5 ago 2011

Imaginar Buenos Aires


(De Carlos Penelas)

En un artículo de nuestro amado John Berger dice: “El misterio de París. ¿Cómo es posible captar una imagen de la ciudad, dibujarla? No ya la imagen oficial, acuñada en las monedas de la historia. Algo más íntimo”. He aquí, querido lector, el tema que nos debe preocupar cuando intentamos definir algo sin caer en estereotipos o populismos irracionales, sin dejarnos llevar por la industria cultural ni por un intelectualismo sin esencia. Esta misma pregunta quizás la hizo Woody Allen cuando filmó esos tres minutos iniciales de Medianoche en París. Hay otros ejemplos, pero estos son los más recientes para un lector urgido por el tiempo, el desconocimiento y la abulia. Un querido lector, un querido amigo -me refiero al escritor Edmundo Moure- sabe perfectamente qué estoy diciendo.
El Antichton o la antitierra es un lugar místico de cuya existencia Pitágoras nos dejó un testimonio. Antichton es un país al revés, definitivamente negado e imposible para los seres humanos. Allí, como en las canciones de María Elena Walsh, existe el mundo del revés. La nieve cae hacia arriba, los árboles crecen hacia abajo, el sol luce negro, los habitantes son gente de dieciséis dedos que entran en trance bailando... Se decía que ellos no podían venir hacia nosotros ni nosotros hacia ellos. Era lógico, desde el absurdo. Más tarde, todo el medioevo habló del otro lado del globo. Para los griegos -recordemos- el hemisferio sur estaba deshabitado y era inhabitable.
Ulises, en busca de la montaña del Purgatorio sabía que se encontraba en el corazón, en el centro de Antichton. De donde nadie regresaba. Dante y Virgilio, en la Divina Comedia encuentran a Ulises ardiendo en el octavo círculo del Infierno por haber intentado llegar a la montaña prohibida. ¿Fue como un alma muerta? No. Era un ser viviente sediento de conocimientos. Pero Ulises -hay que saberlo- fue afortunado, pues arrancó la Rama de Oro -que es el pasaporte para regresar al país de los vivientes- y rompe con la profecía de Tiresias, el profeta ciego, que señaló que el héroe no hallará la dicha en su palacio de Ítaca y que la Muerte le llegará del mar.
En la palabra está la sensibilidad, la vibración que ennoblece la lucha dramática con el objeto. (Esta es en parte la razón por la cual desde el gobierno se fue generando irritabilidad, ceguera, egolatría, revoluciones orales. Imbecilidad estructural, sin duda.) Hay siempre una serena desesperación. Por eso el auténtico poeta busca su propio tono, su propio clima, en un lenguaje exento de complicaciones, anhelando una mirada humanísima, pero sensible a las cosas sencillas y cotidianas.
Vivimos en una suerte de comedia humana tan colorida que por momentos nos impide una interpretación dramática. En estos años de globalización la palabra parece caer en un abismo, y el estilo del país del norte, los audiovisuales o las empresas del sol naciente generan una civilización que sobrevive a costa de un fantasma que parecía atravesar Europa.
Arquíloco satirizó a los dictadores: "Hoy es Leófilo quien manda. Leófilo es el amo absoluto. Todo repta a los pies de Leófilo. No se oye más que a Leófilo". Recordemos que este nombre, un apodo, significa "amigo del populacho".

En cada momento hay que elegir. Frente a las situaciones morales, patrióticas o familiares, hay que elegir. Elegir ya no es una posibilidad. Sartre nos advirtió: "Uno está condenado a la libertad". Es aquí donde aparece el peligro del fascismo.
Desde estas diferentes miradas cómo elegir la de nuestra ciudad sin caer en configuraciones equívocas o sin sentido verdadero. Ante ciertas ciudades, ante algunas aldeas, nos enfrentamos a lo inteligible y, a veces, a lo ininteligible. Estamos intentando aproximarnos a una lectura profunda, a una vigorosa vivencia. Podríamos arriesgar afirmando que Buenos Aires es metáfora, desplazamiento. Si esto fuera así cabría admitir que existe un horizonte de silencio en el cual nos perdemos, en el cual buscamos una identidad, una palabra. Una suerte de universalidad donde nos sumergimos en aquellas palabras de Thomas Merton cuando habla del sumergirnos en el aprendizaje de la entrega personal, “a la autoridad de un Dios invisible”.
Dejo, querido lector, que cada uno defina el aliento poético en ese espacio infinito de fracciones. No se olvide de aquello que recordaba Ionesco: “Pensar contra la corriente del tiempo es heroico; decirlo, una locura”. Hasta la próxima semana, si las martingalas de los políticos lo permiten. Ahora, me voy a caminar las calles de ciudad. Intentaré ignorar el frío, la suciedad de sus calles, los harapos, las plazas ocupadas, la pobreza, la prostitución en cada cabina telefónica, en cada parada de colectivo, la demencia de pobres seres cobijados por cartones, los niños alimentados por mate cocido, porro y cerveza. Caminaré solo, por supuesto.
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Foto: Durmiendo en la calle entre cartones.

4 ago 2011

Dos en yunta


(De Leonardo Busquet)

Julián no era Julián, ni Centeya, ni tan gris. Era Amleto Enrique Vergiati y tenía sólo un año cuando llegó de Parma, la Italia natal. Su padre, periodista y militante anarquista, escapó, perseguido por sus ideas “disolventes”. Primero recalaron en Córdoba y definitivamente en Parque de los Patricios. El sur. Aunque el afligido cuore de Julián, al que por sus zonas del alma, melancólicas y taciturnas, le llamaron El Hombre Gris de Bs.As.,  instaló su orgullosa porteñidad en Boedo. Sus dos programas de radio le definieron ese espíritu ceniciento: “En una esquina cualquiera” y más tarde “Desde una esquina sin tiempo”. El tiempo. No es otra cosa que un capricho de la vida tendido en los adoquines de la asimetría porteña, en cruces de geografías diversas que ni la deslucida memoria alcanza a comprender. Hizo yunta con otro inmigrado, el judío ucraniano Israel Zeitlin, también poeta devenido porteño de ley en César Tiempo. El tiempo... el tiempo. Y ese espíritu de humedad y baldosas flojas que se funde en la ilusión de los que vienen desde afuera con una esperanza por todo equipaje. Es que la porteñidad es un crisol colmado de nostalgias extrañadas.
En 1971 Julián escribió su única novela, El vaciadero, sobre los “quemeros”, los hombres, mujeres y niños marginados de su barrio, los arrojados a la pobreza de “la quema”, donde se incineraba la basura y también las ilusiones de los desheredados. Julián Centeya sostenía que el escritor debía estar comprometido profundamente con lo que escribía, y decía: para escribir hay que vivirla; si no, nos acunamos en el camelo literario. Y eso lo debe haber mamado de su viejo, aquel anarco, el de las ideas disolventes.

