16 nov 2011

Acerca de puente Alsina


(De Luis Alposta)

Lo que comenzó siendo un vado terminó siendo un puente. Y un puente con historia. Se sabe que en la segunda invasión inglesa las tropas enemigas cruzaron el Riachuelo por el paso de Burgos. Y con respecto al origen de este nombre existen tres versiones: una es la que dice que a comienzos del siglo XVII el escribano español Francisco López de Burgos era el propietario de las tierras linderas al mencionado paso; otra, cuenta que a mediados del siglo XVIII, el propietario de las mismas era el alférez Bartolomé Burgos; y, finalmente, una tercera, refiere que dicho nombre proviene de un humilde botero llamado Burgos, quien se encargaba de trasladar pasajeros de una orilla a otra.
En 1855, y aquí es donde comienza esta historia, el señor Enrique Ochoa, inmigrante español, dueño de un saladero, se presentó ante las autoridades provinciales solicitando autorización para construir un puente. Se le otorgó; lo construyó por su cuenta y riesgo y al poco tiempo se lo llevó el agua. Insistió, y al año siguiente construyó un segundo puente, que terminó corriendo igual suerte. Finalmente, en 1859 inauguró el tercero y a la hora del brindis Ochoa les propuso a los presentes bautizarlo con el nombre de su amigo, el ex gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Valentín Alsina. Este puente recién fue reemplazado por otro de hierro en 1910, el que a su vez sirvió de base para el que, con reminiscencias de muralla china, se reinauguró en 1938 y pasó a llamarse puente Uriburu.
Ahora, puente Alsina volvió a ser puente Alsina (julio de 2002), el mismo al que, en 1926, con versos de Benjamín Tagle Lara, le cantó Rosita Quiroga.
______
Imagen: El puente Alsina, en el barrio de Nueva Pompeya.

15 nov 2011

El eterno retorno a la soledad


(De Haydée Breslav)

El 31 de octubre se cumplió el centenario del nacimiento de José María Contursi. Hijo de Pascual Contursi, creador del tango canción, siguió los pasos de su padre aunque con estética y temática diferentes.
Dicen sus biógrafos que nació en Lanús, único hijo de Pascual Contursi y de Hilda Briamo, y precisan que a los veintidós años escribió su primera letra, Tu nombre, un vals con música de Raúl Portolés Peralta que grabó Andrés Falgás.
A partir de entonces desarrolló una producción vastísima y notable, aunque no siempre pareja, que se encuentra entre las más representativas de la renovación poética de nuestro tango, que eclosionó en la célebre década del 40.
Apartado de la estética naturalista de su padre, se enroló en el neorromanticismo que constituyó una de las dos principales tendencias poéticas de la década (la otra fue la vanguardia, que se inició con el invencionismo y culminó en el surrealismo). En la poesía denominada culta, el neorromanticismo tuvo entre sus principales exponentes a Vicente Barbieri, Alfredo Martínez Howard, Ana María Chouhy Aguirre, Miguel Etchebarne, y Miguel Ángel Gómez, por no citar más que algunos.
En el tango, José María Contursi está entre los que encabezan esa corriente; como pocos, su obra ostenta “una invariable y sostenido tono melancólico y una predisposición perenne a lo elegíaco” que según David Martínez están entre las peculiaridades del grupo neorromántico.
“Buscamos lo esencial del verbo, más en el acontecer interior que en el deslumbrante artificio de la metáfora”, escribió sobre la generación poética del 40 León Benarós, que perteneció a ella. Tampoco Contursi persiguió ese deslumbramiento; y si a veces incurre en excesos melodramáticos (“Quisiera abrir lentamente mis venas / mi sangre entera verterla a tus pies”, Sombras nada más, con música de Francisco Lomuto; Roberto Selles nos apunta que este tango se cantó también en ritmo de bolero y de ranchera mexicana) también supo expresar con sencillez sentimientos delicados (“Cada vez que me recuerdes / tu pensamiento me besará”, Cada vez que me recuerdes, con música de Mariano Mores) y espiritualizar el sentimiento amoroso llevándolo a lo trascendental (“Más allá de la muerte y de Dios / óyeme, más allá / puede ser que me aleje de ti / la inmensidad”, Más allá, con música de Joaquín Mora).
Y tuvo la inteligencia y el buen gusto de escribir con los mejores músicos de la época: Aníbal Troilo, Pedro Láurenz, Joaquín Mora, Osvaldo Fresedo, Carlos Di Sarli, Osmar Maderna, Armando Pontier, Enrique Mario Francini y Héctor Stamponi.

LA TEMÁTICA
Algunos aseguran que todos los tangos de este autor son variaciones sobre el tema de los amores contrariados; otros, que toda su obra le fue inspirada por la misma mujer. Sin embargo, hay en esa obra varias piezas evocativas, como A mí no me hablen de tango, la excelente Milonga de mis amores, Mis amigos de ayer y Las cosas que me han quedado, que llevan música, respectivamente, de Juan José Paz, Pedro Láurenz, Francisco Lomuto y Armando Portier.
En cuanto a los tangos de asunto amoroso, es cierto que son muchos, y que las historias que cuenta son desdichadas; en el caso de Como aquella princesa (con música de Mora) los amores son felices, y el desafortunado es el resultado. En cambio en Tú son felices la historia, su realización y la deliciosa música de José Dames.
En varios de los tangos que dedicó al tema de los amores infortunados, Contursi nos sorprende aplicando una especie de vuelta de tuerca al desencuentro de los amantes, algo así como un eterno retorno a la soledad. Así, en Tango triste, con música de Troilo, relata la recaída en la desolación después de una reconciliación largamente anhelada (“Me torturé sin ti / y entonces te busqué / por los caminos del recuerdo / y en el recodo más lejano / te agitabas por volver / […] Y fuiste tú / la que alegró mi soledad / […] / y nadie existe más que tú / en mi destino. / Y hoy / te has hecho a un lado en mi camino / […] / y me sumiste en el pasado / que luchaba por querer volver”).
En Lluvia sobre el mar, que tiene música de Pontier, así describe el regreso al infortunio: “Me faltó valor / para arrastrarme buscando tu perdón / aun sabiendo que / te horrorizaba la idea de volver / a vivir tu trágico pasado / del que yo, desesperado, te arrebaté”.
La separación, ya definitiva, puede incluso seguir a un perdón que se suponía superador de una etapa difícil (“La perdoné cuando volvió / […] / y al arrojarse sollozando entre mis brazos / se cayeron a pedazos / los fantasmas de mi desesperación. / […] / Le dije ‘amor, no llores más’ / y se vistió mi soledad / con el azul de aquellos ojos adorados / […] / Después, no sé si me dejó / si estuvo aquí, si me olvidó / tan sólo sé que nuevamente el alma mía / se revuelca en agonía / porque sabe que ya nunca volverá”, Es mejor perdonar¸ música de Láurenz).
Es como si algo, por motivos y en tiempos desconocidos, determinara que la felicidad de la pareja fuera imposible (“No sé por qué te perdí / tampoco sé cuándo fue”, Toda mi vida, música de Troilo; “Y no puedo recordar / por qué te fuiste”, Quiero verte una vez más, música de Mario Canaro).
Al igual que Discépolo, Contursi no tuvo reparo en invocar el suicidio, pero lo hizo con frecuencia y en contextos tales que llevan a pensar más en expansiones románticas que en la desnuda desesperación del autor de Tres esperanzas.

