19 ene 2012

Pasaje Rivarola: un pedazo de París


(De Gabriela Sharpe)

Simetría, sosiego y originalidad imperan en este pasaje construido en 1924 a semejanza de uno que existe en París.
No tiene el glamour del Bollini ni la elegancia del Corina Kavanagh.  Pasa inadvertido, se llega a él, en la mayoría de los casos, no por saber de su existencia sino por confusión, por azar o por error. Si bien está en el centro de la ciudad, el ruido de las calles aledañas no lo afectan; ubicado en el barrio  San Nicolás, entre Bartolomé Mitre,  y Tte. General Perón al 1300, y sus transversales Uruguay y Talcahuano, tiene la virtud de permanecer tal cual fue construido hace 88 años atrás. Persiste en el tiempo y eso es un logro que pocos lugares de la ciudad pueden vanagloriarse.
Dicen que los arquitectos Cruz, Petersen, Thiele, diseñadores del pasaje, lo pensaron a imagen y semejanza de uno que existe en París y comparte con su modelo francés la particularidad de que los frentes de ambas veredas son exactamente iguales, como si estuvieran reflejando un espejo: cúpulas, balcones, puertas, ventanas y los locales comerciales tienen su correspondiente réplica del otro lado de la calle.  Las dos fachadas enfrentadas son simétricas en todos sus puntos, aún en el remate edilicio en los accesos a Mitre y Perón, donde se alzan las cúpulas abovedada con un mirador que esconde un departamento, en cada una de ellas.
Su construcción fue ordenada por la compañía de seguros La Rural, motivo por el que llevó el nombre de la empresa hasta 1957. En ese año se decidió un cambio de nombre que actualmente rinde homenaje a Rodolfo Rivarola, uno de los últimos exponentes de la generación del 80, fundador de la Facultad de Filosofía y Letras.
Este pasaje, que invita a perderse dentro de la ciudad y poner la mirada en tantos detalles, que el visitante suele perder la noción del espacio, y también olvida el tiempo transcurrido, justamente en este pasaje del tiempo detenido un reloj grandote, redondo, nos vuelve a la realidad, es que la Casa Raab, más conocida como La Chacarita de los relojes, antigua relojería que tiene ejemplares de colección y es visitada por anticuarios de todo el mundo.
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Ilustración: Pasaje Doctor Rodolfo Rivarola (Foto www.skycrapercity.com)
Nota tomada del sitio Buenos Aires Sos.

17 ene 2012

Origen y apertura de la avenida Perito Moreno


(De Ángel O. Prignano)   
                                                                               
 La compañía The Buenos Aires Western Railways Limited (Ferrocarril del Oeste), de capitales ingleses, a fines del siglo XIX  proyectaba un ramal ferroviario en sustitución del llamado Tren de las Basuras que ya había resuelto clausurar definitivamente. Hasta ese momento, este tren tenía a su cargo principalmente el acarreo de los residuos y desperdicios que generaba la ciudad, desde el embarcadero de basuras situado en Rivadavia y Esparza donde la volcaban los carros recolectores, hasta la quema de Amancio Alcorta y Zavaleta donde era destruida por el fuego. El nuevo ramal carguero que pretendía habilitar ahora no tendría esa característica y se desprendería de su línea principal a la altura de la actual estación Villa Luro para correr con rumbo sudeste hasta el Riachuelo.
Decidida la clausura del viejo ramal, la planificación y construcción del nuevo obligó a la empresa citada a iniciar contactos con los dueños de las tierras que se verían afectadas por su traza. De este modo fue concretando sucesivas operaciones, entre ellas la realizada con los herederos de Vicente C. Silveira, que les vendieron una lonja que cruzaba en diagonal el extremo sudoeste de su propiedad. Tal terreno tenía una superficie de 8.151,077 metros cuadrados y lindaba al norte y al sur con los vendedores, al este con terreno municipal y al oeste, camino de por medio (actual Mariano Acosta), con Marcos Demarchi. La venta fue protocolizada el 5 de junio de 1895 por el escribano José María Torreguitar.
El mismo día en que clausuraba el Tren de las Basuras 14 de septiembre de 1895, el Ferrocarril del Oeste inauguraba el ramal Liniers-Riachuelo. A partir de entonces, por más de medio siglo este pintoresco tren surcaría extensos territorios que hoy forman parte de los barrios de Villa Luro, Parque Avellaneda, Flores, Villa Soldati y Nueva Pompeya. Recordemos que el Ferrocarril del Oeste, al quedar en poder del Estado, se denominó Domingo F. Sarmiento y hoy su explotación se encuentra privatizada a cargo de la empresa Trenes de Buenos Aires.
Como ha quedado dicho, se desprendía de la línea principal ascendente en las cercanías de la actual estación Villa Luro más precisamente a la altura de la calle Lope de Vega y, después de cruzar la avenida Rivadavia a pocos metros de Homero, se dirigía hacia el legendario Bañado de Flores zona inundable y cenagosa que muy pocos se atrevían a transitar en dirección a la estación Riachuelo (luego Ingeniero Brian), en Nueva Pompeya, y el Mercado Central de Frutos de Avellaneda.
Este ramal también contó con una bifurcación a la altura del kilómetro 8 de la vía descendente, que luego de traspasar la avenida Rivadavia entre las actuales Olivieri y Cardoso, empalmaba con la vía proveniente de Liniers entre Rafaela y Cajaravilla. Esta bifurcación fue levantada en 1923, cuando se electrificó la línea, dando lugar a un tramo de las calles Medina y White, y también a una plazoleta triangular (Rivadavia, White y Medina) que desde 1935 lleva el nombre del músico italiano Vicente Bellini. En virtud de que allí se agrupaban tres vías ferroviarias la línea principal del FCO y los dos desprendimientos del ramal al Riachuelo, esa zona de Villa Luro fue popularmente conocida como “las tres vías”.
Los mayores inconvenientes que debieron superarse para el tendido de este ramal se hallaron en el bañado, por lo que la empresa del ferrocarril debió construir terraplenes sobre los que fue extendiendo las vías. Uno de los grandes escollos fue la extensa laguna situada en el lugar que hoy ocupan las villas miseria 1, 11 y 14 genéricamente conocidas como del Bajo Flores y la Ciudad Deportiva del club San Lorenzo de Almagro (1). Para atravesar dicha laguna debió construirse un sólido talud con alcantarillado que permitiera la circulación de las aguas. Dadas sus características constructivas, por muchos años sirvió de muro de contención de las lagunas que se formaban con las lluvias y los torrentes que buscaban su natural reposo en las zonas más bajas. En tales circunstancias, las zanjas y zanjones que conducían las aguas al bañado se transformaban en riachos caudalosos y sumamente peligrosos. Por ello, el talud por donde se colocaron las vías fue utilizado habitualmente por los vecinos como camino seguro entre el Bajo Flores y Villa Soldati o Nueva Pompeya. Así, durante esas inundaciones y en distintas horas del día solían formarse caravanas de peatones, cuyas figuras se recortaban sobre el horizonte en lo alto del terraplén.
Este ramal al Riachuelo esencialmente carguero también contó con dos servicios diarios de pasajeros entre las estaciones Once y Riachuelo. Estos servicios comenzaron inmediatamente después de su habilitación y cesaron el sábado 28 de abril de 1923, tres días antes de que se inaugurara la electrificación de la línea urbana del Ferrocarril del Oeste.
En todo su trayecto existían dos puentes, uno carretero y peatonal, y otro ferroviario. El primero se ubicaba en el cruce con el Camino de Campana (hasta hace poco tiempo avenida Del Trabajo, hoy Eva Perón). Su abovedada estructura de ladrillos rojos a la vista permaneció en pie hasta septiembre de 1979, en que fue demolido para dar paso a la autopista Perito Moreno (AU 6). El puente ferroviario es aquel que aún podemos ver a pocos metros de la avenida Francisco Fernández de la Cruz, construido para que pudieran cruzar los trenes de la Compañía General de Ferrocarriles de la Provincia de Buenos Aires (luego Gral. Manuel Belgrano, hoy privatizado y explotado por la empresa Trenes Metropolitanos) (2).  En las cercanías del viejo puente de Campana, aproximadamente en Laguna y la vía, se encontraba la casilla donde se guardaban las herramientas que los obreros ferroviarios usaban para el mantenimiento de los rieles. El capataz (o control de vías) que en la década de 1920 estaba a cargo del tramo Nueva Pompeya-avenida Directorio se llamaba Aguenor Bedetti, hombre rudo que “calzaba” un Smith & Wesson calibre 32 con cartuchera y cinto portabalas. Había que hacer frente a los delincuentes que muchas veces intentaban hacer disminuir la marcha de los convoyes para sustraer algo de la carga que portaban. Así de bravo era el Bajo Flores de aquellos tiempos.
El Estado nacional se hizo cargo de los ferrocarriles en 1948 y tres años después, en 1951, clausuró definitivamente el ramal Liniers-Ing.Brian. Enseguida se levantaron los rieles y comenzó la construcción de una gran arteria que uniría las zonas oeste y sur de la ciudad. De este modo, ese mismo año fue inaugurada la avenida Del Justicialismo.
Su traza dejó algunos espacios verdes a los que después se les fue dando nombres. Tales los casos de la mencionada plazoleta Vicente Bellini, que lleva esta denominación por ordenanza municipal Nº 6754 del 7 de agosto de 1935, y la plaza José Martí ubicada entre la nueva avenida y las calles Zuviría, Tte. Gral. Nicolás Levalle, Crisóstomo Álvarez y Mariano Acosta, cuyo nombre le fue dado por decreto municipal Nº 358 de 1953. Otras rotondas y plazoletas permanecen anónimas y sin parquizar, como las de Varela, Riestra y Castañares que fueron surgiendo a lo largo de la nueva arteria y hoy son “invadidas” los fines de semana por la muchachada futbolera del barrio.
La denominación de origen de esta avenida (Del Justicialismo) se mantuvo vigente hasta 1955, cuando por decreto Nº 1508 tomó el nombre del ilustre naturalista y explorador Francisco Pascasio Moreno (Perito Moreno). Entre 1973 y 1976 recuperó su nombre primigenio, para volver al actual mediante decreto-ordenanza Nº 1665/76.
A partir de 1981 y con la habilitación de las autopistas urbanas en Buenos Aires, el tramo que va desde la avenida Tte. Gral. Luis J. Dellepiane hasta Villa Luro fue tomado por la autopista Perito Moreno (AU 6), cuyo nivel sobreelevado dejó sepultada la antigua traza de la avenida homónima.
Y ya para finalizar, mencionemos tres pequeñas calles y el último segmento de una importante arteria que han quedado como virtuales veredas de la avenida Perito Moreno después de su apertura, pues corren paralelas a ella. Nos referimos a Pitágoras, ahora junto a la autopista entre Juan Bautista Alberdi y Directorio, María Remedios del Valle, entre Monte y Eva Perón, Eustaquio Cambieses, entre Portela y Mariano Acosta, y el tramo final de la avenida Bruix, también entre Monte y Eva Perón.
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(1)En este último lugar hoy vemos erguirse el novel estadio del club, bautizado “Pedro Bidegain”, conocido popularmente como Nuevo Gasómetro e inaugurado el 16 de diciembre de 1993.
(2) En la década de 1950, luego de la desactivación de este ramal, se construyó otro puente carretero cuando se diseñó el camino de acceso al Aeropuerto Internacional de Ezeiza (hoy avenida Tte. Gral. Luis J. Dellepiane), en uso en nuestro días para la autopista 25 de Mayo.

