pensaba hacer para el cumpleaños del más chico, y no noté nada raro. Estaba como siempre. Ella no era de mucho hablar. La mujer tiene los mismos pantalones, los zapatos de tacones bajos, el bolso tejido, pero no, carajo, no puede ser ella. ¿Estás seguro?, pregunta la señora del gerente, del capataz o del jefe de personal. No sé. Se parece, pero hay tanta gente en este país que se parece. Además la cámara no muestra el rostro. Está paneado. Ahora muestra los pies; va subiendo, recorre las piernas. La mujer permanece con la cabeza caída sobre el pecho, ligeramente recostada sobre el lado izquierdo. Baja lentamente por el brazo derecho, se ve el bolso, y se detiene en el arma que la mano sostiene con firmeza. Alguien dice que al pasar con el colectivo, a eso de las tres, la vio caminando; miraba hacia el río, agrega. Llamá por teléfono, así te quedás tranquilo, aconseja la señora del gerente, el capataz o del jefe de personal, pero ninguno se anima. Tienen miedo. Y si por ahí resulta que esa desdichada es la misma mujer a la que le negó el adelanto. No puedo, señorita, no puedo; la institución está pasando por un momento muy difícil…, o la pendeja que apretó esa tarde en el baño de la fábrica, y bueno, che, yo qué sabía…, o tal vez, la mujer que en la oficina, esa misma tarde, le había dicho que estaba embarazada. ¿Embarazada, señorita Gómez? ¿Y de quién, si puede saberse?... No, no, no, se parece un poco, dice el señor Román, mientras su señora le sirve el café; hay tanta gente que se parece, piensa el capataz; además, si no era yo, iba a ser cualquiera; mientras la señora del jefe de personal, viendo a su esposo disolver la pastilla digestiva en el vaso con agua, decide cambiar de canal y poner la película de los viernes.   
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Imagen. Retrato de Juan Alberto Núñez (1935-2010)  por Carlos Terribili.

Chassman y Chirolita: El dúo más mentado


(De Marcelo Benini)

El barrio de Coghlan supo hospedar a un vecino ilustre, que durante varias décadas hizo reír a los argentinos mediante el delicioso contrapunto con un muñeco atorrante. Hasta el año 1999, cuando su corazón dijo basta, Ricardo Gamero –conocido con el nombre artístico de Mister Chassman– residía en un departamento de la calle Rómulo Naón al 2700. Había nacido en Zárate, provincia de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1938. Tercera generación de linotipistas, trabajó en el diario Crítica, en el Boletín Oficial y en el Congreso Nacional. El oficio de ventrílocuo lo aprendió en el circo del Parque Retiro y a su socio Chirolita, un muñeco de pelo rubio y cachetes colorados, lo creó a comienzos de los años 50 utilizando papel maché. “Cuando tenía 13 años hice un trabajo manual y me salió este ‘monstruito’, con una simple mezcla de papel de diario, harina y agua”, declaró alguna vez Chassman. Artista y muñeco conformaron un exitoso dúo que actuó en “Sábados circulares”, “Sábados de la bondad” y “Domingos para la juventud”, entre otros populares ciclos de televisión. Además de hacer cine y teatro, la famosa pareja recorrió el mundo de habla hispana.

¿QUÉ HACÉS, NEGRO?
El show comenzaba cuando Chirolita, prototipo del porteño desenfadado, saludaba sentado en las rodillas de su creador con la frase “¿Qé hacés, Negro?”. La gracia residía en el antagonismo de ambos personajes: Chassman era un señor elegante, de lenguaje refinado, que fumaba con estilo mientras intentaba educar al pequeño pícaro y disuadirlo de hacer chistes fáciles. Aunque existe el mito infundado de que los ventrílocuos hablan con el vientre, Gamero reconocía que su secreto consistía en mover poco los labios y disimularlo con su cigarrillo. Durante 46 años concurrió con el muñeco a toda clase de escenarios y, según cuentan los testigos de aquellas antológicas presentaciones, tenía armarios llenos de trajes: un modelo para él y otra copia idéntica, pero diminuta, para Chirolita.
La sociedad entre ventrílocuo y muñeco atravesó momentos dramáticos, como cuando en los años 70 Chirolita fue secuestrado y debió pagarse un rescate en el Monumento a los Españoles. En otra oportunidad el maletín que lo guardaba fue robado del auto de Gamero, quien horas más tarde recibió un llamado telefónico. “Nos equivocamos, Chassman, díganos dónde se lo dejamos”, reconoció uno de los ladrones. Pensaban que iban a encontrar dinero, pero admiraban a Chirolita y cuando vieron que el botín era él lo devolvieron.

TRISTE, SOLITARIO Y FINAL
Fumador consuetudinario, Gamero había sido operado del corazón en la Fundación Favaloro en 1994 y desde entonces eran muy frecuentes sus visitas al Hospital Argerich (algunos médicos aseguraron que solía llegar acompañado por el muñeco). El 26 de abril de 1999 ingresó a ese nosocomio para hacerse un control, pero se le detectó un cuadro anémico y una cardiopatía severa que aconsejaron su internación. Allí estuvo casi un mes, hasta que tras una descompensación fue trasladado a la Unidad Coronaria. Casado dos veces y padre de dos hijos, René y Sandra, Mister Chassman murió el 20 de mayo de 1999, poco antes de cumplir 61 años, y con él también se fue Chirolita. El Dr. José Tarzibache, su médico de cabecera, afirmó por aquellos días: “Gamero estaba triste, se quejaba por la falta de trabajo. Todo eso lo llevaba a un gran estado de angustia y por ahí descuidaba su salud”. Su compañero de habitación en el hospital, Jorge Ruiz, contó que “no quería comer ni vivir, hasta Chirola lo había abandonado”. Otro paciente mencionó que Gamero le había confiado que se encontraba mal económicamente y, en broma, que Chirolita siempre le sacaba las mujeres.

