3 nov 2012

Belgrano, desde su esquina símbolo




(De Eduardo Parise)
   
En cada barrio de Buenos Aires hay una esquina que oficia de punto central, convirtiéndose no sólo en referencia obligada, sino también en símbolo del lugar. En Belgrano, ese lugar es el cruce de las avenidas Cabildo y Juramento. Y aunque en la zona hay otros sectores que pueden resultar representativos (como las Barrancas, las estaciones de tren o la iglesia de la Inmaculada Concepción, a la que todos conocen como “la Redonda”), lo cierto es que Cabildo y Juramento tiene mucho para erigirse como corazón del Belgrano actual.
Como comienzo se debe considerar que si uno despliega un mapa del barrio, Cabildo y Juramento queda casi en el centro de ese lugar que en 1855 era un pueblo, en 1883 pasó a ser ciudad y que en 1887, tras ser anexado a Buenos Aires, quedaría como un barrio más de la gran metrópolis. Los nombres actuales de las dos avenidas recién fueron impuestos el 27 de noviembre de 1893. Antes, Cabildo era 25 de Mayo y Juramento, Lavalle.
Y aún en los tiempos en que Cabildo era el Camino Real del Norte, un ancho sendero de tierra que usaban los troperos (vale recordar que en el cruce con la actual calle La Pampa estaba la pulpería "La Blanqueada", antigua parada de carretas), la esquina con Juramento ya empezaba a figurar como lugar importante. Es que a unos metros vivía Juan Callaba, dueño de las diligencias que llegaban desde el Centro hasta Belgrano. La más famosa era una llamada "La Golondrina". Hoy, por Cabildo y Juramento circulan unas quince líneas de colectivos.
Y si de transportes se trata, aquella esquina también vio pasar muchas veces al famoso tranguaicito, un tranvía tirado por tres caballos que iba desde la estación del tren, en el Bajo, hasta la actual calle Vidal. Era un servicio especial que circuló hasta noviembre de 1915. Durante muchos años, la concesión de ese servicio estuvo a cargo de Luis Cevasco, un antiguo vecino del barrio quien también era famoso por ser el dueño de "Toro", un caballo percherón que ganó muchas cinchadas. La historia dice que, con "Toro", don Cevasco ganó e hizo ganar mucha plata a muchos apostadores que le tenían fe a la fuerza de su caballo.
En tiempos más actuales, Cabildo y Juramento tuvo también otros sitios que la hicieron cita obligada: la famosa Confitería "Mignón", el cine que también tenía ese nombre y la Galería "Juramento", punto de encuentro hasta la década de 1980. La confitería era famosa por servir en bandeja de plata las masas que acompañaban el té. En la ochava que ocupaba ahora hay pequeños comercios de distintos rubros.
Donde estaba el cine "Mignón" (sobre Juramento, a unos metros de Cabildo en dirección a Ciudad de la Paz), ya casi nadie recuerda su decorado edificio y su gran sala con las tradicionales butacas forradas en gamuza. Después de haber albergado a un restaurante de "tenedor libre", en la actualidad el lugar es sede de una iglesia evangélica. Al lado estaba el local de la heladería "Venecia", que también pasó a la historia.
En cuanto a la Galería "Juramento", muchos la evocan como Churba. Tenía tres pisos y dos subsuelos y a los locales se llegaba caminando por una amplia rampa que dejaba un gran hueco central que proveía aire y luz. Fue un lugar de moda y diseño y albergó comercios que quedaron en la memoria de muchos: la disquería "Downtown Records", las casas que vendían jeans y remeras exclusivas y, en el tercer piso, la famosa "Toldería de la Griega", donde los hippies conseguían la ropa que los distinguía.
Hoy, en esa esquina, hay una pizzería y un gran local de ropa deportiva. También se ve un mural que recuerda a John Lennon pidiendo una oportunidad para la paz. Los árboles escasean, la boca de la estación del subte se sumó al paisaje y ningún dato alude a don Policarpo Mom, un personaje que fue clave en el desarrollo de Belgrano. Pero esa es otra historia.
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Imagen: Cruce de Cabildo y Juramento: Confitería "Mignon" en la esquina sudeste (Foto circa década del 40).

1 nov 2012

Che, Buenos Aires




 (De Armando Tejada Gómez)

Amanecí de niebla en los andenes.
Dicen que con la luna a las espaldas.

No sé en qué viento vine. Te traía
ese polvo tenaz, esa distancia
agreste y cereal como la tierra
donde recobras tu paloma diaria.

Toqué tu aroma gris. Crucé el tumulto
incorporándolo al sonido de mi sangre.
Empuñé el viejo amor. Entré a la lluvia
y me volví guitarra en tu regazo.

Dicen que desperté como naciendo
con todo el sol en vilo en las pestañas,
que salí a conocerte en las esquinas
donde ya eras leyenda, puro tango,
porque anduve de olvido y fui tu ausencia
durante mucho hueso y mucho llanto
y teníamos tanto que decirnos!
tanto país doliendo que contarnos!

Andabas multitud, cálido río
de muchedumbre mía y navegante,
pero te busqué el rostro donde sueñas
y me quedé en tus ojos a soñarte.

Te averigüé la vida y era urgente
compartir el insomnio en un estaño,
discutir ese asunto del otoño,
demorarme en tu vino mano a mano
hasta fundar esa alegría lenta
que arde en la sal más fuego de una lágrima
desde donde se crece a la ternura
porque uno es hombre así, che, Buenos Aires.

Se dio el amor. Andaba entre la gente
como una flor perdida entre los pájaros.
Lo vi cruzar crepúsculos y esquinas
llevándose la tarde de la mano.
Jugándose en las calles. Combatiendo
por el íntimo pan y el trecho de alba.
Todo el amor se dio incesantemente
y yo lo vi estallar en sudestada.

Después me preguntaste: ... qué hay del aire
y ese color Oeste del verano?
En qué cañaveral, aún gimiendo,
anda la suerte pobre de la Patria?
Qué árboles recuerdas? Qué camino
pisa la dura copla que me cantas?
Cómo quedó tu madre? Siempre cobre
bajo la luz enorme y camarada?
Se crece allá? Perdura lo profundo?
sigue subiendo el sol a nuestra causa?
Qué traes en los ojos? Cómo ejerces
tu oficio de badajo y de campana?

