Noches de invierno en Buenos Aires. Frío y viento; viento y heladas. Siempre hay un bar amigo en cualquier esquina porteña. Allí están sus noctámbulos cotidianos y ocasionales visitantes reunidos en su afán de mitigar los rigores del tiempo, sea al borde de sus largos y profanos altares o acodados sobre sus alquitranados pupitres de universidad de la calle. Mientras tanto, el aserrín chupador de humedades insiste en quedarse en la suela de los zapatos.
¿Qué porteño puede decir que nunca visitó sus mesas raspadas por la musa inspiradora de un poeta ausente? ¿Quién no ha querido, aunque más no sea una sola vez en la vida, hacerle una gambeta al invierno y dejarse adormecer por su aire tibio al trago de un cafecito reparador de almas? ¿Quién no hizo desaparecer alguna vez el frío de sus huesos con una Mariposa? Licor de miel Mariposa. Líquido dorado que entra dulce al paladar, se hace fuerte en la garganta, explota en el estómago y calienta hasta el último dobladillo del sobretodo.
Comenzó a elaborarlo Cusenier, una destilería de origen francés que sentó sus reales en Buenos Aires en la última década del XIX. La Destilería E. Cusenier Fils Auné & Cie. fue fundada en 1857 por Eugenio Cusenier. Se inició con una modesta destilería en Ornans (departamento de Doubs), aunque enseguida tomó vuelo y fue creciendo al tiempo que se incorporaba un hermano de nombre Eliseo. Inmediatamente se transformó en sociedad anónima con un capital de veinte millones de francos y sede en París. Ya estaba dado el impulso para que a corto plazo se convirtiera en la destilería más grande del mundo, con fábricas en París, Charenton, Ornans, Mulhouse, Marsella, Cognac y Buenos Aires. De ellas se destacaba la de Cognac, cuyos viñedos anexos le permitían elaborar los mejores vieilles fine Champagne. Tanto era así que obtuvo el Gran Premio en el concurso vitivinícola de esa ciudad, realizado en 1901. En los años siguientes, la destilería fue distinguida con medallas de oro y plata y diplomas de honor en otras exposiciones locales e internacionales. Así fue imponiendo su marca en todo el mundo.
Su arribo a nuestro país acaeció en 1890, cuando se formó la Sociedad Anónima Gran Destilería de Buenos Aires con el aporte de capitales argentinos e inauguró una planta productora en la localidad bonaerense de Campana y escritorios en Buenos Aires (San Martín 718). Pero el pequeño establecimiento muy pronto se vio superado por la demanda y debió ser trasladado a la Capital. Para ello fue necesario adquirir un amplio terreno situado entre O’Brien, Salta, Progreso (hoy Pedro Echagüe) y Santiago del Estero, donde construyó una moderna fábrica que comenzó a funcionar en 1896. Al año siguiente le fue agregada una destilería modelo para la producción de alcohol. Todo el complejo tenía su entrada por O’Brien 1202.
Por muchos años, el Ajenjo Oxigenado Cusenier fue uno de sus más afamados productos. Sin embargo, la restricción de su consumo lo fue haciendo desaparecer de los bares porteños. Se decía que beberlo llevaba a la locura. En Europa, la Constitución Federal de la Confederación Suiza de 1874 había prohibido su fabricación, importación, transporte, venta y tenencia para la venta, salvo para usos farmacéuticos. Lo mismo ocurriría después en otros países. En su reemplazo salió el Oxigénée Cusenier, "el ideal de los aperitivos totalmente exento de ajenjo". Otros de sus productos eran el estimulante a base de mandarina marca Mandarín, el aperitivo Imperial, los coñacs procedentes del Château du Solençon (distrito de Cognac, Francia), el Anís de Luxe y el Licor Mazarine, elaborado con "una fórmula compuesta en 1837 por los RR.PP. de la Abadía de Montbenoit".
Con el paso de los años, la Gran Destilería de Buenos Aires fue ampliando su gama de productos y lanzó al mercado nuevas bebidas. Aparecieron los licores de banana (Créme de Fruits a base de Bananes) y de guindas (Merisette), el licor amarillo (Liqueur Jaune), en cuya etiqueta se podía leer la inscripción "Solem Teneo", el Curaçao dulce (Curaçao Dubb. Orange), el anisado de tipo español El Loro y el famoso Maraschino envasado en una botella de base cuadrada con canastilla y etiqueta donde se certificaba que era "de calidad superior elaborado con verdadera agua de Marasca".
Pero la estrella de bares y cafés durante los duros meses invernales de los años cincuenta, sesenta y setenta era "la Mariposa". Venía en botellas comunes de color verde, como las de vino de mesa, de 950 centímetros cúbicos de "contenido neto". Su etiqueta era blanca a excepción de una franja inferior verde donde se colocó el nombre de la casa productora en caracteres destacados de color amarillo. En la parte superior podía leerse claramente el nombre del producto en letras negras con sombras amarillas y su género: Licor con Miel. Entre ellos, el insecto lepidóptero que identificaba la bebida: una gran mariposa marrón verdosa con detalles rojos y amarillos, rodeada por una sombra de múltiples rayitas color verde agua. El tapón hacía honor a la botella: era de corcho como el que se utilizaba para los vinos comunes de mesa de entonces.
Con los años, la botella viene sufrido modificaciones para adaptarla a los tiempos que corren. También su etiqueta. El corcho fue reemplazado por la tapa metálica a rosca. En los supermercados se las expone en fila, una al ladito de la otra, como para que esperen que alguien las tome por el cuello y las deposite en el changuito. En los bares permanecen inmóviles detrás del mostrador, pegadas al espejo, codeándose con vinos, whiskies y vermuts. Otras aguardan su resurrección en un oscuro rincón de la licorera hogareña. Sólo se necesita que el frío vuelva a apretar.
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Imagen: Botella de licor de miel "Mariposa".