3 jul 2014

Poeta de vida oscura y obra luminosa



(De Haydée Breslav)

 Identificado con la década de oro del tango, en su corta vida Horacio Sanguinetti produjo muchas letras notables que alcanzaron en su momento gran difusión. En la plenitud de su éxito, una cruenta historia que durante mucho tiempo se mantuvo oculta lo obligó a refugiarse en el Uruguay, donde murió.
Parecería que esa opacidad se extiende a otros aspectos de su vida: hay muy poca información respecto de ella; apenas se sabe que su apellido era Basterra. Claro que eso no interesa demasiado, pues lo importante es la obra, que está entre las más representativas de tan mentada década.
De esa obra, la primera pieza que se conoce es Morocha triste, encantadora canción criolla con música de Enrique Maciel que Corsini grabó en 1939. Tres años después Sanguinetti comenzó a desarrollar una producción copiosa –en SADAIC registró más de 150 títulos– aunque de calidad no siempre pareja, que encontró buena aceptación entre los directores de orquesta. Fue así como se hizo conocido y pronto alcanzó el favor popular.
Enrolado, como José María Contursi, en el neorromanticismo, una de las dos principales tendencias poéticas de la época (la otra era la vanguardia, en la que incursionó Homero Expósito), su lenguaje es armonioso y fluido, desprovisto de lunfardismos. No hay en su obra tropos deslumbrantes ni efusiones declamatorias: Sanguinetti apuesta a la fuerza rítmica de los versos, intensificada muchas veces por la rima interna; a la creación de atmósferas sugestivas; a la expresión sencilla de sentimientos profundos (aun a riesgo de simplificarlos).
Otro rasgo distintivo de su poética es la lograda descripción de los personajes femeninos: le bastan pocas líneas para definir los retratos de mujeres inolvidables (“Su nombre era Margot / llevaba boina azul / y en el pecho colgaba una cruz”, Tristeza marina, con música de José Dames; “De satén y color negro, la pollera / de charol y tacos altos, los zapatos / dibujando garabatos / del ritmo que se adueña / tu estampa de porteña”, Bailarina de tango, con música de Oscar de la Fuente; “Qué linda estabas entonces / como una reina de bronce / allá en el Folies-Bergère”, Moneda de cobre, música de Carlos Viván).
De entre sus muchas letras podemos destacar la milonga El barrio del tambor y el tango Alhucema, con música de Antonio Bonavena y de Francisco Pracánico, respectivamente: ambas piezas abordan el tema afroporteño y fueron grabadas por Aníbal Troilo con la voz de Alberto Marino. También se ubica dentro de esa temática el nombrado Moneda de cobre.
Con Viván compuso además los tangos El barco María, donde ya el título anticipa un doliente lirismo, y Amiga, inexplicablemente muy poco difundido, así como la entrañable Milonga para Gardel, que recomendamos escuchar en la versión de Ángel Vargas. La admiración por el Zorzal le inspiró también el tango Discos de Gardel, que lleva música de Eduardo Del Piano.
Para tres de sus mejores tangos contó con la participación musical del gran compositor José Dames: se trata del mencionado Tristeza marina (en cuya música colaboró asimismo Roberto Flores), Los despojos y Nada. En ellos el autor le da forma tanguera a la idea romántica de la melancolía: el abandono, el desencuentro y la desolación son sendas muestras de la felicidad que no puede ser alcanzada. Otro de sus grandes tangos es Barro, cuyo dramatismo es acentuado por la vigorosa música de don Osvaldo Pugliese.
En cuanto a los títulos más exitosos, podemos citar el tango Gitana rusa, con música de Juan Sánchez Gorio, y los valses Manos adoradas y Paloma, con música, respectivamente, de Roberto Rufino y Juan José Guichandut, con quien compuso además el pasodoble Magnolia triste; menor difusión que aquellos, a pesar de evidenciar mayor valor poético, alcanzó el vals El hijo triste, con música de Enrique Mario Francini. Sí calaron en la sensibilidad popular los tangos Viejo cochero y Novia provinciana, que llevan música de Eduardo Bonessi y de Pomati y García Dávila, respectivamente.
Agreguemos como curiosidad que Sanguinetti es autor de una versión española del precioso samba brasileño Risque, de Ary Barroso, que grabó en tiempo de tango Héctor Varela con la voz de Rodolfo Lesica.

"YA SE JUGÓ EL ÚLTIMO DADO DE MI SUERTE"
Durante mucho tiempo circuló entre los tangueros una historia que atañe a Sanguinetti y que nunca había salido del todo a la luz; dudamos en incluirla, pero optamos por hacerlo pues supimos que no hace mucho fue publicada. La contaremos tal como nos fue referida y confiando en que la memoria nos sea fiel.
Una noche porteña, que pudo haber sido de fines de la década del 40 o de principios de la siguiente (no hay mayores precisiones de tiempo ni lugar), Horacio Sanguinetti, desesperado, fue a ver a su amigo y colega Homero Manzi: había matado a su cuñado.
Fue en el velorio de su hermana, cuya prematura muerte Sanguinetti achacaba a los malos tratos que continuamente le infligía el indigno y golpeador marido. Irritado por gestos y actitudes de éste, en tan triste trance, se cobró con su vida la de su hermana.
Manzi, que tenía acceso al presidente Perón, le gestionó una audiencia y lo acompañó. El general anunció a Sanguinetti que le concedería una tregua de veinticuatro horas para que abandonara el país, y en su presencia se comunicó telefónicamente con el jefe de policía, el también general Arturo Bertollo, para darle las instrucciones pertinentes.
Sanguinetti cruzó entonces al Uruguay por la vía más rápida y expedita: en lancha, desde Tigre a Carmelo; así lo hacían los perseguidos políticos huyendo del peronismo.
En la otra orilla se le pierde el rastro: se sabe (se dice) que murió en Montevideo el 19 de diciembre de 1957.
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Imagen: Partituras de tres composiciones de Horacio Sanguinetti.
Nota e ilustración tomadas del periódico barrial  "Trascartón"..