-Vos siempre de país...!
-Siempre andariego!
-Sacate el viento...
-La camisa agraria.
-Es hora que hagás sombra por Boedo
donde una luna bandoneón te aguarda...

Entonces, me quedé a contarte el viento
y a saberme tus vidas y milagros,
fundé la casa al sur con mi Gloriana,
un grillo Glorianita y otro Paula.

No sé por cuánto tiempo. No sabemos
qué tiempo de vivir es necesario
para serte guitarra, canto tuyo
crecido en el tumulto de tu canto.

De noche, suelo caminar tus lunas.

Dicen que ando de niebla...

No hagas caso.
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Ilustración: Cubierta del LP Testimonial del Nuevo Cancionero, poemas y canciones de A.T.G. acompañado
 por la guitarra de Oscar Matus.

29 oct 2012

Como todos sabemos



(De Pablo Vinci)
 
Como todos sabemos, las puertas del infierno han sido ubicadas en los cafés. Desde allí es posible cruzarlas con cierta facilidad para entrar al universo que arde en llamas eternas y estáticas. Pero bueno, no hace falta aclarar lo que ya conocemos a la perfección, el problema es salir del infierno, huir de Satán, Lucifer, Zagam, Belgefor, Abaddón o como demonios se llame. Entonces la cuestión ahora es analizar el tema de esas puertas, detenerse a pensar en qué son, pero desde el otro lado de la condena. Porque allí están o estuvieron (¿qué diferencia?) El Mudo y El Polaco, un palenque en Mataderos, una palmada en el hombro, tres docenas de billares, la que se mira en el espejo esperándome a mí, a mí que la lloro en un bar distinto acariciando otro vaso.
Están la eterna traducción de Ferdidurke a un idioma improbable, un encuentro de abrazos, Pancho y yo esperando a las horas, un grillo, un escarabajo inventándose las letras. Están los cuentos de la oficina, y los cuentos de poesía y tabaco, las lunas llenas marcadas de lunitas de sidra y vino, el rayón de aquel cuchillo, un cronopio llorando su triple de jamón cuando una fama baila catala, y una máquina de red para  encerrar a los amigos. Están un turco judío en la calle Gurruchaga, un encuentro secundario, una cucharita girando, ellos y nosotros, una mariposa regalándole a un dragón un pedacito de ala, y el movimiento final, el encastre perfecto para que el mundo al fin camine.
Esperando el clac de un ensamble de libertad lloré desengaños, nací a las penas y me entregué sin luchar. Mil veces miré y deseé todo desde allá, desde el calor que calcina y eterniza sin remedio. Mil veces no pude nombrar las puertas frescas de buenos y grandes aires, que me arrancan del infierno. Y como sabemos, lo que carece de nombre carece de existencia. Desde allí estas líneas, que sólo me sirven para creer de nuevo. Disculpen ustedes, es que me hacían falta estas letras para poder empezar a luchar, y para ponerle nombre a las puertas de un paraíso.
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Dibujo de Vialola.
Texto e ilustración tomados de Un cortado,  publicación de la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables de la Ciudad de Buenos Aires.

26 oct 2012

Tango de verano



(De Alicia Dellepiane Rawson)

Siempre me cantaste
desde esa "lejana tierra mía"
del campo, la adolescencia y el verano

Los discos de pasta
la victrola a cuerda
tu sonrisa engominada
y algún amor único y eterno

Volverás con el galope
de las noches estrelladas
con la solemne ingenuidad de tu sabiduría.
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Ilustración: Carlos Gardel, dibujo de J. Muñoz.

23 oct 2012

Los paraguas de Avellaneda




(De Rubén Bianchi)

Fui a la cancha por décadas a ver al viejo Racing Club, Hoy, lo miro por TV: ir me parece una odisea urbana. Sin embargo a  veces recibo invitaciones para ver un partido desde la platea (donde supuestamente se está más cómodo y seguro) pero realmente allí no me siento muy a gusto. Estoy en un territorio ajeno y no en aquel sector de la tribuna que frecuenté a través de los años, y que sí sentí como propio.
Allí estaban casi siempre los mismos y en algunos casos se imponía el saludo al llegar porque ya eran rostros conocidos, como el de Atilio Stampone, un grande del tango. Se disfrutaba o se sufría el partido codo a codo, en un clima de mucha comunicación. En cambio los hinchas de la platea cercana parecían más aislados, más fríos…, ¡y para colmo, sentados!
Además, en la tribuna, había y sigue habiendo a pesar de todo, un humor muy espontáneo. Un estilo propio, individualista, alejado de gestos colectivos  como “la ola”, que se popularizó en todo el mundo, menos aquí. Sólo la silbatina o los epítetos de todo calibre se practican en armonioso conjunto. Argentinos al fin.
Siempre recuerdo una lluviosa tarde de mayo en la que Racing iba perdiendo uno a cero con Bánfield. Paró de llover y todos  cerramos los paraguas, pero en el escalón anterior un hincha hipnotizado por el trámite del partido, seguía con el paraguas abierto tapando la visión de los que estábamos atrás. De pronto un señor con vibrante voz de tenorino, le gritó: “¡Che, viejo…, cerrá el paraguas que ya somos libres!”.
Al escuchar la antológica ocurrencia imaginé la lámina del “Billiken”, impresa en nuestra memoria colectiva.
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Imagen: Dibujo de Casartelli tomado de la página  cvclavoz.com
Crónicas tomada del libro de R. B.: Afectos especiales, Ediciones Papeles de Boedo, CABA, 2004.

22 oct 2012

"La Ideal"


(De Mario Bellocchio)

El 5 de octubre de 2000 la Legislatura porteña sancionó la Ley 35 que instituye al 26 de octubre -fecha fundacional del Tortoni (1)- como Día de los Cafés, por considerarlos un rasgo típico de la Ciudad y para apoyar una actividad que desde hace décadas forma parte de la cultura ciudadana. Este necesario marco legal hoy se debate con las amañadas prácticas de las catalogaciones del CAAP (Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales) manejadas arbitrariamente y los hechos consumados de los buitres edilicios.