Imagen: Avenida Perito Moreno (Foto AUSA).

16 ene 2012

“La chinche se le fue al mate”


(De Alfredo de la Fuente)

Sra. Hilda Briano de Contursi:
Querida amiga Hilda, espero que los tuyos estén bien y gozando de buena salud. Sobre todo José María que aunque a veces te haga renegar como pasa con los hijos generalmente, es un buen chico y como se ve, muy inteligente. Dios quiera que pueda estudiar y se convierta en un hombre bueno y útil. Eso parece por lo menos, según pude observar las pocas veces que hablé con él.
El motivo de mi carta es para confirmarte que los últimos detalles respecto al destino de los restos de Pascual creo que han sido llevados a cabo y también para contarte los pormenores de su traslado sobre los que no recuerdo si he tenido oportunidad de hablar con vos.
Siempre andamos a  la apurada, como por ejemplo ahora, en que tengo que salir de viaje nuevamente. He creído entonces que lo más práctico era enviarte unas líneas tanto para reiterarles mi afecto como para despedirme.
Pascual empezó a andar mal en París.Yo lo notaba muy raro hacía tiempo, a veces decía macanas, pero al principio lo atribuí a su manera de ser, ya sabemos lo que es un artista sobre todo un payador, pero su conducta se fue haciendo cada vez más extraña, desaparecía sin que nadie supiese dónde se había metido, faltaba a sus compromisos, llegaba tarde a las actuaciones o directamente no iba, sin dar explicación alguna con los consiguientes contratiempos. Pensé que estaría tomando de más y un día se lo dije. Lo que me contestó no tenía nada que ver, algo así como que lo hacía porque la estatua de Napoleón en los Inválidos se iba a caer y él tenía que evitarlo por todos los medios ya que el Premier se lo había pedido especialmente. Te imaginás, me quedé de una pieza sin saber a que atenerme. Después le resté importancia convencido que me estaba cachando. Otra vez lo encontramos cerca de donde vivía, por allí por el barrio latino, caminando descalzo: nos contó con mucho sigilo y mirando para todos lados, que lo hacía para poder correr más ligero porque lo perseguía la Sureté.      
Nos dimos cuenta por fin, al principio nos costaba creerlo, pensamos que lo hacía por jorobar. Luego llegamos a la conclusión que algo malo pasaba y no podíamos dejarlo así.
Ya sabés como es nuestra vida, sobre todo allá en Francia. Nosotros viajábamos de vuelta a la Argentina, y en ese estado, él no podía quedarse solo, porque allá está lleno de argentinos pero todos están muy ocupados con sus cosas. El asunto fue convencerlo, ya que no quería saber nada. Lo tuvimos que engrupir que acá lo requerían para una serie de actuaciones espectaculares, en el Apolo, el Politeama, que le iban a pagar un montón de plata y no se podía desaprovechar la oportunidad. Al final accedió, le sacamos el pasaje. En el barco, no se si por el agua o que, se puso peor y tuvo que viajar encerrado en el camarote, bajo vigilancia. El capitán así como el médico de a bordo, se mostraron muy comprensivos y lo atendieron bien; claro que cuando llegamos a Buenos Aires, respiraron tranquilos de sacarse el problema de encima.
Esto que pasó aquí ya lo sabés puesto que participaste de las medidas que hubo que tomar, me refiero a la internación y todo eso. No se si hablaste con los  médicos o te dijeron algo. Yo lo hice, les expliqué lo que pude dada mi poca experiencia en estas cosas. Por ejemplo en un momento de lucidez en que hablamos me dijo que cuando estaba mal y decía disparates se daba cuenta que lo hacía. Era, me dijo, como si fuese otro el que actuaba en su nombre y él lo observara sin poder evitarlo. Se lo conté a uno de los doctores y me explicó que ése era el rasgo más evidente de lo que llaman esquizofrenia (una forma de locura) y hace más triste la enfermedad, ya que el paciente está, de alguna manera, consciente de lo que pasa.
Otro médico no le dio importancia a la historia, señalando que todo era consecuencia de las enfermedades venéreas mal atendidas. Como dicen ahora los muchachos: “la chinche se le fue al mate”.
A todos los conmovió la mala noticia y aunque pocos lo visitaban, se portaron muy bien. Carlos el primero, como siempre, me recomendó que lo tuviese al tanto y no dudaras en recurrir a él.
Esto es todo, Hilda. Sólo falta arreglar lo de la tumba en Chacarita. Ya le encargué la inscripción de la placa como me dijiste: A Pascual Contursi, la fecha, su esposa e hijo. Por mi lado voy a agregar otra de parte de los amigos.
La vida continúa y sé que vos la sabés afrontar. De cualquier forma contá conmigo y recibí en nombre de su recuerdo, un fraternal abrazo de tu amigo.
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Ilustración: Tapa de la primera edición de la partitura del tango “Mi noche triste” (Lita), de Contursi y Castriota.

