(De Rubén Derlis)
El sábado 28 de abril dde 2001 nos quedamos huérfanos de la presencia física de Atilio Jorge Castelpoggi. Nadie puede decir que muere el fuego, que muere el agua o que la tierra muere; ellos son la verdadera carnadura de un poeta. Y como Castelpoggi es un poeta de los grandes y de los nuestros, sería absurdo decir que fue, y más aún que murió. Lo que daba sostén y movimiento a su numen creador, es la materia que ahora, fundida al humus germinal de la vida, volverá a corporizarse dentro de la infinita diversidad de las cosas que nacen para celebrar la vida. Nos faltará el hombre físico, que ha entrado en la trasmutación, pero el hombre poeta permanecerá intacto, creciendo día a día además, toda vez que nos empinemos a mirar hacia el abismo luminoso donde los poetas fraguan las palabras necesarias.
Por eso cuando alguien totalmente desavisado me pregunte dónde está Castelpoggi, le voy a decir que se fue del barrio, como ya lo había hecho una vez, aunque menos fuera a no más de trescientos metros de las fronteras de Boedo; ahora se mudó más lejos, seguramente estará en algún suburbio reo del Parnaso porteño, por aquello de que su corazón siempre habitó en el sur; corazón grande que, por otra parte, lejos de llevárselo, lo dejó entre sus amigos para que se lo repartieran y alcanzara para todos.
De tarde en tarde volverá a sus calles, a sus cofrades de la Orden del Lengue, a las discutidas mesas del café, a sus tardes de paseo solitario, al final del cual retornaba a su casa con algún poema que asomaba por el bolsillo de la emoción. Seguro que volverá, porque los verdaderos poetas de Buenos Aires siempre retornan a su matriz, a su barrio original, por más lejos que hayan pretendido irse.
Este doctor en Ciencias Económicas con diploma universitario comprobado, era un reo metafísico –como gustaba
autodefinirse–, y lo que verdadera y originalmente profesó fue la poesía ciudadana, siempre nacional y comprometida, con voz personalísima y afiatada. Antes de hacer mutis por el foro, seguramente lo hizo refunfuñando, no puedo pensar que haya sido de otro modo, pues él había dicho en algún momento que “no hay nada más difícil que abandonar un sueño”. Y la vida lo es, porque tiene sus mismos atributos: brevedad e intensidad. Y nos dejó su último poema: Abro el arcón donde guardo retratos, frases, poemas,/ y me encuentro en el pasado/ con un personaje desconocido de alguien que fui./ Entonces, veo la luna que como un pájaro en lejanía,/ ilumina mi noche./ Y es inútil, no puedo regresar a mi memoria./ El futuro sigue aún manejando el misterio./ En el vacío de la luz aún me seduce lo inédito. Su título, "Seducción", todo un ars poetica.
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Imagen:Atilio Jorge Castelpoggi. (Foto del periódico Primera Página).