(De Alberto P. Cortazzo)
Se ha hablado del barrio denominado “de las ranas”, o “de las latas” pero pocos saben a qué obedece el origen del mote. Trataremos de recordarlo.
El procedimiento de incinerar los residuos que la ciudad acumulaba, se hacía al aire libre detrás de lo que hoy es Parque de los Patricios.
Allí acudían gran cantidad de sujetos que se encargaban de revolver los restos desechados en busca de algo útil. De tal manera se fue formando una población compuesta por individuos que merecieron en nombre de “cirujas”. Con trozos de madera, latas y zinc recogidos de las basuras que hurgaban, fueron levantando sus viviendas a casi dos metros de altura, para preservarlas de las inundaciones. Para ascender a ellas se valían de una escalera hecha con iguales elementos.
Esta gente sin ley ni moral se agrupaba en una promiscuidad deprimente. Como el terreno era anegadizo, constantemente se formaban lagunas y charcos, aptos para el desarrollo de las ranas, batracios que solían abundar en los espacios tomados por las aguas; de ahí el nombre de “ranas” que se les dio a los que habitaban el lugar.
La designación de “barrio de las latas” le cupo por la abundancia que de éstas había en esos lugares.
Este barrio de triste recordación con el tiempo fue desapareciendo. Aún en 1920 quedaban restos de población que la Municipalidad fue desalojando para agruparlos en un sitio tal vez de peor ambiente. Se trataba de un gran corralón, sin habitaciones, por supuesto. Con bolsas de arpillera improvisaban espacios para que las familias pudieran vivir. Aquello tomó los matices de una nueva promiscuidad tanto o más repelente que la otra.
Yo tuve oportunidad de conocer el mentado “barrio de las ranas”. Con un guardapolvo de practicante que me facilitaron, acompañé en diversas oportunidades a un médico dependiente de la Sala de Primeros Auxilios de Nueva Pompeya. De esta forma me puse en contacto con aquella masa que vivió en un mundo de oprobio al margen de la sociedad, que por otra parte parecía haberla olvidado. Nunca oí expresiones tan abyectas. El vicio y la degradación lo envolvía todo como en una oscura niebla. Sin embargo muchos hubieran podido ser readaptados. Y los niños, carne encaminada a la depravación, habrían logrado resurgir de este infierno sombrío con sólo apartarlos de su ambiente.
Muchos de estos “cirujas” se volcaban sobre Boedo y otros rumbeaban hacia la Plaza Once. De ahí que se acepte la confusión de su verdadera procedencia.
Las inundaciones dejaban un saldo desolador –si es que aún cabe la palabra en medio de tanta podredumbre– a causa de los terrenos anegadizos. A tal extremo, que en cierta ocasión el Club Huracán pudo ser propietario por una bicoca de dos manzanas para levantar un gran estadio. Y no aceptó. Además, el cinturón que forma el terraplén del ferrocarril trocha angosta, completa la obra de cercamiento por las aguas.
Por 1914 se produjo una inundación de efectos desastrosos, que los botes destacados para auxiliar a la población navegaban prácticamente por encima de las casas sin que los conductores lo advirtieran. Un diputado nacional intentó bajar de un bote, pero no consiguió hacer pie sobre el techo de la vivienda, ya que ésta se hallaba totalmente cubierta por las aguas. Recuérdese que el entonces presidente de la República, Roque Sáenz Peña, llegó hasta Casero y Boedo y asombrado preguntó cómo era posible que el Río de la Plata estuviera metido tan adentro de la ciudad. Cuando fue orientado de lo que ocurría, se resistía a dar crédito a la explicación.
Pero el progreso marcha en línea ascendente, a veces lentamente, como obstaculizado por la resaca del tiempo, resaca exudada por un pasado que se resiste a desaparecer. Hoy el “barrio de las ranas”, para las generaciones presentes, toma visos de leyenda. Tan lejos, tan atrás ha quedado en este afiebrado maremágnum de calles asfaltadas y limpias, de altos edificios, de cómodos transportes que conforman la suntuosa presencia de una gran urbe como es esta exuberante Buenos Aires.
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Imagen: "Habitación particular en la quema de basura". Foto de Harry Grant Olds, 1901. (Tomada del libro: Buenos Aires 1910: memoria del porvenir; Bs As., 1999).
Tomado de: La ciudad de Boedo, Ediciones cañón oxidado, Bs. As., 1994.