UN DESTINO INCIERTO
Pocos meses después de la muerte de Chassman trascendió la noticia de que su viuda, Noemí “Mimí” Farias, tenía intenciones de subastar a Chirolita. “Varias personas me ofrecieron quedarse con él, pero nadie me garantiza que vayan a respetar su historia. A mí me entusiasmó la idea de hacer una fundación o armar un museo, pero me resulta impracticable. Y a medida que pasa el tiempo la parte emotiva vuelve a surgir. Y yo quiero cerrar un ciclo. Me llegaron a sugerir que lo enterrara junto a Chassman, una barbaridad”, declaró la viuda del ventrílocuo al periodista Alberto López Girondo.
Desde la desaparición de su “padre”, Chirolita descansa en la bóveda de seguridad de un banco. Su futuro es un misterio.
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Imagen: Mister Chassman y Chirolita (Fotode sexcitante.blogspot.com).
Nota tomada del periódico El Barrrio.

Soneto


(De Juan Vedera)

¿Qué querés?, se sacó por la falopa
y casi faja a un rati en Recoleta,
–alucinó: un man que lo junaba–.
Pero ahora todo bien, chabón. Y nada.

Siempre se sarpa el loco. Por las dudas
mejor aislarlo, antes que la yuta
nos arme a todos una ratonera
y nos morfemos un garrón, sin grupo.

Así un borrego, cerca de “La Biela”,
apilado a una blonda bien careta,
prendido al celular batía la joda.

Después con la minusa extraterrestre,
en un checo que cuesta varios palos
en su nube de pedo se rajaron.
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Imagen: El café “La Biela”, en Recoleta.

Variaciones para un prontuario del tango


(De Facundo Flores)

El Negro R. murió en el Brasil. Dicen que quedó duro, estrolado de doping. O que el gas fugitivo lo chapó de furca, reventándole los pulmones. Pero la versión más reciente, quince años después, asegura que lo asesinaron los cafishos por diferencia en el precio de una chabona.
No puedo aceptar esa historia trágica, de esencia repugnante, creer en la transfiguración monstruosa del pibe aventurero, aprendiz de hombre, que fue mi amigo del alma. Colábamos juntos a cines y bailongos y bardeábamos gruesos por los bolonquis de San Fernando y Mataderos. En nuestra ingenua apetencia de vida, creíamos en los personajes y heroínas de los tangos, todos ellos sombras duraderas de un infierno romántico ardiendo en la melodramática de las malas letras. Acaso toda esa inversión de la verdadera vida haya aventado a sus pobres sueños hacia la cloaca de la mala vida.
Fue un asaltante de la felicidad que murió en su ley. Su epitafio secreto, aquel que sólo junan los poetas, dice así: Vivió de salto y carta. Murió sin conocer el rostro de la vida.
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Imagen: Copas, amigas y besos de Adrián Omar Denegri,
Narración tomada de: Antología lunfarda, Cuaderno de crisis, Bs. As., 1976.

20 dic 2010

Destruir lo bello


(De Arnaldo Cunietti-Ferrando)

En los meses pasados, como está pasando en los últimos años, desembarcaron en Buenos Aires unos 10.000 turistas extranjeros en grandes cruceros con escasas horas de diferencia y sabemos que nuestra ciudad ofrece mucho para mostrarles. Pero nos falta en cambio, el atractivo perdido de una época en que se parangonaba con las grandes capitales como París o Londres. Allí esas maravillosas construcciones que nosotros destruimos impunemente, cubren todo el centro de una ciudad y algunos barrios periféricos y en el caso especial de Venecia se combina con los canales, o en Roma alternan con las preciosas ruinas de la urbe imperial romana. La gente no va a Praga o a San Petersburgo a ver edificios modernos, aunque sean expresión de la más avanzada arquitectura contemporánea. No son los rascacielos de Nueva York o de Tokio los preferidos al momento de elegir: ellos no atraen al visitante, aunque constituyan una curiosidad o un prodigio de ingeniería.
Es la magia que trasciende de un edificio antiguo lo que seduce, es el encontrar todavía en el siglo XXI los vestigios de la vida y costumbres de los que nos precedieron, que amaban y erigían esas monumentales obras de arte, gastando fortunas sin la menor especulación económica, sólo por el mero placer que les proporcionaba la dignidad de lo bello. Eran esas catedrales góticas, en las cuales se invertían horas y horas de trabajo, para la mayor gloria de Dios y exaltación de lo sublime.
No se crea que nosotros somos conservadores a ultranza, por el contrario, consideramos que hay cientos de edificios que deben demolerse. Hay adefesios que no merecen conservarse, pero hacerlo como se hace aquí en forma indiscriminada, destruyendo  palacios emblemáticos o casas maravillosas de estilo, para especular con las ganancias de cien departamentos en un edificio torre, es sencillamente irracional.
Parece que la consigna fuera destruir todo lo que denote superioridad y cultura. Todo aquello que no es a todos accesible debe ser nivelado hacia el nivel popular más bajo. Es lo que hacen esas bandas que depredan nuestros monumentos para venderlos como bronce, aquellos que en nombre de una mal entendida democracia hacen una cultura del odio: el odio hacia lo bello, desde un paisaje a un paso de baile, desde una partitura hermosa a un gesto noble, hoy todo debe ser igualmente ordinario. Lo que es diferente y se destaca debe ser suprimido para dejar en su lugar a la nada, porque resulta más fácil destruir que crear; es más rentable dejar a miles de niños en el analfabetismo, que erigir escuelas para educarlos.
La Boca es un entrañable barrio porteño, pintoresco y atractivo dentro de ese todo que es Buenos Aires, forma parte indiscutible de él y de su historia, pero fue uno de los asentamientos proletarios más pobres de la ciudad. Y muchos turistas de paso que no profundizan en nuestra historia, se llevan la impresión que nuestros antecesores porteños vivían así y todo Buenos Aires era una sucesión de casas de madera y zinc... Y no podemos mostrarles que, nos guste o no, tuvimos también una avenida Alvear llena de palacios uno más imponente que otro, que podían competir ventajosamente con Londres o París. 
Es vergonzoso también, que se muestre el Riachuelo sucio y contaminado y no sólo se lo muestre; hace unos años subieron alevosamente en un bote al presidente de Italia Sandro Pertini al que hubo que socorrer con un tubo de oxígeno, porque para algunos funcionarios de entonces, ese Riachuelo de la Boca y su entorno, sucio y contaminado, representaba el punto máximo de la cultura italiana en la Argentina! ¿Eso es lo que mostramos?
Y si nos salva Puerto Madero, donde los antiguos y sólidos edificios ingleses abandonados por años, fueron eficientemente reciclados y dan un toque de poética nostalgia al entorno, los porteños somos ciclotímicos; pasamos de los palacios versallescos a las torres sin alma. En Asia, en cambio, pasan de las barracas y míseros sucuchos al record de las torres cada vez más altas y modernas. Ellos olvidan un pasado miserable y nosotros olvidamos un pasado glorioso, rico, imponente y hasta nos atrevemos a organizar un nuevo circuito turístico... a las villas miseria!
Y esto viene a colación con la noticia de que en Buenos Aires se tiran abajo, según las últimas estadísticas, dos casas y media por día para construir edificios sin estilo ni belleza, donde la gente vive en forma anónima y numerada: el del sexto B o la del once C, sacando el sol, la luz, los árboles y haciendo desaparecer esos simpáticos vestigios de vida y poesía que son los pájaros. Por ello, no sabemos si reír o llorar cuando la Cámara de Demoledores y Excavadores de la Argentina celebra su récord de destrucción de este año y espera superar ese promedio de dos casas y media por día, en el curso del próximo...
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Imagen: El llamado Palacio Carú, en la esquina de la avenida Rivadavia y Añasco, que fue demolido en 1967.
Trabajo tomado de la revista Historias de la ciudad, número 40, año VII, marzo de 2007.

