(De Alejandro Segura)
Boedo y tango, Boedo y poesía, Boedo y arrabal, son todas
ideas encadenadas a partir de un mismo concepto: el barrio de Boedo evocando algunas
aristas culturales que hacen a la mística porteña. Ancladas en un pasado
olímpico poblado de ninfas y semidioses, estas ideas afloran cada vez que uno
piensa en este barrio de Buenos Aires.
Boedo y zapatos parece una herejía. Sin embargo, en esta idea
atrevida que se nos ocurre plantear, subyace la noción de la mezcla del
extranjero con el criollo, del comerciante con el vecino, del tranvía con la
avenida, del centro con el interior.
Miles de provincianos y capitalinos concurren cada día al
tramo ubicado entre el 1200 y el 1600 de la avenida Boedo. Allí se vive un
verdadero festival a cielo abierto, una peña, una demostración de fe y de
confianza donde inmigrantes armenios, turcos, judíos, italianos y sus hijos
venden toda clase de productos vinculados con la industria del calzado. Esto
también, es parte de la cultura del barrio de Boedo. Y tiene sus historias.
Aquí van algunas
LOS PIONEROS
Elías Moussatche, el comerciante del rubro del calzado más
viejo de la avenida Boedo, nació en Esmirna, Turquía. Cuando llegó a la
Argentina tenía 6 años.
Don José Moussatche, el padre de Elías, fue un hombre de una
vida austera, signada por las luchas en las que vivió su país y por la guerra
Greco–Turca, que comenzó en 1919 y terminó en 1922, poco antes de que naciera
su hijo Elías.
José Moussatche ya operaba en el mismo rubro en Europa, allí
era importador. Los productos llegaban a Turquía de Suiza, Francia, Inglaterra.
En el año 1930 Moussatche decidió emigrar a América recalando en Uruguay en
aquel año. En 1931, luego de una serie de trámites, pudo entrar en nuestro
país. Aquí ya estaban instalados varios parientes.
“Acá los primos trabajaban casi todos el rubro textil
–recuerda Elías–. Trabajaban en el Once que era famoso, había mucha gente de la
colectividad. Pero mi padre quiso seguir con el rubro del calzado. –No, pero
nosotros te podemos ayudar –le decían los sobrinos–. Y él dijo: mira, vamos a
hacer una cosa, pruebo con lo mío, si no me va bien empiezo a agarrar otra
cosa. Y acá empezó, y de todo el mundo, de todos los que él era cliente, le
mandaban mercadería. Así que él comenzó en Buenos Aires con mercadería
importada. Inclusive tengo un par de cueritos importados de aquel entonces.
Pero después vio que acá se producía, que había curtiembres. Y empezó a comprar
aquí. El tenía problemas de idioma, no hablaba en español, hablaba ladino. Pero
poco a poco se fue mimetizando. Y recuerdo una anécdota de aquella época: se
compró una caja de zapatos y la puso en el estante, y puso un utensilio
enfrente. Cuando venía un zapatero y le preguntaba: – ¿Tenés cuchillos?–, o
algo así que necesitara, él le decía: –a ver, ¿cuál de éstos es? ¿Cómo se
llama? –. Y ahí le ponía el nombre. Así fue actualizándose en el idioma del
lugar donde estaba. Y así fue avanzando despacito y nosotros creciendo...”.
Elías, que nació en el año 1923, recuerda cómo llegaron al
barrio: “Mi padre compró esta propiedad –Boedo 1257– y acá vinimos a vivir, acá
arriba, arriba del negocio. Esto en el año 31. Por entonces yo iba a la escuela
Martina Silva de Gurruchaga –continúa Elías– en Independencia y Boedo. Y
recuerdo que en la otra cuadra había una estación de tranvía”.
Elías recuerda también el momento en que empezaron a
aparecer los comercios de su rubro: “Aquí había mercerías, había otros tipos de
comercio pero poco a poco fueron dejando, fueron cayendo y los nuevos que
venían eran del gremio del calzado. Hay una gran cantidad de armenios: uno
trajo al primo, al nieto, al hermano, por lo que hay mucha gente que está ahora
con estos negocios y que son parientes entre sí. Cuando yo era niño había un
almacén de suelas en la barranca, donde ahora está la autopista. Jacobo
Leberman era bastante importante, tenía cuatro empleados y trabajaba bien.
Después Don León, donde ahora es Casa Gregorio.
Y la llegada de Bonomo en 1934 fue todo un acontecimiento
porque Santiago Bonomo era conocido de mi padre. Era importador también. Hacía
negocios con mi padre cuando estaban en Europa.”.
LA AVENIDA BOEDO
En los años cuarenta y cincuenta –y si se mira, también hoy–
la avenida Boedo no era la misma en todo su recorrido. Hubo –hay– una zona
donde la arteria toma el aire céntrico de las localidades urbanas. Esa zona se
ubica entre San Juan e Independencia, se podría decir que es el tramo más
alegre y más comercial de todo Boedo. Los cines atraían muchísima gente, los
carnavales eran maravillosos –sobre todo en el recuerdo de los nostalgiosos– y
el comercio florecía en ese segmento. Incluso el Grupo Literario de Boedo se
reunía en esta zona, que de alguna manera se convirtió en el polo magnético del
barrio.
Más allá, la calle presentaba un declive y el comercio era
más salteado, con casas de música, de fotografías, almacenes, mercerías, una
librería y algunas casas destinadas al rubro zapatería.