Este otro, el Gordo, era de aquí, bien de aquí; aunque, como casi todos, el origen fue de allá bien de allá. Y así lo revelaba su nombre completo: Aníbal Carmelo Troilo Bagnolo. Su padre, guitarrero y cantor, lo bautizaría Pichuco, cuando intentaba acunar el llanto del regordete. Dicen que en el litoral, Pichuco, significa “negrito” o que viene del guaraní “pichi”, “pequeño”. Como sea, así empezó la cosa. En su infancia de barrio se embriagó de bandoneones tanto como de pelotas de fútbol. Dicen que al gordito le gustaban la gambeta y los pases cortos. No muy lejos del Boedo de Julián, en el Abasto. Pichuco se cargó de dolor cuando su viejo lo dejó. Que picardía. Si tenía apenas 8 años. Y fue mamá Felisa que le dio la alegría del primer bandoneón: 10 pesos por mes en 14 cuotas. 
Dicen que a la difícil técnica del instrumento, también venido de afuera, Pichuco le metió sentimiento y un dejo de tristeza: Qué me va a asustar la tristeza, si andamos juntos desde pibe, decía el Gordo. 
Largado a la música aparece la galería de notables: Pugliese, Gobbi, Maglio (Pacho), de Caro, D’Arienzo, D’Agostino, Cobián y más tarde Salgán y Piazzolla. Y sus poetas entrañables: Manzi, Discepolín, Cátulo, Barquina, Julián y entre tanta caricia de la vida, su amada Zita. El traspirado debut oficial se registra en el desaparecido Café Ferraro de Pueyrredón y Córdoba: “Yo tenía 13 años y los bolsillos llenos de miedo”, recordaría con los años. Pero antes hubo otro debut, menos estridente. Fue en otro café: el Petit Colón de su profundo Abasto en 1926. Y después lo que se sabe: el Bandoneón Mayor de Bs. As. y todas las voces: el Polaco, Rivero, Marino, Floreal, el otro gordo, Fiorentino; Rufino, Elba Verón y Nelly Vázquez, las guitarras de Grela y de De Lío y Garello, Berlinghieri, Colángelo. Los cabarets y el mítico Caño 14 con Rubén Juárez y las presentaciones del maestro Armando Rolón. Sí, todos. Todos fueron arrullados por la calidez del Gordo que te enseñaba con la caricia levemente acotada por una presunta severidad. Hace 36 años que Troilo no se fue. Tampoco Julián. Qué se van a ir ¿adónde? Qué mejor que estas locas esquinas nuestras para verlos llegar... si siempre anduvieron en yunta..., y a veces en yanta.
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Foto: Julián Centeya y Aníbal Troilo.
Nota tomada del periódico Desde Boedo, julio 2011.

Estética de la degradación


(De Jacobo Rauskin)

Al sur de un río triste,
nubes, de cuando en cuando, blancas,
cubren un cementerio industrial.
Entre los hierros viejos barrocos retorcidos
y el plástico joven descartable, nadie,
ni siquiera el fantasma de un sereno.
Ésta es la instalación de los artistas
instaladores que vinieron de Chicago
para cruzar el arte con la historia.
Es el arte de los Chicago boys.
Vinieron, instalaron, desinstalaron y se fueron.
Por aquí la maleza es buena,
el hierro viejo sigue siendo fierro para nada
y la vida se ha vuelto cartonera.
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Imagen: Villa 21. (Foto de Le monde diplomatique)

3 ago 2011

“Las Violetas”


(De Omar Pedro Granelli)

En el último trimestre del 84 del siglo XIX, una luz prestigiosa resplandeció, promocional y auspiciosa, sobre una de las cuatro esquinas que conforman un centro geográfico del barrio de Almagro, un barrio porteño al que se conocía bajo esa denominación desde el año 1839.
Con la dulzura de una delicia confitada y el riesgo de una audacia premeditada, esa luz de esperanza llegó a la esquina noreste del Camino Real del Oeste (único Camino Real y preciso, Camino General Quiroga, avenida Rivadavia) y Medrano, con la instalación de un negocio de confitería en lo que se daba en llamar los confines de la ciudad de Buenos Aires, precisamente en las cercanías del límite con el Partido de San José de Flores o en el mismo límite, según distintas apreciaciones de los estudiosos de la materia.
Un negocio que llegó a Almagro para deslumbrar la primavera tempranera y asombrar a las nubes de septiembre.
Ocurrió un 21 de septiembre de 1884 cuando abrió sus puertas la Confitería “Las Violetas”, ocupando ese lugar estratégico de la ciudad y del barrio por espacio de 120 años. Nació en un año bisiesto y justamente en el bisiesto 2004, fecha en que escribimos este relato conmemorativo, vuelve a encontrarse en la cúspide de la valoración y la consideración de un público fiel y valioso.
“Las Violetas”, al instalarse, lo hizo para siempre, y lo hizo para transformarse en una simbiosis de barrio-confitería. Decir Almagro y decir “Las Violetas” es conjugar el mismo verbo. Es coincidir en la cita. Es consignar igual punto de referencia. Es, por fin, iluminar con luces propias y en forma simultánea, al lugar de pertenencia, como lo es el barrio, y al lugar de referencia, como lo es la confitería. Esas luces que cubren las cosas más sencillas y a los seres más emotivos, envueltos en la belleza y la serenidad de la eterna primavera.
El barrio no es el país como la confitería no es la esencia de la vida, pero esa luz que irradian ambos es la luz reveladora que íntimamente nos está esclareciendo el concepto de “patria chica” por el barrio y de “atrayente encuentro lugareño” por la confitería. “Las Violetas” es la eterna confitería, la que se proyecta más allá de un siglo de existencia, que naciera un domingo 21 de septiembre de 1884, primer día de la semana y primer día  de la primavera. Es la misma confitería que en la mañana de su inauguración pusiera digna frescura y apreciado placer a las jornadas templadas que presagiaba con su advenimiento, bajo la promesa de un ambiente social acogedor y agradable. Su nacimiento dejó atrás y dio sepultura válida a las distintas temperaturas humillantes de una soledad invernal que la sociedad almagrense padecía por la falta de un espacio que fuese remanso cálido para la fatiga diaria.
¿Por qué un día domingo? Porque su propia identidad traía consigo la pausa y la quietud de la celebración permanente que tiene el descanso dominical.
¿Por qué un día de primavera? Porque traía en sus intenciones rejuvenecer distintos momentos de la existencia ciudadana brindándole un rincón chic que sirviera para distracción, descanso y gozo de los parroquianos que llegasen hasta allí para gustar sus exquisiteces.
¿Por qué las violetas? Porque la planta que la produce está inscripta como el emblema de la modestia y su flor en sí misma presagia pretensiones y aspiraciones alentadoras, todo lo cual asocia una cautelosa iniciativa por un lado y un elevado criterio y pujante reto, por el otro.
Y así fue. Volver al misterio de ese día inaugural es como traer a esta presentación un  gran ramo de flores, en este caso de violetas, todas recogidas del jardín de la audacia comercial, visionaria y progresista. Es poner en el centro de la escena ese adorno floral que dio prestigio y un sello inconfundible a esa esquina del barrio de Almagro y de la ciudad toda, y tornó inequívoca cualquier cita en ese cruce de avenidas, cuando en vez de decir “te espero en Rivadavia y Medrano” se dice comúnmente “te espero en ‘Las Violetas’?”.
Fueron dos caballeros de la época los que en principio se animaron a ofrecer a la comunidad almagrense, habitantes en esos días de un barrio de extramuros, sus recién arrancadas violetas adornando un florero imaginario con forma de local a la calle, que adoptaron para brindarle el regocijo distinguido, reservado e intimista acompañado de una exquisita repostería.
Aquellos primeros socios se atrevieron a establecer un comercio de esas características, vestirlo de elegante, en un paraje que no parecía ser muy apto para lo que se pretendía.
Sin embargo, esa elección primaria en lo que parecía  una dudosa ubicación geográfica, tuvo mucho de presentimiento y muy buen olfato en el mercadeo, al fijar su asiento en lo que luego se constituiría, según lo decimos más arriba, en la referencia almagrense por excelencia. Eligieron nada menos que la esquina que, a nuestro juicio, partiendo de la misma y trazando una línea imaginaria por la avenida Medrano hacia el norte, hasta llegar a la confluencia con la avenida Corrientes esquina sureste, Café “Gildo”, sería las “columna vertebral del barrio de Almagro”.
La confitería con su presencia revalorizó el contorno y años tras años fue elevando su prestigio a la consideración pública, a tal punto que, ante su cierre circunstancial de tres años, motivó que la gente impusiera su reclamo y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la declarase Área de Protección Histórica y de Interés Cultural  el 6 de agosto de 1998.
“Las Violetas” fue ejemplo vivo de que la ciudad porteña ganaba espacios en los suburbios a fines del siglo XIX al mismo tiempo que se constituyó en la testigo del crecimiento que se produjo en el barrio de Almagro.
En ese extenso lapso de 120 años, esa luz que al principio se nos ocurrió presagiosa, fue tomando fuerza y hoy aparece imponente deslumbrando entre lujosos vitraux, majestuosos mármoles y llamativos bronces. Permanece brillante y nítida convocando a compartir la delicada sustancia espiritual de los momentos más gratos y a cautivarse con el colorido vital de sus violetas que ayudan a comprender el sentido práctico de las cosas y a enamorarse de la verdad de sus decorados. Esa decoración que invita a soñar esos sueños dulces de embriagadores licores, de negros cafés, de apetecibles menús y de deliciosas confituras.
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Imagen: Uno de los vitraux de la Confitería "Las Violetas" restaurados por el ingeniero Daniel Ortolá. (Foto de Juan Fariña)
Tomado del libro de O.P.G.: “Las Violetas”, 120 años. Bs. As.