"Háganse justicia a sí mismos, y no destruyan su historia y su cultura”  
(Yoko Ono, luego de visitar "La Ideal" en 1998).
Pocos bares y confiterías de aquel viejo esplendor resisten al acoso del mandato de los negocios. Ahí pena la "Richmond" entre conservacionistas y zapatilleros de marca. O la Confitería "Del Molino", debatiéndose en dispar contienda con las penurias de una sucesión y sus tironeos. O "Las Violetas", que emergió de los infiernos con la ayuda de alguien quele encontró la vuelta productiva sin abandonar la esencia. Y hablamos de los que se hicieron con bolsillo holgado y dispuesto, no de los cafés rantes rescatados del olvido y el deterioro a fuerza de transformaciones for export que caminan por la cornisa del buen gusto, cuando no se descuelgan por el lado kitsch.
Hace 100 años, en 1912, cuando a don Manuel Rosendo Fernández, un próspero comerciante gallego, se le ocurrió abrir "La Ideal", la calle Suipacha tenía en su contra no ser la Avenida de Mayo -reino del "Tortoni"- y la virtud de su discreto encanto céntrico. Así que se decidió por no escatimar gastos y construir algo elegante y lujoso. Granito gris y mármol veteado para la fachada coronada por importantes farolas de bronce y presidida por el óvalo que enmarca la simbólica flor de lis adoptada como símbolo de la empresa. Farolas de tres luces en el salón confitería, en la planta baja, recubierta por una boiserie original de roble de Eslavonia. Mobiliario Thonet, en sillas, sillones, mesitas y percheros. Arañas francesas, sillones checoslovacos, vitrales italianos... Y diez columnas, con estuco marmolado, que pueblan el ámbito coronado por un ignoto palco que balconea en un extremo del salón... 
“En algunas confiterías, como en la llamada Ideal, hay, en un palco flotante, una orquesta de señoritas vestidas con traje de baile. Y tiene un gran público admirador que las mira, como miran al cielo entreabierto las benditas almas del purgatorio...”. Ramón Gómez de la Serna, asentado en Balvanera desde que la Guerra Civil lo expulsara de su Madrid natal, gastó un párrafo para su “ideal” rincón entrañable de Buenos Aires, que lo tendría como huésped hasta su deceso, en 1963.
Por una suntuosa escalera de mármol o un ascensor -que se incorpora como un bello elemento decorativo-, se accede al gran salón del primer piso con la presencia de su magnífica pérgola, protagonista, desde sus orígenes, de las fiestas y reuniones sociales para las que fue concebido.
Es probable que, en un principio, aún sin ser el propósito original, el coqueto salón de té tuviera la marcada afluencia de la comunidad inglesa. La “cup of tea at five o’clock” pasó a ser una costumbre arraigada en la naciente confitería de la década del 10 del siglo pasado. No ajena a esta habitualidad es la “cocarda” que se le atribuye como primer establecimiento en producir sandwiches de miga, originados, según se cuenta, en la solicitud de un grupo de ingenieros ingleses ávidos de volver a saborear el “pan inglés”, materia prima esencial para ese tipo de emparedados.
Casi de inmediato a su nacimiento, "La Ideal" cobró fama pastelera y confitera. Se llegó a contratar a un afamado artesano de la elaboración de bombones, un tal Maggione, quien ratificó sus pergaminos con deliciosos bombones decorados, masas y “bombas” de chocolate y crema.
El incomprobable mito barrial certifica que Yrigoyen mandaba a buscar a diario, las clásicas “Palmeritas de la Ideal” y que el Gral. Juan Domingo Perón, durante su mandato, también se hacía llevar el servicio de lunch hasta la Casa de Gobierno.
Las exquisiteces de la confitería dejaron su prestigio pegado, seguramente, a una hoja amarillenta de almanaque. Hoy, sentarse a una mesa de "La Ideal" combina, en marcado contraste, un efluvio de Chanel N° 5 y las concesiones que hubo que hacer para la supervivencia. El tango y el atractivo turístico de su aprendizaje “in situ” brindan una oportunidad supérstite al viejo salón del primer piso, ausentes ya Juancito Díaz, Roy Granata, los Mariscales, los hermanos Dante, o el pianista Osvaldo Norton, casi un sello de la casa.
En las mesas de la confitería rondan los fantasmas de Witold Gombrowicz, Abelardo Arias, Maurice Chevalier, María Félix, Dolores del Río, Vittorio Gassman, Germaine Damar o aquel Sandrini de cuando “los chicos crecían”..., las mesas, decía, conservan ese hálito por el que Alan Parker eligió el lugar para filmar escenas de su “Evita” y Carlos Saura de “Tango”. Una “locación” de privilegio, de las que quedan pocas. Con clima. Basta panoramizar hacia sus ornamentaciones circulares en relieve o referenciar sus carameleras de dieciséis frascos para oprimir, amorosamente, el “play” de la máquina del tiempo.
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 (1) La fecha -propuesta por la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables- no es casual: el 26 de octubre de 1894 fue inaugurado el pórtico y frente  –diseñado por Christophersen- de Avenida de Mayo 825 que le dio su característica definitiva al histórico Café Tortoni. La referida Ley es de protección a 54 locales del rubro que son considerados como tales por sus hechos o actividades culturales de significación, su antigüedad, su diseño arquitectónico o la relevancia local. En este marco, han adquirido un importante valor patrimonial. El objetivo perseguido es la promoción de la participación de estos sitios en la actividad cultural y turística porteña, impulsando en ellos actividades artísticas acorde a sus características,  asesorarlos en proyectos de  conservación, rehabilitación o restauración edilicia y mobiliaria con profesionales especializados, como así también subsidiarlos en caso de efectuar arreglos edilicios por necesidad.
 Imagen: Frente de la confitería "La Ideal".
Nota y fotografía tomadas del periódico "Desde Boedo.

