“Quien sea turista y no conozca el Obelisco en carne viva nunca sabrá lo que es
Buenos Aires”, sentencia Ramírez, uno de los tantos vendedores de artesanías
que se pasea a diario entre el cruce de la avenida Corrientes
y 9 de Julio, a la pesca de nuevos clientes. El arquitecto Alberto Prebisch fue
quien lo diseñó y Siemens Bauunion, la empresa que lo construyó de la mano de
más de 150 obreros en tan solo 31 días. Tal construcción no sólo es conocida
por su peso histórico sino también por la opinión de los transeúntes que lo ven
a diario. Sus opiniones van desde la fría objetividad hasta la más pasional de
las subjetividades, ¿Por qué? Porque el obelisco es símbolo de época, de
Historia, y de historias. Por sus cercanías hay un grupito de señoras cacatúas
que andan despotricando a los cuatro vientos que su diseñador fue un burdo
imitador del arte egipcio debido a su parecido con las construcciones antiguas.
Sin embargo, una enamorada anónima de Prebisch, en una de sus cartas póstumas,
deja en claro el amor que Alberto sentía hacia todo lo relacionado con el
antiguo Egipto. Otros absurdos revelan que el arquitecto viajó al pasado, a
través de la galería Güemes, para copiarse de sus maravillas y luego regresó
como si nada para dar comienzo a la construcción que con los años se
transformaría en el icono de la ciudad. En medio de este escenario excéntrico
cargado de diversas simbologías me topé con Sebenir Suárez; un hombre ya mayor
curtido por los años, ex cantante desconocido y actual taxista. Ni bien le dije
que planeaba hacer una nota sobre el obelisco se mostró predispuesto y pasó a
contarme su historia a la que resumió como "una herida en su pecho que le
recuerda que su felicidad es carente de longevidades". El nombre de su
maldición, según el hombre, era Lucía; una administrativa que trabajaba en una
de las oficinas de la calle Florida y vivía en Almagro. Se conocieron una tarde
en uno de los cafés de la cuadra del "Burger", hace años, y desde ese momento
quisieron estar juntos. "Los ruegos a Cupido no fueron escuchados. El amor
es fugaz y generalmente ilusiona más que lo que deja, pero lo que lo hace mágico
es que mientras dura, nos permite sentir lo eterno y lo milagroso en medio de
realidades abstractas y racionales como las nuestras", me reveló Sebenir.
La relación no duró mas que unos cuantos encuentros fogosos y algunas charlas
de cafés. La mujer, si bien la pasaba bien con el hombre, sentía que su mundo
se quebraba junto al fulano. Según ella, Sebenir la hacía feliz y como no
estaba acostumbrada a esto prefirió terminar con la relación. El hombre, preso
del dolor y del desconsuelo se metió en todo tipo de relaciones desafortunadas
e hizo infeliz a cuanta mujer pudo sin poder mermar el dolor y despecho que
sentía por dentro. Hasta en una tarde, en la que vagaba medio ebrio, se cruzó
con un hombre vestido de traje al que le ofreció una buena suma de plata si le
contestaba tal pregunta: ¿El precio por ser feliz es tan alto que hasta es
menos doloroso ser infeliz? El extraño de traje agarró los billetes de un
manotón y salió corriendo en medio de una 9 de Julio aborrecida por el tránsito
y el ruido de las bocinas. "¿Tan ridícula le habrá parecido mi
pregunta?", se preguntaba Sebenir a la vez que se sentía como un idiota.
Con el tiempo, Suárez, perdió todo interés por contestarse preguntas. Sin
embargo cuando conoció a Rocío se enamoró, ahora sí se contestaba todo tipo de
incógnitas y hasta veía La felicidad como una sensación posible en cada esquina
y no como un invento de los católicos y optimistas para justificar un anhelo
inexistente en medio de un mundo patas para arriba. Sin embargo, a pesar de
todo, una noche de otoño terminó el noviazgo frente al coloso de la 9 de Julio.
"Desde esa noche otoñal renuncié a la única posibilidad de volver a ser
niño en un cuerpo adulto, de reírme de las parejas tomadas de la mano pero
infelices, de conocer la armonía de los Budas y entender finalmente el porqué
de nuestra existencia", expresó con tristeza el taxista, antes de
llorisquear y pedirme disculpas por no poder continuar con la nota. Sebenir,
actualmente recorre en su taxi la zona céntrica de Buenos Aires preferentemente
en las noches. Y es así donde se da tregua con sus dos más hermosos recuerdos:
La Vida y La Muerte. Él, solo añora lo pasado y no tiene ningún interés por el
presente mucho menos por el futuro, siente que ya conoció los saberes más importantes
y que ahora solo le resta esperar. Su obelisco es Lucía; colosal, eterna, bella
y fría. Y todo el entorno a su alrededor es Rocío; ríos en movimientos, ruido,
mucho ruido, miles de historias en una o una historia con el poder de miles, lo
bello, lo sublime, los momentos felices pero transitorios. Para los turistas,
el Obelisco, es una linda representación para fotografiar. Para los mendigos de
las esquinas representa la soberbia humana hecha realidad, los psicólogos
analizan que tal construcción es el poder masculino hecho falo y las feministas
ironizan que el mismo representa el pene que todo hombre querría tener pero
carece. Y que si pudiera llegar a tener seguramente no sabría cómo usarlo.
Testimonios hay a rolete. El obelisco suscita miles de simbolismos,
controversias (como su historia misma que va desde la censura hasta las
diversas manifestaciones) y mucha pasión de sus testigos. Es un recorrido casi
obligatorio para los extranjeros y por qué no para los mismos porteños que
muchas veces se quedan estancados en lo que ven y no intentan ver mas allá de
la ilusoria vista. La magia del Obelisco es gratuita para todos, pero tengan
cuidado, porque se suele decir que por sus cercanías todo aquel que tiene
contacto vivo con el coloso, debe pagar un precio. El precio de dejar parte de
su vida alrededor de su imponente imagen, que predican algunos, nunca dejará de
existir ya que en su interior guarda el secreto de La Eternidad heredada de los
antiguos egipcios.
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Ilustración: Con el Obelisco en el corazón.
Nota y dibujo tomados de la página web Buenos Aires Sos.