25 jul 2011

Desandar el camino


(De Pablo Bellocchio)

Dícese que en el porteño barrio de Parque Chas, las calles suelen encontrarse consigo mismas.
Rotondas perpetuas que en un espiral huracanado, absorben y obnubilan a todo aquel que ose caminarlas. Uno puede pasear por estas cuadras desesperanzadas y llegar a la esquina de Londres y Londres..., y  así también si camina por la calle Berlín. En algún momento, Berlín se cruzará consigo misma.
Con esa esperanza comenzó un día Danilo a caminar en círculos. Entrando por Marsella, se sumergió en la rotonda berlinesca con la idea fija de reencontrarse consigo mismo. De advertirle a su pasado  que no cometiera las equivocaciones que el cometió. Salvarse así de las garras crueles de más de una mujer que lo había atravesado. Aconsejaría Danilo a su pasado, dejar el trabajo. Dedicarse a pintar, como siempre quiso. Se advertiría a sí mismo sobre aquellos amigos que en realidad el tiempo demostró que no lo eran tanto.
Perpetuó entonces Danilo sus pasos en las baldosas agrietadas hasta mezclarse entre las diagonales. Sus huesos se hundieron hasta soldarse mientras el sonido apagado de las estaciones le peinaba la mirada. Arrastró su cuerpo de hombre aprisionado entre el diluvio otoñal y el arácnido verano. No tardaron los vecinos en transformarlo en una más de las leyendas del barrio. Conoció Danilo uso y horario de cada uno de los habitantes de Parque Chas. Caminó en círculos, con la esperanza ciega de deshacer su historia hasta el comienzo. Para luego rehacerla, claro está.
Cayó en la cuenta, luego de un tiempo de camino circulado, de que el amanecer, empezó a atardecerse. Vio a la luna rehacerse hasta mostrar su cara oscura. Así también, maravillado, sintió al suelo llover, empapando sus talones, y a las gotas subir, hasta embarazar las nubes. Los trotadores gimnastas de la mañana daban sus zancadas en franco retroceso. El viento succionaba, empujando sus pasos en silencio.
Finalmente una mañana (o una tarde, quien sabe) a lo lejos, bordeando la esquina de Berlín y Berlín, se encontró Danilo con su Danilo pasado. Se acercó.
Danilo pretérito, lo miró con el respeto que los ancianos se merecen.
Danilo caminante, sin pensarlo demasiado, le dijo... “No mires nunca para atrás”. Y así, Danilo, nunca volvió a Parque Chas.
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Imagen: Parque Chas, acrílico de Cecilia Novelli.
Este material fue tomado del periódico Desde Boedo, julio 2011.

19 jul 2011

¿José? va embora


(De Horacio Caride Bartrons)

Entre los personajes más enigmáticos de nuestra historia arquitectónica, se le puede otorgar un lugar destacado a José Custódio de Sá y Faria. Tal vez no sea casual que su biografía, a cargo del padre Guillermo Furlong, haya ocupado el primer artículo del primer número de Anales, del IAA, en 1948. Pero con todos los años transcurridos, aun es necesario responder a una pregunta ¿Qué hacía un ingeniero militar portugués diseñando edificios y diversas construcciones para las colonias (enemigas) de España, especialmente en Montevideo y Buenos Aires en 1778?
A un año de ser creado el Virreinato del Río de la Plata (1777), Pedro de Cevallos avanzó sobre territorios del Reino del Brasil, sitiando y conquistando la isla de Santa Catarina, la actual Florianópolis. El derrotado fue el Gobernador de Río de Janeiro, un destacado militar que era nada más ni nada menos que José Custódio. Conocedor del fatal destino que el omnipotente Marqués de Pombal les reservaba en Lisboa a los políticos que rendían territorios de la Corona en manos de España, nuestro arquitecto decidió pasarse al bando contrario.
En la flamante capital virreinal fue el profesional del momento. Se le atribuyen los proyectos de las "casas redituantes", es decir, viviendas en alquiler, que eran toda una novedad para la época. También algunas obras en la que después sería conocida como "Manzana de las Luces" y acaso la "Casa de Comedias". Fue también un excelente cartógrafo (se conservan algunos mapas) y un importante ingeniero vial. Pero pasó a la historia porteña por su proyecto más famoso: la fachada de la Catedral, que nunca llegó a concretarse. De su escritorio también salieron la primera plaza de toros que tuvo la ciudad en el barrio de Montserrat y los cuarteles de la Plaza de Marte, que luego será Retiro.
Cansado y enfermo (quizás al final de sus días la deserción le pesara más que cualquier cosa), pidió al virrey retirarse a Luján, pueblo donde murió en 1792 a los 82 años de edad. Su cuerpo regresó a la ciudad que adoptó como propia y, paradójicamente, terminó a pocos metros de un prócer de la Independencia. Está en el Convento de Santo Domingo, no lejos de la tumba de Manuel Belgrano.
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Imagen: Proyecto para el frontispicio de la Iglesia Catedral de Buenos Aires de José Custódio de Sá y Faría.
Tomado de: saboogle.blogspot.com