19 oct 2012

Cosa de negros




(De Enrique Espina Rawson

Era muy común denominar así a las cosas mal hechas, las tareas realizadas a medias, las chambonadas. ¡Qué injusticia!
Desde los tiempos de la colonia, todo lo que hacían los negros estaba bien hecho. Por de pronto, es bueno saber que los negros de Buenos Aires, eran llamados morenos, como una forma de atemperar en las palabras la realidad cromática. Tan es así, que la famosa payada de Martín Fierro es contra “el moreno”, ya que sólo lo llama negro cuando lo interpela con acritud.
Y también estaba el famoso regimiento de Pardos y Morenos, de las guerras de la Independencia…
Los morenos tuvieron en nuestra ciudad un excelente trato, en líneas generales, muy lejano a los horrores que vivieron sus hermanos de raza en casi todas partes, desde Estados Unidos hasta Brasil. Aquí eran bien acogidos, llevaban el apellido de la familia propietaria (¡qué mal suena esto!), de la que se sentían parte y con sus trabajos contribuían al sostenimiento de las economías domésticas.
A veces por cuenta propia, pero la mayoría dependiendo de sus patrones, las negras eran excelentes reposteras, famosas por el arroz con leche, las roscas y los pastelitos, que salían a vender en sus canastas tapadas con lienzos blancos.
Notoriamente, su ocupación principal era la ropa. El lavado se hacía sobre las toscas de la orilla, que en ese entonces llegaba al Fuerte, hoy la Casa Rosada, lo que daba lugar a animadas reuniones aprovechando el tiempo que tardaba la ropa en secarse. Eran muy solicitadas también como amas de leche, y todos los próceres de nuestra historia fueron amamantados por estas serviciales “amas de crianza”.
Los negros, por su parte, tenían infinidad de oficios. Desde los escoberos, que voceaban sus escobas y plumeros de plumas de avestruz, (ñandú, en realidad); los barberos, especialistas en navajas y tijeras, muchas veces “sacamuelas”, y los sastres de gran reputación, hasta los increíbles “hormiguereros”.
Pertenecían estos a una misteriosa cofradía de sapientes y graves morenos, especializados en la lucha contra estos terribles insectos, que devastaban huertas y socavaban árboles y casas. Concurrían a las entrevistas solicitadas por afligidos vecinos provistos de unos largos canutos con los que auscultaban el suelo, demandando a veces consulta con otro afamado colega, para dar con el nido de las hormigas, muchas veces muy distante de las bocas de entrada.
Eran notables también por sus aptitudes musicales. Casi todos los profesores de piano eran negros, y era fama su circunspección y don de gentes, como que enseñaban a las niñas de las casas más distinguidas.
Pero hay una pregunta común al tema de los morenos de Buenos Aires, y sobre la cual parece no existir una explicación convincente. Es esta: ¿Dónde fueron los negros? Que se complementa con el por qué hay tantos en el Uruguay y aquí no.
Algunos dicen que muchos fueron muertos en las batallas de la Independencia, otros que murieron en la epidemia de fiebre amarilla, y otros afirman que fueron blanqueándose al mezclarse con los blancos. Tal vez todos tengan una parte de razón.
Pero tal vez, ya que todo es cíclico en este mundo, vuelvan a predominar los negros, o los morenos, sí así lo prefieren en nuestra ciudad. Nuevas hornadas de estos se ven en las calles porteñas provenientes de alguna lejana etnia africana. No son ya barberos, ni escoberos, ni profesores de piano ni persiguen hormigas. Todos parecen tener el mismo oficio: son vendedores de bisutería. Los vemos parados con sus camisas multicolores, munidos de una bandeja plegable sobre la cual despliegan sus doradas baratijas arriba de un paño rojo.
Tal vez dentro de unos años, si todo marcha bien, la evolución de las cosas haga posible que las principales joyerías de Buenos Aires sean propiedad de una nueva generación de morenos porteños.
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Imagen: Uno de los  Candombe, óleo de Pedro Figari.
Nota tomada de la página web http://www.fervorxbuenosaires.com

De Brooklyn a Buenos Aires




(De Christopher F. Viceconte)
   
Yo había estado en San Telmo durante el día. Antes del viaje, había oído numerosas opiniones sobre la zona. Algunos me dijeron que era el barrio más antiguo de la ciudad, otros me habían comentado que era donde vivían los inmigrantes. Después de un mes de caminar y explorar el barrio de Once, necesitaba un nuevo horizonte. Buenos Aires es una ciudad de la noche y tenía que ver San Telmo de noche.
El autobús estaba iluminado con una tenue luz azul mientras atravesábamos la ciudad. “¿Estás seguro de que esto es seguro?”, me preguntó inquieto mi compañero de cuarto que me acompañaba en la travesía. “Por supuesto que lo es. Es seguro”, le respondí. No sabía a ciencia cierta. Parece que la ciudad había sido muchas cosas desde mi llegada. Hermosa, sí pero también peligrosa.
Cuando bajamos del autobús en la avenida Independencia, mi incertidumbre creció.”¿Sabes a dónde vamos?”, insistía mi amigo.”Por supuesto que sí” fue mi respuesta. Encontramos un pequeño café en la calle Perú y nos sentamos afuera. Sam -mi amigo- quería sentarse, aunque yo habría preferido seguir caminando. Es de Brooklyn y no tenía sentido discutir. Entonces pidió -agitando la mano- “café cortado”. Miré la calle detrás de mí. Aunque la noche era joven las aceras en San Telmo estaban llenas de gente. En la vereda de una librería llamada Galerna, un grupo de jóvenes se reunían para un evento, hablando entre ellos y fumando cigarrillos.
Los edificios bajos, el envejecimiento y las aceras empedradas hecho de este nuevo barrio poco familiar en comparación con la ciudad en la que había empezado a conocer. Dos jóvenes andaban sobre patines. Esperé a Sam que terminara su café. Nos fuimos caminando por Carlos Calvo en dirección a Bolívar. Sam volvió a preguntar “¿Dónde vamos?”… ”Por ahí” le dije, señalando un espacio arqueado grande. El edificio me era familiar. Me recordó a la Boquería, el más famoso mercado al aire libre en Barcelona. Si no fuera por el suelo de baldosas, hubiera podido pensar que estaba del otro lado del Atlántico. En el interior del espacio abierto vi unas cuantas tiendas que seguían atendiendo. Granja Marley donde observé que se sigue vendiendo huevos por docenas y Frutería y Verdulería Ricardo y Anita que todavía vendían su mercancía. El cartel decía: Frutas y Verduras de Primera Calidad. “¿Qué es eso?” gritó Sam, apuntando hacia una pila de manzanas inusualmente grandes. Eran las manzanas más grandes y más perfectas que jamás había visto. “Tengo que tener una”, le dije a Sam y le pedí “Dame unos pesos”. Él me contestó “Vas a enfermarte” y yo insistí: “Dame un poco de dinero”, entonces me entregó la plata y tomé la manzana que estaba en la parte superior del cajón. El dueño de la verdulería, mientras yo le pagaba, me detuvo preguntándome “¿De dónde sos?”, a lo que respondí: “Nueva York y ¿usted, es porteño?”…“No, no. Soy de Salta.”. Entonces, hablamos brevemente sobre mi estancia en Buenos Aires y el barrio de Once y también le pregunté “¿Por qué es tan importante San Telmo?” y contestó: “Es el barrio más histórico, más viejo”. “¿Cuántos años?”, pregunté curiosamente y, señalando un cartel que decía Mercado San Telmo: Inaugurado en 1897, me dijo “Mirá”. Me sorprendí y exclamé “Wow… ¿Entonces es el barrio más turístico?”. “Si y no. Históricamente, este es el lugar donde todos los inmigrantes vinieron cuando llegaron a Buenos Aires. Es un… hogar lejos del hogar para todos los viajeros”, contestó.
Al salir del mercado y dirigiéndome hacia el autobús, seguí observando el vecindario. Un Hogar lejos del hogar … Exactamente lo que necesitaba. En esta nueva ciudad, oscura, estaba empezando a encontrar mi hogar lejos de casa … en San Telmo.
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Imagen: "El Federal", café bar en la esquina de Carlos  Calvo y Perú, San Telmo, Buenos Aires.
Crónica tomada del sitio El sol de San Telmo.

