(De Miguel Eugenio Germino)
Con Pedro de Mendoza desembarcaron también en la primitiva
Buenos Aires de 1532, los primeros médicos, quienes comprobaron que la medicina
practicada por los nativos era eficiente. Sin embargo, tras la segunda
fundación por Juan de Garay en 1580, el estado sanitario en la colonia dejó
mucho que desear; los pocos médicos que había eran de origen extranjero y sólo
atendían a los sectores más privilegiados de la sociedad de entonces.
Por tal razón la salud popular era practicada por
curanderos, veterinarios que oficiaban de médicos y hasta por barberos que
incursionaban en las primeras cirugías.
El hombre, a lo largo de su historia fue siempre campo
fértil para las epidemias, las grandes pestes; la ciencia llegó siempre con
atraso para combatirlas.
Nuestra América, especialmente después de la conquista, fue
asolada por plagas y pestes, muchas de ellas traídas desde Europa por los
conquistadores. En una población sin defensas desarrolladas para las nuevas
enfermedades, los resultados fueron desastrosos: causaron más muertes que las
muchas que produjeron las campañas militares.
Las más mortales
fueron las epidemias de cólera, en 1856, 1886 y 1894, y las de fiebre amarilla,
en 1852, 1858, 1880 y 1871 (la más mortífera), esta última produjo más de 14
mil muertes, lo que hizo rebasar al antiguo Cementerio del Sur (hoy Parque
Ameghino en Caseros al 2300). Allí se levanta un monumento a los caídos por la
fiebre amarilla de ese año.
A raíz de la experiencia que hubo de atravesar Buenos Aires
con dichas enfermedades, para 1868, durante la gestión del Dr. Juan A. Aldao
como presidente de la
Comisión Municipal , se buscó un sector alejado del casco
urbano, alto, seco y de buena vegetación, que sirviera para aislar y tratar a
los pacientes. Y lo habilitaron, en una antigua quinta del barrio de Balvanera,
aproximadamente entre las actuales calles Urquiza, México, 24 de Noviembre y
Venezuela: el Lazareto “San Roque”.
En el año 1869 quedaron conformadas entonces dos grandes
salas-barracas de madera, de 20
metros de largo por seis metros de ancho y cinco de
alto, más 10 habitaciones de barro que se utilizaban para la administración,
consultorios externos, botica y recinto de peones y enfermeros. Las
construcciones, además de precarias resultaron insuficientes, por lo que se
resolvió ampliarlas, aunque cuando promediaban las obras éstas quedaron
paralizadas por unos seis años, por falta de presupuesto. Se reanudaron en 1881,
con la intendencia de Torcuato de Alvear. La dirección estuvo a cargo del
arquitecto Juan Bautista Buschiazzo, quien adoptó el estilo arquitectónico que
dominaba en aquella época para los edificios destinados a la salud. Un estilo
sencillo pero no desprovisto de elegancia.
Sobre un terreno de 16.900 metros cuadrados ,
en casi dos manzanas, el antiguo Lazareto pasó a ser el “Hospital San Roque”,
inaugurado oficialmente el 12 de agosto de 1883.
El frente principal del edificio presentaba un cuerpo medio
sobresalido, como logia arquitectónica, a modo de galería o pórtico sostenido
por columnas y arcos. En planta baja funcionaban la dirección, administración,
mesa de entradas y sala de guardia. El piso superior lo ocupaban los
dormitorios de médicos y practicantes; contaba con ocho pabellones con
capacidad para 240 camas, en aquel entonces exclusivo para hombres.
El acceso se realizaba por un zaguán de entrada que
desembocaba en un gran jardín rectangular encuadrado por galerías de altas y
elegantes columnas que unían los distintos pabellones. A un costado se
integraba como parte del conjunto la capilla que conservaba el mismo estilo del
hospital.
Era director de la entonces Asistencia Pública el Dr. José
María Ramos Mejía (1850-1914), historiador, sociólogo y psiquiatra argentino.