Quinta de Crisol en el barrio de Balvanera


(De Carlos A. Rezzónico)

Su perímetro estaría hoy señalado por las calles Belgrano, La Rioja, Moreno y Catamarca, ocupando esas dos manzanas  del actual barrio de Balvanera.
El 2 de noviembre de 1805 (1) don Manuel Prado vendió a Miguel Wassermayer, en tres mil pesos fuertes, un terreno compuesto de una cuadra de frente por dos cuadras de fondo, situado en el ejido de la ciudad, ese ancho marco verde del cuadro urbano compuesto de quintas y chacras, cercadas de pitas y tunas, como acertadamente describiera Groussac.
En 1809 (2), Agustín Olavarrieta, director general de Rentas de Chile, próximo a seguir viaje con ese destino y por poder de su hermano político Miguel Wassermayer, vendió la quinta con su edificio y los árboles frutales que en ella había, a Bernardo Carballo.
Muchos años estuvo la quinta en poder de este último, pues recién la enajenó a fines de 1826 (3). Su comprador fue un brasileño llamado Juan Bautista Romero, quien también la conservó por un largo período, vendiéndola en 1851 a Juan Crisol (4). En la escritura se comete el error de ubicar a la quinta “en la dirección de la calle Santa Clara, antes Potosí” por cuanto éstas fueron denominaciones que tuvo la actual calle Alsina y el inmueble estaba sobre la calle que hoy recuerda al prócer Mariano Moreno. Era la resultante de la confusa idea que, sobre estos arrabales, tenía la mayor parte de la gente de aquel entonces.
Juan Crisol había nacido en Mallorca, “Reyno de España”, y era hijo de José Crisol y Margarita March. Estuvo casado en primeras nupcias con Felisa Gándara de quien tuvo siete hijos: Juan, Felisa, Inés, Rosa, Margarita, Miguel y Benito. Al quedar viudo, contrajo matrimonio con Petrona Giadas, naciendo de esta unión una sola hija a quien se le impuso el nombre de su madre. El primero de los hijos nombrados se radicaría en Córdoba y sería el autor de un proyecto de ampliación de esta ciudad cuya ejecución se vio entorpecida por la crisis de 1890 (5).
Acaudalado comerciante y hacendado, Crisol tuvo negocios en común con Alejo Arocena y, sobre todo, con Ambrosio Plácido Lezica, de quien  era socio. Su relación con este último se extendió más allá de lo puramente económico, pues en su testamento no sólo lo designa albacea, sino que le encomienda la tutoría de los hijos del primer matrimonio (6). La sociedad existente entre ambos giraba con un capital que rondaba los cuatro millones y medio de pesos. Crisol explotaba, además, dos estancias en Arrecifes y otra en Bragado y había tenido un saladero en la Recoleta y una chacra en Punta Chica, Partido de San Isidro.
Al morir don Juan en 1851, se adjudicó la mitad de la quinta a su viuda, Petrona Giadas, y la otra mitad a la hija de ambos, Petrona Crisol (7).
En el predio había una casa grande compuesta de zaguán, unas ocho habitaciones en planta baja y otra en piso alto, cocina, “lugar común” (8) y patio con piletas para plantas y un aljibe con su correspondiente brocal. Por su frente corría una vereda de ladrillo de veinte metros de largo por un metro y medio de ancho. En una de las esquinas del terreno se levantaba un local –que presumimos destinado a pulpería– y una casa antigua. En otra parte del mismo había una casita compuesta de dos piezas y una cocina, para vivienda de los quinteros.
Al quedar viuda, Petrona Giadas contrajo nuevo matrimonio con Germán March y de esa unión nacieron tres hijos: Ignacio, Germán y Juan. Por este último, el de menor edad, la madre profesaba un especial afecto, y fue por eso que, al otorgar su testamento (9), lo mejoró con un tercio de sus bienes. Para esa fecha –abril de 1860– doña Petrona estaba ya gravemente enferma y sus fuerzas flaqueaban hasta el punto de no poder firmar. Cuando finalmente murió, se les adjudicó a los dos hijos mayores la parte del inmueble que a la progenitora le había correspondido por herencia de su primer esposo.
En un viaje que el viudo emprendió a Europa llevando a sus vástagos, murió el pequeño Germán, heredándolo su padre, quien en 1872 y a su pedido, fue autorizado judicialmente para proceder a la venta de los lotes en que se había vendido la quinta, incluyendo la parte de Petrona Crisol.
Poco tiempo después de su organización definitiva, la Sociedad Española de Beneficencia adquirió un terreno en la esquina de Belgrano y Rioja. En ese lote, ampliado por otras donaciones, se colocó el 30 de junio de 1872, la piedra fundamental del Hospital Español.
Dice Meyer Arana (10), que “el día de la Purísima Concepción del año 1877, siendo presidente de la Nación el doctor Nicolás Avellaneda y gobernador de la provincia don Carlos Casares, el canónigo José Sevilla Vázquez, vicario general castrense y Capellán del Excmo. Gobierno de la Nación, bendijo la capilla y el hospital en representación del obispo doctor Aneiros, siendo padrinos don Martín Berraondo y doña Josefa V. de Udaeta, y bajo la advocación de la Virgen María y de San Juan de Dios”. La colectividad española acudió en masa para presenciar un acto tan trascendental como ansiosamente esperado”(11).
Al filo del siglo XX se llevó a cabo su reedificación y posterior ampliación. En el piso alto que daba sobre Belgrano, dejó su impronta el arquitecto Julián García, uno de los más destacados cultores del modernismo catalán (12), cuya obra desgraciadamente sólo puede apreciarse en un sector de la esquina de la calle Deán Funes, debido a que nuevas modificaciones la destruyeron.
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Notas:
(1) AGN. Escritura pasada ante el escribano José Echevarría en el Registro Nº 2.
(2) AGN. Escritura de fecha 21 de febrero de 1809, pasada ante el escribano Juan Cortés en el Registro Nº 7.
(3) AGN. Escritura de fecha 14 de noviembre de 1826, pasada ante el escribano José María Jardón en el Registro Nº 5.
(4) AGN.  Escritura de fecha 27 de mayo de 1851, pasada ante el escribano Adolfo Conde en el Registro Nº 5.
(5) Nuevo diccionario biográfico argentino de Vicente Osvaldo Cutolo. Edic. Elche, Bs. As., 1969.
(6) AGN. Escritura de fecha 29 de noviembre de 1851, pasada ante el escribano Manuel José de Zeballos en el Registro Nº 6.
(7) AGN. Sucesión de Juan Crisol (Legajo 4881).
(8) Nombre que se daba a las letrinas.
(9) AGN. Escritura de fecha 10 de abril de 1860, pasada ante el escribano José Victoriano Cabral en el Registro Nº 1.
(10) La caridad en Buenos Aires de Alberto Meyer Arana, Bs. As., 1911 Tomo I, pág. 280.
(11) Suplemento del diario La Nación del año 1916, pág. 276.
(12) “La Buenos Aires modernista catalana” de Horacio Spinetto en Todo es historia, Nº 325, pág. 16.

