(De Leopoldo Marechal)
Nada sabemos acerca del nombre que tuvo la calle hasta los comienzos del siglo XVIII; probablemente no llevó ninguno, ni lo necesitaba, ya que debió reducirse a un sendero agreste, que se abría paso a través de las chacras. Fue por entonces que don Domingo Acassuso erigió sobre nuestra calle una iglesia que puso bajo a advocación de San Nicolás de Bari, con el propósito de fundar en sus inmediaciones “una casa para recoxidas”; pero Acassuso murió antes de acabar la obra, y, lo que es peor, sin testar en su beneficio, por lo cual don Bruno de Zabala, gobernador y capitán de Buenos Aires, se dirigió por escrito a Su Majestad, en 1729, comunicándole la fundación del templo y solicitando que fuera constituido en ayuda de parroquia.
Es lógico suponer que desde 1729 la calle recibió, según costumbre, la denominación del templo, y que se la nombró “Calle de San Nicolás”, o “Calle que pasa por el costado de San Nicolás”, como se la designa en la Manifestación que hizo en 1808 don Mauricio Rodríguez de Berlanga, por encargo del Virrey don Santiago de Liniers. Así se la llama en los padrones de 1744 y 1778: “Calle de San Nicolás de Vari”.
La iglesia fue reconstruida en 1767 por don Francisco de Araujo; y en el plano de 1769 (según Trelles), dedicado a la división eclesiástica de la ciudad, nuestra calle figura con el nombre del santo, nombre que conservó hasta 1808.
Pero durante las Invasiones Inglesas, y sobre todo en la señalada ocasión de la Reconquista, se revelaron no pocas figuras heroicas, cuya glorificación inmediata propuso la ciudad, ebria de triunfo. Un cambio fundamental se operó muy luego en la nomenclatura de las calles porteñas, y sus muy católicas mercedes no vacilaron en sacrificar la gloria del martirologio a la gloria de los combates recientes.
Así, por ejemplo, la calle de San José vino a llamarse Unquera; la de San Pedro , Lasala; la de San Juan , Correa. Y la calle de San Nicolás no escapó, ciertamente, a ese destino, pues se le dio el nombre el regidor don José Santos Inchaurregui, por haberse distinguido en el desempeño de su cargo “en las ocurrencias del año 1806” (Manifestación de los nombre, etc., por Berlanga.)
Este nombre no le duró mucho tiempo: las glorificaciones precipitadas suelen correr ese peligro. A las Invasiones Inglesas sucedió Mayo y a los regidores coloniales los héroes de la Independencia que no tardaron en desalojar a sus enemigos hasta de la nomenclatura de las calles. José Antonio Wilde, en su Buenos Aires desde setenta años atrás, refiere que los patriotas, no pudiendo tolerar que el nombre de sus opresores continuara inscripto, “una noche, sin la autoridad ni conocimiento del Gobierno, inutilizaron enteramente en las bocacalles los tableros, o borraron los nombres inscriptos”.
También el bravo regidor Inchaurregui debió ceder (sic transit gloria mundi!) y nuestra calle se denominó en lo sucesivo “Calle de Corrientes”, en honor de la provincia y ciudad del mismo nombre. Así aparece ya en el plano de 1822, dedicado a don Bernardino Rivadavia.
Sabido es que la dictadura de Rosas introdujo, más adelante, un nuevo cambio en la nomenclatura de las calles porteñas. La de Corrientes , empero, salió ilesa de la aventura, y conservó su nombre final, como es dado verlo en los planos de 1840 y 1845. Lo lleva todavía, y ojalá que con tal nombre figure en los planos de mañana.
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Imagen: La calle Corrientes , ya ensanchada; año 1930 (Foto: AGN).
Texto tomado del libro: Historia de