EL MOTIVO
No nos referimos al título de un tango de Contursi padre, sino al tema que a nuestro juicio mejor desarrolló su hijo. No sabemos si éste leyó la Filosofía de la composición, donde Edgar Poe afirma: “La muerte de una hermosa mujer es incuestionablemente el tema más poético del mundo; e igualmente está fuera de toda duda que los labios más adecuados para expresar ese tema son los del amante que ha perdido a su amada”.
Tampoco sabemos si fue en conocimiento de esta hipótesis más que discutible, por influjo de la tradición necrofílica de nuestra sociedad, o debido a ambas, pero lo cierto es que el tema, asumido acríticamente, fue explotado con mejor o peor suerte en la poesía y en la canción. En el tango, dio lugar a piezas como La que murió en París, de Blomberg y Maciel; La novia ausente, de Cadícamo y Barbieri; Después, de Manzi y Gutiérrez; Tu pálido final, de Roldán y Demarco, y sobre todo Sus ojos se cerraron.
José María Contursi consagró al tema dos de sus mejores tangos y un tercero que conlleva una crítica a la moral dominante en la época. Los dos primeros son Verdemar y Claveles blancos y llevan música de Carlos Di Sarli y Armando Pontier.
Verdemar es de 1943. Comienza con una sinestesia extraña en este autor: “Se llenaron de silencio tus pupilas”. Precisamente el silencio, el frío y la falta de luz y de color son circunstancias de las que se vale después para nombrar a la muerte. En la segunda parte expresa, con poética síntesis, la sensación de desorientación que sigue a una gran pérdida: “Y ahora ¿qué rumbo tomaré? / Caminos sin aurora / me pierden otra vez”.
En cuanto a Claveles blancos, que es de 1949, elige el contraste entre la blancura de la amada (“jazmín y piel”, “dedos de marfil”) y de los jazmines que pone sobre su cuerpo, con las sombras que le deja su ausencia. Pero lo más notable está en los cuatro versos finales, tanto de la primera (que se repiten, con una ligera variante, en la primera bis) como de la segunda.
Habíamos dicho que no nos era posible saber si Contursi había leído la Filosofía de la composición, donde Poe explica cómo escribió “El cuervo”. Recordemos que decide rematar cada estrofa con un estribillo breve y “sonoro y posible de énfasis” y por eso elige la palabra inglesa nevermore, con la variante nothing more.
Veamos ahora los finales de Claveles blancos: “Nunca más / su voz me llamará / ya nunca, nunca más / su boca besaré” (primera parte); “Un telón de sombras, nada más / tu ausencia me dejó / nada más, nada más” (segunda); el final de la primera bis repite el de la primera, cambiando “su” por “tu”.
Claro que otros tangos incluyeron el ritornelo (inclusive uno, de Francisco y Oscar Lomuto, lleva ese título) pero nada tienen que ver con el tema que nos ocupa.
Muchos años y muchas cosas pasaron desde entonces. Con el Informe de la Conadep y el memorable alegato del fiscal Strassera en el juicio a las Juntas impulsado por el presidente Alfonsín (en momentos, recuérdese, en que estaba vigente el servicio militar obligatorio y los jefes tenían mando de tropas) esas dos palabras dejaron de ser lamento para convertirse en reclamo, sentencia y desafío.

UN ALMA BUENA
Para comprender mejor el mensaje de este tango, es preciso acomodar un poco las coordenadas. En la década del 40 y buena parte de la del 50, de indudable bienestar económico, las costumbres estaban sometidas a convencionalismos alineados con los preceptos de la Iglesia Católica, a la sazón muy poderosa; tanto, que había logrado imponer la enseñanza de esa religión en todos los colegios y escuelas del país; y el divorcio no estaba legalizado (recién lo estuvo en 1987).
Algunos de los conflictos provocados por la obligada indisolubilidad del matrimonio quedaron reflejados en el tango, que siempre ha sido testimonial. De ahí el gran éxito que alcanzaron entonces páginas como Bailemos, de Yiso y Mamone y Prohibido, de Sucher y Bahr; en la misma línea se ubican Dame mi libertad, de estos últimos autores, y Amor en remolino, de Cátulo Castillo y Héctor Stampone.
Cuando José María Contursi asume el tema vuelve a sorprendernos, pues lo enlaza con el que Poe consideraba el más poético. Se ha dicho que Un alma buena –que tiene música de Aquiles Aguilar– está inspirado en un hecho real, pero no nos consta; lo cierto es que la historia ilustra un pensamiento de Víctor Hugo, quien escribió que las apariencias de austeridad obligan a “exhibir continuamente lo falso, a no ser jamás uno mismo”.
Contursi elude en general los golpes de efecto que ofrece esa historia, la que tampoco está demasiado perfilada; al igual que la crítica, se desprende del lamento del protagonista, quien aun frente a la muerte de la mujer amada debe ocultar sus sentimientos; al dolor por la pérdida se suma la sordidez de la simulación. (“Vine y no debí venir / enloquecido de pena. / Nadie me conoce aquí / dirán: ¡Es un alma buena! / ¿Quién de los que gimen a tu lado, / quién de los que imploran y te rezan / y te lloran y te besan / te adoró desesperado? / Nadie más que yo”. Y concluye volviendo contra sí el clamor que debe ahogar: “Es el grito de un puñal / clavándose en la piel / la impotencia de querer / besarte y no poder”.
José María Contursi es autor además de los tangos Como dos extraños, Cosas olvidadas, En esta tarde gris, Garras, Gricel, Junto a tu corazón, La noche que te fuiste, Sin lágrimas, Tabaco, Tu piel de jazmín y Vieja amiga y de los valses Bajo un cielo de estrellas y Valsecito amigo, entre muchas otras piezas.
Murió en Córdoba, donde se había establecido, el 11 de mayo de 1972.
_____
Imagen: José María Contursi
Material tomado del periódico “Trascartón”, 2011.

14 nov 2011

Primavera en la Boca


(De Martina Iñiguez)

Hasta mi barrio pobre de casuchas de lata
llegó la primavera verdeando el adoquín,
los grises del invierno de a poco desbarata
colgando en los balcones delirios de jardín.

En las acanaladas paredes desempata
el violeta la puja entre verde y carmín,
el sol siembra amarillos y el cielo haciendo pata
pinta de azul el río de Quinquela Martín.

Llegó la primavera y al tiempo que arrebata
un perfume de rosas tiznado con hollín,
respira flor de tango, ávidamente cata

el aroma a mariscos que viene de un fondín
y siente que entre barcos y reflejos de plata
también en el Riachuelo hay olor a jazmín.

II

Rebrota los domingos la runfla bullanguera,
un sueño azul y oro germina bajo el sol
y tiembla resonando feliz la Bombonera
cuando florece el aire con un vibrante: ¡gol!

Acecha, atardeciendo, la luna en la ribera,
el empedrado gasta destellos de charol,
la noche se perfuma y el río, que la espera,
le va floreando guiños debajo de un farol.

Bordeando Caminito llegó la primavera,
el trino amanecido y el campanear; burlón
se ríe de la mufa, que estrila en la palmera,

y endulza la ternura ritual del cimarrón...
Palpita hasta en el yuyo que crece en la vereda
porque la Boca tiene florido el corazón.
______
Imagen: Los dos puentes de la Boca: el Nicolás Avellaneda, al fondo, y el viejo transbordador, fuera de uso.

Los vecinos porteños luchan por recuperar los cines de barrio


(De Gustavo Sarmiento)

Seis salas tradicionales, de Flores, Floresta, La Paternal, Mataderos, Saavedra y Villa Pueyrredón,  podrían revivir su antiguo esplendor si prosperan diversos proyectos de protección patrimonial enviados a la Legislatura.

Más de 300 salas de cine hubo en la Ciudad de Buenos Aires durante buena parte del siglo XX y hasta 2010. Entre las 50 que quedan, dominan la escena las multisalas (los complejos Hoyts, Village y Cinemark) y hay un gran ausente: los cines barriales. Estas salas tuvieron su esplendor décadas atrás, antes de ser remplazadas por playas de estacionamiento, salas de juego o lugares de culto. Han sido los propios vecinos los que en los últimos años resolvieron luchar para hacer resurgir los cines de sus barrios, como espacios que excedían la proyección de películas para convertirse en lugares de encuentro social. Actualmente, son seis los cines contemplados en distintos proyectos legislativos que buscan su protección cautelar como patrimonio cultural o directamente su expropiación: Taricco, de La Paternal (Av. San Martín al 2300); Pueyrredón, de Flores (Rivadavia al 6800); Gran Rivadavia, de Floresta (al 8600); Aconcagua, de Villa Pueyrredón (Mosconi al 3300); Cumbre, de Saavedra (García del Río al 4100); y El Plata, de Mataderos (Alberdi al 5700).
Este último, el llamado “Gran Rex de Mataderos” (entraban 1.500 espectadores), reabrió en mayo del año pasado, tras 23 años de abandono. Realizó su última función en 1987, luego fue depósito de una casa de electrodomésticos y finalmente cayó en desuso. La idea original del jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, era localizar allí el CGP 9, lo que encontró el rechazo de los vecinos y la justicia. Finalmente, se optó por convertirlo en centro cultural, cuya primera etapa ya culminó. “No queremos que ocurra lo mismo que con el hospital de Lugano, y que el proyecto de dos cines, un teatro y salas de usos múltiples termine siendo sólo un microcine para que Macri mencione en monólogos televisivos”, remarcó Alberto Dileo, referente de la Coordinación Vecinal.
La principal ayuda para los cines vendría desde la Legislatura. Mientras tanto, se apoyan en la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural, que organiza tertulias para discutir cada situación. Su secretaria general, Mónica Capano, indicó a Tiempo Argentino: “Este renacer de los cines de barrio representan una impronta de lucha contra el mercado y de apoyo al cine nacional. Pero no quieren que les bajen programas prearmados del centro a la periferia, como pasó con el 25 de Mayo, de Villa Urquiza, cooptado por el Ministerio de Cultura porteño como un apéndice del Teatro San Martín. Los vecinos quieren un espacio para mostrar sus capacidades barriales”.