14 ene 2012

El correo neumático de Buenos Aires


(De Otto Carlos Miller)

Hoy, Internet mediante, en pocos minutos podemos escuchar una partita de Juan Sebastián Bach, consultar libros y documentos de una biblioteca, visitar un museo y tener noticias de lo que está ocurriendo en un sitio muy remoto para nosotros. En segundos podemos enviar, recibir o mantener un diálogo escrito u oral, incluyendo imágenes fijas o móviles, a cualquier punto del planeta, desde nuestra casa o la calle.
La informática ya se impuso sobre los medios tradicionales que resultaron revolucionarios en los siglos XIX-XX y que antes de iniciar el siglo XXI ya pasaron a ser antigüedades  y algunos  piezas de museo.
Buenos Aires, igual que los principales países europeos y Estados Unidos, tuvo su importante correo neumático que funcionó desde mediados de la década del treinta hasta finalizar la del 70. Vayamos al rescate de su memoria.

¿QUÉ ES UN CORREO NEUMÁTICO Y COMO FUNCIONA?
Se trata de un dispositivo que actúa mediante un sistema combinado y alternado de presión y vacío, dentro de un tubo, y es utilizado para enviar y recibir objetos materiales.
Basado en el principio aerodinámico de Heber, se genera una corriente de aire en uno de los extremos del cilindro (emisor), dicha corriente de aire  presiona como un émbolo al objeto (torpedo) ajustado al tubo conductor. El  material enviado, al llegar a la mitad del recorrido deseado se detiene, y simultáneamente pone automáticamente en funcionamiento una bomba aspirante instalada en el punto opuesto del caño que provoca el vacío y atrae a la carga hasta el  extremo final del recorrido.
La instalación siempre es de doble vía tubular, receptora y transmisora.
Este sistema, hoy todavía se sigue utilizando en algunas empresas comerciales, organismos públicos y naves de ultramar mercantes y de guerra. Por supuesto que con una limitada utilidad restringida al ámbito del espacio cerrado.

LLEGA EL CORREO NEUMÁTICO A BUENOS AIRES
En noviembre de 1887, (1) siendo presidente el doctor Miguel Juárez Celman y vicepresidente el doctor Carlos Pellegrini, se sanciona la ley 2245 autorizando la instalación de un correo neumático en la Capital Federal. El 24 de noviembre del mismo año se vota en el Congreso la disposición de fondos para su instalación.
El 3 de julio de 1888, el presidente Juárez Celman suscribe el decreto comisionando al ingeniero Otto Krause: “[...] para que bajo la superintendencia de la Dirección General de Correos y Telégrafos practique los estudios necesarios y presente el proyecto y planos  definitivo, con las especificaciones y memorias correspondientes, para instalar debidamente el correo neumático en la Capital [...].
El 25 de julio del mismo año,  el director general de Correos y Telégrafos, doctor Ramón J. Cárcano y el ingeniero Otto Krause, firman el convenio respectivo con un plazo de cinco meses para cumplir con la presentación del proyecto y sus respectivos planos.
El ingeniero Otto Krause cumplió su compromiso en los tiempos pautados para concretar la instalación del correo neumático. Problemas de índole técnico, político y burocrático postergaron la ejecución por más de cuarenta años. Uno de los factores –técnicos–  consistió en la complejidad para la  instalación subterránea de las tuberías.
En 1912 comenzaron las obras para habilitar el túnel de cargas del Ferrocarril Oeste, que hoy todavía circula entre Puerto Madero  hasta la zona de la  intersección de la avenida Díaz Vélez y Bulnes. Dicho túnel quedó habilitado el 15 de febrero de 1916.
Posteriormente se utilizaría esta misma construcción para instalar los tubos del correo neumático que permanecen aún.

