(De Roberto Díaz )
Las rías de una sociedad regida por el dinero, siempre desembocarán en el mar del despilfarro, del derroche, del desmadre y del “alegre jarangón”. Es casi inevitable, una especie de mueca siempre igual que le hacemos al espejo, un sino ya predestinado, una “muerte anunciada”.
En estos días, muchos compatriotas (colegas deportivos de traje y corbata) se rasgaron las vestiduras (digo: las solapas) porque el muchacho de Fuerte Apache estaba haciendo algunas cosas que, según parece, no eran lo que más convenía. Pregunta uno: ¿qué es lo que más le conviene a alguien que nació en Fuerte Apache? Pregunta dos: ¿vos conocés una palabra mejor empleada que la palabra “entierro” para definir estas cuestiones que no tienen que ver con la muerte y sí con la vida?
Yo (que soy un tipo sensible e imaginativo) me puse a pensar cómo hubiese sido mi vida en Fuerte Apache. Primero y principal: las tres comidas. Y supe que, viviendo en ese lugar, debía sortear el desayuno, gambetear el almuerzo y caer en el área de la cena para que el referí cobrara penal por desnutrición.
Después venía el descanso; nada de cama con baldaquino, nada de Perkins llamando con té y tostadas, nada de estirarse como un luchador de Sumo por los cuatro bordes. Más bien, moverse despacito para no despertar a los otros tres hermanos, cagarse de frío en invierno, cagarse de calor en verano, sufrir la gotera de una rajadura en el techo, bancarse el ruido infernal de los otros habitantes del barrio, los balazos por la noche, los allanamientos en el día, al vendedor de falopa, al ratero consuetudinario, al pesado que viene a esconderse en el aguantadero de al lado y, por si fuera poco, verle la cara al pobre viejo que no consigue laburo, verle la cara a la pobre vieja que hace milagros con monedas, verle la cara a todos los hermanos (sobre todo los más chiquitos) que piden una golosina o un juguete en enero.
¡Caramba, qué difícil es ser pobre! ¡Qué oficio hay que adquirir para garronear un poco de pan, para que te fíen una botella de leche, para conseguir algún conchabo que te permita pasar la Navidad con un cacho de pan dulce!
¡Cuántas noches me las pasaría soñando con llegar a ser crack de fútbol, tener guita como para comprarme una panadería entera, tener un dormitorio con el sauna al lado, un televisor 29 pulgadas para que pasaran mis jugadas, una mesa reservada en el restaurante de moda donde me sirvan champán y me digan señor!
Éste es el deportista de la sociedad capitalista. Y este deportista puede ser jodido, resentido. Gatica, alguna vez, le dijo a alguien: “¡Aire! Cuando lustraba zapatos, no me dabas ni la hora…”
Entonces, me veo pasando las vacaciones en una isla tropical, con una muchacha pulposa, tomando daiquiris y usufructuando los servicios del gran hotel. Y por las noches, me siento acariciado por esa piel bronceada y desnuda que me dice: “¡papito!”, y me transporta a paraísos distantes…
Y recorro, al otro día, las vidrieras de los shoppings y le compro la blusa más cara y la joya más despampanante y me compro los mejores zapatos sport y un saco a cuadros que llame la atención y doy una propina generosa para que los camareros me amen.
Si yo hubiese salido de Fuerte Apache como un crack de fútbol, famoso y reconocido, con fotos espectaculares en los diarios, con notas exclusivas en las revistas, con acoso de los hombres de la televisión, con vedettes esperándome a la salida del vestuario, con guita en el Banco y en los bolsillos ¡qué mal estarían hablando, ahora, de mí, mis enemigos! ¡Qué cosas terribles estarían diciendo!
Pero, si yo hubiese nacido en Fuerte Apache ¿podría importarme lo que dijeran esos tipos? Vamos, vamos…
Voy a parafrasear a un gran Maestro que se llamó Jesús: “¡Cretinos!, en vez de mirarme el saco a rayas y la mina que tengo ¿por qué no se miran los calzones sucios? ¿Eh?"
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Imagen: Barrio Ejército de los Andes, más conocido como Fuerte Apache. (Foto tomada de: bafilm.com.ar)
Tomado del libro: "Historias de Pepe Corner".