La llegada de inmigrantes fue determinando el perfil de esta
zona particular, que actualmente se ubica más allá de la autopista. En el decir
del tango, más allá de San Juan y Boedo antiguas, comenzaba el cielo perdido. Y
en ese cielo perdido, los extranjeros, los criollos, los recién llegados y los
antiguos buscaban forjarse un porvenir. Y el trabajo sostenido junto con los
sueños comenzó a darle a la avenida Boedo, más allá de San Juan, la forma de un
oficio, el del zapato.
En aquellos años se sumaron nuevos locales a la tarea de
ayudar a los zapateros para que pudieran cumplir su labor. Y zapateros de todo
el Gran Buenos Aires y del interior vinieron a comprar a la avenida Boedo:
cordones, tintas, hormas, sacabocados, suelas, cueros, todo se encuentra en
este shopping a cielo abierto, en este universo del zapato, único en Buenos
Aires.
La gente venía del interior, hacía su pedido, depositaba el
dinero o lo giraba y las mercancías recorrían todo el país.
UNA EXPERIENCIA SINGULAR
Una experiencia particular es la de Juliana Coluccio.
También está vinculada con la guerra, esta vez con la llamada Segunda Guerra
Mundial.
Juliana, la titular de la empresa Máquinas Argentinas, es
italiana. Su padre, Francisco Coluccio fue tomado preso y llevado a Tobruk.
“Por entonces mi abuelo estaba acá con un hijo, con un
hermano de mi mamá, recuerda Juliana. Entonces mi mamá le escribe a su padre
contándole la situación. Mi abuelo era muy amigo de Perón y Evita. Más de Evita
que de Perón y le hacía los zapatos. Lo llamaban “sempravanti” (risas). Así fue
que Perón y Evita –cómo hicieron no sé– pero
lo trajeron a mi papá. Te podés imaginar que en mi casa era siempre
¡Perón–Peron que grande sos!, ése era mi himno. Entonces viene mi papá y
después nos mandan a llamar, mi papá la manda a llamar a mi mamá, yo no había
nacido. Cuando yo llego acá, recién conozco a mi papá. Ya tenía tres años y
medio”.
Cuando el papá de Juliana llega a Buenos Aires comienza con
la empresa Hormasaca en Constitución al 300. Y trabaja en conjunto con su
suegro, Argiró, que estaba en San Juan. El éxito de la empresa fue enorme.
Hormasaca brindaba un servicio extraordinario a la industria del calzado,
porque allí se podía comprar de todo, incluso las cosas más insólitas, que en
otros lugares no se conseguían. Juliana
sigue en el barrio, y una de las causas es que, frente a todas las
dificultades, apunta a sostener la tradición iniciada por su padre.
EN LOS NOVENTA
La industria del
calzado, como otras, debió soportar diferentes crisis que afectaron al país
desde los años treinta. En los últimos cincuenta años, los golpes de Estado, el
Rodrigazo, la política aperturista de Martínez de Hoz, la hiperinflación de
1989, nuevamente la apertura económica en tiempos de Menem con un dólar
“planchado” y finalmente la crisis de 2001, afectaron enormemente a la
actividad.
Cuando estos contextos se cruzaban con situaciones internas
difíciles, muchas empresas, como Hormasaca, dejaron de fabricar.
De todas formas, Hormasaca (Máquinas Argentinas) y otras
empresas vinculadas al rubro calzado, siguieron y siguen existiendo. “Toda la
vida vendí hormas, se afirma Juliana, mil veces tuve oportunidad de vender
Hormasaca, pero yo tenía que hacerle
honor a mi papá.”.
La crisis de los noventa tal vez impulsó al gremio a unirse
en torno al eje de la avenida Boedo. Por esos años, muchas empresas que ya
existían, se mudaron a la arteria, entre el 1200 y el 1600.
Este es el caso de Héctor Florimonte que llegó a Boedo en el
año 1995, aunque su empresa, Casa Florimonte,
arrancó en 1961.
Héctor Florimonte también tiene orígenes europeos: “Mi
padre, Francisco Antonio Florimonte, un inmigrante de Salerno, sur de Italia,
llegó al país el 8 de diciembre de 1948, y empezó trabajando en la carpintería
de un paisano. Empezó allá por el año 1952 en Inclán al 3478. Arrancó
fabricando muebles de máquinas de coser Singer, muebles con el enchapado y el
lustre completos. Después comenzó a crecer y adicionó máquinas nuevas y usadas.
Fue agregando cada vez más máquinas y con ellas comenzaron a aparecer máquinas
para la industria del calzado”.
Héctor, empezó a colaborar en el negocio a los 15 años lo
ayudaba. Regresaba del colegio y se ponía a trabajar en el negocio familiar.
Con el tiempo, el negocio fue tomando nuevos rumbos,
tratando de proveer a una clientela que viene de todo el interior, de todos los
puntos cardinales: Salta, Jujuy, Entre Ríos, Río Negro.
HOY
Si usted recorre la avenida Boedo entre la autopista y la avenida Juan de Garay, encontrará los negocios del rubro del calzado. Hay un
movimiento permanente: gente que viene del Conurbano, gente que viene de las
provincias, gente de Capital. Detrás de estos comercios hay una tradición, que
mantiene el estilo de los que trajeron este negocio a Buenos Aires, desde los
años de 1930. Esta tradición es parte de la historia. Boedo y zapatos… Otra
manera de ver nuestro barrio.
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Imagen: Maquinando calzado.
Texto y fotografía tomados del periódico “Desde Boedo”.