Foto: El Hospital Español de Buenos Aires a comienzo del siglo XX (Archivo General de la Nación).
Nota tomada del libro del autor: Antiguas quintas porteñas, Bs. As., 1996. 

16 jul 2011

Acerca de Borges y Villa Urquiza


(De Luis Alposta)

En 1922, y en años posteriores, Jorge Luis Borges, que vivía entonces en Palermo, en la calle Bulnes, tomaba periódicamente el tranvía 7 y se bajaba en Triunvirato y Pampa. Desde allí se dirigía a la casa de su prima Nora Lange, que estaba ubicada en Villa Mazzini, en la calle Tronador 1746.
Recordemos ahora cómo vio a Villa Urquiza desde la parada del tranvía: “Yo no he sentido el liviano tiempo en Granada, a la sombra de torres cientos de veces más antiguas que las higueras, y sí en Pampa y Triunvirato: insípido lugar de tejas anglizantes ahora, de hornos humosos de ladrillos hace tres años, de potreros caóticos hace cinco.” (De Evaristo Carriego, 1930).
Hace un par de años me visitaron unos alumnos que estaban estudiando literatura argentina, para pedirme que les consiguiese una entrevista con Borges.
Lo hice. La encargada de la gestión fue Marcela Ciruzzi, y la tan ansiada entrevista no se hizo esperar. Borges los recibió en su casa poco después. Fue el 28 de junio de 1979.
Aquella mañana les habló de Carriego, de Echeverría, de Macedonio Fernández, del lunfardo, de Buenos Aires de principios de siglo. (En este punto, entre otras cosas, dijo que la nuestra era una ciudad que tenía tan sólo tres puntos cardinales. Y es cierto. Cuando los porteños hablamos de Buenos Aires, casi nunca nos referimos al Este).
Y también se habló de Villa Urquiza. Dijo que éste era un barrio que él conocía muy poco, y pasó inmediatamente a recordar sus visitas a la casa de su prima.
Después se acordó de La Siberia como de un barrio bravo, para terminar preguntando si en Villa Urquiza todavía existían quintas. Atendido de amor y rica esperanza,/ ¡cuántas veces he visto morir sus calles agrestes/ en el Juicio Final de cada tarde!/ La frecuente asistencia de un encanto/ acuña en mi recuerdo con predilecta eficacia/ ese arrabal cansado, / y es habitual evocación de mis horas/ la vista de sus calles;/ el horizonte que se acurruca a lo lejos;/ las quintas que interrumpen el cielo baldío;/ la calle Pampa, larga como un beso;/ las alambradas que son afrentas del campo,/ y la dichosa resignación de unos sauces./ Paraje que arraigó una tradición de amor/ en el alma,/ no ha menester vanaglorioso renombre;/ ayer fue campo, hoy es incertidumbre/ de la ciudad que del despoblado se adueña:/ bástale, para conseguir las laudes del verso, / ser el sitio implorado de una pena.(“Villa Urquiza”, de la primera edición de su libro Fervor de Buenos Aires, publicado en 1923, poema no recogido en las sucesivas ediciones ni en las obras completas). 
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Fotografía: Jorge Luis Borges en su juventud.

14 jul 2011

Cuatro metros cuadrados


(De Héctor González)

