(De Luis Alposta)
Así como hay palabras lunfardas que terminan por dejar la zona penumbrosa de lo marginal, para pasar a ser palabras de uso corriente, mientras otras son relegadas al olvido, están también las que, después de una breve ausencia, regresan remozadas con un nuevo significado.
Tal el caso de la palabra mufa, de la que podemos decir que proviene del italiano, habiéndola recibido éste del alemán, con significado original de moho. Entre nosotros, esta palabra se aclimató no sólo como sinónimo de moho, sino que, además, pasó a ser utilizada para designar el bajón anímico, el spleen, la depre.
“Hay días en que hay ganas de abandonar la pose,/ tomarse el piro-macho sin batir ni salute,/ dejar atrás la calle, embutirse en el subte/ y en lo que dura un faso rumbear para Lacroze”.
Ésa es la mufa.
Pero a comienzos de la década del sesenta, aproximadamente, variable como grela, pasó a denotar enojo, malhumor, fastidio. Luego, en otro rapto de volubilidad, se llegó a identificar con el aburrimiento, el tedio, el desgano.
Finalmente, el destino de esta popular palabra parece haber sido anclar en la desgracia, en el infortunio, en la mala suerte. Y pasó así, a ser sinónimo de yeta, algo que tiene su antídoto universal en los “cuernos” que se realizan con los dedos índice y meñique. Los famosos “cuernitos”, convocadores de la suerte y aventadores de la mufa y los mufas.
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Imagen:Tapa del "Diccionario Lunfardo" de Athos Espíndola.