"Villa Real, la cumbre máxima de Buenos Aires"


(De Carlos José Micko)

Villa Real nació con la habilitación de la estación del Ferrocarril de Buenos Aires al Pacifico, en 1909. Ese mismo año comenzó el fraccionamiento de sus tierras, creándose un centro urbano en progresiva urbanización y dando lugar a uno de los barrios más pequeños de la ciudad.

El eslógan que nos sirve de título encabezaba, allá por los años del Centenario, un folleto de remate. Se vendían, por entonces, las tierra de Villa Real. Pero viene al caso que se pregunte el desprevenido lector: “¿Dónde queda Villa Real?”.
La ubicamos en el noroeste porteño, sobre un vértice de la avenida General Paz. Es uno de los barrios más pequeños de Buenos Aires, que nació a raíz de la habilitación de una estación ferroviaria sobre el antiguo ramal que unía Sáenz Peña –del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico, hoy San Martín–  con Villa Luro –del Ferrocarril del Oeste, actual Sarmiento.
Sus límites, que se han mantenido inalterables desde su creación, están dados por las siguientes arterias: la avenida General Paz, Lope de Vega, Baigorria, Irigoyen y Nogoyá. Su altura máxima sobre el nivel del mar alcanza los 37 m en la intersección de Víctor Hugo y Vicente Anastasio de Echevarría.
Manuel Bilbao cuenta que “siguiendo la línea de Liniers a Villa Devoto, poco poblado aún, se ven chacras de verduras. Se encuentra en ese camino, en Monte Castro, el almacén 'La Figura', conocido a largas distancias por este nombre”. Lo encontrábamos por entonces, muy deteriorado, en la esquina de San Roque –hoy José Pedro Varela– y Lope de Vega, en un inmueble que en 1909 era utilizado como imán en los avisos publicitarios para las primeras ventas de tierras en la zona.
Continuando por Lope de Vega, ya en el extremo del Municipio, en su cruce con el Camino Real (Asunción-ruta a Pilar) se encontraba el almacén de Cervetto, lugar de despacho de bebidas que contaba, además, con corrales para hacienda, donde los troperos hacían noche para luego continuar hacia los Nuevos Mataderos.
El doctor Norberto Piñero, que fuera ministro de Hacienda de Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña, era por esos años propietario de tierras en la zona y una franja de ellas la adquirió el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico para tendido de sus rieles, edificando en la zona la estación más importante del ramal, la que sobrevivió hasta 1995 en las manzanas limitadas por las calles Tinogasta, Irigoyen, José P. Varela y Bruselas. En relación con el nombre de la misma, diremos que, con fecha 8 de marzo de 1909, la empresa ferroviaria efectuó un pedido para que a la misma se le asignara el nombre de Villa Real, en razón de existir, en las cercanías, una quinta con igual denominación. Esta sugerencia fue aceptada por el Ministerio de Obras Públicas diez días más tarde.
El 16 de septiembre del mismo año comenzó a funcionar este ramal, tanto para el transporte de pasajeros como de carga, siendo utilizado por el Ejército Argentino para hacer llegar leña y forrajes a los regimientos acantonados en Ciudadela, distante un kilómetro.
En octubre de 1909, el rematador Félix Lora comenzó el fraccionamiento de tierras, vendiendo la casi totalidad de los lotes que sacó a la venta.
Dos años más tarde se fundó la Comisión Unión Vecinal con el propósito de asegurar los servicios municipales a los vecinos, centrando su preocupación  sobre la seguridad y la educación. Con relación al primero de estos temas, se consiguió que se destinara un agente permanente en la estación. En cuanto a la educación, se obtuvo la creación, en 1916, de la primera escuela, que ocupa una propiedad del doctor Vaquer en la calle Simbrón 5441 (hoy demolida). La misma contaba con dos grados y recibía alumnos de lugares distantes, tanto de Capital como de la provincia. Nos relata Lorenzo Ferrari, nativo de la zona y alumno de aquella época, que muchos niños llegaban a caballo. La primera directora de esa escuela fue Natividad E. de Leonhart, a quien secundó como maestra de grado Teresa Ibáñez.
A diferencia de otros barrios creados a la vera de las vías del ferrocarril, Villa Real no contó desde su misma creación, con plaza principal e iglesia católica; habrían de pasar muchos años para que estos logros aparecieran en la Villa. Por entonces, sólo había en la zona quintas de verduras y frutas y hornos de ladrillos, cuya producción resultaba insuficiente, en razón de que día a día se construían  nuevas viviendas. La preocupación de tener casa propia para dejar los incómodos inquilinatos, hizo que rápidamente la zona fuera poblada por numerosos inmigrantes, aun considerando lo lejana que estaba del centro de la ciudad.
En 1915 se fundó la Sociedad de Fomento “25 de Mayo” que, una década más tarde, fue reorganizada, instalando su sede en Cortina 2150. Era la preocupación de sus dirigentes la iluminación de la vía pública y la instalación de pasos de piedra, ya que por entonces no había calles empedradas.
Su arteria más importante fue San Roque, hoy José Pedro Varela, y por ella hacían su ingreso a Buenos Aires las tropas provenientes de los cuarteles de Ciudadela; hacia 1931 quedaban varias fracciones de terreno en las cercanías  de la avenida Tres Cruces –hoy Francisco Beiró– y Lope de Vega; esta facilidad fue aprovechada por la empresa Societá Anónima Tabacchi Italiani, que adquirió dos manzanas; sobre una de ellas edifico la magnífica fábrica de toscanos y cigarros Reggia Italiana y Brodway, respectivamente, dando trabajo a más de 1.200 personas, en su mayoría mujeres, entre las que predominaban los italianos o hijos de éstos.
La fábrica se mantendría por más de treinta años y, posteriormente, una firma dedicada a la comercialización de comestibles adquirió el predio, pero en la noche de 23 de diciembre de 1996 el mismo fue destruido por un incendio. Muchos vecinos, descendientes de aquellos trabajadores congregados en las cercanías, veían con nostalgia cómo desaparecía una fábrica emblemática para el barrio.
La avenida Tres Cruces se cortaba en Lope de Vega, aún cuando estaba proyectada hasta la avenida General Paz, habilitación que “será un acontecimiento de vital importancia para el crecimiento del barrio, ya que será una vía más directa con localidades vecinas y, de esta manera, se alentará el crecimiento del comercio sobre esta arteria”, leemos en un periódico de aquellos tiempos. La circulación de vehículos, a y desde la provincia, se hacía por Asunción, cruzando los terrenos sobre los que, pocos años después, se construiría la avenida General Paz.
Para esta época se abrió otra escuela, la segunda, que se instala en Porcel de Peralta 1437. Mientras tanto, y en razón del escaso caudal de pasajeros que utilizaba los servicios del Ferrocarril Pacífico y ante la exigencia de Vialidad Nacional de que la empresa ferroviaria construyera un puente para salvar la avenida General Paz, que en esa zona corre en trinchera, se decidió suspender los servicios del ramal, levantando las vías.