Los primeros destellos de recuerdos me vienen desde el 47. Tengo grabados en la memoria tres quioscos que me vienen de ese tiempo: el que estaba sobre la vereda de San Juan que mira al sur, casi es­quina Boedo, pegadito al Nuevo Banco Italiano, el después Banco de Crédito Argentino y hoy Banco Francés (que no es de los franceses sino de los ga­llegos. Cosas de la globalización.) Voy casi co­rriendo hasta allí a entregar un recado que alguien me ha dado. No compro en ningún quiosco porque tengo el mío. Antes de cruzar miro hacia ambos la­dos: Boedo es de doble mano y van y vienen los tranvías. Cuando regreso paso frente al teatro “Boedo”, a la “Munich”, a la casa “Tuyó”, a la za­patería “Nosotros”, y en la esquina del café “Río de Oro”, en Carlos Calvo, vuelvo a mirar hacia ambos lados porque doblan los tranvías 76 y 48. Cruzo justo frente a “Salemi”, rumbeo rapidito hacia Co­lombres y alcanzo la cortada. Ya estoy en casa. Eran cuadrados, sin ángulos, con esquinas convexas. El otro estaba en la vereda impar de Boedo, casi es­quina Carlos Calvo, enfrentando a la farmacia “La Europea”. Ahí no más, cerquita al “Select Boedo” del mallorquín Quetglas. Los martes día de damas. Justo al lado del café “El Japonés”. Ya con los lar­gos cuántas horas a tres bandas, con lujos. Prohi­bido tirar masse. Todaro, el Torta, Luchini, Luis, Resnick. Amigos unos; otros, por ser mayores: ami­gos y consejeros. El pase inglés después de las tres de la mañana. Pero eso mucho más adelante (cuando estaban los “viejos japoneses” no pasaba). La gente comía en el centro pero el café lo tomaban aquí. Se fue Inoue, su socio; se fue el café y se lleva­ron la fórmula del feca de filtro con espuma. El otro –para mí el más querido– estaba casi esquina Inde­pendencia, también en la cuadra de los números im­pares de Boedo, a pocos metros de la “Pitman” que estaba en los altos de la librería y papelería “Peu­ser”, donde se halla el Banco Supervielle. Ese era el quiosco de mi viejo (que no vivía ahí con toda su familia, como dijo hace poco una escritora eviden­temente mal informada en una nota en el diario Cla­rín. En fin, deslices de las frondosidades de la ima­ginación). Como mi padre no cerraba sino hasta muy tarde le pasaba la posta al fiel Victorino que era del mismo pueblo de Galicia: Nogueira. Victorino so­brellevaba los ronquidos de su asma fumando ciga­rrillos medicinales del Doctor Andreu entre marqui­llas de Commander, Clifton, American Club, Piloto, y los negros más humildes: Tecla o Gavilán. Tam­poco faltaban los toscanos Avanti o Reggia Italiana que hacían las delicias de los tanos inmigrantes que aún luchaban con el castellano. Por ahí caía uno que pedía Chesterfield o Pall Mall, que cuando lo pren­dían aromaba toda la cuadra. Y también estaban mis delicias: caramelos Media Hora, Misky, chocolatines Godet, pastillas Renomé y cuanto pudiera imaginar. Por eso dije que yo no compraba en ningún quisco. ¿Para qué? Aquí lo tenía todo. Y además: ¿con qué? Y con alguna golosina regreso a casa. Mientras len­güeteo un chupetín paso frente a “La Martona”; el “Dante”, donde a veces recala Julián Centeya y donde para la “barra de la goma” de San Lorenzo. La pizzería de don Tranquilo, que cuando los Santos ganan, el domingo por la noche nos dan una por­ción gratis de mozzarella. La peluquería “Los Veinte Oficiales”, llena de asientos, y donde hay que pedir hora para un pelo y barba; y la amplia en­trada del cine “Los Andes”, con toda su magia en continuado, y donde si mañana no hay cole, seguro vengo. Por Estados Unidos no hay tanto tránsito y cruzo confiado. Paso frente al “Gran Boedo” donde se fundó el Boedo Billar Club y donde Carreras y los hermanos Navarra hacen maravillas con el taco. Supero el frente donde estuvo la imprenta de Rañó, y la vidriera de la pequeña armería junto al viejo “Trianón”, que tiene una ventana en la ochava  de San Ignacio, que todos se disputan. Pego la vuelta hacia la cortada, apurado, porque tengo que la­varme las rodillas para ir al colegio. Y cuando lle­gan las vacaciones el viejo me deja estar junto a él en el quiosco. Ahora tengo plena conciencia de la alegría que eso significaba. Me fascinaban los bille­tes de lotería con sus distintos colores y todos esos números. Y había tanta venta que se reservaban. El número de la concesión era el 1617.
Cuando mi padre vino de España, indocumentado, se fue al campo a levantar las cosechas; quiso algo más y se largó para la capital. Recaló en este barrio y aquí puso su primer quiosco, que entonces eran de chapa, redondos, y cuya cupulita remataba en una bola que sostenía una pequeña lanza. “Si compra dos atados le regalamos una caja de fósforos”, Los que tiene “gomita”, o los de cera. Pavada de oferta. Es el tiempo de Rugilo, el león de Wembley. Farro, Pontoni, Martino es la trilogía imbatible. ¡Por fa­vor! Paran en el “Dante”. Hoy me pregunto cuánto valdrían.
Cargando sobre sus espaldas catorce horas diarias de trabajo (“Que si lo comparás con el campo no es nada”, según él) no tenía tiempo para romances pa­sajeros. Así que fue a lo serio. La tarde que una sir­vienta que trabajaba muy cerca de allí se acercó al quiosco a comprar una estampilla, que entonces se vendían en todos lados y que el viejo las tenía en una cajita al lado de las revistas Patoruzú, Tit-Bits, Mundo Argentino, El campeón, Para Ti... El diá­logo: “¿La estampilla es para escribirle a su novio?”, preguntó solemne pero con aire de conquistador, González. “No, señor; es para mi familia en Es­paña”, responde la frágil galleguita. “Yo no tengo novio”, remató. El la miró: delgada, esbelta, feme­nina, dulce. “Muy inocente”, pensó, pero le dijo: “Entonces espero tener el gusto de invitarla a tomar algo cuando usted pueda. Yo también soy soltero”. Y fin. Un día del 36 se casaron y se fueron a vivir a la cortada de San Ignacio. La cortada termina contra el frente de la Casa Balear. En esta callecita está la escuela de las hermanas Maidana, la casa del negro de La Perra, la de Horacio Salgan, la de Pepe Arias. Los aires de milonga cuando hay baile en “la Balear”. Las glicinas. La mejor canchita del barrio por su empedrado parejo. Nadie nos gana. Quiero decir: al CASI, o sea Club Atlético San Ignacio. Chan se conoce todos los piques. El Pocho al arco, defendiendo el Petaca y el gallego Amor; después Nenín, el hijo del quiosquero de Carlos Calvo; el tano Pancho, el flaco Aguja, los hermanos Barrios, el ruso Pedro, Monti, Bartolini y pará que ya esta­mos todos. En el próximo juegan García, Pasante, Miguelito y los demás. Tenemos como doscientos socios con carné de cuero y todo. Dale, saquen del medio de una vez antes que mi vieja me llame a to­mar la leche. Después llegó el tiempo de darle una mano en el quiosco y allí me fui enterando de la historia viva del barrio. Detalles y pormenores, trá­gicos y risueños. Vivir que le dicen. Cuando alguna muchacha venía a comprar una revista y estaba como para mirarla, me quedaba embobado. Entonces el viejo preguntaba: “¿A usted le gustan las muje­res?” “Y... papá... ¡cómo no me van a gustar!”. “Entonces trate de ser hombre, sólo los hombres se casan con mujeres. Solamente una mujer puede hacerlo feliz. Si se casa con una mina, usted no es nada más que un tipo. Luche, no se equivoque”. Y la dejaba picando mientras atendía a un cliente. Así era el viejo, te la decía sin anestesia, cosa de que uno se fuera acostumbrando.  El día que cayó fue porque lo vencieron los fríos de tantas cosechas sin identidad, tal vez la añoranza del terruño que seguiría siendo el mismo pero que había quedado definitivamente muy lejano. ¿Cayó? En una de esas estoy equivocado. No cayó: dijo basta porque supuso que ya era suficiente. Y se fue.
A veces paso por el quiosco que no está –porque ahora es otro– pero que para mí sigue estando: lo veo y me veo. El, extendiendo una mano que busca lo que un invisible transeúnte le solicita; yo, eli­giendo una golosina sin decidirme por ninguna... Que en cuatro metros cuadrados se haya generado tanta vida, a veces me parece que es cosa de no creer.
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Foto: Esquina de Boedo y Carlos Calvo en el 2004, donde se ven algunos de los negocios a los que hace referencia el autor. (Foto rubderoliv).

12 jul 2011

Vitrolera


(De Joaquín Gómez Bas)

La mersa te junaba desde abajo.
Tu trabajo
era un esgunfio eterno con vitrola.
Si en tu noche, tan sola,
se daba carambola,
enganchabas al punto con biyuya
que te llamaba suya
por el derecho mishio de unos mangos…

 
Rebajé los tamangos
chamuyándote en curda por la yeca
cuando al salir del feca
ibas a apoliyar dura de frío…
Por vos anduve medio chichipío;
como un gil deshojé la margarita…
Y nada más. Para bancar tu hastío
me sobró labia y me faltó la guita.
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Imagen: "La vitrolera", óleo de Carlos Torrallardona.

