(De Rubén Derlis)
¿Cuántos libros dejaron de abrirse camino de ida y vuelta al trabajo en subte,
o en ómnibus, en estos, digamos, tres o cuatro años, sin ir más lejos en el
tiempo, debido al auge de los celulares?
Resultaría imposible realizar una estadística, y si lo fuera, sólo serviría
para decepcionarnos al ver la cantidad de lectores que perdió el libro –al
menos circunstanciales, pero lectores al fin de cuenta– que por uno u otro
motivo sólo daba vuelta la página de una novela únicamente en los viajes. Pero
para el libro, algo era algo.
Cuando el viajero fijaba los ojos en una página era para
comenzar o continuar una lectura; no cabía otra posibilidad. En cambio, cuando
un usuario de telefonía móvil fija su mirada en el pequeño rectángulo mágico
–panacea de todas las maravillas–, es imposible saber para qué lo hace, pues es
tanta la gama de posibilidades que va de lo imprescindible –el llamado que
realmente no puede esperar– hasta lo
francamente anodino –los estúpidos
jueguitos–.
Sin que demande mucho esfuerzo, es posible hacer un amplio
paneo en cualquier vagón subterráneo o en el ómnibus, y ver el estrago que está
haciendo el Smartphone entre jóvenes y no tanto, pues últimamente muchos adultos han sucumbido a la
mantisa embrujada, acaso para escapar a una realidad aburrida y frustrante que
no pudieron o no supieron cambiar, y como acaso consideren que ya eso les
resultará imposible, adhieren a esta nueva forma de vacío existencial del siglo
XXI.
Lo extraño es que para la mayoría de las personas esto es
normal, nadie parece asociarlo con la enfermedad, y en realidad lo es, pues
todo indica que camina a pasos acelerados hacia la adicción. Sólo tendrían que
preguntarse si les sería posible pasar un solo día sin mandar mensajitos sin ton ni son, o esperar llegar a sus casas
para saber qué almorzarán o cenarán, tal como sucedía cuando eran seres
normales y la comida era una sorpresa
que esperaba en familia. Pero no. Y
tengo para mí que un gran porcentaje de congéneres ya no podrán vivir sin el
celular; el sólo pensar que les faltaría les haría la vida imposible. Los ganó
el Smartphone, los hizo adictos, y esta adición –ya lo veremos con el tiempo–
resultará tan peligrosa como el alcoholismo, el tabaquismo o
cualquier otra. Sólo que en este caso la
mayoría de los adictos lo ignora; para estos enfermos indoloros, el mínimo
artefacto ejerce la misma fascinación que la lámpara sobre el incauto insecto. Y
si no hay cómo zafar, con seguridad que se estará abriendo una nueva faceta de
trabajo para psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas.
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Imagen: Celulares y más celulares.