Hay muchas maneras
de comenzar un homenaje, y hacerlo con una elemental filiación del homenajeado es
una de ellas.
Luis Soler Cañas
fue periodista, historiador y escritor; cofundador de la revista “Latitud 34” ; miembro fundador de la Asociación de
Escritores Argentinos y del Sindicato de Escritores Argentinos; secretario del
Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas; miembro fundador
de la Academia
Porteña del Lunfardo. y uno de los críticos literarios más
serios y centrados de la generación del 40.
El 6 de noviembre
de 1918 y el 13 de septiembre de 1984, son las fechas que definen en el tiempo el
ciclo de su vida.
Nos conocimos el
18 de octubre de 1963, en el Círculo de la Prensa. Aquel día Arturo López
Peña pronunció su discurso de recepción como académico de número en la Academia Porteña
del Lunfardo, que versó sobre la vida y la obra de Evaristo Carriego. Quien nos
presentó fue José Barcia.
Simultáneamente
con sus estudios universitarios, no concluidos, Luis Soler Cañas realizó sus
primeras armas periodísticas y literarias, destacándose, tempranamente, por sus
crónicas bibliográficas, por su objetividad, mesura de juicio y certero
criterio. Ha sido redactor de prestigiosos periódicos y revistas; miembro de
jurados designados por la Comisión Nacional
de Cultura para premios literarios, nacionales y municipales, y actuó, también,
en diversas instituciones de investigación histórica.
Volcado al revisionismo
histórico, en 1951 dio a la prensa su primer libro:
“San Martín, Rosas y la falsificación de la historia” – Las inexactitudes
de Ricardo Rojas –” en el
que refuta diversos juicios de Rojas acerca de las relaciones existentes entre San
Martín y Rosas. Editado por “Latitud 34” , en él reúne, en 123 páginas, una serie de
artículos que ya habían sido publicados en la prensa diaria, como respuesta a
un trabajo de Ricardo Rojas titulado “El sable de Maipú”, dado a conocer en el
diario “La Prensa ”
un año antes.
El libro se
agotó rápidamente y recibió elogiosos comentarios de Ramón Doll, Ignacio
Anzoátegui y José María Rosa, entre otros.
Reconfortado por
el éxito obtenido comienza a escribir sobre temas afines en la “Revista del Instituto
de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas” y en el Boletín de dicha
institución, en el que publica un trabajo acerca de “Rosas, el gobernante y el
hombre” y sobre “Los fines del revisionismo histórico”, alegando, entre otras
cosas, que “devolver al pueblo el sentido y la conciencia de su historia, es
también restituirle el sentido y la conciencia de su propio valer.”
En dicho
Instituto Soler Cañas integró su comisión directiva como vocal primero y luego
como secretario, en tiempos en que lo presidía José María Rosa.
En 1968 “San
Martín, Rosas y la falsificación de la historia” es reeditado por Ediciones
Theoría. Esta vez con prólogo de Ramón Doll y una breve introducción
aclaratoria del propio Soler, en la que, luego de aclarar que no ha modificado
el texto original, nos dice: “hoy lo escribiría de otra manera, con menos
epítetos y menor apasionamiento. Pero aquellos artículos son también, un
testimonio y un recuerdo de los años batalladores de mi juventud que no tengo
derecho a desvirtuar. Quiero conservar esa imagen de quien fui. No deseo que me
reprochen lo mismo que yo critiqué alguna vez en otros.”
En 1953 la Facultad de Filosofía y
Letras de la
Universidad Nacional de Cuyo edita “Canto” – Hojas de poesía, obra que
lleva un enjundioso estudio introductorio de su autoría sobre la generación
poética del 40. Con un claro sentido de lo nacional, en dicho prólogo nos dice:
“Los jóvenes poetas de 1940 emprenden una cruzada por la Poesía ; la revista “Canto”
agrupa a la juventud lírica, pero ‘cada uno habrá de perseguir por sí mismo su
sentido’, y esto se manifiesta muy claramente en las voces que presenta, todas
con direcciones muy personales o, al menos, distintas entre sí (algún día podrá
verse con claridad qué rica, qué variada, qué múltiple fue esa generación,
cuántos matices y cuantas diferencias de tonos, de acento, de estilo y de
contenido nos dan sus principales integrantes); el signo común estaría dado por
el anhelo de construir una poesía de esencias nacionales, ligada por lo profundo
a lo entrañable del país.”
