(De Mario Tesler)
A
fines del tercer trimestre de 1929, un ateneo radical que funcionaba en Tacuarí
1355 publicó un libro de Diego Luis Molinari con el título Los diplomas sanjuaninos. Tanto en la tapa como en la portada y a
manera de subtítulo encontramos esta aclaración: Discurso pronunciado en el Honorable Senado de la Nación en las sesiones del
31 de Julio, 1 y 2 de Agosto de 1929. Este libro fue de distribución gratuita.
Como bien expresan los editores en sus Dos palabras, a manera de prólogo, se
trata de un documento de interés político
circunstancial. No obstante en su contenido se encuentran párrafos que
recuerdan el significado de las
enseñanzas familiares, el respeto para la vida privada,/ y / el concepto de la moral política.
Molinari fue protagonista de importantes debates en el Congreso
Nacional. Exponente
del radicalismo personalista y luego una de las figuras del justicialismo,
Molinari fue abogado, diplomático, legislador, académico y bibliófilo; si bien
no se lo olvidó en estas actividades es memorado como catedrático, al unir
claridad de exposición con profundidad en el tratamiento, y muy especialmente
como historiador por su erudición arrolladora.
Molinari no dejó editado un trabajo autobiográfico pero sí algunas
páginas manuscritas, tal vez destinadas sólo para conocimiento de sus íntimos,
o en la esperanza de poder en algún momento completarlas y darlas a publicidad.
En cambio, en el discurso parlamentario que
contiene el libro sobre Los diplomas
sanjuaninos involuntariamente se refirió a su infancia y adolescencia, con acentos que son a veces húmedos de lágrimas.
Con lo dicho por Molinari en el recinto nacional más trascendente de los
argentinos, recinto éste ubicado en el barrio donde nació y donde pasó sus
primeros años de vida, más aquellos apuntes y una de sus libretas con registros
inéditos es posible construir las páginas iniciales de su biografía.
Aunque estaba referida al mismo tema, Molinari
dividió esa exposición parlamentaria en tres partes, pronunciadas en sesiones
diferentes pero consecutivas.
En la primera parte dice: En mis horas angustiosas de estudiante pobre no tenía más libros que
los de las bibliotecas públicas de Buenos Aires y acudía a la biblioteca del
general/ Bartolomé Mitre/ y removía
sus papeles.
Luego el
recuerdo de un libro obtenido como trofeo: En
los lejanos días de mi infancia -comentó a sus pares- alimenté mi espíritu en una escuela extranjera, en esta Capital, y
recuerdo como si fuera hoy el día aquel en que un profesor, cuya formación
intelectual se había conformado en el espíritu y en las condiciones culturales
de la Italia
que surgió después de 1870, como primer premio a mis desvelos de escolar
incipiente, puso en mis manos un ejemplar de la “Divina Comedia” del Dante.
También
compartió en el recinto la emoción de un aniversario para él de gran
importancia: Mañana/ ... /, mañana -repitió- cumple 80 años mi padre, señor presidente. Llegó de Italia a este país,
en la época de Sarmiento. Conoció, uno a uno, a aquellos hombres del pasado,
que más de una vez he invocado con tanto calor, con tanta justicia, por que él
me enseñó a discernir la verdad por debajo del oropel, y a juzgar a los hombres
y los acontecimientos, tal como deben
ser juzgados.
Por último, en esa sesión, al explicar por qué
entonces él hacia causa común con todos aquellos que luchan por la libertad
en cualquier parte que ella estuviese en
peligro, volvió a traer el recuerdo
de sus mayores, de su padre y de su abuelo paterno: Eran las viejas enseñanzas de mi abuelo; era la palabra de Mazzini, era
el exilio de mi padre, que antes que aceptar un régimen político/ con el/ que no comulgaba prefirió lanzarse a través
de los mares, viniendo a buscar para él en este suelo, la garantía de sus
derechos y la libertad de sus descendientes.
De ahí, señor presidente, que con este verbo inflamado de mis
antepasados he ido recogiendo una gran lección de la historia, y he comprendido
los movimientos del pueblo, por lo que ellos significan y no por lo que de
ellos se dice.