8 jul 2011

La editorial Haynes y el diario “El Mundo”


(De Miguel Eugenio Germino)

En el límite Oeste del barrio de Almagro, dado por la calle Río de Janeiro, allí donde hace intersección con Querandíes-Bogotá, inaugura el 29 de diciembre de 1923 el matutino El Mundo su nueva casa.
Era un macizo edificio terminado en significativa cúpula, y sobre ella dos atlantes de piedra sostenían una esfera terrestre de bronce; todo lamentablemente demolido tras la quiebra de la editorial y el remate de sus bienes en 1971.
Sin embargo queda para rememorarlo como testigo que fuera, en la esquina NO, un edificio de similar factura, aunque irreconocible hoy por el injerto de un anexo que se le ha hecho en su parte baja; por aquella época funcionaba allí la Asistencia Pública (sección Oeste).

LOS INICIACIADORES DE LA EDITORIAL
Todo comenzó con una modesta impresora Minerva que tenía arrumbada en su casa un profesor de inglés, quien se la ofrece a Alberto M. Haynes. Éste había llegado a Buenos Aires en 1887 procedente de Inglaterra y se había incorporado a la compañía inglesa de administración de ferrocarriles (empresa que tras la liquidación privatista del presidente Juárez Celman –1886-1890–, adquiere el Ferrocarril Oeste).
De ser una pequeña compañía periodística llegará a convertirse en la empresa editorial que en poco tiempo dejaría una marca indeleble en la edición gráfica nacional.
En el año 1904 nace la primera de sus publicaciones, El consejero del hogar (más tarde El Hogar a secas), una revista de audaz diseño con tapa a tres colores y una atractiva presentación para los medios de entonces. Abordará temas culturales, gustos y costumbres, vestimenta, formas de vida, así como extensas notas “sociales” destinadas al público femenino, en especial de la élite porteña de la época, de alto poder adquisitivo. Su tirada la ubicó por mucho tiempo como la revista argentina de mayor venta.
Pronto la editorial lanzaría nuevas publicaciones, dedicadas a los distintos segmentos de la sociedad, como MundoArgentino que dirigió Constancio C. Vigil (antes de formar su propio emporio de Editorial Atlántida con El Gráfico, ParaTi, y Billiken, entre otras); en 1955 llegará a dirigirla Ernesto Sábato.
Aparecerán Mundo Agrario, Mundo Infantil y MundoDdeportivo. Puede decirse que ambas editoriales, Haynes y Atlántida, cubrían el grueso de las publicaciones destinadas a un público mayoritariamente conformista de los valores de la sociedad de entonces.

EL DIARIO “EL MUNDO”
El 29 de diciembre de 1923 la editorial Haynes inaugura el emblemático edificio mencionado de la esquina de Río de Janeiro y Bogotá, donde se instalan las modernas maquinarias impresoras que más tarde editarán el matutino. Así es como el 14 de mayo de 1928 sale a luz el diario El Mundo, que dejará profundas huellas en la historia del periodismo gráfico local. Dicho estrictamente, aquel día ocurrió su segundo lanzamiento, puesto que hubo una anterior y efímera edición sin éxito comercial que se había publicado entre el 3 de abril y el 12 de mayo del mismo año, al precio de 10 centavos, bajo la dirección de Alberto Gerchunoff.
El nuevo matutino surgirá remozado, con un nuevo y revolucionario formato tabloide, de cómoda manipulación para la lectura en el tranvía (el más difundido medio de transportes de entonces), pleno de fotografías e ilustraciones y con un profundo cambio en el staff, esta vez bajo la dirección de Carlos Muzio Sáenz Peña, el hombre que lo manejaría durante muchos años. El precio de venta bajará a la mitad, 5 centavos. Además instituye novedosamente un premio semanal de mil pesos, en correspondencia a los resultados de los partidos de fútbol de primera división, una especie anticipada del PRODE.
En pleno apogeo del diario, fallece el 21 de junio de 1929 Alberto M. Haynes. Lo sucede su yerno Henry Wesley Smith, quien comandará la empresa hasta el comienzo del gobierno peronista.

LA LÍNEA EDITORIAL
De capitales ingleses y dirigido por ingleses, como no podía ser de otra manera, desde sus páginas se erigió como un sutil defensor de los intereses empresarios de ese origen en la Argentina, aunque con ciertas contradicciones, ya que colaboraron como columnistas del diario personajes tales como Roberto Arlt, que publicó allí sus famosas Aguafuertes Porteñas.
En 1947 se opera un cambio radical en los medios, cuando el gobierno peronista compra los diarios y revoca concesiones de radios, algunas de las cuales fueron entregadas más tarde a empresarios afines al gobierno. El matutino El Mundo y todas las publicaciones de la editorial pasarán a la órbita de la Secretaría de Comunicaciones del Gobierno, agregándose a la nómina Mundo Peronista y la reedición de la legendaria PBT.
Producido el golpe de 1955, el diario continuará un tiempo en manos del Estado, hasta su venta a un grupo empresarial encabezado por radio “Rivadavia”, Minera Aluminé y el Banco de Buenos Aires. A partir de entonces entrará en un período de cambios y sobresaltos, hasta que un fraude financiero coloca a la empresa en situación de quiebra.
En sus últimos años la línea editorial del diario giró hacia un perfil más progresista y fue uno de los pocos que se opuso al golpe de Estado contra Arturo Illia, en 1966. Reflexionaba “Mafalda” en su tira del día después del golpe: “¿Entonces eso que nos enseñaron en la escuela…?”. Landrú, con su Tía Vicenta (suplemento del diario El Mundo), será otro de los que sufrirán la censura del régimen militar.
En sus épocas de apogeo llegaron a trabajar en la empresa cerca de 3.000 personas, entre periodistas, empleados y obreros, siendo una de las más importantes empresas del barrio junto a su vecina IMPA, de la calle Querandíes.

RADIO “EL MUNDO”
Otra de las empresas que abordó editorial Haynes fue la puesta en marcha de radio “El Mundo”. Inaugurada en noviembre de 1935, se constituyó en el primer “multimedios” de la Argentina, con diario, radio y una serie de revistas, toda la gama de medios, considerando que entonces no existía ni la TV ni el Cable.
Para llevar adelante tamaña empresa construyó un moderno edificio en la calle Maipú 555, diseñado especialmente como estudio de radio, ya que contaba con siete salas y dos importantes auditorios, cada uno con capacidad para 500 personas.
La emisora poseía orquesta estable con una variada programación de música clásica, jazz, y tango. Desde allí se irradiaba el famoso Glostora Tango Club y el denominado Radio Show o Radio Espectáculo en vivo, abierto al público oyente.
Trasmitía en directo desde los estadios de fútbol los partidos de primera, y además los distintos encuentros de box. Marcó todo un estilo, desplazando a la competencia, excepto a la acreditada radio “Belgrano”, de Samuel Yankelevich.
Montó la llamada “Red azul y blanca de emisoras argentinas” con 15 repetidoras en el interior del país, y fue a su vez una especie de escuela profesional. Favoreció el lanzamiento al estrellato de muchísimas figuras, como Niní Marshall, Luis Sandrini, Lola Membrives, Zully Moreno, Narciso Ibáñez Menta, y locutores-animadores de la talla de Juan Carlos Thorry, Antonio Carrizo y Cacho Fontana.
Pasaron por radio “El Mundo” las orquestas típicas de Alfredo De Ángelis y Aníbal Troilo, y folkloristas como Atahualpa Yupanqui y Los Chalchaleros. También lo hicieron radioteatros del nivel de Los Pérez García y los auspiciados por Jabón Lux de tocador, donde el espectáculo se mezclaba y se unificaba con la publicidad.
Recién en 1951, cuando aparece la TV, el público oyente terminó de conocer el rostro de aquellas figuras que durante tanto tiempo sólo identificaba por su voz.
La radio, durante muchos años el principal vehículo de conexión con la población, fue instrumento de las sucesivas dictaduras militares que se sirvieron de ella y se encargaron de instaurar la más estricta censura –o bien forzar la autocensura– desde la Secretaría de Radiodifusión. Data del período de la última y más sangrienta de las dictaduras, iniciada en 1976, y hasta hace poco, la Ley de Medios que regulaba el sistema de radio y TV.
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Fuentes:
-Flavio Marque, en http://voluntarios.parquecentenario.blogspot.com/2007/01/la
-Hesz, Enrique G., Caballito, historia del barrio – Marymar, 1988.
-http://www. hcdn.gov.ar/dependencias/cceinformatica/correo%20…
-http://www.turismo530.com.noticia_ampliada.php?id=…
-http;//www.wikipedia.org/Wiki/El Mundo (Argentina)
-Matallana, Andrea, Todo es Historia, nº 464, marzo 2006.
Agradezco la colaboración de Guillermo Ibarra, que me suministró datos y fotografías (M.E.G).

