2 nov 2010

El ángel al que sólo le queda la cabeza


(De Miguel E. Germino)

Es conocida la historia de “las polacas” explotadas sexualmente en Balvanera a principios del siglo XX, en un tráfico infame escondido tras el negocio de pieles, realizado por rufianes que utilizaban la cobertura de una Sociedad de Socorros Mutuos fundada en 1906 bajo el nombre Zwi Migdal. Las jovencitas eran traídas de Europa Oriental, engañadas con la promesa de un feliz casamiento. La esquina de Lavalle y Junín era por entonces una “zona roja” donde actuaban los papjerosy (cigarrillo, en polaco), y de ahí el término papirusas, chicas que eran obligadas a atender unos cincuenta clientes diarios.
Schaddai era el nombre divino de unos de los querubines bajo el mando del Arcángel Gabriel. Estos eran seres sobrenaturales, únicamente masculinos, inmortales, invisibles e inteligentes, con capacidad de materializarse y dejarse ver en la tierra. Tenían por misión -ciertamente proteger- y cada ser humano tendría por suyo a uno de estos ángeles.
Schaddai fue enviado a la tierra en calidad de ángel guardián a favor de Anna, una hermosa criatura de origen judío de poco más de 15 años, traída desde Polonia por uno de esos “casamenteros” que prometían buenos esposos en un lejano lugar llamado Buenos Aires.
Ya en el país, la realidad era muy otra: le aguardaba una subasta oprobiosa y un trabajo más oprobioso aún en un prostíbulo, a cambio de casa y comida. Como Anna era muy bella la hicieron pasar por “francesita” a fin de cotizarla mejor, pero al no conocer ella palabra alguna del idioma de Molière, la obligaron a fingir mudez, al menos en la alcoba. Al fin de cuentas la tarea sólo requería gemidos, jadeos, gritos y quejidos en los brazos de cualquiera, ardides del oficio que le enseñaron rápidamente, que de no hacerlo, se enfrentaría al ayuno y al encierro.
La desdichada Anna buscaba en su intimidad una explicación para su suerte, y repetía lo poco que recordaba del rezo que le había enseñado en español la cocinera mulata del burdel: “Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”.
Llegado el querubín para cumplir su sagrada misión, encontró a Anna tendida descansando de su agotadora jornada, y como era  un día de intenso calor lo hacía desnuda. Su juventud, sus cabellos rubios volcados sobre los hombros, sus pequeños senos redondos y erguidos, sus caderas insinuantes, todo en su conjunto exaltaron al ángel, que ya despojado de su túnica y su invisibilidad fue advertido por Anna.
Humanizado Schaddai, comenzó a sentir por consiguiente deseos humanos y en aquella circunstancia ocurrió lo imaginable, entre el ángel y la prostituta.
Calmos ya de aquella pasión comenzó el diálogo:
-¿Eres en verdad mi ángel guardián?
-Lo soy.
-¿Me arrancarás de este infierno?
-Te arrancaré.
-¿Qué hice yo para merecer esto? -sollozó.
En aquel momento una fuerza tremenda arrancó al ángel del lecho pecaminoso y lo depositó muy alto, sobre una nube. El querubín no pudo ver a Gabriel, su jefe arcángel, pero sí escuchó su voz condenatoria y atronadora:
-¡Estás desnudo!... –El ángel inclinó su cabeza, avergonzado. -Has hecho el amor con una hija del hombre, ¡te quitaré las alas para siempre!
Y a Schaddai le desaparecieron sus alas, pero replicó:
-¡Los humanos son hijos de Dios!
-¿Te atreves a contradecir a tu señor?, ¡eso es soberbia! Te quitaré también tu cuerpo. Sólo conservarás la cabeza. Pero no pienses que quedarás libre, tu cabeza será una “cabeza art-nouveau” en el friso de una casa de Buenos Aires, para que contemples las tentaciones que pasen ante ti, sin poder precipitarte sobre ellas.
Desde aquel día Schaddai está en el friso de la casa de Saavedra 58. Es apenas un rostro bonito enmarcado por largos cabellos y hojas de laurel, sin cuerpo, sin alas, sin voz, inmóvil en lo alto, pero con capacidad para ver y oír.
Desde otro friso de un edificio vecino, en Hipólito Yrigoyen 2562/78 (construido por el arquitecto Virgilio Colombo), otros ángeles, éstos con alas y cuerpos, rodeados de hermosas doncellas desnudas se conduelen del ángel caído que no supo cumplir su misión.
Cierto día, desde lo alto Schaddai escuchó una voz que le pareció familiar. Era Anna, ya liberada de su infierno, que con la cabellera rubia recostada sobre sus hombros proclamaba su belleza más que antes. No reparó en él; a su lado iba un atildado caballero, y dos niños rubios, regordetes. Se esforzó por gritar, pero su dura cara de argamasa se lo impidió, mientras que dos lágrimas que brotaban de sus ojos sobresaltados caían a tierra, en forma de polvillo.
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Imagen: Schaddai, en el dintel de la ventana del frente de la casa de Saavedra 58, Buenos Aires. (Foto de Miguel E. Germino, 2006)
Material tomado del periódico: Primera Página (Nota: “Balvanera y su historia”), noviembre 2006.