Antes de reanudar su exposición sobre el tema
de marras, al comenzar la tercera intervención Molinari informó, para
conocimiento de sus pares, sobre una cuestión personal. Al finalizar la
exposición anterior los reporteros parlamentarios, duchos en recoger incidentes
y dichos para comentarios de color en las columnas de sus respectivos medios,
difundieron dos expresiones dirigidas a él, de las cuales tuvo noticias y no
por haberlas leído en el Diario de
Sesiones. Una, que desechó por falta de valor, lo amenazaba con sacarlo a patadas del recinto, de la otra
expresión que alcanzó a percibir dijo que para él tenía en ese momento cierto valor y la respondió, legando
para los vecinos de Balvanera, una remembranza de las que no proliferan en
nuestros diarios de sesiones, algunos de cuyos párrafos transcribo:
Es
una expresión que yo no sé con que espíritu se habrá dicho, pero que la recojo
tal como ella vale: la de carbonero. Curiosa situación la del senador que
habla. Ayer era un hombre perfumado, hoy es un pobre carbonero, ¿que será
mañana? ¡No lo sé! Pero quiero explicar,
señor presidente, al Honorable Senado la verdad que puede haber detrás de esta
expresión.
Sí,
señor presidente, yo he sido carbonero.
Yo
he dicho ayer, señor presidente, que mi padre llegó al país cuando era
presidente de la
República Sarmiento , el gran Sarmiento. Y llegó como llegan
todos los emigrantes a esta tierra, con una mano atrás y otra adelante, sin
tener seguro el pan de cada día, librado
a todas las contingencias y a todas las necesidades. Terrible situación en la
que tenía, hora por hora, que afrontar todas las contingencias de la vida con
el producto de su trabajo honrado y personal, señor presidente.
Y
fue carbonero de Sarmiento. Y cuenta mi padre que cuando llegaba en horas
tempranas de la mañana a la casa de Sarmiento, el viejo y formidable luchador,
que era muy madrugador, lo recibía personalmente y le decía: “¿Cómo te va,
gringo? Sí, así es como necesitamos que sean los hombres que vienen a la República ; queremos que vengan
hombres que trabajen y luchen; ¿en qué puedo ayudarte gringo?; ¿necesitas
algo?”. Mi padre me decía que nunca le pidió nada al presidente de la República , señor
presidente. Y es cierto; siguió siendo carbonero de Sarmiento!
Pasaron
los días de 1874. El eco de la revolución todavía no se había apagado; acudían
a esta ciudad los prisioneros. Vivía mi padre en el barrio de los Corrales de
Miserere. Era presidente Avellaneda. Y así como lo fuera de Sarmiento, mi padre
fue carbonero de Avellaneda.
Y cuenta mi padre, señor presidente, que en las mañanas, temprano,
cuando acudía a aquella vieja casa porteña de patios amplios y de vida sencilla
y republicana, encontraba al presidente que era un espíritu ágil y ensoñador,
cuidando sus flores en el jardín. “¿Cómo te va,
gringo”?, le preguntaba mañana a mañana; y mi padre contestaba al presidente
republicano, sencillo y austero, como antes le contestaba a Sarmiento. Y nunca
le pidió nada para sí. Esta es la verdad.
Avellaneda,
que tenía sobre sus labios la inspiración genial con que el espíritu divino
anima a la palabra pura, porque hay un pensamiento puro y un corazón puro que
la agita, envió a mi padre al Congreso a presenciar un debate formidable; y así
fue como tuvo mi padre la noción de que había en el país hombres e
instituciones que cimentaban, más que con las promesas falaces y los programas
que se olvidan, que cimentaban con los hechos la libertad de los que acá acuden
a cobijarse bajo los preceptos sacrosantos y generosos de nuestra Constitución.
Fue
dura la vida para mi padre. Pasaron los años. Casó. Tuvo hijos. Vio cómo se
convulsionaba el país en 1880, fue testigo de los días terribles del 90...
. . .
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. . .
. . . . Yo también, señor presidente, he
sufrido grandes privaciones, porque nuestra familia carecía de dinero, y yo
tenía que volver de la escuela para ir con las cuartillas de carbón al hombro,
para ayudar a ganar el sustento de cada
día.
Afectado por la circunstancia Molinari
interrumpe por unos instantes su exposición y al retomarla agrega un dato más que viene a cuento para esta
reunión: Es mi emoción una emoción
natural. Recuerdo, señor presidente, que yo no podía comprar los libros y me
veía obligado a sacarlos de la biblioteca pública, de una modesta biblioteca
pública obrera situada en la calle Méjico 2070, y los leía muchas veces a la
luz de los faroles.