EL ACONCAGUA.
Nació de la mano de José Patti, inmigrante italiano y vecino de Villa Pueyrredón. “Su idea no pasaba por un cine más. Tenía que ser para el barrio lo que el Aconcagua para los Andes: el más grande, majestuoso, imponente”, contó a Tiempo Argentino su nieto, José Luis Alesina, uno de los que impulsa su resurgimiento. La sala, sobre Mosconi (originalmente, Avenida América), era similar a cualquiera de la calle Lavalle: la fachada modernista, el gran hall, escaleras de mármol, barandas de bronce y una arcada rodeando la pantalla. Tenía 1200 butacas. Se inauguró el 5 de noviembre de 1945, a sala llena, con la película rusa Arco Iris.
“Los estrenos llegaban 15 días después que en el centro. Íbamos a la matiné, empezaba con Sucesos Argentinos, luego venían los avances, la primera película y el intervalo”, describe Alesina, y acota que “las últimas filas y el pullman eran los lugares elegidos por las parejas”. Ir al cine era toda una ceremonia: prohibido entrar en zapatillas.
El declive llegó en los ’60, con la televisión. Entonces se cerró para siempre el Pueyrredón (también erigido por Patti), que hoy es un garaje. El Aconcagua cayó en el olvido, aunque reabrió brevemente en los ’90, cerrando definitivamente en 1996, cuando fue alquilado por una iglesia evangélica. Sin embargo, en abril de 2010, los vecinos crearon la asociación civil Aconcagua, y en noviembre, con apoyo del INCAA, proyectaron Carancho. Su expropiación se encuentra en la comisión de Presupuesto, donde el macrismo objetó el factor monetario y que sea gestionado por los propios vecinos, en lugar del Ministerio de Cultura. El pasado 4 de abril, el edificio fue catalogado. Ahora, la idea es “conseguir recuperar el Aconcagua para hacer allí un complejo cultural”, con talleres y proyecciones destinadas a los 200 mil vecinos del barrio.

EL GRAN RIVADAVIA
El 12 de mayo de 1949, 2.000 personas disfrutaron de la proyección de “Tronado y destronado”, con Bob Hope. Un nuevo cine nacía en el barrio. A la semana siguiente, la cartelera nacional acaparaba el Gran Rivadavia. Para los vecinos de Floresta, es el lugar adonde se “rateaban” de chicos, el de los primeros besos en la última fila.
A mediados de los ’80, el nivel de espectadores decayó: “Fue con la llegada del video. Pero la estocada final fue con los ‘multipantalla’ y el cambio de hábito de encuentros en el shopping, donde el cine era un uso complementario. Sin ayuda, se fueron fundiendo y cerrando”, cuenta Gabriel de Bella, de Salvar a Floresta. El cierre fue en 2004, por una denuncia de ruidos molestos. En las audiencias, la dueña, Edith Suñé, les recrimina a los vecinos: “Los que me obligaron a cerrar, hoy me piden que lo abra.” A mediados de 2009, un cartel de venta sobre la marquesina encendió la luz de alerta. Unas 1.400 firmas (la misma cantidad de butacas que había en la sala 1) fueron entregadas en el Ministerio de Cultura porteño y en la Secretaría de Cultura de la Nación. “Sólo contestó el INCAA, y en 2010, el Gran Rivadavia fue declarado de interés”. El festejo fue en la puerta con la proyección de El secreto de sus ojos, autorizada por el mismo  Juan José Campanella.
Después, los vecinos le mostraron al ministro Hernán Lombardi, su proyecto de un cine-teatro que dinamice las expresiones artísticas de la zona. “Nos confirmó que no lo van a comprar, a lo sumo colaborarán con algún productor”, explica De Bella. Hasta hoy, la única certeza la da la dueña: mientras no haya una definición, el lugar, así como está, sólo genera gastos.

MÁS ESPECTADORES
Aunque en los últimos meses se han cerrado varias salas, como el Atlas Santa Fe o el Arteplex Caballito, el público, ayudado por una mayor capacidad de consumo, asiste cada vez más al cine. En 2011 y hasta la semana pasada, con el sistema 3D ya instalado en más de 100 salas, habían ido al cine 33.821.654 de personas, con una recaudación de 766.386.503 pesos. A esta misma altura del año pasado, los espectadores eran unos 3,1 millones menos, con 223 millones de pesos menos recaudados. Uno de los incentivos de las salas barriales es el espacio al cine nacional, en un sistema de distribución muy concentrado en el que la que más recauda se queda con el 25% de la taquilla.

“LAS MULTISALAS NO CUMPLEN LA FUNCIÓN SOCIAL DEL ENCUENTRO”
Los proyectos vecinales son acompañados por especialistas, como la arquitecta Patricia Méndez, quien escribió, junto a su compañera Marta García Falcó, el libro “Cines de Buenos Aires”. Explicó a “Tiempo Argentino” que “hay cada vez más multisalas, pero no cumplen la función social para las que fueron creadas las salas de cine: un espacio en el que la gente se congregaba para disfrutar un espectáculo. Cuando hablamos de recuperar los cines, no se trata de retrotraerse a la función original, pero sí habría que gestionar que se hagan núcleos culturales que abastezcan al barrio. Yo crié a mis hijos en Villa Pueyrredón y nunca tuve un cine para llevarlos, pero tampoco ha habido un espacio cultural. No ha sido creado”.

Los cines eran un lugar de encuentro social.
–Ese fue el espíritu: reunirse en un espacio para el disfrute con vecinos, que esperaban dos meses a que el estreno del centro llegara a su barrio. Había más autonomía, no había que ir al centro.
–¿Y hoy?
–El espacio arquitectónico del cine fue remplazado por el mundo virtual y la dinámica electrónica, con Internet adelante. De las 300 salas de cine autónomas que había, 140 fueron demolidas, y sólo 50, en el mejor de los casos, siguen siendo cines. Otros, como el Ópera o el Gran Rex, son teatros. El resto son supermercados, salas de culto, playas de estacionamiento, o como el Álvarez Thomas, que hoy es un salón de fiestas. Analizando los planos de los viejos cines, detectamos que muchos eran playas de carruajes antes de ser cines, y después volvieron a ser playas de estacionamiento. Espero que en la vuelta de página de la historia, vuelvan a ser cines. El espacio tiene su memoria y necesita reciclarse.
–¿Cuál fue el período de mayor demolición?
–Los ’80 y los ’90. Cuando llegó el videocasette y luego el DVD, la gente empezó a quedarse en su casa. En los ’70 también, pero por política. El gobierno militar no quería que se juntara gente en una sala, más allá de lo que uno fuera a ver, no querían aglomeración. Y los shoppings les dieron el último palazo a las salas de cines de barrio.
–¿Y el tipo de público cambió?
–Pueden haber cambiado las necesidades: la inseguridad y la vida tan rápida hacen que vayas a un sólo lugar donde está todo. Uno saca números y una familia tipo, que tiene que pagar la entrada al cine, más la comida rápida y el estacionamiento, se queda en su casa. En ese sentido, los cines barriales son más accesibles. Además, hay una movida alrededor que genera beneficios comerciales para el barrio.
–¿Y cuál fue tu preferido?
–Soy de Formosa, y mi sueño era ir al cine Los Ángeles. Después, cuando volví con mis hijos, vi con tristeza que la sala estaba partida en dos, y hay una parte de la película que no ves. Esa división para captar más clientes generó salas inadecuadas.