SE INAUGURA EL CORREO NEUMÁTICO
Finalmente, el 13 de abril de 1934, bajo la presidencia del general Agustín P. Justo se inaugura el correo neumático (2). Lamentablemente, el ingeniero Otto Krause, mentor y entusiasta del proyecto, había fallecido el 14 de febrero de 1920, quizá pensando que jamás se realizaría su sueño progresista.
El diario La Nación del 10 de abril de 1934 destaca un título que dice: Será inaugurado el viernes parte del servicio de tuberías neumáticas de Correos y Telégrafos.
La Dirección General de Correos y Telégrafos inaugurará el viernes próximo a las 9,45 una parte de la red subterránea de tubos neumáticos para sus comunicaciones dentro del radio metropolitano y con la que esa dependencia se propone simplificar considerablemente algunos de los servicios que le está confiados en la ciudad.
El acto inaugural se cumplirá en el puesto número uno de la malla de conductos, situado en la plaza del Congreso, calle Rivadavia a la altura de Montevideo, con la presencia de los altos jefes de la repartición y de algunos invitados. [...] Se trata, por lo demás, de un moderno medio de comunicación adoptado por los países más adelantados en materia postal y telegráfica y que ha de proporcionar también entre nosotros un evidente beneficio público. [...]
El correo neumático que funcionó en Buenos Aires era una maravillosa obra con un recorrido –entre ida y vuelta– de 21 kilómetros que con las desviaciones de los ramales alcanzaba los 60 kilómetros, siempre teniendo en cuenta el doble viaje, es decir 30 kilómetros de recorrido total.
El mecanismo, como ya se señaló, consistía en la combinada alternación automática entre dos bombas neumáticas. La primera, de emisión, “empujaba” a un torpedo ajustado al tubo, y en la mitad del trayecto se desaceleraba hasta detenerse, y de inmediato en forma automática comenzaba a funcionar la bomba del extremo receptor “aspirando” la carga.
Cada torpedo cilíndrico, de aluminio con tapa de cuero, incluía cartas expreso y hasta treinta telegramas.
Unía el palacio central de Correos y Telecomunicaciones con los principales radios de la Capital Federal.
El recorrido constaba de 14 estaciones donde funcionaban 52 aparatos transmisores e intermediarios.
Cada ramal podía trabajar en forma independiente.
La velocidad media del torpedo era de 12 metros por segundo y podía emitirse con una frecuencia de dos minutos.
En Plaza Congreso, donde se realizó el acto inaugural, se encontraba el puesto retransmisor Nº 1, cuya estructura hoy se mantiene pero sin el cartel que decía: “Correos y Telégrafos. Servicio neumático”.
Esa planta actuaba de empalme donde se efectuaba el desvío a la Sucursal deseada o a la Agencia Principal (A.P.). Desde allí se procedía a la inmediata distribución con destino final.
En los cinco primeros días de funcionamiento del correo neumático, el promedio de 1.304 piezas diarias aumentó a 1.424, es decir un incremento de 120 unidades llegando en ocasiones a 1.905 piezas.
A pesar de la innovación, la totalidad de los usuarios habituales del correo común no utilizaban este servicio con frecuencia, estaba más circunscrito a operaciones comerciales.
En sus treinta y cuatro años de funcionamiento hubo muchos ciudadanos de Buenos Aires que ignoraron su existencia.

FINALIZA EL CORREO NEUMÁTICO
El vertiginoso avance tecnológico, entre otras cosas la creciente automatización de los teléfonos en el Gran Buenos Aires, y el sistema de “anticipos telefónicos” para los telegramas, hizo innecesario el costoso mantenimiento del correo neumático.
El 6 de noviembre de 1970 –después de 36 años de inaugurado– dejó de funcionar la red del correo neumático de Buenos Aires.
Su vida fue efímera, aunque larguísima  para la acelerada tecnología actual donde los equipos electrónicos envejecen en un año o menos.
Ver hoy la entrada al puesto retransmisor en Plaza Congreso, con su estructura deteriorada y sin el cartel que ostentaba su condición de correo neumático, causa cierta tristeza porque quizá sea el último supérstite testigo de otra época.
¿Dónde quedó el esfuerzo del ingeniero Otto Krause, del doctor Cárcano, del intendente  Arturo Goyeneche y de tantos otros entusiastas? En el olvido de unos y en el desconocimiento de otros.
El teléfono, el correo electrónico e Internet, suplen con múltiples ventajas a este ingenioso sistema de comunicación, que sin duda marcó un hito en la lucha de las comunicaciones por vencer distancias y tiempos.
El correo neumático hoy nos parece ingenuo y hasta técnicamente artesanal. Pero cabe una pregunta: ¿Los  medios de hoy, garantizan la absoluta privacidad y el secreto de una comunicación? La respuesta es segura: No. Todo mensaje electrónico, por cable o a través del espacio, puede ser interferido sin conocimiento del emisor.
Un torpedo hermético, al menos durante el trayecto, es inviolable.
No sería extraño que en tiempos futuros, para comunicaciones donde sea necesaria la alta seguridad y el secreto, se vuelva al antiguo correo neumático.
La lucha por vencer al espacio y al tiempo trae múltiples ventajas y simultáneamente complicaciones. Los avances técnicos provocan cambios sociales y en las relaciones humanas, para bien o para mal. La tecnología jamás es buena o mala, todo depende del uso que se le dé.
Cabe preguntar el ¿por qué? de ese afán humano por lograr acortar distancias y tiempos.
Quizá porque todo lo viviente es movimiento constante y nosotros, los hombres, somos materia en movimiento dentro de la infinitud del espacio tiempo. Pero nuestro psiquismo no se resigna.
Acortar espacios y tiempos trae múltiples beneficios y también ayuda a mantener una ilusión, cada día más virtual, de que acortando distancias y tiempos se alarga la vida.
Bienvenido el progreso, pero con conciencia plena de que por mucho que se corra tras una quimera, el destino de todos los seres humanos está signado por la finitud de su vida.
Y esta meta, inexorable para todos los hombres, es ajena a los espejismos y  no se pospone jamás.
Con nostalgia, pero mirando hacia adelante, nos despedimos del correo neumático.
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Notas
(1) En 1877, en la Ciudad de Buenos Aires, se repartían diariamente de 900 a 1.200 despachos telegráficos y de 25.000 a 30.000 cartas e impresos. En 1888 las cifras aumentaron un 48%.
(2) El 12 de abril de 1937, la Administración de Correos y Telégrafos de Francia inaugura en las localidades de los distritos postales de París y Marsella sistemas de correo neumático. Es decir, Buenos Aires tuvo su correo neumático tres años antes que París.

Bibliografía
Revistas de Correos y Telégrafos año 1937.
Postas Argentinas, enero y febrero 1977.
Diario La Nación 10 de abril de 1934.

Imagen: Entrada al servicios de tubos neumáticos en Plaza Congreso (Foto tomada de la página www.cai.org.ar).

13 ene 2012

La fiebre amarilla en Buenos Aires (1871)


