(De Julio Carabelli)
Era en Buenos Aires y nos juntábamos
en el Club Boedo que no sé si existe
como no sé por qué
siempre recuerdo la calle lluviosa
un desnudo río que iba al fin del mundo
mientras el negro
apuraba calendarios con su celular.
Era un club despejado
se comía barato
y tomábamos tres botellas de vino tranquilo
entre Corti
la Bibi
el negro y yo
sin pretender arreglar el mundo
y mucho menos el país
tal vez sabiendo
que ya no nos contaba entre sus pertenencias
teniendo como teníamos cosas urgentes que arreglar
como el cosmos por ejemplo
o el portón de madera.
Ahora escribo sobre esos años
recordando que era lindo bajar del subte
y doblar la esquina de Boedo
como si la ciudad
no estuviera bajándose las medias en otras esquinas
donde tal vez
gente de humaredas empañadas
contrataba a la muerte
porque el ser humano en general
aborrece
al ser humano en particular
pequeñeces
que se alcanzan a cierta edad
frente al incierto mañana proceloso
como ese río de la calle San Juan
celoso lagrimón que iba hacia el fin del mundo
en tanto nosotros agendábamos fechas
recitales
cada uno con un gerundio cruel en sus amores
cargando muertos en la espalda
sin dialogar con ningún más allá
ocupados como estábamos
en descubrirle el color al universo
a ciencia cierta bermellón como aquel vino.
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Imagen: Indicadores callejeros (Foto: gasometro.com.ar)
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Imagen: Indicadores callejeros (Foto: gasometro.com.ar)