UN 0,5% DEL ABL, A LOS CINES
“Se incentiva la aparición de más multisalas, cuando la política oficial debería haber defendido más los cines barriales. Si no se mueven los vecinos, todo queda en la nada”, aseguró el diputado Raúl Puy, que presentó un proyecto de ley para crear un Fondo de Ayuda Económica para Salas de Cine-Teatro Barriales de la ciudad. En un mes, si lo aprueba la comisión de Presupuesto, podrá ser tratado en el recinto. Al fondo irá el 0,5%  de la recaudación del impuesto de ABL, distribuido en una sala por comuna. El total recaudado de ABL en 2010 fue de 1.300 millones de pesos, por lo que lo destinado a los cines barriales superaría los 6,4 millones.
______
Imagen: Letrero del ex cine Cuyo, del barrio de Boedo, en la avenida homónima,  hoy templo evangélico (foto rubderoliv).
Material tomado de la página Buenos Aires Sos.

Buenos Aires como sistema semiótico


(De Miguel Ruffo)

Buenos Aires, al igual que toda urbe, puede ser analizada desde múltiples puntos de vista. Desde lo económico-social, prestando atención a su estructura productiva, de clases y de distribución del ingreso; desde lo político haciendo hincapié en la organización institucional, el sistema de partidos y el comportamiento electoral de la ciudadanía; desde lo cultural al centrarnos en su sistema educativo y en el conjunto de instituciones culturales (cines, teatros, clubes, conjuntos artísticos). Pero también podemos analizar la ciudad como un sistema (o conjunto de sistemas) de signos. Y como todo signo es bifronte (significante y significados) un análisis centrado en lo semiótico (en el significado de los signos) nos permitirá advertir los múltiples mensajes que la ciudad transmite. Prácticamente la ciudad en su totalidad es un sistema semiótico. Así desde el urbanismo, su planta urbana responde a un diseño (o varios diseños por los cambios estilísticos introducidos por las transformaciones sociales y urbanísticas en el transcurso del tiempo) de planta en cuadrícula. El espacio se divide en manzanas cuadradas separadas por calles rectas. Este esquema data de la época grecohelenística cuando el Hipodamo de Mileto lo propuso como forma organizacional de una ciudad. Los romanos lo tomaron para diseñar los campamentos militares. Y los españoles, cuando conquistaron América, lo adoptaron como matriz de las ciudades que fundarían en el nuevo continente. A fines del siglo XIX, cuando la burguesía pampeana se lanzó a la modernización de Buenos Aires, teniendo por modelo el París del Barón de Hausman, se comenzaron a abrir avenidas y diagonales, que alteraron el damero colonial. La primera de tales empresas renovadoras fue la apertura de la Avenida de Mayo, por entonces La Avenida, ya que era la única de la ciudad. La urbe hispano colonial y criolla fue en su mayor parte demolida ya que bárbaras eran no solo las montoneras y las indiadas sino también la arquitectura del Buenos Aires tradicional. El afrancesamiento era la nota dominante a nivel cultural, urbano y arquitectónico. Es la época del art decó y del art nouveau. La ciudad transformaba no sólo su tejido social sino también su trama urbana y su arquitectura.
Se traza el Parque 3 de Febrero (Palermo) concebido como uno de los parques perimetrales que debía tener la ciudad. Palermo era el paseo dominical de la elite y cuando el desarrollo del sistema tranviario fue interconectando el centro con las periferias, también los sectores populares accedieron al ámbito palermitano. En este parque se instalaron diversas instituciones culturales, muchas de ellas vinculadas con la recreación de la ciudadanía, como el Jardín Botánico y el Jardín Zoológico. Y otras, como la Sociedad Rural, que expresaban el poder de la clase dominante de la Argentina finisecular. Más modernamente, los intereses inmobiliarios y corporativos fueron reduciendo sus espacios verdes en detrimento de la población y en favor de los intereses espúrios de grupos enquistados o vinculados al poder. Pero no podemos dejar de mencionar la presencia de instituciones como el Rosedal, el Jardín Japonés y el Planetario que contribuyen al enriquecimiento cultural y al esparcimiento de la ciudadanía. Hacia la época en que fue fundado el Parque 3 de Febrero se pensó en dotar a la zona sur de la ciudad de un parque similar o de un sistema de parques similares. Expresión de este proyecto fue el Parque Lezama. Este era el jardín privado de la quinta de don José Gregorio Lezama, que cuando su viuda vendió a la municipalidad la casa que había pertenecido a su difunto marido lo hizo con la condición de que el parque público que formarían sus jardines llevaran el nombre de su difunto marido. El Parque Lezama por el simbolismo de sus monumentos y esculturas (Monumento a Pedro de Mendoza, Busto de Ulrico Scmidel, La Loba Roama, Palas Atenea, etc.) es el Parque Fundacional de la ciudad de Buenos Aires.
Hacia la época del Centenario comienza el trazado del parque que lleva este nombre y que puede ser pensado como un parque cultural y recreativo vertebrado por las ciencias de la naturaleza, dado el simbolismo de instituciones como el Museo Argentino de Ciencias Naturales, la Asociación Argentina “Amigos de la Astronomía” y La Fundación de Investigaciones Bioquímicas Luis Federico Leloir.
Todos los monumentos y esculturas de la ciudad son signos que simbolizan los principios de la nacionalidad (como el Monumento al General Manuel Belgrano en la Plaza de Mayo o el monumento al General José de San Martín en la plaza homónima); de la Revolución de 1810 (como los monumentos a Cornelio Saavedra en Córdoba y Callao o el monumento a Mariano Moreno en Plaza Lorea); de las colectividades de inmigrantes (como el monumento a la Carta Magna y a las Cuatro Regiones Argentinas en Palermo o el Monumento a Cristóbal Colón en la plaza homónima detrás de la Casa de Gobierno). Cuando los monumentos se encuentran deteriorados o con grafittis de alguna manera ello expresa que sus mensajes no son apropiados consciente y sentimentalmente por la ciudadanía.
La ciudad tiene Plazas Cívicas como la Plaza de Mayo o la Plaza del Congreso. La primera es heredera de la antigua plaza mayor de la época colonial, centro de la mayoría de la concentraciones políticas y que presenta, entre otros edificios en torno a su perímetro los de la Casa de Gobierno, el Cabildo (restaurado y reconstruido) y la Catedral; la segunda abierta para darle perspectiva al Palacio Legislativo, construido a principios del siglo XX, perspectiva proyectada por Miguel Cané. La sede del tercer poder del estado, el Judicial, también se abre a una plaza, la que lleva el nombre del general Juan Lavalle, cuyo monumento se levanta en la misma.
El más rudo golpe que recibió la ciudad como sistema semiótico son las autopistas que comenzaron por ser proyectadas y realizadas durante la última dictadura militar por el intendente Osvaldo Cacciatore. Pero la ciudad, ahora en plena democracia, continúa recibiendo los embates de los intereses inmobiliarios y de “grupos inversores” cada vez que se demuele una casa para levantar una torre, o cuando se asiste impávido al deterioro de la confitería del Molino o cuando se acepta el cierre de la confitería Richmond en la calle Florida.
Recuperar la ciudad como sistema de signos implica recuperarla socialmente, construir una sociedad integrada y mirar a nuestro pasado como la génesis de nuestra idiosincracia, de nuestra identidad.
______
Imagen: Uno de los escudos o emblemas de la ciudad de Buenos Aires.
Material tomado del periódico Desde Boedo, noviembre de 2011).

12 nov 2011

El día en que a la Junta de 1810 le propusieron fabricar un... submarino


(De Diego Benvenuto)