(De Omar Néstor De Napoli
Terminada la guerra de la Triple Alianza en 1870, el brote asomó en Paraguay, luego en Corrientes (murieron cerca de dos mil, de sus once mil habitantes y se lo atribuyó a los prisioneros llegados a la ciudad mediterránea).
Al comienzo, se discutió respecto a la gravedad de la peste y se la mantuvo en secreto debido a las divergencias entre los dictámenes médicos, porque algunos descartaban que fuese “fiebre amarilla” y otros no, como los doctores Eduardo Wilde, José Penna, Leopoldo Montes de Oca y Guillermo Rawson, entre los renombrados, hasta que en marzo de 1871 la peste invadió los alrededores del Riachuelo y se extendió a San Telmo y al bajo Belgrano, dejando una secuela de muertes que llegaron, de diez o veinte por día, a casi seiscientas. Se culpó, en principio, a los inmigrantes italianos, muchos de los cuales fueron expulsados de sus empleos y vagaban por las inmediaciones (en aquella época no existía el “asistencialismo colectivo”). Una conocida  empresa de viaje vendió más de cinco mil pasajes a Europa.
Ya el viajero francés H. Armaignac, que visitó el país en 1868, decía “que los saladeros establecidos cerca del Riachuelo de los Navíos arrojaban al agua los trozos sangrantes de sus faenas”. La Nación, fundada por Mitre y dirigida por su hijo Bartolomé Mitre y Vedia (enfermos, a su vez, pero salvados posteriormente), argumentaba que “las materias putrefactas convertían los colores del agua del Riachuelo en correntadas de pus”.
Cuando la fiebre arrasó con unas veinte a veinticinco mil almas (imposible precisar las cifras ni identificarlas en su totalidad) de la población de Buenos Aires (calculada en más de cien mil), muchos habitantes ya habían escapado. La gente que poseía mansiones en el Sur, fue la que provocó con su despego el origen de barrios recoletos, tales los llamados del “Barrio Norte”. Los demás se refugiaron en el campo o en los pueblos cercanos, favorecidos por los pasajes gratis que las autoridades cedían a los pobres (más de un ladino se disfrazó de pobre para eludir el gasto); si bien, hubo provincias que restringieron la entrada por sus fronteras limítrofes. También fue grave que los familiares de sufrientes, los dejaban y huían por el terror amarillo. Así, el Dr. Guillermo Rawson, alegaba: “Yo he visto al hijo abandonado por el padre; he visto a la esposa abandonada por el esposo: he visto al hermano moribundo abandonado por el hermano...”. El ambiente se complicó con los suicidios, el aumento de los casos de neurosis y de alcoholismo, al margen de la delincuencia, siempre dispuesta a sacar beneficios de la tragedia.
Otros, en su mayor parte inmigrantes, se quedaron en los conventillos de San Telmo, principales focos de la infección, hasta que fueron desalojados y anduvieron errando por los suburbios o alquilando casuchas a precio humillante. Los enfermos llenaron los hospitales, el de Hombres (antecesor del Hospital de Clínicas) y el de Mujeres (estuvo en Esmeralda 50, donde se alzaba la Asistencia Pública; hoy, plazoleta Roberto Arlt), no dieron abasto y para cubrir plazas se levantó el Lazareto de San Roque (sitio actual del Hospital Ramos Mejía). El Hospital Italiano y la Sociedad de Beneficencia contribuyen asimismo con su atención a los atacados por la peste. El Gobierno decretó feriado nacional, se cerraron las oficinas públicas, bares, comercios, escuelas (se suspende la apertura del Colegio Nacional), teatros, iglesias, Bancos, tribunales, la Bolsa... Clausuran el puerto, la Aduana, nada de importaciones y exportaciones, se prohíbe el lavado de ropa en la ribera. El Ferrocarril del Sud (hoy, Constitución) recibía el flujo de los que partían fuera de las zonas afectadas. Por las calles solamente circulaban los coches fúnebres y cuando escasearon las reservas vehiculares, se utilizó cualquier tipo de carruaje, mateo o carros de basura, para llevar a muertos y delirantes, hacinados de tal manera que más de uno habrá sido enterrado vivo en las fosas comunes del Cementerio del Sud o estibados allí porque desaparecían los sepultureros y peones.
La Prensa cuenta un caso, el del señor Pittaluga, que se desvaneció bebido y fue cargado con los cadáveres. ¡Menos mal que despertó a tiempo para largarse de los despojos humanos!
¡Cuántos supuestos no habrán logrado librarse de dicha situación, al confundírselos con fallecidos!
El presidente Sarmiento y el vice Adolfo Alsina, junto con sus ministros, tuvieron que irse de Buenos Aires para preservar los mandos. El hecho fue criticado por La Prensa, que se expresaba sobre la cobardía de los magistrados elegidos por el pueblo.
Después de todo, siempre es necesario proteger a los gobernantes ante el peligro de contagio o de otro mayor, porque de ocurrir lo contrario, un país puede quedar sumido en el caos. Bastante habrá soportado Sarmiento con la guerra del Chaco, la revolución entrerriana de López Jordán, el asesinato de Urquiza y luego, la plaga que diezmaba a su pueblo; entretanto, no eludía sus funciones: la inauguración del Observatorio Astronómico de Córdoba, el Colegio Militar, la Escuela Naval, el Jardín Botánico, luego fue “la idea” del Zoológico...(donde “hubo fieras, fieras habría”), mientras arribaban los primeros profesores de ciencias contratados y seguía erigiendo escuelas, a favor de los educadores y educandos.
Oficialmente, la epidemia se inició a principios de enero, creció en febrero durante las fiestas y candombes de Carnaval, en marzo y abril (Semana Santa) y, el contrasentido de los resultados de la liturgia: en aquel Sábado de Gloria fallecieron cuatrocientos treinta, y quinientas el día pascual, incluido cuarenta sacerdotes. Tantos eran los muertos, que los dirigentes de los diarios porteños propusieron fundar la Comisión Popular de Socorro. Los convocantes fueron varios directores jóvenes (23 a 28 años): Aristóbulo del Valle, de El Nacional, Manuel Bilbao-La República-, Héctor Varela-La Tribuna-, José C.Paz-La Prensa-, Bartolomé Mitre y Vedia-La Nación- y el diario alemán Freie Presse, cuyo director fue Adolfo Korn, padre del futuro hijo y escritor Alejandro Korn. Pronto se formalizó la Comisión en audiencia pública, integrada por los citados y por meritorias personalidades, como Roque Pérez (designado Presidente), M. Argerich, E. y P. Gowland, Carlos Guido Spano, Francisco Uzal, Evaristo Carriego, Matías Behety, J. Viñas, Quintana, P. J. Dillon, Tomás Armstrong, Lucio V. Mansilla, A. Larroque, José María Cantilo, Florencio Ballesteros y otros. El número fue elevado, pero algunos solo se hicieron notar por sus nombres y ausencias; en cambio, los menos (de ciento sesenta médicos, apenas cincuenta se entregaron en plenitud a combatir el mal y unos doce perdieron la vida durante sus tareas profesionales y humanitarias: entre ellos, los renombrados Roque Pérez, Manuel Argerich, Florencio Ballesteros, Francisco Javier Muñiz -cirujano mayor del ejército en la batalla de Cepeda y en la guerra con el Paraguay, vino a morir entre sus pacientes, el 8 de abril de 1871-, y el militar Lucio Norberto Mansilla (padre del autor de Una excursión a los indios ranqueles, Lucio V. Mansilla).
La prensa urbana mencionó como “heroica” la acción de los médicos, enfermeros y farmacéuticos que cayeron por causa de la peste. Llegó entonces una instancia en que la Comisión ordenó la salida de Buenos Aires de todas las personas no contagiadas y así lo hicieron los ocupados en proteger sus moradas, mientras entraba a funcionar el robo, los asesinatos y el saqueo de las casas desiertas. Había ladrones con carros o vestidos de enfermeros, que en las calles se dedicaban a despojar de ropas y pertenencias a los yacentes, cuando no lo hacían los perros vagabundos y hambrientos que se comían los cadáveres y que por las noches escarbaban en las tumbas y fosas del Cementerio. Según testigos, reinaba el espanto, el “sálvese quien pueda”, cualquier cantidad de huérfanos deambulaba dispersa y llorosa; la asistencia no alcanzaba a todos los desventurados. Recién el 10 de abril se dictó feriado nacional, y Curia y Gobierno pusieron distancia del foco céntrico. No obstante, el párroco de San Nicolás de Bari, Eduardo O‘Gorman, hermano del jefe de Policía, impulsó y fundó el Asilo de Huérfanos y la Sociedad de Beneficencia se hizo cargo de la construcción.
Como aún es costumbre, junto con la desgracia surgen los aprovechadores; en tanto varios negocios quebraban y los diarios carecían de papel, con ediciones al mínimo, se notó rápido la escasez de medicamentos o se acaparaban para ofrecerlos a valores prohibitivos, ataúdes también se vendían a precios irrisorios, los carpinteros desertaban y el costo del acarreo crecía por la falta de vehículos, choferes y sepultureros, porque también varios de ellos habían huido. Y como siempre, la policía “fue desbordada”, aunque los historiadores destacaron el comportamiento ejemplar y épico de las fuerzas, en especial de su jefe Enrique O’Gorman.
En los impresos, ciertos escribanos ofrecían sus servicios para la vil compra o venta de propiedades, y cuando, prácticamente, a partir de los días finales de junio de 1871 la epidemia se desvaneció de súbito, aparecieron los pleitos y litigios por las sucesiones de los muertos y por los inmuebles entregados de forma dolosa a otras personas.
En La Prensa, el aviso de un tal Miranda, escribano público, ofrecía hacer testamentos a toda hora del día y de la noche.
Paul Groussac recordaba y confirmaba, años después, en su libro Los que pasaban, que: “Gradualmente, desde mediados de marzo, el cuadro fue cobrando cada vez tintes más sombríos. El éxodo se hizo general cuando se comprobó que la fiebre no se alejaba de la costa, quedando indemnes las regiones mediterráneas... Después de los sospechosos saladeros, que de orden superior interrumpieron sus faenas, fueron cerrando sus puertas, por falta de elementos, las principales fábricas. Siguiendo a las industrias, se paralizaron las instituciones... En abril las defunciones alcanzaron el 14% de la población, y ésta, más que diezmada, había dejado de contar sus desaparecidos. Ya no eran coches fúnebres los que faltaban y tenían que suplirse con carros abiertos, sino carreros que aceptasen la espantosa tarea. Intereses, deberes, vínculos sociales y acaso carnales: todo se había destemplado y relajado en ese general menoscabo de la vida... Por centenares sucumbían los enfermos, sin médico en su dolencia, sin sacerdote en su agonía, sin plegaria en su féretro”.
¡Cuánto cristiano muerto sin confesión!, clamaba el público, y la prensa, también o tan bien, se ocupada en incomodar a los partícipes de la política nacional.
Los rieles se extendieron hacia el Oeste para llevar a los muertos en trenes a las tierras donadas de la Chacarita. Se comentó asimismo que “fue el primer ferrocarril de la historia cuyos usuarios eran difuntos”.
Desaparecida misteriosamente la epidemia a fines de junio de 1871, con el paso de los años el Municipio inauguró un monumento en memoria de “las víctimas caídas en cumplimiento de su deber”, cerca del Hospital Muñiz, en el parque Ameghino. Pocos saben que bajo sus pies, y cual inaudito testigo de la catástrofe, se halla el antiguo Cementerio del Sud.
En 1872, como un alivio a la dura prueba de los vecinos porteños y para los buenos lectores, aparecen dos libros importantes de nuestra literatura: Santos Vega de Hilario Ascasubi y el Martín Fierro de José Hernández; sin embargo, nadie esperaba una nueva mala noticia: el incendio y naufragio del vapor “América” y el heroísmo de Luis Viale, pero... esta es otra historia.
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Imagen: La epidemia de fiebre amarilla en 1871. (Óleo de Juan Manuel Blanes)
Tomado de monografias. com

