(De Antonio J. Bucich)
Con Francisco Parodi nacen las manifestaciones del arte plástico en la Boca. Es decir, comienzan a surgir los valores con nombre propio. La anonimia forjadora de los hacedores de mascarones de proa y de los modeladores de imágenes religiosas había dejado vistosas expresiones en los barcos que se botaban en los astilleros del Riachuelo y en los recintos de la capilla lugareña. Pero Parodi es algo más significativo. Es un escultor que profesa el amor al arte y que da muestras de su saber. Hábil y a veces inspirado, cultiva la plástica con fervor. Había llegado de la riviera ligur al promediar el siglo XIX en la euforia de su juventud y se había establecido con un taller –de escultura y dorado– sobre la calle Rodríguez , a escasos metros de la esquina donde en 1861 naciera el primer artista nativo de la ribera boquense.
Parodi es el precursor y Cafferata –que vio la luz en Pedro de Mendoza y General Rodríguez – el iniciador. Cafferata permaneció en la tierra suburbana los años de su primera infancia. Después viajó a Italia y estudió con maestros de alto prestigio. A su regreso se le encargó la ejecución del monumento al almirante Brown que se erigió en 1886 en la plaza del pueblo del mismo nombre, sobre la estación Adrogué. Este monumento –el primero que hiciera un artista argentino– se inauguró en acto de grandes proporciones populares y oficiales. Muchas obras dejó Cafferata. Entre ellas El esclavo, que puede verse en los bosques de Palermo, y una serie de bustos de próceres que pueblan las plazas del país o se hallan en el Museo Histórico Nacional. Estaba desarrollando el tema de la maquette del negro Falucho que se le había encomendado, cuando sorpresivamente –sin que nada lo hiciera advertible– puso fin a sus días en 1890. Apenas contaba treinta años.
Otro artista boquense que vivió aquellos primeros afanes artísticos fue Américo Bonetti, perteneciente a un hogar de suizos itálicos instalados en la Vuelta de Rocha. Bonetti nació en la calle Australia , a media cuadra de la ribera. Perteneció al núcleo que acompañó a Eduardo Schiaffino, con quien colaboró intensamente en los años del Centenario de Mayo. Se destaco como escultor “animalista” y en temas aborígenes y sagrados. Falleció en Bernal, en 1931.
Muchos hombres más pueden citarse en estas etapas iniciales del quehacer artístico en la Boca. No podría olvidarse el de Alfredo Lazzari, egresado de la Academia del Reino, en Lucca, Italia. Llegó a Buenos Aires al finalizar el siglo XIX y se radicó primeramente en la Boca y en otras zonas suburbanas. Instaló un taller de estudio en la “Unión de La Boca”, y allí enseñó a un grupo compacto y animoso de muchachos que lo seguían en sus caminatas a lo largo de la ribera y de la isla Maciel. Entre ellos, estaban Benito Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto –que al principio trató de cultivar la plástica–, Fortunato Lacamera, Arturo Maresca. Desde que Carlos Enrique Pellegrini hiciera sus andanzas por las orillas del Riachuelo y dejara algunas expresiones de este paisaje, que han quedado indeleblemente fijadas como las constancias iconográficas más antiguas de estas tierras, nadie había logrado llevar al arte con un sentido tan telúrico de sus peculiaridades físicas y humanas, como el discípulo del viejo Lazzari, el pintor por excelencia del Riachuelo, Benito Quinquela Martín.
El siglo XIX fue la cuna de numerosas figuras boquenses de auténtica nombradía. Citemos algunas. Y no será necesario especificar los rasgos biográficos de ellos, porque casi todos han sobresalido por los valores que acreditaron a lo largo de su actuación artística o intelectual. Juan L. Alemany Vila, maestro en el arte escénico y en la declamación, nació en la Boca en 1877. Y en ella también nacen Benito Quinquela Martín, en 1890; Cafferata, en 1861; Bonetti, en 1865; Enrique Gustavino, dramaturgo, escritor, en 1894; Francisco Isernia, poeta, en ese mismo año; Fortunato Lacamera, pintor, en 1887; Roberto Mariani –novelista, cuentista, ensayista– en 1893; Pedro Zonza Briano, escultor, en 1886; Vicente Vento, pintor, en 1886; Cata Mórtola de Bianchi, grabadora, en 1889.
Otros vendrían desde otras tierras o desde “la ciudad”, desde Buenos Aires, a afincarse en sus moradas de patios anchos, cubiertos de higueras y de parrales, Así, Miguel Carlos Victorica, así Santiago Stagnaro –poliédrica personalidad en el mundo del arte– , Hernani Mandolini, Antonio Porchia, el autor de las Voces, y tantos más. La nómina sería interminable. De ella tratamos en Esquema de las generaciones artísticas y literarias boquenses.
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Imagen: “Amarradas”, óleo de Alfredo Lazzari (1941).
Texto tomado del libro: El barrio de La Boca.