17 oct 2012

"The Boxer"



(De Juan Chaneton)

Por Rivadavia, como  al cinco mil trescientos, cruza Rojas. La calle Rojas. Hay en Buenos Aires siete calles que llevan ese apelativo y cinco de ellas recuerdan las dudosas glorias de cuatro coroneles y un teniente coronel. La que menciono en esta crónica ha de ser una de ellas, una de los coroneles, muy probable. Pero no importa. Lo que importa es que tres cuadras más allá, por Rojas, hacia el norte, corre Bogotá, que viene a ser paralela a Rivadavia.
 Tres cuadras de Caballito o de Primera Junta, quién sabe. Estas cosas las sabe mi amigo, el poeta Rubén Derlis,  quien soporta eso de Derlis -que nunca nadie sabe si es nombre o apellido- con entereza y hasta con alegría. Prometo preguntarle a Derlis si esa esquina de Rivadavia y Rojas y las tres cuadras que van hasta Bogotá son Primera Junta o Caballito. Disipada esa duda, algo habremos avanzado. Seremos más sabios que antes.
 No vivo en esa zona de esta ciudad violenta y egoísta, tan lejos de la Atenas de Pericles, por ejemplo. Tan lejos de La Habana actual. No vivo en ese barrio pero lo conozco. A veinte metros de esa esquina había una farmacia y al farmacéutico, un hombre cano, regordete y de cachetes medio sonrosados, le gustaban los adolescentes. Ponía inyecciones y los hacía pasar al fondo para ponerles las inyecciones a los adolescentes. Doña Rosi, vecina de la cuadra, sospechaba algo y así lo hacía saber a los circunstantes. A cualquier circunstante que circunstancialmente pasara por ahí. Entraba fácil en conversación Doña Rosi. Lengua floja, la doñita. Vaya uno a saber qué pasaba en esa farmacia.
 Una vez, apoyado contra la baranda perimetral de la boca del subte, cavilaba, a mis veinte, acerca de ciertos problemas de vivienda que no había podido resolver todavía y me devanaba los sesos en busca de una salida salvadora que me permitiera dejar ese cuarto “en casa de familia” que alquilaba por allí, ya que para “cuarto” no daba el pinet, un cuarto ha de tener por lo menos cuatro por cuatro o cuatro por tres y este tenía dos por dos o por dos y medio y entraba la cama y yo, y nadie ni nada más. Insalubre. Cruel.
 Como digo, estaba parado junto a la bouche du métro de la estación Primera Junta de la línea “A” cuando empecé a escuchar, con mucha nitidez, una conversación  entre un muchacho y una muchacha Y pensé que una muchacha y un muchacho, tendidos en la playa, comen naranjas, cambian besos, como las nubes cambian sus espumas; y que una muchacha y un muchacho, tendidos en la hierba, comen limones, cambian besos, como las olas cambian sus espumas. Y que, finalmente, una muchacha y un muchacho, tendidos bajo tierra, no dicen nada, no se besan, cambian silencio por silencio. No sé por qué, en ese instante,  me acordé de Octavio Paz, nada menos. Y seguí escuchando.
 Seguí escuchando la charla angustiada de los dos jóvenes porque me interesó, de modo que en ejercicio de la nada edificante actitud de husmear en la intimidad ajena, me sorprendieron las aladas palabras que siguen.
 Vos sabés que yo soy pobre -decía él-. Y a través de mi historia, que pocas veces he contado, he agotado mi resistencia. Me ofrecieron un puñado de murmullos, un pequeño bolsillo lleno de promesas, que resultaron todo mentiras, todo chanzas, chistes, una broma de mal gusto, pero yo era, en esa época, alguien que escuchaba lo que quería escuchar y desechaba el resto.
Cuando dejé mi casa y mi familia no era más que un muchacho. No sé cómo me vi, de pronto, en compañía de extraños, en la quietud de la estación del tren, corriendo con miedo, con mucho miedo, escondiéndome, buscando en los márgenes, en los barrios más pobres, en donde vive la gente andrajosa, buscando lugares que sólo ellos conocen.
Vivía reclamando sólo el jornal de los trabajadores. Vine buscando un empleo, pero no tengo ofertas, ni siquiera ofertas como ese ¿vamos…? de las putas de Constitución. Yo estaba solo, pero había tiempo, todavía, y pude tener algo de comodidad allá, entre ellos, entre aquellos pobres.
 Ahora estoy arreglando mi ropa de invierno y deseando irme, irme a casa, donde el invierno de Buenos Aires no me haga sufrir, no me haga sangrar, irme a casa…
 Ella lo miraba con los ojos muy abiertos por el asombro, pero él siguió como si no hubiese nadie escuchándolo: Al amanecer, un boxeador resiste -dijo-. El boxeador está en su negocio, como cuidándolo para que nadie se lo quite. Lleva dentro de sí el recuerdo de cada guante que se sacó, o de cada guante que lo hirió en la cara hasta que tuvo que gritar en medio de su ira y de su vergüenza. Me estoy yendo… Me estoy yendo -repitió-. Y agregó: Pero el luchador todavía permanece…
 Ella trató de acariciarle la cabeza, los negros cabellos que caían como un torrente desordenado y turbio sobre su frente, pero él apartó su mano con dulzura pero con actitud decidida y firme. Se fue, dejando a la muchacha ahíta de desolación.
 El monólogo que acabo de transcribir lo mejor que he podido, es la letra de una canción inventada por dos jóvenes que en su mocedad fueron famosos como Simon y Garfunkel. La canción se llamaba The Boxer y en vez de Buenos Aires ellos hablaban de su natal New York y no mencionaban el barrio de Constitución sino la Séptima Avenida, esa donde las putas llaman a los clientes con un “…come-on…?”.
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Imagen: Plazoleta Primera Junta, Caballito, (circa 1940). (Foto buenosairesantiguo.com.ar).
Tomado del sitio Buenos Aires Sos.

