(De Miguel Eugenio Germino)
Como bien conocemos, el primer subte de Buenos Aires fue construido por una empresa inglesa, La Anglo Argentina. Los trabajos comenzaron el 11 de septiembre de 1911 y el sistema empleado fue por zanjeo a cielo abierto, a lo largo de la Avenida de Mayo y de Rivadavia hacia el oeste.
En las excavaciones, en distintos accidentes, perdieron la vida seis operarios que quedaron sepultados por desprendimiento de tierra. ¿Un doloroso tributo al progreso de la ciudad por parte de operarios inmigrantes, o una falta de prevención por parte de una empresa extranjera?
Tiempo después de su inauguración, dos estaciones, Pasco, rumbo al oeste, y Alberti rumbo al este fueron desactivadas por razones de “operatividad”. Significativamente, dos de esos seis operarios sepultados lo fueron en ese tramo, y este recuerdo originó numerosas leyendas sobre el asunto, las que se instalaron en la mítica popular y fueron circulando de boca en boca. Tal el caso que cuenta Marina, una habitual pasajera de este subte, sobre algo que asegura haberle ocurrido una tarde de verano, mientras viajaba desde el centro al oeste, a la altura de aquellas estaciones clausuradas. A ella nunca le habían gustado esas “medias estaciones”, como las llamaba.
Una brisa tibia entraba por las ventanillas abiertas del antiguo vagón casi vacío, que se balanceaba sobre las vías como un borracho, haciendo crujir su antiguo maderamen y anunciando con su timbre la proximidad de la estación siguiente. El andar se hizo cada vez más lento hasta casi detenerse cuando la luz se entrecortó hasta apagarse por completo. Ya no corría ninguna brisa, y Marina, sofocada, se asomó por la ventanilla, envuelta su cabeza en la oscuridad del túnel. En ese momento contempló, sentados sobre el andén, con los pies en el aire, cubiertos de polvo y con rasgos cadavéricos, las figuras de aquellos dos obreros sepultados bajo los escombros muchos años atrás.
Alguien que también sabía de esa historia es Felipe, dueño del desparecido bar “Querandí”, de la esquina SE de Alberti y Rivadavia. Él relata que un parroquiano le había confesado algo similar, sin poder ocultarle su palidez y su temblor al levantar la taza de café. Había sido en el mismo tramo y cuando la luz se había cortado, como ocurre muchas veces en la línea.
También la hija de la dueña del hotel que está en Rivadavia al 2400 nos dice que su madre le hablaba del asunto: “Estos ingleses de mierda y el gobierno, ¡cuándo no!, lo taparon todo, los que murieron eran italianos, si hubiera sido uno de ellos, te quiero ver. Lo cierto es que la excavación continuó aunque el terreno no era firme y se desmoronaba. Uno de los desprendimientos se llevó a los tanos; se llamaban Giuseppe y Leonardo”.
De ellos no se encontraron registros necrológicos. Como eran inmigrantes quizás nadie reclamó sus cuerpos, tal vez por eso las almas de aquellos desafortunados aún vagan por el lugar, reclamando justicia.
Será cuestión de atreverse a mirar por el túnel a oscuras, cuando un coche de la Línea A se detenga y se apaguen las luces en aquel tramo subterráneo de Balvanera.
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Tomado del periódico: Primera Página. (Noviembre 2006).
Imagen: Boca del subte a Caballito de la desaparecida estación Pasco al oeste. (Foto del Archivo General de la Nación, año 1938).