Pero ello no tuvo una incidencia negativa en los pobladores, ya que Villa Real contaba por entonces con numerosos medios de transporte que la unían con Plaza de Mayo, Retiro, Constitución, etcétera, a los que se agregaban los servicios de brecks que llegaban a Liniers, tan cerca…, pero tan lejos, ya que había que transitar calles de tierra en día normales, pantanos en épocas de lluvia al vadear el arroyo Maldonado, aún sin  entubar.
Hacia 1940, la zona se iba poblando sin pausa, reduciéndose la presencia de quintas y baldíos; ya no había hornos de ladrillos y se realizaba el último gran remate que cubrió la superficie limitada por Lope de Vega, Pedro Lozano, Víctor Hugo y Baigorria. Pero aún seguían lejos el asfalto, las cloacas y los teléfonos. Sólo algunas calles estaban pavimentadas, utilizándose para la circulación de líneas de colectivos. Varias manzanas fueron cortadas para abrir pasajes por su centro, lo que si bien reducía las dimensiones de los lotes, a raíz de sus precios más bajos eran más fáciles de vender.
Comenzaron a aparecer los clubes que permitían la práctica deportiva, en especial del fútbol. Nacieron el "Villa Real" (1930), "Amanecer" (1932), "Jorge Newbery" (1942), "Ciclón de Devoto" (ya desaparecido) y numerosos equipos integrados por aficionados de las “barras” esquineras, los que lograron armar importantes duelos deportivos en las canchas que se fueron construyendo sobre los terrenos que dejó libre el ferrocarril. Justamente en 1942 ya no quedaban rastros del ramal ferroviario y sólo se mantenía la querida estación en el predio de dos manzanas que serviría de “cementerio” de colectivos incautados y como garaje de algunas líneas de la Corporación de Transporte.
En el aspecto espiritual, Villa Real siguió careciendo de iglesia católica; los fieles concurrían a los barrios cercanos. La iglesia de San Rafael, en Villa Devoto, y la de Nuestra Señora de la Salud, en Versalles, fueron los templos preferidos. El 12 de octubre de 1944 se fundó la Misión Evangélica en la calle Tinogasta 5345, la que finalmente se instaló en la monumental Iglesia Transparente construida en terrenos que fueron adquiridos al ferrocarril (Tinogasta al 5800), junto a la cual se erigió la Escuela Cristiana Evangélica Argentina.
En Villa Real no existió una colectividad predominante, siendo mayoría los italianos, españoles, portugueses y eslovenos. Estos últimos fueron quienes llevaron a cabo la construcción de una institución deportivo-cultural llamada "Triglav". Los judíos, en reducida proporción, concurrían a una sinagoga cercana, localizada en Villa Devoto.
Los espacios verdes, como las plazas, aún no existían, pero la cercanía de la avenida General Paz era la solución para disfrutar del fresco de sus árboles, así como de las soleadas tardes de primavera.
En 8 de enero de 1953, a las 18 horas exactamente, el barrio se vio envuelto en un manto de dolor y luto: el vuelco de un colectivo repleto de pasajeros transformó esa jornada en la más trágica en la historia del barrio. Murieron diecisiete personas carbonizadas, como consecuencia del incendio que siguió al vuelco.
La primera plaza, hoy parque, se denominó "Juan B. Terán", en homenaje al gran jurista tucumano, fundador de la Universidad en su ciudad natal. Fue inaugurada el 30 de diciembre de 1956, ocupando las mansas limitadas por las calles Nogoyá, Coronel Olegario Gordillo, Melincué y Juan Esteban Martínez.
A pesar de que ningún tango nombra explícitamente al barrio, ni siquiera aquel sobre los cien barrios porteños que cantaba Alberto Castillo, Villa Real contó con reductos donde famosas orquestas tocaron en recordados bailes semanales. Basta recordar como ejemplo las jornadas tangueras organizadas por el club "Amanecer" en su vieja sede de Francisco Beiró 5500; o el bar “Los Bohemios”, ubicado en el 5417 de la misma avenida. En este último hizo sus primeras armas el imitador Alfredo Barbieri y actuaron numerosos cuartetos y cantantes de la época.
El fútbol nos dejó nombres como Falconi, técnico de reconocida trayectoria; Estrada –ex Boca–, Carlos Bianchi, Omar Wehbe, Martínez –Real Madrid y selección de España –, etcétera. En ajedrez se destacó Bernardo Wexler, quien fuera campeón argentino en 1957, mientras que en ciclismo lo hizo Mario Spaggiari, triunfador en la Doble 9 de Julio.
También deben mencionarse algunas personalidades que nacieron o vivieron en Villa Real, como la ex presidente de la Nación, María Estela Martínez de Perón, el ex intendente de Buenos Aires, Osvaldo Cacciatore y la escritora Aída Bortnik.
En 1971, Villa Real ya no tenía calles de tierra, el asfalto cubría todas sus arterias, habían desaparecido los pasos de piedra y los zanjones, mientras la población disfrutaba de los servicios de teléfono, cloacas y gas desde hacía algunos años.
En 1988, se habilitó la propia iglesia católica, ubicada en la esquina de José Luis Cantilo y Espronceda, puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de Fátima.
Un año más tarde, el 25 de mayo, un decidido grupo de vecinos derribó el muro que cortaba la calle Simbrón a la altura de Irigoyen, solicitando ese predio que había dejado vacante el viejo ramal ferroviario, para que se construyera una plaza, manteniendo el edificio histórico de la vieja estación que diera nacimiento al barrio. Pero esto no fue posible: las tierras se vendieron y, en 1995, la piqueta dio por tierra con la estación, levantándose en el lugar un barrio cerrado, el único de la zona. En la manzana siguiente se construyó una plaza que recibió el nombre de “Villa Real”.
El barrio no cuenta con hospital, comisaría ni cuartel de bomberos, servicios éstos que son atendidos desde los barrios vecinos, aunque dispone de un  importante centro comercial y financiero en las cercanías del cruce de Lope de Vega con Francisco Beiró.
Pero tiene un museo único en su género: el Museo del Autómovil de la Ciudad de Buenos Aires. Su monumental edificio se alza en Irigoyen 2263, conservando en su interior una importante colección  de autos particulares y deportivos, lo que ha motivado que cuente con un reconocimiento internacional.
Hoy se puede decir que Villa Real es un barrio residencial, no porque cuente con magníficas mansiones –que de hecho no las tiene– o por la antigüedad de sus construcciones, sino por el cariño y amor que sus vecinos brindan a sus calles e instituciones. Sin duda es un barrio con proyección de futuro pero que no olvida su pasado ni su historia.
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Imagen: La vieja estación Villa Real –hoy desaparecida– que dio origen al barrio.
Nota tomada de la revista Historias de la ciudad, junio de 2008.