15 oct 2012

Don Benito y sus palomas


(De Enrique Mario Mayochi)

Setenta años atrás, Buenos Aires tenía un regalo para sus niños: las palomas del Balneario o de la Costanera, que como por entonces era única no necesitaba que se le determinara diciéndole Sur. Para todos, grandes y chicos, eran las palomas de don Benito.
Benito Costoya -uno de los personajes singulares del ayer porteño- llegó alguna vez de su España natal y recaló en el Balneario, cerca de la avenida Tristán Achával Rodríguez, de los juegos infantiles instalados por Gustavo Meyers -a quien siempre acompañaba una mona con atuendo femenino, sombrero y cartera-, del Teatro Griego, de la Fuentes de las Nereidas o del Nacimiento de Venus- a la que la pudibundez porteña desterró allí para sancionar a Lola Mora, su escultora-, de la Escuela Superior de Bellas Artes, del espigón donde se pescaban pejerreyes (porque por entonces el río no estaba contaminado) y la confitería "La Rambla", de propiedad de don Enrique. mi padre.
En su modesta vivienda, don Benito comenzó a reunir, a criar, a disciplinar palomas. Llegó a tener y dirigir unas diez mil. Porque realmente las dirigía con su silbato, a pie o desde su bicicleta a la que alguna vez trepé, luciendo en todo momento su clásica gorra negra.
Y hasta allí llegaban los padres para que sus chicos -de traje de marinero, comprado en "El Niño Argentino"- las viesen volar, posarse dócilmente en torno de don Benito o retomar el vuelo tras recibir la orden de partida. Un buen día comenzó a pintarles el plumaje de azules y oros, de verdes y rosas. Para las fiestas patrias, para el 25 de Mayo o el 9 de Julio, las bandadas de palomas pintadas de celeste y blanco semejaban una gran bandera argentina en marcha y se confundían con el cielo.
Cuando en 1931 vino por segunda vez el principe de Gales -después Eduardo de Winsor, Wallis Simpson mediante-, recibieron al barco que lo traía luciendo en sus alas colores de la enseña británica. Y para el Congreso Eucarístico Internacional, de 1934, el blanco y el amarillo pontificios volaron subre la gran cruz de Palermo.
El presidente Marcelo Torcuato de Alvear -varón de buen diente- lo conoció un día en que concurrió a la Escuela Superior de Bellas Artes para gustar un pejerrey al barro, la especialidad de Costoya, que era también cocinero. Y en la ocasión le pidió que poblase de palomas la Plaza de Mayo. Don Benito lo logró con tiempo y paciencia, a pitada limpia y menguando un tanto la población de su palomar del Balneario.
Porque ha de saberse que la Municipalidad de entonces -a cargo de ese gran intendente que fue Carlos M. Noel-, además de ayudarlo con un modesto sueldo de peón, le permitía instalar viviendas subterráneas y enrejadas para sus palomas.
Benito Costoya ya es sólo memoria de otros días, de los de mi niñez, pues murió el 1º de julio de 1937. Las tataranietas de sus palomas todavía vuelan por BuenosAires y él las contempla desde el cielol montado en su bicicleta y tocado con su gorra negra.
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Imagen: Palomas.
Tomado de la revista: Historias de la  Ciudad.

14 oct 2012

Agonía en Villa Crespo



 (De Rafael E. J. Iglesia)