“Negros, gauchos y compadres” en el Cancionero de la Federación ” (1830 – 1848), fruto de pacientes
investigaciones en archivos y bibliotecas; es un trabajo que trata de la hoy
olvidada o desconocida poesía popular del tiempo de Rosas, que fue publicado en
1959 por Ediciones Theoría, una de las más consecuentes en la difusión de
autores nacionales.
Bernardo
Ezequiel Koremblit dirá de esta obra, que se trata de “un libro fundamental, al
cual habrá de volverse siempre que se quiera conocer a fondo la poesía popular
de la roja época de Juan Manuel”.
Soler Cañas fue
un estudioso, un pensador político y un escritor que alternó inquietudes
intelectuales con Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Leonardo Castellani,
Leopoldo Marechal, Ernesto Palacio, Fermín Chávez y José María Rosa, entre
otros.
Gran parte de
sus escritos tratan temas relacionados con nuestra historia y, más
concretamente, con sus peculiaridades sociales, políticas y culturales.
Escritos que nacen de su posición moral y política, comprometida, con su país y
su tiempo.
Tenía -y
conserva- un bien ganado prestigio en el campo de las letras, merced a una
acción cultural continuada y fecunda, enraizada en la tradición católica del
país y orientada siempre hacia la interpretación de las ideas populares. Buscó
siempre la revalorización de lo popular; lo que tiene éste de auténtico y de
valioso como expresión del alma colectiva.
Su dedicación y
amplio conocimiento de la materia le permitió incorporar a la “Primera antología lunfarda” (1961),
compilada con José Gobello, textos que permanecían desconocidos u olvidados
(como Caló porteño de Juan A. Piaggio –auténtico clásico lunfardo de
1887– o el brochazo costumbrista de Juan F. Palermo titulado En el tango; las décimas lunfardas de
Carriego, en su Día de bronca) y, también, le pertenecen, en el mismo
libro, las notas bio-bibliográficas sobre Bartolomé. Aprile; Felipe Fernández,
“Yacaré”, y muchos otros.
El 21 de
diciembre de 1962, cuando nos estábamos despidiendo del tranvía, tres hombres
(José Gobello, León Benarós y Luis Soler Cañas) amantes del estudio de las
voces y expresiones populares, resolvieron seguir siéndolo, pero de un modo más
enfático y aplicado: fundaron entonces la Academia Porteña
del Lunfardo, nacida (bajo el lema "El pueblo agranda el idioma") con
la finalidad de propender al estudio del lenguaje popular y de su literatura. En
este campo, la dedicación de Soler Cañas a la investigación y al estudio ha
sido siempre fecunda y continuada, cursando numerosas comunicaciones académicas
sobre temas de su especialidad.
En una
declaración fechada a un año de su creación, la Academia sostenía que
"El idioma nacional no se corrompe; por el contrario, se enriquece con el
aporte de nuevas voces, entre las que cuentan porteñismos y lunfardismos. Desde
su creación la Institución
editó boletines lexicográficos, organizó una biblioteca especializada, compiló
bibliografías, exhumó la producción o la figura de autores olvidados, expidió
acuerdos, produjo comunicaciones sobre aspectos relacionados con el lenguaje
popular. Y en todo esto, la participación y los documentados aportes de Soler Cañas
no han sido pocos.