12 ene 2012

El regreso del "Mople"


(De Mario Sabugo)

En la ciudad hay sitios buenos, sitios malos y sitios más-o-menos; sitios viejos y sitios nuevos; sitios alegres y sitios "tristes". Y, además de todo eso, hay sitios "latentes".
Los sitios latentes son los que, sin llegar jamás a realizarse en concreto, provocan la generación continua de ideas y proyectos. Al no trascender el plano de la fantasía van a parar, derecho viejo, al inconsciente colectivo de la ciudad.
La 9 de Julio es un sitio "latente". Originada, se supone, con la intención de solucionar problemas de circulación vehicular, la 9 de Julio se manifiesta, al fin y al cabo, como una fenomenal cirugía urbana. A su escala, los relativamente diminutos bloques de la embajada de Francia y de la parroquia de Constitución no llegan, ni por asomo, a mitigar el hueco.
El caso del Obelisco es distinto. El Obelisco, puesto en situación dominante (en el eje de la avenida y de Corrientes), extrayendo fuerzas ciudadanas de los subtes que se deslizan, mansamente, bajo su base, y, sobre todo, haciendo uso de su innegable potencia tanguera, consigue dominar el espacio en sus cercanías.
Pero con  esta honrosa excepción, las perspectivas de la 9 de Julio se diluyen tristemente: ni la estación Constitución, hacia el sur; ni la usina de Puerto Nuevo, hacia el norte, pueden (ni fueron hechas para) dar una buena culminación a las visuales. Es que no están a escala de la 9 de Julio. Esta escala, que usted puede llamar faraónica o descabellada, sin embargo traduce la escala de la ciudad: es la ausencia de una tira de sus manzanas; su trazado, pero vacío.
Ahora bien, tenemos otra carta en la manga: en la esquina de Moreno el viejo Ministerio de Obras Públicas (el MOP). Si la 9 de Julio es "latente", el MOP es el hecho más "latente" de la 9 de Julio.
Es imposible resistir a la tentación de completar el MOP, poniéndole, al otro lado del eje de la avenida su doble simétrico. Luego de esto, es todavía más irreprimible la necesidad de unirlos con un elemento horizontal y conseguir (¡por fin!) el doble MOP... ¡el "Mople"!, gran arco de triunfo porteño, hecho arquitectónico a escala de la 9 de Julio.
Con el dibujo que ilustra esta nota, realizado contemporáneamente a la construcción del medio MOP actual, el ingeniero José C. Álvarez daba cuenta de la inevitabilidad de este objeto urbano. (Aquí cabe hacer referencia a la figura del ingeniero Álvarez -1887/1970-, perteneciente a los equipos de diseño del mismo ministerio y autor de los puentes Uriburu y De la Noria. Los cuales, así como otras obras menores, certifican su identificación con el movimiento de arquitectura hispanoamericana que, impulsada por Noel, Guido y otros, floreció entre nosotros a partir de los años 20.)
La fantasía del "Mople" regresa a más de cuarenta años. Como se comprende, para las fantasías 40 años no son muchos. De tanto en tanto, la memoria de la ciudad abre una de sus botellas de náufrago y, más o menos conscientemente, el proyecto retorna a los tableros de dibujo de las nuevas generaciones del lápiz.
Con el Obelisco y el "Mople", la ciudad iría curándose de su "herida absurda" urbana, la 9 de Julio, convertida en algo para lo que (observe usted atentamente el dibujo de Álvarez), todavía no hay palabras en las teorías de la ciudad.
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Ilustración: Dibujo del "Mople" del ingeniero José C. Álvarez.
La nota y el dibujo fueron tomados del libro de Iglesia y Sabugo: La ciudad y sus sitios. 