En La lectura del ambiente, Munir Cerasi advirtió a arquitectos y urbanistas que el sentido de un lugar se origina en el uso que de él se hace (inmediato, instrumental, simbólico).
“El significado formal y estético de la arquitectura no puede explicarse si no se refiere también a la vida cotidiana de los grupos que lo han producido”. Creo que quiere decir que la ciudad y sus sitios se deben pensar (estudiar, vivir, crear) como objetos de uso más que como objetos de cambio (económico o estético).
Los arquitectos hemos oscilado entre considerar sólo los aspectos formales, concretos, materiales del entorno construido y el tener en cuenta sólo las abstracciones racionales expresables en cuantificaciones y esquemas no homomórficos con la realidad construida. En el medio, queda olvidada la agonía de los ciudadanos, su lucha contra y en medio del “espacio adaptado” a sus necesidades. Este centro, olvidado, es el centro de la cuestión. Lo que da sentido a cualquier instauración de un espacio habitable en su “habitabilidad”, la vivencia del habitante, la acción misma de habitar. Rapoport lo señaló en Aspectos humanos de la forma urbana. Hall lo estudió en El lenguaje silencioso.
Muchos leemos y discutimos estas ideas, pero se nos hace difícil pensar un ambiente ciudadano sin que el primer plano lo ocupe la tectónica (lo arquitectónico), olvidándonos de lo que dijo Alexander: “Al presente, no hay manera de estar seguro de que los programas nos son arbitrarios […], no es una cuestión de hechos, sino de valores”.
Esos valores pueden descubrirse en las descripciones ambientales (vivencias y experiencias) de poetas y escritores. Azorín, Unamuno, Goytisolo, entre otros, se han dedicado a “contar a España” y de sus cuentos surge claramente el sentido del ambiente descripto. Quiero señalar que esta claridad nace de que la arquitectura no ocupa el primer plano.
Leo a Unamuno: “Esa calle del Pez, zigzagueante como nuestro pensamiento de los dieciocho años, cerrando en redondo el horizonte, sin huidas de vista a campo o plaza […]. Y al final de la calle, en un lado de su desembocadura, aquella misma casita baja, de un solo piso, y la librería oliendo a polilla, en la que comprábamos tomitos de la Biblioteca Universal. Y en la calle, calidoscopio de transeúntes, y al pasar, cachos de conversación, frases sueltas, un: ‘¡hombre, no!’, o bien: ‘¡no, mujer!’. Con esos pedazos se le hace a uno un poema.
He aquí la descripción de un ambiente desde la suave agonía de comprar un libro, intuir dramas e imaginar poemas.
En Buenos Aires, nuestro Leopoldo Marechal ha recreado Villa Crespo (¡atención, ediles y urbanistas!) sin necesidad ni de la arquitectura ni de la estadística.
Sus elementos ambientales, o sus elementos de composición ambiental, son (casi por orden de aparición): La vieja (amargada, iracunda, siciliana y marchita) Chacharola; el propio Adán Buenosayres; los cocheros frente a una mesa con copas vacías de “La Nuova Stella di Posilipo”; don Nicola (frente al estaño); el sentido hodológico del recorrido de Adán; sonidos; voces de chicos, ruidos de tropel (también de chicos), música de jazz ensayada en la trastienda de “La Hormiga de Oro”, ruido de pasos de las posibles víctimas del ciego Polifemo, su poderosa voz: “¡Una limosna dad al ciego!”, risas de costureras, trucos cantados por los cocheros, campanadas parroquiales, bisbiseos y susurros zaguaneros, pedos bucales de Yuyito y Juancho, clamores de guerra, ruido de huesos rotos, murmullos de asombro, silencio, crujir de esqueleto, ronquidos de bandoneones, trompetas angelicales, galope lejano de caballo policial; el sol; el aire puro; don José Victorio Lombardi; la iglesia de San Bernardo; el Cristo de la Mano Rota; un cortejo fúnebre (con seis caballos negros; tan barrocos como la carroza fúnebre y los penachos), el giro de las palomas; los paraísos enfilados; las zaguaneras (Ladeazul, Ladeblanco y Ladeverde); la Flor del Barrio; Juancho y Yuyito; los trabajadores de la curtiembre “La Universal” (tufo de grasa podrida y de cuero rancio); suave olor a vacas, de anises y tabacos fuertes;  el viejo Pipo; la vieja Clota (“Adán se preguntó más de una vez si la vieja no estaría hilando el destino de la calle y el de los hombres”); el Ángel y el Demonio; un pegador de carteles; el cine “Rivoli”; doña Carmen; los recuerdos de doña Cloto; iglesia piamontesa en las montañas, su marido muerto (“encanecido en los andamios”); una ronda de chicos; un corralón; Jabil; Abdalla; “La Flor de Esmirna”; el café “Izmir”; don Jaime, peluquero andaluz; el carrero del altillo; la peluquería (“una sala común, de paredes grasientas y té cagado de moscas: dos sillones frente a un largo espejo enceguecido, cuatro sillas de Viena y una mesita con viejos números de “El Hogar”, “El Gráfico” y “Mundo Argentino”); una multitud clamorosa; mujeres, viejos; puertas, ventanas, tragaluces; la verdulería “La buena Filomena”; un círculo de hombres y mujeres; doña Gertrudis; el tano Luigi; “iberos de pobladas cejas”, “los de la tierra vascuence”, “andaluces matadores de toros”, “ligures fabriles”, “napolitanos eruditos”, “turcos de bigotes renegridos”, “judíos que no aman a Belona”, “griegos hábiles en las estrategias de Mercurio”, “dálmatas de bien atornillados riñones”, “sirios libaneses”, “nipones tintóreos”, las diosas Minerva y Juno; un cajón de naranjas brasileras; un árbol; el arcángel San Gabriel; el cielo; tres briznas de hierba; el sargento Pérez.
En esta larga lista se resume el ambiente de Villa Crespo. Marechal lo describe. sin recurrir casi a elementos construidos; y puede hacerlo porque el sentido de la arquitectura no está sólo en ellos, sino en quienes los viven.
¿Qué urbanismo estudiará esta agonía? ¿Qué estadística la revela? ¿Qué diseño la tiene en cuenta y se pone a su servicio?
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 Fotografía: Leopoldo Marechal en su juventud.
Nota tomada del libro de los arquitectos  Iglesia y Sabugo: La ciudad y sus sitios.

11 oct 2012

Los tres Daniel Giribaldi




(De Oscar Vázquez Lucio [Siulnas])

Hace algunos años, con motivo de editar mi revista humorística “Humorón”, recibí la siguiente salutación: Para Siulnas, humorista / (o humorón, según se usa). / Yo estaba en “La Hipotenusa” / ¿se acuerda de esa revista?”
El remitente era Daniel Giribaldi, poeta y humorista –la cuarteta transcripta sintetiza su doble vocación–, ex jefe de redacción de la revista de humor mencionada en último término (“La Hipotenusa”), por cuyas páginas obtuviéramos algunas precisiones poco formales –acordes con el biografiado– sobre la personalidad de Giribaldi.
“Centenares de páginas humorísticas desperdigadas en toda clase de publicaciones no obstan para que, en realidad, se llame Diógenes. Aunque nació en Nueva Pompeya, es autor de una colección de sonetos en lunfardo que circula en copias a máquina, y sobre la cual se publicará un libro impreso. En “Cuatro Patas”, semanario satírico mensual aparecido y desaparecido hace seis años, creó la hoy difundida expresión ¡Abéjate!, voz que suele emplearse con cierto éxito para alejar a las abejas. De noche recorre los últimos ‘estaños’ del centro de Buenos Aires con el pretexto de beberse unas ginebras; lo cierto es que reúne firmas para que la rigurosa y severa Academia Argentina del Lunfardo le brinde el sillón vacante por la desaparición de Nicolás Olivari. José Gobello, presidente de la Academia, accedió finalmente a prestarle una sillita”.
La aparición de Giribaldi en “Cuatro Patas” –revista dirigida por Carlos Del Peral– no había sido menos pintoresca que muchas de sus actitudes; después de mencionar a quienes colaboraban en el primer número, se agregaba en el staff: …“involuntariamente, Giribaldi, a quien no conocemos  y cuyo excelente cuento llegó a nuestras manos por casualidad.”
El cuento en cuestión era “El transporte en Singasog” y giraba alrededor del problema que afrontaba ese pequeño e imaginario país:
“…Se fue produciendo en Singasog un extraño fenómeno. Como llegar al trabajo ocupaba todo el tiempo de los trabajadores, para que estos pudieran seguir comiendo, durmiendo y yendo al cine de tanto en tanto, los obreros exigieron que la jornada de trabajo disminuyera en proporción inversa a lo que podríamos llamar el aumento de la jornada de viaje. Así, si antes se viajaba diez minutos y se trabajaba ocho horas, ahora, que era necesario viajar durante ocho horas desde las casas a las respectivas ocupaciones, se acordó trabajar diez minutos para compensar el tiempo que se perdía…”