En quince años
de investigación sin pausa, llegó a fichar y clasificar un vasto material
literario lunfardo, anónimo y firmado, de autores populares y cultos, parte del
cual incluye en su libro “Cuentos y
diálogos lunfardos” (1965), destinado principalmente a
proporcionar una muestra documental del diálogo arrabalero. En él se incorporan
oficialmente al itinerario de las letras lunfardas, por vez primera, escritores
de bien ganada notoriedad en otros géneros y especialidades. Un libro que entraña,
en suma, un valiosísimo y singular aporte, que, enriquecido por las profusas notas
bio-bibliográficas acerca de los autores estudiados, abre nuevas perspectivas
en una materia en la que sólo se había incidido principalmente en el aspecto
lingüístico, con el olvido de su soporte puramente literario.
En su libro “Orígenes de la literatura lunfarda” (editado
también en 1965) recoge un artículo titulado El conventillo de Aravena,
publicado en “La Crónica ”
en 1883, donde textualmente se dice que: el lunfardo no es otra cosa que un
amasijo de dialectos italianos de inteligencia común y utilizado por los
ladrones del país que también le han agregado expresiones pintorescas; esto lo
prueban las palabras ancun,(expresión de sorpresa: cuidado, alerta, ancún que
viene la cana) estrilar, shacamento (engaño, estafa, del genovés siaccá,
romper, violar) y tantas otras. Esta es, sin dudas, la más antigua
definición existente del lunfardo como habla.
Las jergas, es
decir, los códigos lingüísticos especiales que se originan y emplean en el seno
de determinados ámbitos laborales o prácticas sociales, han sido siempre objeto
de su interés, permitiéndole advertir cómo muchas de esas voces y acepciones,
que en un comienzo fueron privativas del mundo marginal, lograron permear el
lenguaje de las demás capas de la sociedad y pasar a formar parte del léxico
general.
En la
"Antología del Lunfardo", de
1976, nos informa y documenta, que el primer vocabulario lunfardo en nuestro
medio, se publicó el 6 de julio de 1878 en el diario “La Prensa ”, bajo el título El dialecto de los ladrones. El autor
anónimo del mismo, menciona como fuente de información de la “nueva lengua” que
se incuba en el seno mismo de Buenos Aires, a un comisario de la Policía de la Capital , no identificado,
consignando 29 voces y locuciones con sus respectivas traducciones, entre las que
figura la voz lunfardo con el significado
de ladrón. Es en este libro donde, a manera de introducción, nos dice en parte:
El mismo prejuicio que existe, en general, sobre el vocabulario
lunfardo, alcanza a la literatura lunfarda o lunfardesca. Pero el lunfardo no
fue sólo la jerga del delito y la mala vida: fue también lenguaje de
inmigrantes y con el correr del tiempo no sólo constituyó el habla corriente
del arrabal sino el idioma cotidiano del pueblo rioplatense, en algunos casos
sin distinción de clases sociales. Y aunque durante mucho tiempo, e incluso en
el día de hoy, los escritores lunfardescos abrevaron considerablemente, y a
veces hasta exclusivamente, en los temas del bajo fondo, también ese tipo de
literatura es susceptible de inspirarse en motivos más elevados y hasta de dar
cátedra de moral. Lo que prueba, a mi juicio, que ni dicho vocabulario es
conceptualmente tan pobre como se pretende ni está exento de universalizarse
válidamente la literatura que con él se elabora. …………………………………………………………………………………………..
No hay que
olvidar que el lunfardo fue el lenguaje de la vida pobre, del lumpen. “El
lunfardo –como ha escrito el doctor Manuel María Oliver– se engendró en el
dolor y la miseria”.
En su rutina
diaria nuestro amigo jamás le dio tregua a la escritura. Y no era una cuestión
de entrenamiento o disciplina. Escribir, era para él una necesidad vital.
Era tanto su
amor por el periodismo, que a veces pienso –aunque incurra en un lugar común– que
por sus venas corría tinta; y que en el grito callejero de los diarieros había
un resto de su voz cansada.
A lo largo de
su trayectoria intelectual tuvo que vencer varias adversidades: hostilidades
oficiales y oficiosas, falta de medios, y de comprensión, muchas veces……
Hablo ahora de
su decepción, de su desencanto, y trataré de hacerlo desde su lado más íntimo,
hogareño y humano. Asumo el reto narrativo de revelar al hombre de "carne
y hueso”, creíble, verosímil, tras la lectura de algunas de sus cartas y
poemas.