Un estadounidense llevó el proyecto al entonces gobierno con el fin de enfrentar a los realistas.
En 1810, inmediatamente después de la instalación del primer gobierno patrio, el problema más grave que enfrentaba éste era la tenaz oposición de la Banda Oriental. El espionaje era moneda corriente en las dos orillas y no se descartaba un ataque de los realistas desde Montevideo.
Por esos días arriba a Buenos Aires, procedente de Amsterdan y embarcado en el mercante inglés “Patty”, el ciudadano norteamericano Samuel Williams Taber, con intención de radicarse en el Plata y dedicarse al comercio, según se recuerda en www.lagazeta.com.ar
Taber tenía treinta años, había nacido en la ciudad de Nueva York y pertenecía a una familia acomodada de origen judío. Había arribado a Montevideo en diciembre de 1810, pero al tomar conocimiento de la revolución porteña, optó por pasar a Buenos Aires a efectos de aportar su esfuerzo a la causa emancipadora.
Se presentó inmediatamente en el fuerte, donde expuso a los miembros de la Primera Junta los planos de un artefacto submarino que serviría para atacar a la flota realista. Su invento era una especie de tortuga de madera con un taladro en la punta con el que Taber pensaba perforar el casco de los buques enemigos en la rada de Montevideo, a efectos de colocar allí los explosivos.
La Junta designó una comisión especial para que estudiara los planes de Taber, integrada por Cornelio Saavedra y Miguel de Azcuénaga (1), quienes, mediante un informe secreto, aprobaron la factibilidad de la idea y la posibilidad de volar los polvorines flotantes de la armada española.(2)
En menos de quince días comenzó la construcción del conocido solamente como “proyecto Taber”, dado el secreto de que se le rodeó. El mismo fue financiado enteramente por su inventor.
A poco de iniciarse los trabajos, el norteamericano fue enviado a la Banda Oriental en calidad de espía, a efectos de estudiar in situ el ataque. Taber regresó a Montevideo y se abocó a su misión realizando estudios de sondajes, corrientes, etc.
El 26 de marzo de 1811, junto con dos capitanes, dos subtenientes y un ingeniero, se disponían a huir del puerto oriental en una pequeña embarcación con el resultado de su espionaje, pero fue detenido, acusado de sobornar a marinos españoles. Cargado de cadenas fue llevado a prisión, donde permaneció hasta el 25 de mayo de 1811, en que, luego de muchas protestas, y mediante la intervención del cónsul norteamericano, y la única condición de que se embarcara en el primer navío que se dirigiera a los Estados Unidos y nunca más se inmiscuyera en los asuntos del Río de la Plata, fue liberado.
En agosto abordó la nave que lo depositaría en su país natal. Pero Taber había decidido que su corazón era de Buenos Aires, descendió del buque en Río de Janeiro e inició el regreso, llegando a esta ciudad el 10 de septiembre de 1811.
Inmediatamente se reunió con los miembros de la Primera Junta para exponerles su plan, que consistía en atacar con su invento una fragata y un bergantín españoles utilizados como depósitos de pólvora amarrados en el puerto de Montevideo. La Junta aprueba el plan y nombra a Taber capitán de artillería ad-honorem.
Fabricada la embarcación, construida en madera, de entre ocho a diez metros de largo, pintada de negro y marcada con una “T” en blanco, sus partes son colocadas en un gran cajón de madera de pino, también marcado con una “T”.
El 21 de octubre de 1811 Taber solicita permiso para trasladarse a la Ensenada de Barragán con todo el equipamiento a efectos de completarlo, armarlo y experimentarlo en aguas del río. Esto era necesario porque el bajo calado de las aguas del puerto de Buenos Aires hacía imposible la navegación del artefacto. Además, hubiera llamado la atención de todos y no faltaría el soplón que informaría a los realistas.
Jamás llegó a Ensenada, porque antes que la pesada carreta tirada por bueyes iniciara su travesía, el 22 de septiembre de 1811, cayó la Junta Grande y asumieron Juan José Paso, Manuel de Sarratea y Feliciano Chiclana.
A los miembros del primer triunvirato les pareció arriesgada la idea del norteamericano y la descartaron, a pesar de que Juan José Paso había integrado la Junta que aprobó el proyecto de Taber. Jamás se supo adonde fue a parar el cajón con las partes del aparato.
Taber siguió durante 1812 con sus espionajes, ahora en Chile, y el 8 de noviembre de 1813 murió en la estancia de su amigo Richard Hill, situada a 50 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, víctima de la tisis adquirida en su prisión de Montevideo. Legó todos sus bienes, según hizo anotar en su testamento, a la Junta Revolucionaria.
Los planos del submarino de madera desaparecieron, y la tortuga de Taber jamás pudo participar de la guerra de la independencia. Ninguna calle o plaza recuerda a este visionario precursor que puso su vida y sus bienes al servicio de su país de adopción.

LA GÉNESIS DEL SUBMARINO
Una de las opiniones menos cuestionados del mundo es la que atribuye a Julio Verne la invención del submarino. Como tantas otras, y a pesar de su popularidad, es lamentablemente falsa, porque para la época en que Verne escribió 20.000 leguas de viaje submarino (1870) ya existían embarcaciones subacuáticas, y la primera de ellas se había llamado precisamente Nautilus.
Cuando George Washington avanzaba sobre Nueva York, una ciudad dominada por los realistas y defendida por 350 barcos ingleses, el arma secreta yanqui resultó una innovación tecnológica. Su inventor nunca sospechó que estaba trazando el camino que los Estados Unidos seguirían en los próximos siglos. Inadvertida para los británicos, una cáscara de nuez que se desplazaba bajo el agua intentó taladrar el blindaje de cobre del buque insignia “HMS Eagle” para colocar una carga explosiva. El “Eagle” no sufrió grandes daños, pero el ataque sembró confusión en la flota.
Era la Tortuga Americana, el primer submarino operativo de la historia, impulsado por los músculos del sargento Lee y diseñado por David Bushnell, un estudiante de Yale. Tenía todo lo que era esencial en un submarino: tanques de lastre, sistema de propulsión, cargas explosivas y hasta una torreta de observación. Este prototipo artesanal se convirtió para Robert Fulton (1765-1815) en el germen de toda una filosofía: el submarino sería la “solución tecnológica” para la guerra, el arma definitiva que permitiría cambiar la historia. La tecnología iba a ser el instrumento que cambiaría el eje del poder, aseguraría el dominio total y haría imposible cualquier guerra futura. Cuando Fulton escribió su tratado Guerra de torpedos, resumió su credo en un epígrafe: “La Libertad de los Mares traerá la Felicidad a la Tierra”. El camino de la paz y el triunfo del bien pasaban por la guerra, quizá “punitiva” o aun “preventiva”.
Las enciclopedias suelen mencionar a Fulton como el creador del primer barco comercial de vapor, si bien la mayoría de sus inventos fueron de carácter bélico. Fulton desarrolló el submarino, los torpedos, las minas navales y los cañones Columbiad: otro nombre del cual se apoderó Verne cuando pensó en enviar hombres a la Luna. La paternidad de casi todos sus inventos fue muy discutida, y los historiadores ingleses aseguran que muchos no le pertenecían.
El joven Fulton inició su carrera como artista, pintando esas miniaturas sobre marfil que entonces se conocían como “camafeos”. Pese a ser un ferviente republicano, se marchó a Inglaterra apenas cuatro años después de la independencia norteamericana, para probar suerte como pintor. Su fracaso en el mundo del arte lo llevó a interesarse en otros temas, y en 1796 publicó un tratado sobre los canales de navegación. En Inglaterra, Fulton se impregnó de la ideología del naciente capitalismo industrial, pero depositó toda su confianza en la tecnología de armamentos como clave del desarrollo y de la paz.
E arma definitiva que iba a acabar con el Antiguo Régimen era el submarino. En 1797, Fulton se fue a Francia y le presentó al Directorio algunos escritos en pro del libre comercio y la paz perpetua. Apelando a “los amigos de la Humanidad”, les ofreció el arma que volvería imposible cualquier guerra. En una carta dirigida a un amigo inglés describía el submarino como “una curiosa máquina destinada a corregir nuestro sistema político”, lo cual dejaba muy pocas dudas en cuanto a sus intenciones.
En busca de financiamiento para su empresa, la Nautilus Company, Fulton se dirigió a Napoleón y se ofreció para crear una flota de “nautilus mecánicos” que servirían para atacar a la Armada inglesa. El pánico que causarían los submarinos pondría fuera de combate a la flota real, facilitaría la invasión francesa a las islas y llevaría al colapso de la monarquía británica.
Financiado por Napoleón, Fulton puso a punto su Nautilus en 1800 y realizó una demostración en el Sena ante el futuro emperador. El Nautilus navegaba a vela en la superficie, se movía bajo el agua impulsado por la fuerza de sus tres tripulantes, y podía permanecer hasta seis horas sumergido, usando aire comprimido y un snorkel. En los planos, Fulton se retrató a sí mismo mirando por el periscopio.
El Nautilus de Fulton alcanzó a realizar una incursión en el Canal de la Mancha, donde no llegó a causar daños materiales a los barcos ingleses, pero produjo gran inquietud.
______
Bibliografía:
Arguindeguy, Pablo E. - “Apuntes sobre los buques de la Armada Argentina”, tomo I, pgs.58/59 - Departamento de Estudios Históricos Navales, Buenos Aires, 1972
Bauzá, Francisco - “Historia de la dominación española en el Uruguay” - El Demócrata, Montevideo, 1929
Destafani, L.H. - Manual de Historia naval argentina
Ellauri Obligado, Gontrán - El primer submarino argentino - ¡Aquí está!, Buenos aires, 16 de octubre de 1941
Villegas  Basavilbaso  “Un proyecto de submarino en 1810” - Boletín del Centro Naval, tomo XXX

(1) Los dos militares que integraban la Primera Junta.
(2) Estos documentos se encuentran en el Archivo General de la Nación (VII-7-5-14), aunque no se ha podido hallar el informe secreto suscripto por Saavedra y Azcuénaga.
Fuente: http://www.histarmar.com.ar/InfHistorica/PrimerSubmArgentino.htm
22 de mayo de 2010 19:35 

Imagen y nota tomadas de saboogle.blogspot.com 

11 nov 2011

Tiempos pasados, ¿tiempos mejores?


