(De Mariana Kruk)
En el barrio de
Floresta late Carne Hueso, un taller de calesitas y carruseles. Leonel Bajo
Moreno y Mariano Sidoni, ambos diseñadores gráficos, tenían la necesidad de
crear “algo hermoso”, ambos estaban pasando por un momento emocionalmente movilizante
y se les hacía cada vez más pesado, como a tantos otros, el trabajo en oficina.
Lo que los diferenció a Leo y a Mariano fue que no se quedaron en el molde,
hipotecando sus vidas tras un escritorio gris, decidieron que tenían que hacer
algo con su situación, “buscarle la vuelta” (nunca más ajustada la expresión).
Tenían muchas ganas de encarar algo juntos que fuera más allá de la facultad o
el trabajo sólo por subsistencia. Una noche fresca de primavera en la terraza,
llegaron a la conclusión de que el único escape a toda esa alienación y tristeza
era "hacer algo hermoso". Fue con esa premisa que empezaron a
frecuentar en esos días más y más el taller de calesitas donde trabajaba el
abuelo de Leo y donde él había pasado su infancia jugando y ayudando a Héctor
("el nono"). Así, y planeando
una muestra-evento-fiesta en ese espacio increíble, en donde se evidencian casi
4 décadas de oficio, magia y trabajo desde el corazón, empezaron a restaurar y
reacondicionar las figuras, el taller y el mismísimo oficio.
Las figuras que crean
están inspiradas, según Mariano, en todo y en nada. Me contó que como diseñadores
y artistas contemporáneos han sido sobre-estimulados visualmente. Los agotan
las modas estéticas, y ya no les prestan atención alguna. Asume que son
bastante críticos y cuidadosos al respecto. Tratan de ser lo más auténticos
posible y se remiten solamente a cosas que atraviesen los años sin perder su
significado ni peso conceptual. Son "amigos de lo eterno", como diría
“el flaco” (L.A.Spinetta, referente artístico de Leo y Mariano). Los inspira su
propio transitar por los días, la ciudad, las ganas de generar algo universal e
imposible, como un lenguaje en el cual las posibilidades y combinaciones son
infinitas. No tienen miedo a no ser comprendidos o aceptados y eso los
convierte en auténticos.
Realizar cada
calesita les lleva 3 o 4 meses de trabajo, aunque esto depende de varios
factores. Muchas partes de los carruseles (en los carruseles los caballos suben
y bajan, en las calesitas no) se reutilizan y a veces el tamaño cambia todo.
Ponen énfasis en
cuidar al extremo tanto lo estructural como lo que cubre esa estructura, la
piel.
Parece increíble que
los niños que hoy nacen con la tecnología bajo el brazo aún se sientan
fascinados con esta atracción anacrónica. Pero afortunadamente, la magia de las
calesitas sigue iluminando de asombro y entusiasmo los ojos de los más chicos,
Mariano piensa que esto tal vez tenga que ver
con que el movimiento, las luces, las figuras y la música que los transporta a
una especie de fiesta dedicada a cada uno. El día a día, "la realidad"
no la pueden manejar ellos: ese mundo les pertenece a los adultos. En cambio en
la calesita, como niño uno se aleja y se acerca tanto como es necesario de los
adultos. Es un momento en el cual se experimenta algo muy parecido a la
libertad. Con los videojuegos o los celulares hay una falsa libertad que a la
larga los esclaviza.
Claro que también
realizan sortijas. No nos podemos olvidar de este objeto bajo ningún punto de
vista, esa suerte de buen augurio que tiene tanto encanto como las
deslumbrantes figuras. Creen que la sortija es una parte fundamental de la
experiencia "tradicional" que más se debe mantener. Ellos mismos
tienen una en cada llavero que usan. Les sirve para que la gente termine de
creer lo que hacen... y admite Mariano, también para “cancherear” un poco con
que se ganaron otra vuelta.
Carne Hueso sigue
creciendo en un taller de barrio, cada día Mariano y Leo se dedican a trabajar
en “algo hermoso” como principal premisa para ellos, y como toda cosa hermosa,
se escapa de las manos de cualquiera y comienza
a girar, contagiando indefectiblemente a los demás.
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Imagen: Calesita de una plaza porteña (Foto tomada de www.palermonline.com.ar)
Nota tomada de la
revista “Cacto”, Nº 3, marzo-abril de 2013