Al que más de
una vez, con su ya quebrantada salud, manifestó que su preocupación se centraba
en explorar al ser humano que tenía conciencia de que se acercaba el fin, que
la muerte le acechaba, mientras se sumía en la soledad.
Sus últimos años
parecían hundirse en una oquedad, en un llamado a silencio, en un pensamiento
fijo sobre las postrimerías. Como si aplicara a su vida -que le dolía- una
frase de Molière: “Morimos sólo
una vez, pero durante mucho tiempo.”
A fines de la
década del sesenta -nos recuerda Pablo J. Hernández- época tan fructífera para
Soler Cañas, en la que vio publicar algunos de sus mejores libros, y en la que
sus trabajos periodísticos cubrieron prácticamente todo el país a través de
diversos medios, mostrará también que el cansancio comenzó a llegar hasta él.
Una fatiga, con mucho de nostalgia y no buena salud, lo llevará a escribir, el
24 de junio de 1968, a
los 49 años, lo siguiente: -Ya no me
afana la prisa por leer el libro que llevo conmigo en el colectivo o en el
ómnibus. A veces puedo sentarme y hay luz suficiente, pero prefiero mirar por
la ventanilla el anochecer ciudadano… Quisiera sentarme en casa a fumar mi pipa
en paz, leer despaciosamente algún viejo volumen, escuchar a Vivaldi o a Haydn,
beber demoradamente mi vaso de vino tinto y sentar en mis rodillas a una de mis
hijas…
Ahora me sorprendo recordando los buenos
días de ayer, y veo que existe un ayer, y compañeros que no veo, y rostros que
se fueron, y hasta quisiera empezar a fijar las imágenes ya huidizas de un
pasado… la palabra mañana ya empieza a no tener sentido sino entre las risas y
las pequeñas preocupaciones y los juegos pueriles aún de mis hijas… Ya no
quiero forjar planes, ni acariciar ensueños, ni correr aprisa por las calles,
ni anhelo –casi– este libro o aquél, ni me preocupa hacer esto o aquello que
tanto entusiasmo rápidamente disuelto me despertó por la mañana… Envejezco…
Cómo no recordar
a ese querible gordo del inseparable portafolios, que a pesar de estar
triste, sonreía. Al de la tristeza digna. A quien jamás conjugó el verbo medrar
en primera persona. A ese hombre de extrema sensibilidad, modesto y afable, que
no ocultaba su melancolía cuando le tocaba reflexionar sobre la realidad del
país.
El que bien pudo haber hallado su álter ego en
ese personaje al que Manuel Gálvez llamó
Gabriel Quiroga, que conoció la soledad de su alma, que se replegó
sobre sí mismo, desilusionado de los hombres y disgustado por las realidades de
la vida.El que llegó a descreer de la política; quien guardó para sí sólo el
dolor de su orfandad y, junto con ello,
el señorío y el adiós que nos dejó en su auto-epitafio, escrito catorce años
antes de su muerte:
……………………….
No
pudo ser feliz…
Cargaba
demasiadas
soledades
consigo.
Y
esperó tanto, tanto,
la
mano que no vino,
la
voz que no llamó,
unos
ojos ausentes…
Le
quedó un hueco triste,
un
espacio vacío,
una
herida sin fin.
. .
. . .
. . .
.
.Fue, también, quien
concluyó uno de sus poemas con estos versos:
Pies,
manos, alma:
todo
me está sangrando.
Pero
la ley no escrita es caminar
y
sigo caminando.
De moral
intachable, de hondo patriotismo y de fidelidad a ideas y personas. La
descripción de su obra no estaría completa si no se señalara una condición
primordial de su personalidad: la vocación de servicio. Luis Soler Cañas investigó,
estudió y escribió mucho, para comunicar lo hallado a los demás.
Así lo recuerdo.
______
Imagen: Luis Soler Cañas.