(De Raúl Espino)

“Más de una vez, el conductor del vehículo en que viajamos, auto, colectivo, ómnibus, etcétera, resulta ser un obsesionado, un epiléptico, un enfermo mental o padecer de algún grave mal orgánico; sólo así pueden explicarse los tan frecuentes y graves accidentes que estamos acostumbrados a ver y que a veces llegan a adquirir un matiz repulsivo e impresionante; desde la intemperancia en el trato hasta el delirante desprecio a la vida propia y ajena, todas las gradaciones son posibles”.
Este párrafo, tan expresivo y contundente, no está extraído de una crónica periodística de los últimos tiempos sino de un informe suscripto por el Jefe de la Sección Higiene Industrial y Social de la Ciudad de Buenos Aires, el Dr. Ismael Urbandt, y fechado el 30 de octubre de 1937. Luego de mencionar algunos estudios llevados a cabo en distintas ciudades del mundo para conocer el origen de “las causas determinantes de las falsas maniobras de conductores” que provocan grandes accidentes, el médico señala que “en nuestro país no se practica el examen (médico) con el rigor que es de desear” ni “se conocen tampoco estadísticas médicas de causas de accidentes de tráfico, con los detalles precisos de los mismos”. El informe a que se ha hecho referencia está incorporado al Expediente Nº 389/37 de la Coordinación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires y fue producido a raíz de una solicitud de dicha empresa, preocupada por las condiciones físicas y psíquicas que debe exigirse a los aspirantes a desempeñar puestos de “chauffeurs” y “motorman” de los vehículos de transporte de pasajeros.
El Expediente 389/37 forma parte del conjunto de documentos histórico de la Secretaría de Transporte e integra el acervo archivístico que tiene bajo su custodia el Archivo General de la Nación. Algunos de esos documentos, iniciados en su mayoría por la ex Coordinación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires y la ex Comisión de Control de los Transportes de Buenos Aires, reflejan hechos cotidianos, curiosos y llamativos, que son toda una pintura de los años 30 y 40 de la pasada centuria. Una acabada expresión de las relaciones que vinculaban a los usuarios de ómnibus, tranvías y colectivos con quienes tenían la responsabilidad de organizar, coordinar y controlar su funcionamiento.
El Expediente 209/40 de la Comisión de Control, por ejemplo, se refiere a la reparación económica solicitada por el usuario de un tranvía cuyo pantalón fue dañado por el clavo de un asiento. A la exigencia del pasajero de recibir como resarcimiento la suma de $ 20 m/n, se opuso la contraoferta del ente de control que ofreció sólo $ 10. A pesar de que no surge de dichas actuaciones de qué modo se resolvió este conflicto, cabe advertir la consideración brindada al pasajero y la voluntad de evitar contratiempos similares al establecer las autoridades pertinentes que en el futuro “los coches que salgan a la circulación deberán ser perfectamente revisados por empleados competentes de la empresa a efectos de constatar el estado en que se encuentran, bajo pena de $ 20 m/n de multa por cada contravención”. Como simpática anécdota cabe agregar que el guarda del tranvía, al advertir el “accidente” que derivó en la rotura del pantalón, se apresuró a remachar el clavo con la máquina expendedora de boletos.
A ningún usuario del transporte público de pasajeros se le ocurriría en 2010 iniciar un reclamo semejante sabiendo de antemano que su gestión sería ridiculizada y condenada al fracaso, confirmándose así la presunción de que en este y otros aspectos “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero esta conocida sentencia no podría ser aplicada a la seguridad vial de la Ciudad de Buenos Aires, toda vez que la sucesión de graves accidentes de tránsito provocados últimamente por los medios de transporte genera hoy en día la misma preocupación y desasosiego que parecía experimentar el Dr. Urbandt en octubre de 1937.
______
Imagen: Tranvía porteño.
Material tomado del periódico El Barrio, 2011.

La vida entre torres


(De Sergio Kiernan)
 
Hace muchos años, ese gran periodista que es Carl Bernstein me explicó aquello que les dijo Garganta Profunda en un estacionamiento de Washington. Bernstein y Bob Woodward, entonces dos jóvenes periodistas, se habían topado con un escándalo que simplemente los superaba porque involucraba a la misma Casa Blanca. Una y otra vez, no entendían lo que veían y Garganta les decía siempre lo mismo: “Follow the money”. Sentado en Buenos Aires, Bernstein contaba que con el tiempo aprendió que la frase se aplicaba a mucho más que al caso Watergate.
Cuando se ven procesos enormes de cambio en los que el gobierno, cualquier gobierno, termina involucrado con consistencia, año tras año, titular tras titular y con una coherencia rara en este planeta, uno termina necesariamente pensando en quién se beneficia. Uno empieza a seguir al dinero.
La sistemática destrucción de Buenos Aires, el reemplazo de nuestro ecosistema urbano por algo fuera de escala, feo y manifiestamente inferior a lo que estaba antes sólo es entendible si se piensa en el dinero que hacen algunos. Y se trata de exactamente “algunos”, porque la industria de la construcción es concentrada y los jugadores en serio son un grupo relativamente pequeño. Si se compara a la construcción con las autopartes, el vino, o esa gigante que es la agroindustria, resulta que el Quién es Quién tiene muchas menos páginas. Ni hablar de si se compara con un sector realmente grande, como el de comercio o servicios.
Para que este grupo haga dinero se arrasa con nuestras ciudades, porque el proceso no es sólo porteño. Donde se vaya, en este país se verá el mismo panorama de ciudades grandes o pequeñas, de pueblos y hasta de pueblitos, arruinados por la simple construcción de grandes edificios. Basta que el lugar sea comercialmente atractivo, que haya gente mudándose allí, que haya turismo –y ahí entran los pueblitos– para que aparezca alguien haciendo una torre o lo que en el contexto local resulta una torre.
Nuestras anticuadas leyes tratan a la construcción como a una frágil damisela que necesita constantes socorros y favores para perdurar. Esto se entiende porque es un sector que, pese a su concentración, registra en el PBI y es un gran empleador. Lo que no se entiende, y es anticuado, es que se le permita la total falta de imaginación que exhibe. Todo empresario de la construcción quiere un lote donde ya vive el máximo posible de gente. Todo empresario quiere hacer el máximo posible de metros en ese lote. Ningún empresario parece imaginar que las ciudades pueden crecer, excepto si se trata de un Puerto Madero o de cargarse un barrio periférico residencial para entorrecerlo.
Sin crear recesión alguna, sin fomentar el desempleo y sin empobrecernos de manera alguna, se podría redirigir el negocio de este sector de modo que dejen en paz a sectores de la ciudad que no quieren crecer más. No podemos seguir con este vampiro que ronda buscando oportunidades, excepciones, favores legales y que cuando no los logra quiebra la ley aprovechando que el gobierno porteño se rehusa a sancionarlos. No podemos ver pasivamente cómo se arruina toda la ciudad como se arruinó Belgrano o Caballito.
Los hombres de la industria suelen escuchar estas razones poniendo cara de superioridad, de persona realista oyendo a un romántico. Su cinismo no les permite ver que se trata simplemente de pensar el negocio de otro modo, en otra escala. Con un poco de imaginación, podrían seguir igual de ricos sin destruir nuestro patrimonio e imponernos una pobreza de vida entre torres.
_____ 
Imagen: Torres en el barrio de Belgrano (foto wikipedia)
Material tomado del periódico Desde Boedo, 2011

Los cementerios de Flores


(De Ángel O. Prignano)