19 dic 2010

García del Río, el bulevar inconcluso


(De Jorge Luchetti)

A lo largo de ocho cuadras, el bulevar García del Río nos conduce desde la avenida Cabildo hasta el Parque Saavedra. No obstante la abundancia de verde, las plazoletas que integran el paseo se muestran monótonas, carentes de esculturas, surtidores de agua y demás elementos que suelen verse en otros paseos públicos de la ciudad.

En el trayecto que une la avenida Cabildo con el Parque Saavedra, el bulevar García del Río se presenta como un corredor urbano que sirve de acceso al espacio verde. La arquitectura actúa como un telón que a ambos lados de la calzada enmarca a la avenida. La mayoría de las casa son bajas y acrecientan su altura a medida que nos acercamos a Cabildo. Las plazoletas que conforman el bulevar ocultan al entubado arroyo Medrano, que antaño  –al estar a cielo abierto – transformaba al lugar en un espectacular paseo, donde góndolas y botes recorrían el cauce de agua desde el cruce con Cabildo hasta el lago que por entonces poseía el Parque Saavedra. Hoy todo eso se perdió y sólo nos encontramos con un híbrido espacio que tiene como único objetivo acercarnos al parque. Falto de un diseño a priori, se muestra insustancial para aquel que lo aprecie como un paisaje urbano y se acerca más a la “teoría del no lugar”.