En 1886 incorporan al hospital el servicio de medicina
infantil dirigido por el Dr. Facundo Larguía, y se instaló también un horno de
esterilización.
Las instalaciones de este centro de salud sufrieron
múltiples ampliaciones y reformas. La primera fue en 1888, con la construcción
de cuatro nuevos pabellones, más otros dos que quedaron habilitados en 1892 y
con lo que ascendió a 600 el total de camas. En su nueva edificación se
aprovechó una gran cantidad de elementos de la demolición provenientes de la
apertura de la Avenida
de Mayo, inaugurada en el año 1894.
En el año 1904 se ubicó en el establecimiento la Cátedra de Clínica
Obstétrica y Ginecológica Eliseo Cantón, dependiente de la Facultad de Medicina, con
lo que los servicios se ampliaron también a las mujeres.
Tras la muerte del
Dr. Ramos Mejía, en 1914, el establecimiento sanitario fue rebautizado con
aquel prestigioso nombre, y un busto realizado en 1935 por el escultor José
Fioravanti lo recuerda justo en la entrada.
Con tantas reformas que sufrió en sus 130 años de vida, la
fisonomía distintiva del proyecto inicial quedó sepultada por toneladas de
cemento, comenzando por su hermosa fachada original de la calle Urquiza 609,
que quedó absolutamente desvirtuada, reemplazada por una absurda mezcla de
estilos.
Otro tanto ocurrió con las galerías, que fueron cerradas con
hierro y vidrio, para hacerlas más funcionales, aunque eso significó desestimar
su estilo arquitectónico; no caben dudas de que faltó realizar un estudio
previo y un proyecto que podría haber preservado sus rasgos originales.
Asimismo, la capilla fue demolida hacia la década de 1920 y en su lugar
construyó otra en el centro del parque,
que para nada respetó la elegancia sencilla del edificio inicial.
Por este acreditado establecimiento de salud desfilaron los
más destacados especialistas, entre ellos los doctores Pedro Chutro y los
premios Nobel, Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir, así como también el Dr.
Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista.
Actualmente el Hospital Ramos Mejía es el único que cubre la
salud pública en la amplia zona de los barrios de Balvanera, San Cristóbal,
Almagro y Boedo. Sin embargo, se integra al conjunto de establecimientos
públicos de salud con grandes deficiencias edilicias por falta de adecuado
mantenimiento, escasez de insumos hospitalarios así como de personal médico y
de enfermería, ambos deficientemente remunerados.
Las distintas políticas de descentralización hacia niveles inferiores
de gobierno, tanto en el orden hospitalario como de educación llevadas adelante
en la década de los noventa, vinieron a resquebrajar aun más el alicaído
sistema público. En el caso de la salud, con la pretensión de suplirlo por las
Obras Sociales Sindicales y un régimen privado caro y escasamente accesible.
El progreso, como se llamó a sí mismo, actuó disfrazado de
tal arrasando todo a su paso, sin pensar que la mal entendida funcionalidad
moderna pueda convivir con la belleza edilicia arquitectónica de un pasado que
sólo es superado en apariencia, pero no en realidad, ya sea por la calidad de
los materiales utilizados como por lo poco elegante de sus líneas.
____
Fuentes:
-La Administración Sanitaria de la Ciudad de Bs. As. Tomo II,
MCBA, 1908.
-Aslan, Liliana y otros, Bs. As. Balvanera 1817-1970, Facultad de Arquitectura
de Bs. As.
-Piñero, Alberto G. y Trueba, Carlos M., Balvanera y El
Once, Fundación Boston, 1996.
-Periódico Primera Página, nº 24 de octubre de 1995.
-http://arquitecto-buschiazzo.blogspot.com.ar/2009/10/caba-gralurquiza-609-ex-hospital-san.html
-http://www.taringa.net/posts/info/12010475/Resena-Historica-de-los-Hospitales-Portenos.html
Imagen: Entrada del hospital "Ramos Mejía" sobre la calle General Urquiza, en la actualidad. (Foto tomada de la página lajornadaweb.com.ar)
Nota tomada del periódico barrial “Primera página”.