(De Miguel Eugenio Germino)
El mito comienza a partir de antiguos pasajes oscuros que esconde la Cábala (tradición oral entre los judíos que explica alegóricamente el sentido de la Sagrada Escritura).
Balvanera, especialmente en la sección Once y en la parte norte de la Novena, fue poblada por gran parte de la colectividad judía llegada a Buenos Aires, y era común para ellos –en tierras extrañas y muy lejos del país–, confiar en la presencia de un protector, una especie de ángel guardián, en este caso “El Gigante del Once” .
Aquella creencia se fue extendiendo en el tiempo y se difundió también a otros sectores y entre otras colectividades. El término hebreo para gigante es nefilim o golem.
Durante la crisis de 1903, aseguran haber visto al Golem entre los “sopistas”, llamados así porque se arremolinaban frente a las iglesias para tomar una sopa caliente. En septiembre de 1930, cuando el golpe militar de Uriburu, se produjeron grandes destrozos en la “Confitería del Molino”, y es allí donde por la noche también habría aparecido el Golem removiendo los escombros. Otros dicen haberlo visto en la Plaza Once, a altas horas de la noche, protegiendo a una chica a punto de ser violada, y en otra oportunidad rescatando a un accidentado de su auto, que chocó y se incendió. Todos los testimonios coinciden en que su altura se aproximaba a los tres metros.
Una antigua crónica rabínica fechada en 1916 dice: “Existe una calleja que nadie puede ver, salvo desde un balcón al que nadie puede llegar”. Aquélla sería la morada del gigante salvador. Algunos han querido identificarla con el pasaje Colombo y su pequeña e inquietante portería, de cuyas ventanas “se les hace” que alcanzan a ver una ignota figura. Otros vinculan a esa calleja con el pasaje Victoria antes de su división, con entrada por Alsina 2327 y por Victoria 2326 (hoy Hipólito Yrigoyen), con sus laberínticos patios, cerrados y abiertos, en medio de empinadas paredes.
El Gigante del Once fue vinculado por algunos con un inmigrante de principios del siglo XX, cuya altura era tal que no podía pasar inadvertido y que por eso se había ganado el apodo de “gigante”. Lo cierto es que la leyenda se extendió a lo largo de todo Balvanera, y no son pocos los que todavía la recuerdan, haciendo perdurar el misterio.
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Imagen: El pasaje -privado- Colombo y su portería. ( Foto de: hostelblog.com.ar)
Nota aparecida en “Primera Página” (noviembre, 2006) de donde fue tomada.