MONOTONÍA Y REITERACIÓN
La ausencia de sorpresas hace que las plazoletas se muestren monótonas y repetitivas, obviando la posibilidad de pensar en un recorrido con una visión serial o el uso de una perspectiva urbana en forma focal. Es importante cambiar el concepto de corredor con el que hoy funciona el lugar, llevándolo a ser un ámbito mucho más interesante para el transeúnte. Este espacio urbano está carente de todo tipo de elementos que por lo general podemos ver en paseos públicos y que ayudan a una mejor composición y el enriquecimiento del lugar, como esculturas, surtidores de agua, kiosco de música, etcétera. El equipamiento urbano, que en el lugar es mayormente escaso o casi inexistente, deberá tener para su ubicación unidad de criterio, ya que no es cosa de desparramar bancos, farolas o cestos por doquier.
Todo esto debe estar incorporado al plan urbano de la ciudad, sin soslayar la participación de ideas de vecinos y asociaciones barriales. Sugerimos al Gobierno de la Ciudad su compromiso a un mejoramiento del sector, lo cual daría pie a revitalizar y revalorizar no sólo el bulevar García del Río sino también a Saavedra. Pero ninguno de los cambios deberán afectar las costumbres barriales ya adquiridas. Seguramente existen infinitos problemas para no tomar cartas en el asunto: la crisis económica y otros tantos temas podrían argumentarse para dejar las cosas como están. Pero también es bueno pensar que lugares como Palermo Viejo han podido crecer a partir de haber creado una identidad urbana propia, que luego lo llevó a ser un polo turístico (tanto interno como externo) y cultural que ha favorecido económica y estéticamente al barrio.
Es obvio que el ejemplo dado tiene condiciones bastante distintas de lo antes expuesto, por lo tanto no hay que pensar en hacer lo mismo sino más bien en crear un perfil adecuado a las características de Saavedra. Por último, cabe agregar que si dejamos de lado un instante lo funcional, lo estético y lo racional esto nos ayudará a lograr un espacio urbano que también esté lleno de sensaciones y situaciones que satisfagan al espíritu de los habitantes. Alain, filosofo francés, decía: “Una de las leyes fundamentales de la arquitectura y el urbanismo sería patentizar la grandeza sensible”.
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Imagen: García del Río, en su inicio como bulevard en su cruce con la calle Pinto. (Foto Rubderoliv).
Nota tomada del periódico El Barrio, Nº  44, noviembre de 2002.

La Casa del Pueblo


 (De Miguel Eugenio Germino)

La antigua ciudad de Buenos Aires se caracterizaba por ostentar en su damero ciertos “huecos”, nombre como se conocían entonces los actuales terrenos baldíos.
En el barrio de Balvanera uno de esos baldíos perduró durante muchos años en el sitio en que fuera inaugurada en 1927 la Casa Socialista, en Rivadavia 2150, cuyos dirigentes la erigieron como “Casa Del Pueblo”, título que ostentaba en su frontispicio con letras moldeadas en mampostería. En aquella elegante construcción funcionó la dirección del partido y su órgano oficial: La Vanguardia.
Incendiada y saqueada en 1953, permaneció en ruinas durante 21 años, debido al conflicto interno de dos de las facciones en que se dividió dicha agrupación hacia 1956. En 1974 fue demolida, quedando el baldío durante muchos años, que en la actualidad es ocupado por una rústica playa de estacionamiento; en el frente se pueden apreciar aún los restos de sus macizas paredes de concreto.
El Partido Socialista es fundado el 29 de junio de 1896 por Juan B. Justo, José Ingenieros, Mario Bravo y Roberto J. Payró entre otros dirigentes. Viene a ocupar junto al anarquismo un lugar en la lucha por las reivindicaciones de la naciente clase obrera, producto de la llegada a estas costas de la Revolución Industrial, que naciera en Inglaterra a mediados del siglo XVIII. En el socialismo conviven desde su fundación dos alas: la marxista y la reformista; en una primera división surgirá en 1918 el Partido Comunista.
En esos principios de siglo se produce la concentración poblacional en las grandes ciudades por el surgimiento de enormes establecimientos fabriles, que ocuparon con escasa seguridad y comodidad a miles de obreros, en extensas jornadas de 14 y hasta 16 horas diarias.
Socialistas, anarquistas y sindicalistas, en defensa de los trabajadores explotados, irrumpen en el chato panorama político de entonces dominado por el conservadorismo, promoviendo las primeras huelgas, con las que surgen las violentas represalias patronales apañadas por la policía, prácticamente a su servicio.
Con la corriente inmigratoria ingresa al país numerosa mano de obra, corrida por las condiciones adversas y las persecuciones políticas en Europa. Con ella ingresan las ideologías fundadas por Marx y Engels, y Bakunin, que rápidamente prenden en las castigadas clases sociales explotadas de fines del siglo XIX.
Ya en 1895, la incipiente población trabajadora ascendía a más de un millón y medio de almas, extendida en pequeños talleres y en el trabajo domiciliario a destajo. Esta es rápidamente absorbida por las grandes fábricas, y entonces deben alojarse en húmedas y estrechas habitaciones de conventillos, que crecen vertiginosamente en los barrios de San Cristóbal, Montserrat, San Telmo y Balvanera sur.
Al mismo tiempo se afianza y se consolida una oligarquía enriquecida con la apropiación de las tierras usurpadas a los pueblos originarios, tras la mal llamada Conquista del Desierto que encabezó Julio A. Roca.

