22 nov 2010

Barrio Cornelio Saavedra


(De Jorge Luchetti)

LOS ENCANTOS DE UNA AUTÉNTICA CIUDAD-JARDÍN
Construido durante la primera presidencia de Perón, el Barrio Cornelio Saavedra es un emprendimiento urbano singular. Sus 25 manzanas de calles curvas, las más de 400 viviendas de estilo colonial español allí asentadas, los amplios jardines y el cinturón verde que rodea al conjunto configuran un lugar único de la ciudad de Buenos Aires.

El 10 de noviembre de 1949 fue inaugurado en Buenos Aires el barrio Presidente Perón, hoy llamado Cornelio Saavedra. Este complejo, lindante con la Avenida General Paz, el Parque Presidente Sarmiento y el Parque General Paz, es uno de los más importantes ejemplos urbanísticos realizados en la ciudad de Buenos Aires por el gobierno peronista. Se trata de un emprendimiento de características singulares, que contó desde su inicio con más de 400 viviendas distribuidas en 25 manzanas. Tanto el cinturón verde que rodea al conjunto como sus calles curvas, junto con sus plazas y amplios jardines, hicieron en parte realidad las ideas urbanísticas planteadas por Ebenezer Howard, autor de la teoría de la ciudad-jardín a fines del siglo XIX. La construcción del barrio surgió de la necesidad de dar respuesta al desbordamiento de las familias que llegaban desde el interior del país en busca de la gran ciudad. Su arquitectura responde al llamado estilo californiano, aunque es más acertad, a mi entender, definirlo como un estilo colonial español.

Esta tendencia estilística ha traído un sinfín de discusiones que aún hoy siguen produciendo controversias entre teóricos: fue calificada como una arquitectura retrógrada. Para aquellos arquitectos que venían con un bagaje cultural europeizante, influidos por un estilo internacional y una arquitectura vanguardista, volver al uso de una arquitectura colonial era una acabada muestra del retraso de nuestra cultura. Por otra parte, quienes pujaron por el uso de este estilo, de teja colonial y paredes blancas buscaban no sólo imponer de alguna forma una identidad arquitectónica sino también exponer un proyecto cuyo carácter estético fuese del gusto de quienes lo habitaran. Este propósito se logró en algún aspecto, ya que la mayoría de los habitantes del lugar veían en esta arquitectura un aparente estatus que asemejaba sus viviendas con las construidas en la costa atlántica o en barrios residenciales del conurbano de las grandes ciudades.

IDENTIDAD EN PELIGRO
Si bien es de suponer que se haya acertado con el gusto de la gente, no todo quedó resuelto. Principalmente se puede divisar en esta iniciativa urbanística una falta de resolución en cuanto a las posibilidades de expansión y crecimiento de las viviendas, como si se hubiese pensado en algo estático sin una previa idea a futuro. Esto queda en evidencia dado que una gran cantidad de casas ha sufrido modificaciones, alterando así la totalidad de la obra original: en muchos casos respetando en parte la tipología existente y en otros, precisamente, no tanto. Pero lo más preocupante es una posible subdivisión de los lotes para la construcción de dúplex, con lo que peligraría la identidad del barrio.

De todos modos, las virtudes del lugar siguen siendo únicas e incomparables, ya que no hay en la Capital Federal otro predio con esas características. Las calles curvadas y bien arboladas producen situaciones urbanas de agradables sensaciones, al igual que los retiros de línea municipal que dejan espacio para parquizar las veredas. También cabe destacar la tranquilidad de la zona y la baja densidad de automóviles que circula por sus calles. Por último, queda decir que si bien el barrio subsistió a los absurdos bombardeos de 1955, lo que no podremos saber es si sobrevivirá a la especulación inmobiliaria de nuestros días, que ya ha dejado marcadas huellas de deterioro en la ciudad, y que -al igual que el nacimiento de este complejo habitacional- sería una decisión política.
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Imagen: Una esquina del barrio parque o barrio jardín Cornelio Saavedra. (Foto de la página: Turismo práctico).
Material tomado del periódico El  Barrio, julio de 2002, Nº 40.