9 ene 2012

El barrio de Balvanera al terminar el siglo XIX


(De Carlos Rezzónico)

Balvanera tiene como límite sur la avenida Independencia, al este la avenida Entre Ríos y su continuación, la avenida Callao; al norte la avenida Córdoba y al oeste la calle Gallo, la avenida Díaz Vélez y las calles Sánchez de Bustamante y Sánchez de Loria. Está situada al oeste del habitualmente reconocido centro de Buenos Aires, formado por San Nicolás y Montserrat, y al sur, cruzando la avenida Córdoba, con el denominado "Barrio Norte".


Cuando a la medianoche del 31 de diciembre del año 1900, la mayor parte de la población festejaba el ingreso a un nuevo año y al flamante siglo XX, Balvanera era un barrio en curso de consolidación: lo hecho y lo proyectado jerarquizaban el lugar y se iba desdibujando el antiguo suburbio. Ya se había logrado la cuadrícula de sus calles con el loteo de las viejas quintas aunque todavía circularan por ellas carros, coches y tranvías a tracción animal. La corriente eléctrica pugnaba por desalojar al gas como elemento de tracción y de iluminación.
Aunque en general era  un barrio de casas bajas, salpicado de baldíos, se habían levantado importantes edificios y otros estaban en construcción. El de la estación Once de Septiembre, en la esquina de Centro América ( avenida Pueyrredón) y Piedad (Bartolomé Mitre), cabecera del Ferrocarril del Oeste, se había inaugurado en 1896 y satisfacía las comodidades de los viajeros y las exigencias del servicio.
En la manzana comprendida por la calle Córdoba, Viamonte, Riobamba y Ayacucho, ya se levantaba desde 1895, el imponente y hermoso edificio que hoy conocemos como Palacio de las Aguas Corrientes. Cerca de allí, un poco más al oeste, también desde cinco años atrás, se hallaba el edificio de la Facultad de Medicina, en Córdoba y Andes (Presidente José Evaristo Uriburu).
En orden a las construcciones particulares destinadas a viviendas, se había edificado el ex pasaje Victoria con salida por Alsina (Adolfo Alsina) y Victoria (Hipólito Yrigoyen) a la altura del 2300. En la esquina noroeste de Rivadavia y Azcuénaga, el pasaje que hoy llamamos Carlos Ambrosio Colombo, exhibía sus monumentales cuerpos de edificación y en Rivadavia al 2600, con salida por Piedad (Bartolomé Mitre) y con una imagen que perduraría hasta 1940, se encontraba el que hoy conocemos como pasaje Sarmiento.
Los fieles contaban con tres iglesias: la de Balvanera, desde cuyas altas torres todavía podían divisarse lugares distantes más allá de los límites barriales; la del Salvador que, aunque habilitada desde 1876, recién fue consagrada en 1898, y Regina Martyrum, en la "calle de la Victoria" (Hipólito Yrigoyen), que reconociera como antecesora un humilde oratorio del siglo XVII.
El 17 de octubre de 1883 se había aprobado la Ley 1349 que  encomendaba al Poder Ejecutivo la confección de planos y presupuestos para levantar una nueva sede del Congreso Nacional.
Tanto tiempo insumió su aceptación, la elección del lugar, la designación del director de obra y de la empresa constructora, que la edificación recién comenzó a principios de 1898 y la inauguración tuvo lugar el 12 de mayo de 1906. Por eso, cuando nació el nuevo siglo, el lugar exhibía la desordenada y no bien definida imagen de todo edificio en construcción.
En noviembre de 1892 se había llevado a cabo el último entierro en el Cementerio de Disidentes ubicado en el predio que actualmente ocupa la plaza Primero de Mayo. Todavía y por mucho tiempo, subsistirían el paredón que lo encerraba, el pórtico y la capilla, ya que el traslado de los últimos restos se llevó a cabo en el año 1925.
Las óperas, las operetas, los dramas criollos y otros espectáculos tenían un lugar en el barrio: el teatro "Doria", en Rivadavia 2330, con capacidad para 1.100 espectadores y precios que iban desde los 50 centavos hasta los 6 pesos.
La educación brillaba. En el boulevard Callao 456 funcionaba la Escuela Sarmiento en un hermoso edificio construido para tal fin por el arquitecto Carlosd Morra. En Azcuénaga 164 se alzaba la imponente mole del Colegio San José y también en Callao, pero en el número 542, junto a la iglesia del Salvador, estaba el colegio que lleva el mismo nombre. Cerca, muy cerca, Riobamba 650, ocupaba un edificio recién construido el Colegio La Salle. En el ángulo opuesto del barrio, en la calle Caridad (General Urquiza) al 200, esquina Moreno, funcionaba desde hacía casi doce años, la Escuela Normal de Profesores y junto a ella una escuela de niñas. En Belgrano y Pasco, donde hoy se encuentra el Centro Gallego, se había instalado el Colegio Nacional Oeste. Otras escuelas, como las situadas en Centro América (avenida Pueyrredón) al 600, Rivadavia al 2600, Sarmiento 2573, donde después se instalaría el Museo del Cine y la de Alsina y Alberti, completaban el panorama educativo del barrio. También entre éstas estaba la que recientemente acababa de fundar Max Hopff en la calle Cangallo (Tte. Gral.  Juan D. Perón) 2169 y que todos hemos conocido como "Cangallo Schule".
La caridad se materializaba en el Asilo de Huérfanos instalado en una casona con jardín y arboleda al frente, ubicada en la calle  México 2658. Por su parte, el Ejército de Salvación se había afincado en Rivadavia 3290.
Ya había en el barrio dos importantes centros de salud: el Hospital San Roque, actual Ramos Mejía, y el Hospital Español. También contaba con un instituto único en su género en toda la ciudad, el Instituto Pasteur, que ocupaba, desde el 4 de septiembre de 1894, una casa construida al efecto en Moreno 1959.
El doctor Llovet había instalado su clínica en Belgrano 3141 y en México 2714 funcionaba un consultorio oftalmológico.
La lista de médicos barriales incluía los nombres de los doctores Durañona, Piccardo, Allende, Arana Zeliz, Badía, De la Cárcova, Carnevali, Castilla, Giménez, Gorostiaga, Kolbe, Llames Massini, Mathís, Ray, Rufino, Sicardi, Traversaro y Villarruel. Las parturientas disponían de la maternidad de la Escuela de Parteras de Viamonte 2189 esquina Andes (Pte. José E. Uriburu).
Si bien aún no tenía el magnífico edificio que posteriormente conocimos, pues funcionaba en unos pabellones de una sola planta, el Mercado de Abasto Proveedor era considerado uno de los más higiénicos y mejor construidos de la ciudad. Casualmente, refiriéndose a los alrededores de ese mercado, el diario La Nación comentaba dos años antes de terminar el siglo el crecimiento notable que se había producido: allí todo era nuevo, flamante. Señalaba que, además de hermosos edificio de hasta tres pisos, había un comercio floreciente que nadie hubiera podido imaginar.