LA CASA DEL PUEBLO
Tras un largo peregrinar por numerosos locales provisorios: sótanos, piezas de conventillo –como el de la calle Chile 1159–, y una antigua casa en Balvanera (México 2070), llegará la hora para el Partido Socialista de lograr su casa propia.
Compran el amplio terreno de Rivadavia entre Rincón y Pasco, vecino a la antigua rotisería “Bellagamba”, y frente a la boca de la desaparecida estación Pasco del subte “A”. Pagarán por el terreno 150 mil pesos de entonces, suma que recaudarán en base a colectas, rifas y festivales.
Con el ingreso al Parlamento de numerosos diputados socialistas, mediante una resolución interna éstos convienen en aportar la mitad de su dieta que era de $ 1.500 (buen dinero en aquel momento). Finalmente se levanta el edificio a un costo de alrededor de un millón de pesos moneda nacional.
El mismo constará de un subsuelo y tres pisos. En el subsuelo se instala la imprenta del diario La Vanguardia, en la cual se imprimirá además casi toda la propaganda partidaria y publicaciones gremiales.
En la planta baja funcionará la librería, la redacción y la administración, además de un bufet. En el primer piso se instalará una biblioteca obrera con más de 120.000 volúmenes, y un salón de actos, que extiende sus galerías hacia el segundo piso.
En el tercer piso funcionarán las oficinas de la Junta Ejecutiva y de las distintas comisiones.
El día de su inauguración, el 23 de enero de 1927, el frente ostentaba el clásico pabellón rojo del proletariado universal, y su salón de actos estaba colmado por más de 2.000 militantes que cantaban La Internacional, ejecutada por una orquesta de 60 profesores. Seguidamente se escucharon los encendidos discursos de Juan B. Justo y Nicolás Repetto; fue una jornada inolvidable para la agrupación del clavel rojo y el puño en alto.

EL FATÍDICO 15 DE ABRIL DE 1953
Tras la abortada intentona golpista de 1951 del general Benjamín Menéndez, el país comienza a vivir un clima de dificultades económicas, y el gobierno peronista es acosado tanto por la oposición como por los diarios, produciéndose como contrapartida la expropiación del diario La Prensa.
Este hecho provocará más intensas críticas de la oposición, acuñándose el rótulo de “contreras”, intensificadas por la detención de algunos dirigentes.Así se llega al fatídico 15 de abril, con un multitudinario acto en la Plaza de Mayo, en el que Perón habla desde los balcones de la Casa Rosada a una plaza colmada. Pero al promediar el discurso se produce un atentado: una primera bomba, de 50 cartuchos de gelinita, explota en un hotel ubicado a metros de la plaza, sobre una calle lateral.
Perón interrumpe su discurso diciendo: “¡Compañeros!, éstos son los mismos que hacen circular rumores todos los días, parece que se han sentidos más rumorosos, queriéndonos colocar una bomba…”.
En ese instante explota una segunda bomba, más poderosa que la primera, de 100 cartuchos de gelinita, ésta en la estación subterránea terminal de Plaza de Mayo. Se producen 6 muertos y más de 90 heridos, 19 de ellos mutilados. Entonces se desata la furia, las corridas y comienza el ulular de las ambulancias.
La multitud reclama: “Leña, leña…”; en los días subsiguientes detendrán al radical Roque Carranza (años después sería Ministro de Defensa del presidente Raúl Alfonsín), al demócrata progresista Carlos González Dogliotti, a Miguel de la Serna y Rafael Douek, que fueron condenados por la Justicia y amnistiados por el presidente Perón en 1955. Los condenados han sostenido que las confesiones fueron hechas bajo tortura, aunque con posterioridad González Dogliotti reconoció haber puesto las bombas, pero aclaró que sólo eran bombas de estruendo y que los muertos y heridos fueron consecuencia de la estampida de la multitud a causa del terror. (Aquel día murieron Santa Festigiata de D’Amico, Mario Pérez, León David Roumeaux, Osvaldo Mouché y Salvador Manes).
En el año 2008 el diputado peronista Carlos Kunkel implicó también en aquellos hechos al abogado y periodista Mariano Grondona, quien lo había reconocido en uno de sus programas televisivos: “Hora Clave”.
Aquella noche del 15 de abril de 1953 se desatarán los demonios, cuando militantes peronistas se lanzan a las calles al grito de “leña, leña…” en busca de venganza.
La Casa del Pueblo, el Jockey Club y la Casa Radical son incendiadas, llevando la primera la peor parte, al quedar el edificio prácticamente en ruinas, la biblioteca quemada, además de abundante documentación. Los escasos dirigentes que se hallaban en aquel momento en el inmueble, ante la negativa policial de auxiliarlos, debieron escapar por los techos para salvar el pellejo. Sin embargo, felizmente aquella noche, a diferencia de la tarde en Plaza de Mayo, no hubo que lamentar muertos.
La gravedad del deterioro de la Casa del Pueblo hizo imposible su recuperación, postergada además por el surgimiento de nuevas divisiones en aquel tronco socialista, que se fraccionó en 1956 en dos sectores antagónicos: el Partido Socialista Democrático y el Partido Socialista Argentino. Ambos se disputaban la propiedad del inmueble, en un litigio que recién terminó en 1974 con su demolición.
El lugar permaneció muchísimos años como baldío; abandonado hasta la actualidad está tapiado y cubierto de carteles de publicidad. Nada indica que allí hubiera estado alguna vez la mítica Casa del Pueblo, que en su corta vida de dos décadas y media concitó trascendentes eventos políticos, como en 1931, cuando fue sede del congreso que aprobó la alianza Socialista-Demoprogresista con el impulso de Lisandro de La Torre, y en 1936, cuando se convirtió en un centro de solidaridad para con la República Española.
Sus paredes vibraron con los resonantes discursos y los apasionados debates de dirigentes como Mario Bravo, Juan B. Justo, Alfredo Palacios, Enrique y Adolfo Dickman y Nicolás Repetto, en una época de encendidas piezas oratorias.
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FUENTES:
-Diario La Razón, 19 de junio de 1974.
-Fascículo 12, Ediciones Siglo XX, Diario La Nación – Segunda Presidencia de Perón.
-http://es.wikipedia.org/Quema_de_locales_de_opositores_del…
-http://es.wikipedia.org/wiki/atentado_terrorista_en_la_plaza_de_Mayo
http://es.wikipedia.org/wiki/Quema_locales_de_opositores_15_abril_1953_en_Argentina.
-http://www.taringa.net.prost/ciencia/historia-argentna.html
-Paso, Leonardo, Historia de los partidos políticos en Argentina, Editorial. Cartago, Bs. As., 1974.