Es cierto: llevé cuartillas de carbón y fui carbonero, y aprendí a
respetar aquellos nombres de Sarmiento y Avellaneda, y comprendí entonces, que
cuando mi padre me daba aquellas lecciones de dignidad, yo heredaba sus
conceptos honrosos sobre los hombres que ayer no más, evocaba en este recinto.
Nueve años después volverá sobre el origen carbonario de su abuelo y
de su padre, motivo que los obligó a emigrar de su tierra natal, el 12 de
noviembre de 1938 cuando pronunció, en la Sociedad de Cultura Italiana “La Nuova Dante ”, su
conferencia sobre La ideología de José
Mazzini en el Río de La Plata
dijo: Son las organizaciones secretas.
Son las ventas carbonarias, a las que pertenecieron mis antepasados.
Con sus apuntes y la libreta de registros personales se sabe además
que aquel padre, recordado con ternura, fue Miguel Molinari y su madre Paula
Marin, él hijo de Francisco Molinari y Teresa Abbondanza, ella de Federico
Marin y Teresa Victoria Centenaro. El matrimonio de Miguel Molinari y Paula
Marin fue consagrado en la
Parroquia de Nuestra Señora de Balvanera el 24 de mayo de
1880, según figura registrado en el folio 76 del Libro de Matrimonio número 26.
De dos de sus hermanos no hay indicio y es
probable que hayan fallecido a los pocos días de nacer, Ángel Luis, que él
señala como 3er hijo,
nació el 20 de mayo de 1883, Herminia Teresa el 20 de agosto de 1891 y Aída Florinda el 27 de marzo de 1893, en
tanto el nacimiento de Diego Luis se produjo el 30 de setiembre de 1889.
Solamente de Ángel Luis él indicó que consta
su nacimiento en la Parroquia de Na Señora de Balvanera -Libro
59, folio 853. Habida cuenta que su padre era un mazziniano es probable que
sólo haya permitido el bautismo del primer hijo sobreviviente. El nacimiento de
Diego Luis se registró en la Sección 5a|, en tanto sus dos
hermanas figuran en la Sección 4ª .
La familia Molinari-Marin habitó los cuartos
construidos en la planta alta del corralón ubicado en Cangallo 2554; abajo se
guardaban los carros que manejaban su padre, su hermano Ángel Luis y él, como
también servía para depósito de mercaderías. Al ser designado por Hipólito Yrigoyen
en 1916 subsecretario en el
Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, fue precisamente en este corralón
donde recibió a los periodistas.
En
cuanto a la “Biblioteca Obrera”, tal era su nombre, que funcionó en México
2070, se trataba de un edificio construido por
C. Haupt. Esta biblioteca socialista fue fundada el 25 de septiembre de
1897, contaba con algunos miles de ejemplares, ofrecía la consulta gratuita en
su sala, en el horario de 20 a
22 horas, y cobraba una pequeña cuota trimestral a aquellos que preferían
llevar los libros a sus domicilios.
Cuando en los ya citados apuntes inéditos, cuya
custodia me fue confiada por su hijo Ricardo Luis, se refiere Diego Luis
Molinari a su iniciación en la vida pública dedica un párrafo a la etapa
inicial de su formación, sin precisar en qué establecimiento solo tuvo presente
las dificultades.
Mis estudios primarios se realizaron a salto de mata, en la medida que
me permitió hacerlo la humildad y pobreza de mi hogar. La modesta situación de
mis padres que, con muchos hijos,
procuraron dar educación a todos, a costa de admirable sacrificio y tenacidad.
En cambio, cuando se refiere
a su paso por la enseñanza media tiene presente a los dos establecimientos del
barrio de Balvanera donde cursó, uno de carácter confesional y el otro laico: Los secundarios los cumplí en el Colegio San
José de esta capital, (1903-1906), donde aprendí las reglas más firmes y sanas
de conducta y trabajo; y los completé en el Colegio Nacional Bartolomé Mitre
(1907), vinculándome a los que han sido los más leales y constantes amigos de
toda mi vida.
______
Ilustración: Diego Luis Molinari.