La primera iglesia de San José de Flores fue levantada en un lugar cercano a la actual calle Rivera Indarte, entre Rivadavia y Cnel. Ramón L. Falcón, sobre la primitiva manzana donada por la familia Flores para tales fines. Hacia el este de aquel primitivo y precario templo se ubicó el camposanto, cuya ha­bilitación data del 2 de septiembre de 1807 en que se sepultaron los res­tos del vecino Pedro Ximénez, español nacido en Murcia. Hasta entonces el pueblo de Flores carecía de enterratorio propio y las personas que fallecían eran inhumadas indistintamente en los cementerios de La Recoleta, Piedad o Montserrat.
El constante e incontenible incremento de la población y la muy céntrica ubicación de este pequeño enterratorio motivaron que, en 1830, el gobierno or­denara su traslado a otro lugar más apartado, razón por la cual el padre Martín Boneo inició gestiones a fin de obtener tierras donde instalarlo. Para este pro­pósito, los herederos de Esteban Villanueva y de Norberto de Quirno cedieron una parcela de 38 varas de frente por 78 de fondo en la manzana comprendida por las calles que hoy conocemos con los nombres de Varela, Remedios, Culpina y Tandil. Lue­go de la construcción de algunas dependencias imprescindibles merced al apor­te del gobierno de la provincia y a los donativos de los propios vecinos, el nue­vo cementerio fue bendecido el 20 de septiembre de 1832, aunque la prime­ra inhumación había tenido lugar el día anterior, cuando recibió sepultura un militar hallado muerto por asfixia en el Bañado de Flores, según consta en la foja 187 (frente) del libro segundo de defunciones de la iglesia de San José de Flores.
El nuevo cementerio fue ampliado al doble en 1850 y posteriormente recibió los restos mortales de algunas víctimas de la batalla de Caseros. En febrero de 1856 fue sepultado el cadáver del infortunado Gerónimo Costa, fusilado por orden del Gobernador Obligado luego de su fracasado intento revolucionario. En abril de 1863 se destinó una parte para el entierro de protestantes y disidentes, aunque dos años después fue secularizado y la municipalidad local lo habilitó para todas las confesiones.
Esta segunda locación se mantuvo en la jurisdicción eclesiástica hasta 1865, año en que los cementerios fueron transferidos a la propiedad pública, aunque por algún tiempo más las partidas de defunción continuaron asentándo­se en la iglesia. Mientras tanto y como había acontecido años atrás con el anterior, el avan­ce de la urbanización sobre sectores hasta ese entonces deshabitados del pue­blo de Flores hizo que se encontrara circundado por numerosas viviendas particulares. Por ello, luego de algunos pro­yectos de trasladarlo al sur de la ciudad y a la Chacarita, se decidió habilitarlo en un área lindera al bañado del partido, sobre tierras que venía arrendando el antiguo juez de Paz Isidro Silva. Fue así, entonces, que la Municipalidad de San José de Flores dispuso la clausura del enterratorio de Varela y Re­medios a partir del 1° de enero de 1872 y resolvió destinar ese solar a la construcción de un corralón, dependencia que ha perdurado hasta nuestros días. La actual locación del Cementerio de Flores había quedado habilitada cinco años antes, cuan­do el 9 de abril de 1867 fueron sepultados los restos mortales de la niña Elena Bergallo. En un principio ocupó una pequeña superficie con frente a la ac­tual calle Balbastro, entre las líneas de prolongación de San Pedrito y Castañón.
Al poco tiempo de su inauguración, concretamente durante ese mismo 1867, los herederos de Ramón Fran­cisco Flores hicieron una presentación formal ante la comuna local solicitando la adquisición de un terreno para construir una bóveda y trasladar allí los restos del general José María Flores –hijo de Ramón Francisco Flores– y otros miembros de la familia. Ante tal pedido, el presidente de la Municipalidad propuso la donación de dicho terreno en virtud de que el fundador Flores había cedido varias parcelas de tierra en el pueblo, entre ellas las que se destinaron a plaza y corrales. Esta propuesta fue aprobada por unanimidad y se les otorgó una fracción de “tres varas de frente por tres de fondo”, que “ser­viría para los que fallecieran de sus familias”.
Luego de algunas discrepancias entre los funcionarios municipales y los herederos de Flores acerca del lugar más adecuado donde erigir la bóveda, se accedió al pedido de los Flores que pretendían tierras en la calle principal dado que se trataba del fundador del pueblo. Entonces se construyó la blanca y colonial bóveda que los visitantes pueden ver en medio del camino principal, donde finaliza el sector de bóvedas y comienza el enterratorio general. En su frontispicio se lee una fecha: 1868, y una leyenda: Aquí yacen los restos mortales de la familia de Flores, fundadores de este Pueblo.
Transcurrida una década aún existían sepulcros en la antigua necrópolis que no habían sido trasladados. Por ello, en 1879 la Municipalidad de San José de Flores otorgó a los propietarios de bóvedas y sepulturas del ce­menterio viejo un plazo de noventa días a partir del 2 de junio de ese año pa­ra exhumar y trasladar los restos que ellos contuvieran “bajo apercibimiento que de no hacerlo así se procederá por la Municipalidad á hacer dicha exhumación y á depositar los restos en el osario general”. Lo hizo a través de avisos publicados en El Nacional y en poco tiempo se completó el traslado.
El cementerio carecía de oratorio, razón por la cual el sacerdote católico decía el responso al pie de la sepultura. La capilla recién fue inaugurada el 1° de noviembre de 1890, Día de Todos los Santos. A partir de entonces, el servicio se cumple en la capilla, que a partir de la construcción del peristilo, en los primeros años de la década de 1910, quedó integrada a la misma estructura, a la izquierda del portal.
La comunidad israelita, por su parte, a comienzos del siglo XX arrendó toda la sección sexta del nuevo cementerio. Lo ocupó entre 1900 y 1935. Así, en distintas jornadas del año sus ministros religiosos permanecían las veinticuatro horas del día en ese sector oficiando el ritual de los muertos. Cabe aclarar, si embargo, que la sociedad israelita Katscha se había presentado a la Municipalidad a mediados de 1903 para explicar una solicitud girada con anterioridad a esa fecha, dado que había generado ciertas confusiones. Aclaraba que ofrecían un terreno anexo al cementerio de Flores para que fuera destinado a un cementerio judío y pedía como única compensación que se le cobrara la mitad del precio de las sepulturas en ese recinto. Katscha tenía ramificaciones en todo el mundo y estaba compuesta en su mayor parte por gente trabajadora. “El propósito de la propuesta no se inspira en ningún negocio” y el “fin que persigue la sociedad es proveer de sepultura a sus asociados, dentro de las condiciones de su ley religiosa”, argumentaban sus directivos. Es sabido que ser sepultados en un cementerio propio es para los israelitas una obligación ineludible, por lo que en el caso de que el pedido no fuera atendido, la Katscha anunció que establecería su enterratorio en la provincia de Buenos Aires, cosa que al final ocurrió.
La Municipalidad de Buenos Aires adquirió, en 1903, una fracción de terreno a efec­tos de ocuparlas en la ampliación del cementerio, aunque recién al finalizar esa década encaró algunos estudios y proyectos de nivelación de tierras pa­ra ese fin. En 1910 se creó la Dirección General de Cementerios que tuvo como prin­cipal objetivo la centralización y reorganización de los servicios. En el tras­curso de ese año hubo escasez de espacio para nuevas sepulturas en Flores, por lo que fue necesario habilitar parte de las secciones destinadas a bóvedas para inhumaciones en tierra. Al año siguiente seguían los mismos problemas y debió avanzarse sobre algunas calles interiores, pues de otro modo no hubiera sido posible enterrar todos los cadáveres que ingresaban a diario. Además no se contaba con hornos crematorios, carencia que obligaba a ocupar tierras en la inhumación gratuita de los pobres fallecidos en los hospitales. Urgía, entonces, solucionar estos inconvenientes con el terraplenado y anexión de la totalidad de los terrenos que se habían adquirido a tal fin. Pero esa tarea se dilataba. La crítica situación, sin embargo, se vio atenuada con la construcción de nichos contra el muro de la calle Balbastro, lo que permitió desocupar 5.305 sepulturas que fueron destinadas a nuevas inhumaciones. Poco tiempo después se procedió a tomar parte de los terrenos adquiridos para ampliar la zona de enterramientos y se concretó la construcción del peristilo sobre la misma calle Balbastro, el mismo que puede apreciarse en estos días.
Con todo se seguían utilizando las sendas interiores para las inhumaciones, por lo que pronto gran parte de esos caminos quedaron ocupados con nuevas sepulturas. Durante 1912 se procedió a abovedar las calles no afectadas y se construyeron cunetas para facilitar su desagüe. Los caminos principales, asimismo, fueron adornados con jardines y se proveyeron seis columnas surtidoras de agua y otros servicios complementarios. Cinco años más tarde se encaró la forestación integral del cementerio, plantándose 310 ejemplares de distintas variedades de árboles. Mientras tanto, los terrenos adquiridos para su ensanche seguían sin aplicarse en su totalidad a esos fines, por lo que en 1926 se trató de paliar el déficit de tierras con la construcción de “200 nichos para cadáveres y 1.000 urnas” a un costo de treinta mil y ochenta mil pesos moneda nacional, respectivamente. Durante ese año se hicieron 2.324 inhumaciones. Al promediar la década del ‘30 se llevaron a cabo, por fin, algunos trabajos de cierta envergadura para ocupar definitivamente las tierras aledañas. Tales obras demandaron de la Municipalidad una erogación superior a los seiscientos treinta y dos mil pesos moneda nacional.
Otro serio problema era la falta de un cerco perimetral adecuado y duradero que reemplazase al precario y en muchas partes seccionado alambre tejido existente. Esta carencia motivaba las continuas quejas del vecindario –cada vez más numeroso– que debía presenciar a diario el triste espectáculo de las inhumaciones y el ingreso de animales que deambulaban entre las sepulturas pastando en total libertad. Las autoridades comunales tomaron cartas en el asunto, pero recién en 1941 se llegó a una solución definitiva cuando el Departamento Ejecutivo autorizó al Ente Autónomo de Industria Municipal la iniciación de diversas obras, entre ellas un cerco perimetral de mampostería en los terrenos comprendidos por las calles Varela, Balbastro, Lafuente y Castañares. También en 1941 se estableció ¡la censura previa a las leyendas recordatorias que los familiares de los difuntos colocaban en sus sepulcros! Un decreto municipal de ese año dispuso que “toda inscripción en monumentos, panteones o placas de homenajes deberá previamente ser autorizada por la Dirección de Cementerios”.
Hacia fines de la década siguiente se concluyó una monumental obra: el Gran Panteón que ocupó el lugar de una laguna, en las proximidades de Varela y Castañares. Esta obra fue realizada por la empresa de construcciones Seminara SRL e inaugurada en 1958. El solar había sido donado en 1937 por la Intendencia Municipal a la Asociación de Fomento de San José de Flores, junto con otro situado en el lugar que hoy ocupa la plaza Francisco Sicardi, para que construyera allí un polígono de tiro, pero todo quedó en la nada. Años más tarde se encararon estudios para la construcción de un nuevo muro en sectores próximos a este Gran Panteón, la playa de estacionamiento, el portón de acceso a dicha playa que se ubicó en Balbastro y Varela, la casilla para vigilancia y diversos senderos de los alrededores. Ello demandó la elaboración de un proyecto presupuestado en diez millones cuatrocientos mil pesos. Al mismo tiempo se previó la construcción del Osario General a un costo de dos millones de pesos. Además se hizo necesario atender otras obras, algunas de importancia relacionadas sobre todo con el sector de nichos mencionado más arriba. Los contratistas Lasta y Lejarraga, entre tanto, se encargaron de la pavimentación de senderos y la construcción de desagües en el sector de sepulturas de niños. A fines de 1963 llevaban realizados el treinta por ciento de esos trabajos y al año siguiente los concluyeron.
Ya en épocas más recientes se concretó la última ampliación. Un sector ubicado hacia el norte, calle Balbastro de por medio, fue habilitado oficialmente el 1° de octubre de 1979 como Cementerio Parque. La primera inhumación correspondió a los restos de la señora Rosa Guida de Gnocchi. Este ensanche fue objetado por la población del Bajo Flores, que consideraba más lógico su expansión hacia el sur, sobre zonas recuperadas de los antiguos bañados. No obstante, a partir de entonces todo esa parcela se viene cubriendo paulatinamente con nuevas sepulturas. Una vez consumada tal ampliación, el tramo de Balbastro entre Lafuente y la plaza Francisco Sicardi quedó en el interior del cementerio, con lo que el tránsito público en ese sector queda clausurado cuando cierra sus puertas. En consecuencia, desde dicha plaza fue abierta otra arteria que en amplia curva bordea el paredón del cementerio parque y desemboca en Lafuente, entre Velázquez y Balbastro. A principios de la década del ‘90, el Cementerio de Flores ocupaba una superficie de 17 hectáreas con 30.190 sepulturas, 882 bóvedas, 16 panteones, 156.703 nichos para ataúdes y 83.552 nichos para restos. Pero, como ha quedado dicho, en años posteriores fue ampliada la zona de inhumaciones en el llamado cementerio parque, por lo que un registro actualizado deberá incrementar necesariamente el número de sepulturas.