Imagen: Frente de la Casa del Pueblo, tal como quedó luego de haber sido incendiada por  los peronistas el 15 de abril de 1953.
Material tomado del periódico Primera Página, diciembre de 2010.

17 dic 2010

La cara oculta del jazz en Buenos Aires


(De Carlos Inzillo)

La Argentina y en especial (aunque no sólo) Buenos Aires fue desde siempre un ávido receptáculo de la creación de toda la música universal.
Apenas comenzó la expansión del jazz desde sus fuentes originales, prendió aquí. Hoy día existe un generoso movimiento que presenta dos facetas: una pública y una íntima. Esta otra cara del jazz es la que nuclear a los músicos en sitios privados por el solo placer de tocar.
Escribió al respecto el etnomusicólogo argentino Néstor Oderigo: “La jam-session es una reunión que efectúan los músicos de jazz después o fuera de la hora de labor con el objeto de ejecutar para su propio deleite. En ésta suelen crearse las mejores expresiones de la música sincopada, toda vez que priva en ella una atmósfera de absoluta independencia, pues los miembros de estos conjuntos, ocasionalmente constituidos tocan lo que desean, sin tener en cuenta ningún factor ajeno a la más pura creación artística”.
Haciendo un poco de historia, el recordado arquitecto y baterista de los magníficos “Hot Jammers”, Juan Duprat, uno de los más entusiastas asistentes a las jam-sessions, expresó: “En 1942 estábamos ya todos haciendo causa común con el jazz. La época de las grandes jam-sessions había comenzado.
Sólo una memoria sobrenatural podría recordar las innumerables veces que nos reunimos. Cualquier lugar era bueno para hacer 'pizza', hasta la Costanera, donde en el 'Bosque Alegre' sacábamos los instrumentos del auto y tocábamos al aire libre. Naturalmente, había sitios más adecuados, entre los que se llevaba las plumas el departamento de los hermanos Quintana. Era un ambiente de 9 metros de largo, con contrabajo, piano y batería, más discos a montones. En las legendarias reuniones que se hacían invitábamos a los contados músicos extranjeros que aparecían por nuestra ciudad y a nuestros amigos profesionales. Una 'pizza' con Pierre Allier y Eugene D’Hellemmes duró aproximadamente siete horas y trescientos cigarrillos…
En el departamento de Enrique Villegas se hacían también unas reuniones de garra. Aunque su vivienda no era muy grande, encontrábamos suficiente lugar removiendo y apilando las innumerables hojas de música que hay e incluyen todo lo hecho de Bach a Stravinsky. Pero finalmente todo se fue esfumando”.
Hasta 1948, en que Carlos Tarsia, frustrado contrabajista platense y excelente persona, puso a disposición su departamento de la calle Ayacucho al 2100, justo en la bajadita.
Religiosamente cada miércoles y domingo, a las ocho de la noche, comenzaba las reuniones que tuvieron como habitués a músicos de la talla de “Pipo” Troise, Rodolfo Puetz, “Chivo” Borraro, “Coco” Pérez, “Fats” Fernández, “Negro” González, Rubén Distasio, “Pichi” Mazzei, Norberto Machline y tantos otros.
El clima y la ambientación eran prototípicas de las sesiones jazzísticas; piano vertical, denso humo de cigarrillos, whisky a voluntad, cuello de camisa con corbata desanudada, cómodos sillones (a veces ocupados por atractivas fans) y gran calidez humana.
También desfilaron por ahí integrantes de las bandas de Count Basie y Duke Ellington hasta toda la sección rítmica de Sarah Vaughan…
Muchas veces los encuentros se prolongaron hasta bien entrada la madrugada con finales de comentarios futboleros y mesas de generala con tapiz verde incluido. Tarsia era el anfitrión perfecto y disfrutó mucho de las mismas; (falleció en 1985, tras haberse radicado en Rosario por amor).
A veces tomaba alguna copita de más y lo más gracioso que se le recuerda es que, una mañana, alrededor de las nueve y antes de acostarse se asomó a la ventana del cuarto piso y vio elefantes desfilando por la calle Ayacucho. Creyó asustado que tenía delirium tremens y estuvo a punto de llamar a la asistencia pública, hasta que divisó a payasos y equilibristas tras los paquidermos, promocionando con bombos y platillos al Circo Sarrasani, que se había instalado en las vecindades de Retiro.
Al fin, recuerdos de un tiempo de bohemia, que fue abriendo paso al jazz en sus distintas vertientes, generando la adhesión de muchos porteños, continuándose en las nuevas generaciones que incorporaron esta forma musical a las propias de nuestra urbe.
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Imagen:  Enrique “Mono” Villegas (Foto tomada de elperseguidor.com)
Material tomado de la revista Historias de la ciudad, Nº 4, junio de 2000.