Del lado sur del barrio, el 28 de julio de 1894, se había inaugurado el Mercado Ciudad de Buenos Aires, conocido popularmente como "Mercado Spinetto", a pocas cuadras del ya existente Mercado Rivadavia, de Rivadavia, Azcuénaga y Bartolomé Mitre.
Gran cantidad de industrias y comercios habían asentado sus reales en Balvanera. En Cangallo al 2800 se advertía la mole del Molino del Oeste, que a comienzos del siglo XX sería destruido por un incendio. Otros molinos existentes eran el de Bancalari, en Castelli 66, el de Canessa y Pegasano, en Pueyrredón 406/62 esquina Valentín Gómez 2801/45, el Molino Caridad, en Caridad (General Urquiza) 343, el Molino Modelo, en Cuyo (Sarmiento) 3301/15, el Molino Italiano, en Pueyrredón 518.
Más de medio centenar de fábricas elaboradoras de los más diversos productos: licores, cocinas, galletitas, aceite, bolsas, cajones, cerveza, carruajes, fósforos, chocolates, fideos, vidrios, tejidos, sombreros, mosaicos, colchones, etcétera, se esparcían por todo el barrio. Entre las más conocidas podemos citar la Fábrica de chocolates y dulces "Al Sol de Oro", en Bartolomé Mitre 2550, establecimiento fundado por Alfonso Godet en 1865 y que desde 1898 pertenecía a Daniel Bassi y Compañía; la Fábrica de galletitas "La Unión", de Pedro Bercetche, en Sarmiento 2247; la Fábrica Nacional de Cerveza M. Pegasano y Cia, en Caridad (hoy General Urquiza) 350, que en su propaganda expresaba: "La que tiene que criar,/ debe esta cerveza usar,/ pues nutre de tal manera,/ que hasta se la puede dar/ al niño en la mamadera".
El "Establecimiento Granja Blanca" en Cangallo, Laprida y Sadi Carnot (actuales Tte. Gral. Juan D. Perón, Agüero, y Mario Bravo) que fuera fundado en 1891 por Enrique Fynn para la preparación de la leche y la elaboración de manteca, quesos, hielo, etc; el establecimiento mecánico y fundición de Antonio Rezzónico, en Rivadavia 3281, con 4.000 metros cuadrados de superficie, uno de los más modernos en su género; la muy conocida fábrica de artefactos eléctricos de Azaretto Hnos., ubicada en Sarmiento y Riobamba.
Para esa fecha ya estaba en vertiginosa evolución la fábrica de cigarrillos que los señores Juan Oneto y Juan L. Piccardo habían fundado bajo la denominación de "43", en abril de 1898, en una modestísima casa de la calle Piedad (Batolomé Mitre) 1849.
El comercio no le iba en zaga. El barrio contaba con ferreterías y pinturerías como la de Morea, Mendizábal y Cía., frente a la plaza Once de Septiembre; tiendas, peluquerías y entre éstas la muy conocida "Le Morvan", en Callao 22/26, farmacias, cigarrerías, almacenes, relojerías, droguerías, mueblerías; las lecherías incluían dos sucursales de "La Martona": una en Callao 416 y otra en Entre Ríos 489, litografías e imprentas, fondas, carnicerías, panaderías, tintorerías -como las sucursales de Prat en Callao 118 y Rivadavia 2233- corseterías y muchos otros comercios.
En las proximidades de la estación Once se agrupaban depósitos de cereales, vinos y cales y por el resto del barrio se encontraban diseminados otros destinados a almacenar distintos productos, como también numerosos corralones de maderas y aserraderos.
Como lógica consecuencia de los medios de locomoción en uso, abundaban las cocherías y las caballerizas y en este rubro estaban las empresas que se dedicaban a prestar servicios fúnebres, como la de Antonio Costa e Hijo (posteriormente Lázaro Costa) en Rioja 280 y la de J. Spallarossa y Hermano en Andes (Pte. José E. Uriburu) 347.
Aún no estaba en la esquina de Rivadavia y Callao la hoy añorada confitería "Del Molino", pero podríamos citar otras, como la de la estación Once de Septiembre, la de Urreta, en Belgrano 3000, "La Legal" en Cuyo (hoy Sarmiento) 1801, el café "O'Rondeman" de Humahuaca y Agüero, el café "Rivadavia" en Rivadavia y Rincón, que más tarde fue rebautizado con el nombre de café "De los Angelitos".
Tampoco podemos dejar de recordar la "Fonda del Cepo", situada en Bartolomé Mitre a media cuadra de la estación  Once, donde, al decir de Jorge A. Bossio, se comían sabrosos pucheros, anticipo de los que se degustarían  en "El Tropezón" de la avenida Callao. Otras fondas y otros cafés estaban repartidos por muchos otros lugares.
Abundaban los almacenes con  despacho de bebidas y Benarós recuerda un boliche de Cangallo y Ombú (hoy Pasteur) que en su interior, previendo el pechazo, tenía un cartel que rezaba: "Si las Casas Introductoras/ me fiaran las cuentitas/ yo también a mis amigos/ les fiaría las copitas..."
El barrio contaba con sucursales de Correos en Cangallo (Tte. Gral. Juan D. Perón) 1832, Centro América (avenida Pueyrredón) 13 y Corrientes 2922 y un crecido número de vecinos disponía de teléfono.
Pocos eran los entretenimientos. Excepción hecha del citado teatro "Doria", los vecinos sólo contaban con los espectáculos que brindaban los circos que ocasionalmente se instalaban en el barrio, como había acontecido con  el circo "Raffetto", que en el mes de julio de ese postrer año del siglo, había levantado su carpa en Belgrano entre Jujuy y Saavedra.
Los hombres podían concurrir a las tertulias de amigos que se  celebraban en los cafés o en los despachos de bebidas de los almacenes, donde los juegos de naipes y de dados o las conversaciones sobre temas de actualidad distraían sus ocios. No eran temas habituales de esas charlas el fútbol y el boxeo, que todavía se consideraban cosas de ingleses: en 1900 el equipo del English High's School, que más tarde se llamaría Alumni. había conquistado el campeonato argentino de fútbol de primera división. En las noches estivales, en tanto que las chicas ensayaban en las veredas suburbanas sus fideos-finos, las esquinitas, la gallina ciega,  los chicos jugaban al vigilante-ladrón, al rescate y al gorrión.

Salvo pocos lugares, tales como plaza Once (hoy plaza Miserere), las calles que circundaban el Abasto y el Spinetto y ciertas arterias principales, en el resto del barrio, sobre todo en el sur, la vida transcurría con un ritmo casi pueblerino. Las noches se poblaban de ladridos y el "clarín" del gallo madrugador anunciaba el amanecer.
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Imagen: Postal del Hospital San Roque (actual Ramos Mejía) en 1905.
Tomado de la revista Historias de la ciudad, Nº 49, diciembre de 2008.