BÓVEDAS Y PANTEONES

Un cuidadoso recorrido por el sector de bóvedas y nichos nos dio material para confeccionar una lista con los nombres de algunas antiguas y notorias familias de Buenos Aires y del viejo Partido de San José de Flores. A la ya nombrada bóveda de los Flores, se agregaron las de las familias de Antonio Terrero, Juan Nepomuceno Márquez, Montarcé, Aranguren (con los restos del doctor Juan F. Aranguren, primer director del hospital Álvarez), Melián Blanco (donde descansan los huesos de José Antonio Melián, militar que combatió durante las Invasiones Inglesas y en las guerra de la Independencia), Romero Bilbao (con el sepulcro del historiador Manuel Bilbao), Cambiasso (con los restos de Juan y Antonio Cambiasso, propietarios de tierras en lo que hoy es Villa del Parque), Mercante (donde descansan los restos del Cnel. Domingo A. Mercante, gobernador de la provincia de Buenos Aires durante el período 1946-52), Francisco Santojanni (donante del hospital que lleva su nombre), Agustín Méndez (concesionario del primer servicio de tranvías a caballo de Buenos Aires junto a sus hermanos Teófilo y Nicanor), Manuel B. Bahía (ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires), Rómulo D. Carbia (primer historiador de Flores con su libro “Bosquejo Histórico de San José de Flores” publicado en 1906), Martín Farías (juez de Paz de San José de Flores entre 1829 y 1831), Juan Guereño (iniciador de una tradicional casa jabonera) y Próspero Pángaro (comerciante e industrial vitivinícola).
En sendas modernas bóvedas sin identificación exterior fueron depositados los restos del pintor Tomás Ditaranto y los de la educadora Ángela S. de Muscio, benefactora de escuelas, entre ellas la Nº 18 del Distrito Escolar XI (Lautaro 1440). La Asociación Cooperadora de este establecimiento educativo lleva su nombre. Asimismo, poseen bóvedas en este cementerio las siguientes comunidades y congregaciones religiosas: Hijas de La Misericordia, Hermanitas de la Asunción, Instituto del Buen Pastor, Comunidad de P. F. Capuchinos, Misioneros y Cofradía del Inmaculado Corazón de María, Congregación de Hermanas Trinitarias de Madrid, Hermanas Oblatas de S. S. Redentor, Religiosas de la Sagrada Familia y Comunidad de La Visitación. Una muy pequeña y antigua, situada entre otras más grandes y suntuosas, es la que alberga los restos del doctor Manuel Vicente Soriano, considerado el primer médico de San José de Flores. Se había establecido en 1835, cuando Flores era un pequeño pueblo de campaña.
Entre los panteones merecen destacarse el de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, habilitado en mayo de 1901, el de la Sociedad Italiana La Providenza, inaugurado el 25 de abril de 1904, el del Círculo y Escuela de Obreros San José de Flores, el de la Sociedad Juventud de Flores, de 1916, el de La Recíproca, perteneciente al personal de Obras Sanitarias de la Nación, y el Panteón Naval. Hasta no hace mucho tiempo, aún se mantenían en pie los sepulcros de Isidro Silva, juez de Paz de San José de Flores entre 1848 y 1852, de la familia Silveira, ganaderos y antiguos vecinos de Flores que poseyeron tierras en lo que ahora es el barrio de Flores, y la familia de Antonio Millán. Estas bóvedas, lamentablemente, fueron vendidas y luego demolidas para construir otras en su lugar.
En la sección quinta del enterratorio general se encuentra el monumento erigido en memoria del doctor Edelmiro R. Franco, “el médico de los pobres”, que ofrendó su vida para salvar la de un niño en el bañado. En el sector de nichos de Balbastro y la línea de continuación de San Pedrito, entre tanto, el que lleva el Nº 5235 corresponde al payador Gabino Ezeiza, fallecido el 12 de octubre de 1916.
______
Imagen: Pórtico del Cementerio de Flores.