EL HUMORISTA Y EL POETA
¿Cómo se da la dualidad entre el poeta y el humorista? Acaso ambas formas de expresión estén emparentadas por el tratamiento brindado por Giribaldi, un poeta que no hizo “la carrera literaria”, no visitó a los famosos, no felicitó a los mediocres y no reconoció a los que cuestionaba, según él mismo lo admitiera en 1983, en ocasión de la reedición de sus “Sonetos mugres”, que le valieron se lo encasillara como “poeta lunfardo”, a lo que replicó fastidiado en un reportaje para la revista de “La Nación”:
“–…Yo soy un poeta castizo, con zeta. Escribí esto por hacer un chiste y mirá la repercusión que tuvo. Entonces aparece el problema: los lunfardistas se la agarraron en serio y fue todo una broma”.
Pero también surge la contrapartida en su definición del humor recogida por Miguel Bravo Tedín en 1969:
“–El humorismo es la superación de la tragedia. Sin tragedia no hay humor. Pero la vida carece de sentido, no dicho esto en sentido tanguero, sino filosófico: la vida no se propone nada, no tiene finalidad, carece de sentido. No sabemos para qué fue inventada ni para qué estamos en ella. En otras palabras, se parece a la sirenita esa que había en Copenhague y que unos patoteros dinamarqueses decapitaron: no tiene pie ni cabeza. De todo esto surge el sentido del absurdo y de la vida. La convicción de que hay que reírse para no reventar demasiado, ya que reventar se revienta igual…”
Y ese sentido del humor al que Giribaldi acude “para no reventar demasiado”, fluye hasta cuando en la sección Libros de “La Hipotenusa” comenta la Guía Peuser: “Pocas veces –la única, deberíamos decir, pero no nos atrevemos a ser tan concluyentes– un libro argentino ha alcanzado el número de ediciones que cuenta en su haber esta obra de Jacobo Peuser, cuya reedición Nº 752 acaba de aparecer en este segundo bimestre de 1967. Con pluma ágil y amena, gran poder de síntesis  y aguda erudición, el autor traza un panorama de Buenos Aires que debe calificarse de completo. Ningún escritor localista, llámese Carriego, Fray Mocho, Fryda Schultz de Mantovani o como a usted más le guste, reúne una mención más completa, más abundante en datos sobre la gran ciudad, que el autor de este pequeño volumen. Nadie menciona mayor número de lugares gratos al porteño (la esquina de Corrientes y Esmeralda, la calle Ayacucho, célebre por su “bulín”; el Paseo Colón, con viejos almacenes repletos de parroquianos que han perdido la fe; la cortada Carabelas; el abasto de Carlitos…  La nómina sería interminable y abarcaría 188 páginas, vale decir el mismo espacio que le lleva al señor Peuser describir en forma minuciosa esta Buenos Aires que tan bien conoce y que tan admirablemente coloca ante los ojos del lector. Su fervor humano, que se emparenta con la pasión que Faulkner sentía por su condado de Yoknapatawpha, lo lleva a incluir en su Guía –al igual que a Faulkner en ‘¡Absalón, Absalón!’– un plano del lugar que describe…
Lo mismo una guía de calles que un clásico de la literatura como Don Quijote sirven a Giribaldi para “superar la tragedia”, aunque en “Milonga de Don Quijote” –que su amigo Edmundo Rivero ha cantado en privilegiadas reuniones en su reducto– se produce una de las tantas simbiosis entre el poeta y el humorista: “En La Mancha, en un lugar/ de cuyo nombre no quiero/ acordarme, un caballero/ cofla, lungo y singular,/ a fuerza de morfetear/ libros de caballería,/ llegó a revirarse un día/ y, ya colifa, el cafaña/
salió a imitar las hazañas/ de los brolis que leía…”

EL TERCER GIRIBALDI
Hemos conocido al Giribaldi poeta y al Giribaldi humorista, pero hay un tercer Giribaldi, el que abrazó el periodismo al no poder finalizar sus estudios de agronomía, tras ejercer diversas tareas que lo llevarían a autocalificarse como “hombre de siete oficios y catorce necesidades”.
Como periodista, pasó por numerosos medios, entre ellos la agencia Télam –en cuyo archivo dejó preparada su propia nota necrológica para evitar esa tarea a los colegas–, “El Mundo”, “Noticias Gráficas”, “Clarín” y “Mayoría”, teniendo últimamente a su cargo “Croniquita”, el suplemento dominical infantil de “Crónica”, de Buenos Aires, sobre el que recayera la distinción asignada a ese género de publicaciones por Eudeba al celebrar su 25º Aniversario. Y el mejor suplemento infantil del momento se planificaba en una mesa de café en el barrio de San Telmo, “redacción” habitual en la que Giribaldi recibía a sus colaboradores, a quienes, cuando no estaba con ánimo de verlos, aconsejaba pasar el material por debajo de la puerta de su departamento en un edificio cercano al bar de las mejores ocasiones. Es que a veces, no tenía mucho que decir a sus colaboradores, o bien prefería no decirlo aunque él estuviera convencido de que “la vida carece de sentido”; en esos momentos, “para no reventar demasiado”, prefería anticiparse en algún soneto: “…Será un velorio piola, tendrá gancho…/ Alguien dirá: ‘fue un punto divertido’./ Alguien, también, me llorará a lo chancho./ Y Alguien, que llegará sin hacer ruido,/ Silenciará a los Beatles, lo más pancho./ Y yo me iré con él. Con el Olvido.”
Tal vez en esto último se equivocaba; los encuentros de Poesía Abierta que él promoviera a pesar de su convencimiento de que “ni la poesía ni los poetas prestan utilidad alguna”, prosiguieron con el aditamento de su nombre, y la fecha que “eligió” (según algunos como póstuma exteriorización de su sentido del humor) para morirse –2 de noviembre, Día de los Muertos–, coadyuvaron a que su imagen como poeta y humorista se siguiera proyectando sobre quienes lo conocimos.
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Foto: Daniel Giribaldi.
Tomado del blog: SiulnasZapping.