(De Luis Soler Cañas)
El mismo prejuicio que existe, en general, sobre el vocabulario lunfardo, alcanza a la literatura lunfarda o lunfardesca. Pero el lunfardo no fue sólo la jerga del delito y la mala vida: fue también lenguaje de inmigrantes y con el correr del tiempo no sólo constituyó el habla corriente del arrabal sino el idioma cotidiano del pueblo rioplatense, en algunos casos sin distinción de clases sociales. Y aunque durante mucho tiempo, e incluso en el día de hoy, los escritores lunfardescos abrevaron considerablemente, y a veces hasta exclusivamente, en los temas del bajo fondo, también ese tipo de literatura es susceptible de inspirarse en motivos más elevados y hasta de dar cátedra de moral. Lo que prueba, a mi juicio, que ni dicho vocabulario es conceptualmente tan pobre como se pretende ni está exento de universalizarse válidamente la literatura que con él se elabora. Queda dicho, con lo que antecede, que tampoco es posible encasillar las letras lunfardas dentro del exclusivo cercado de lo pintoresco y lo humorístico. Debe hacerse nota que aun cuando hayan servido más de una vez para el mero entretenimiento no por eso han dejado de constituir, en muchas ocasiones, documentos testimoniales de una dolorosa realidad social. Parte del costumbrismo lunfardesco se conjuga más o menos perfiladamente con la crítica, política o moral: tras la mueca sarcástica o el rictus satírico se intuye el dedo severo, admonitivo, que el escritor prefiere esconder bajo el señuelo de la risa, por una razón de gusto, de estética si se quiere, y también porque sabe que más se enseña deleitando, o divirtiendo, que aburriendo al prójimo con letanías de moral abstracta. Otras veces el enfoque, con deliberada intención o por subconsciente estructuración, en vez de apuntar a lo cómico o a lo satírico se desliza hacia lo grotesco, posición intermedia entre la risa y el dolor, la comedia y el drama. No hay que olvidar que el lunfardo fue el lenguaje de la vida pobre, del lumpen. “El lunfardo –como ha escrito el doctor Manuel María Oliver– se engendró en el dolor y la miseria”. Si fue en buena medida el lenguaje de los pungas, de los escruchantes, de los cuenteros del tío, de los rufianes y de las prostitutas, también hubo –y hay– un lunfardo del conventillo, del taller y de la fábrica, de la cancha de fútbol y del hipódromo, del café de barrio y de la oficina. Como lo demuestran muchos textos, está capacitado para expresar la ternura, la emoción y los más altos sentimientos del hombre. Posee la suficiente vitalidad y expresividad como para remontarse de la simple descripción de tipos y ambientes a una literatura comprometida, pero también de lograr una poesía puramente lírica subjetiva, en que ya lo primordial, lo ostensible o lo sustantivo deja de ser la jerga misma o el ámbito social de la orilla. Un poema de amor, un sentimiento puramente íntimo, pueden hallar su expresión cabal y justa a través de un idioma lunfardesco elegido con pericia. Pienso que un texto de protesta o de intención política y social, por ejemplo, también puede ser válidamente traducido con lenguaje de lunfardía. Un poema civil, un texto patriótico, ¿por qué no podrían hallar su expresión adecuad en un manejo igualmente adecuado del lunfardo?
La literatura lunfardesca entraña hoy un distinto matiz de la literatura popular argentina. En ella lo popular se valoriza y categoriza en una nueva dimensión de lo coloquial. Y no es exagerado afirmar que lo más valioso y representativo de ella deja atrás el regodeo pintoresquista, la evocación superficial, los meros ejercicios de lenguaje, el colorido grueso, para traducir con belleza ciertos temas eternos del hombre: el amor, el dolor, la injusticia, los afectos del corazón, el hondo y trágico sentido de la vida, las interrogaciones profundas del espíritu humano.
No sé hasta qué punto sea necesario justificar la literatura escrita en lunfardo, hasta hoy marginada de todo estudio por parte de la cultura oficial. “La literatura popular –decía en 1926 Leopoldo Marechal en Valoraciones, órgano del Grupo Renovación, de La Plata– ha merecido siempre el ancho desprecio de los graves hombres de letra”, y tras expresar que es asombrosa su vitalidad, pues sus obras “persisten como todo eco sincero del mundo, y en el calor que les prestó la vida se desbarata el Tiempo, enemigo de toda gesta humana”, ponía al Martín Fierro de Hernández y al Fausto de Del Campo como ejemplos de “obras menospreciadas de críticos y apostrofadas de gramáticos y que, malgrado ellos, existen y perdurarán sobre la literatura de plagiarios e imitadores que nos agobia desde hace medio siglo”. No está de más –y resulta muy interesante y significativo– consignar que estos conceptos fueron vertidos a propósito de un libro de Last Reason, escritor lunfardo por excelencia, al que no escatimó su elogio.
_______
Imagen: Tapa de: Antología del lunfardo.
Texto tomado de Antología del lunfardo, Cuadernos de Crisis (N° 28), Bs. As., 1976.