El texto y la fotografía del edificio de la editorial Haynes fueron tomados del periódico Primera Página.

6 jul 2011

La libertad bajo fuego



(De Miguel Ruffo)

Un episodio poco recordado de la historia de nuestra ciudad que integra la saga de acontecimientos bélicos de aquellos años de revolución.

“El 15 de julio [de 1811] –dice Abad de Santillán– cinco buques de la escuadrilla de Montevideo, a las órdenes de Michelena, bombardearon Buenos Aires durante tres horas; dispararon sin previo aviso 31 bombas y tres cañonazos de bala rasa; a la mañana siguiente desembarcó un emisario que intimó el levantamiento del sitio de Montevideo, dando dos horas para la respuesta; en caso contrario continuaría el bombardeo hasta destruir la ciudad y sus inmediaciones. El gobierno patriota respondió enérgicamente rehusando toda negociación, pero el bombardeo no se reanudó y Michelena se retiró con sus buques el 17 por la mañana”. Tal es sucintamente la descripción de una parte del hecho. Para comprenderlo en toda su dimensión debemos trascender el aspecto fáctico e internarnos en el análisis conceptual de la situación de los frentes de guerra en el Río de la Plata hacia 1811.
Después de la Revolución de Mayo, uno de los primeros problemas que tuvo que enfrentar la Junta de Buenos Aires fue que su autoridad fuese acatada en el conjunto del espacio político que constituía lo que empezaba a ser el ex-virreinato; de allí las expediciones político-militares al interior. Una de ellas es la expedición a la Banda Oriental, en la que comenzó a destacarse la figura de José Gervasio Artigas.
La Revolución de Mayo, urbana por su forma, hubo de promover en la otra banda del Plata una revolución rural, ya que Montevideo, que era una importante base naval realista y la única ciudad amurallada de la región, se había pronunciado contra la Junta de Buenos Aires y había adherido al Consejo de Regencia. Sublevada la campaña oriental, Montevideo fue sitiada por las fuerzas de Buenos Aires. Sin embargo, la neta superioridad naval de aquella ciudad expuso a la capital del ex-virreinato al bombardeo enemigo desde el río. Los buques de guerra de los realistas se aproximaban a las costas de Buenos Aires y la bombardeaban.
Entre tanto, en el frente del noroeste, la victoria de Suipacha (1810) se había diluido con la derrota de Huaqui (1811) y el norte quedó expuesto a las incursiones de los realistas. En el noreste, es decir, en el Paraguay, el revés de Belgrano en Tacuarí (1811) determinó la pérdida de esa intendencia. A esta situación crítica, desde el punto de vista militar, se le deben sumar las luchas entre morenistas y saavedristas en el frente interno, que terminarían provocando la crisis y disolución de la Junta Grande y la formación del Primer Triunvirato (septiembre de 1811), cuya personalidad dominante fue el secretario Bernardino Rivadavia. Se había ordenado a Belgrano que en el norte retrocediese hasta Córdoba; mientras una revolución en Asunción –y la consiguiente formación de una Junta– disgregó la posibilidad de que el noreste fuese también un frente de guerra. Para incrementar la complejidad de la situación militar, el imperio de Portugal-Brasil invadió la Banda Oriental para auxiliar a la sitiada ciudad de Montevideo. ¿Qué hacer ante la rebelde ciudad puerto de la otra banda del Plata?
“El 20 de octubre [de 1811] –continúa Abad de Santillán– se concertó un armisticio, que establecía, entre otras cláusulas: ‘Ambas partes (…) no reconocen ni reconocerán jamás otro soberano que el señor don Fernando VII; la Junta reconoce la unidad indivisible de la nación española; Buenos Aires remitirá a España a la mayor brevedad los socorros pecuniarios que permita el estado presente de sus rentas; las tropas de Buenos Aires desocuparán la Banda Oriental del Río de la Plata hasta el Uruguay sin que en toda ella se reconozca otra autoridad que la del virrey [se está refiriendo al último virrey del Río de la Plata, Francisco Javier de Elío, que gobernaba en Montevideo]; los pueblos de Arroyo de la China, Gualeguay y Gualeguaychú quedarán sujetos al gobierno de Elío’”.
Mientras las fuerzas de Buenos Aires se retiraban y se levantaba el primer sitio de Montevideo (1811), las de Portugal-Brasil debían evacuar los territorios ocupados en la Banda Oriental. Este armisticio, que no fue del agrado de Artigas, daría origen al exilio del pueblo oriental, que siguió a su caudillo al campamento del Ayuí en Entre Ríos. Aquí se inician las discrepancias entre Artigas y Buenos Aires. La compleja situación militar se revirtió con los triunfos de Belgrano en Tucumán (1812) y Salta (1813) y de San Martín en San Lorenzo (1813). Montevideo sería sitiada por segunda vez en 1812-1814 y su caída en el último de los años mencionados sellaría de hecho la independencia del Río de la Plata.
El bombardeo de 1811, las incursiones de fuerzas navales realistas en 1812-1813 en el río Paraná y el desembarco en costas santafesinas, derrotado por San Martín, operaron como factores que indujeron al gobierno de Buenos Aires a formar una flota patriota. Esa flota estaría comandada por el Almirante Brown, quien en el combate del Buceo (1814) derrotaría a la realista y bloquearía a la Montevideo sitiada. La caída de esta en 1814 alejaría los frentes de guerra de Buenos Aires. La ciudad capital podía respirar tranquila.
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Imagen: Plano de Azara de la ciudad de Buenos Aires  (1800).
Material tomado del periódico Trascartón.