(De Fernando Sánchez Zinny)
Lo cuento
antes de que se me vaya de la cabeza. Voy cada tanto a una dirección de la
calle Bernardo de Irigoyen. Suelo tomar un colectivo para hacerlo y hasta pocas
semanas atrás correspondía que me bajase en la esquina de Carlos Calvo, a media
cuadra de mi destino. Pero hace unos pocos días fui y esta vez el vehículo no
me dejó en ese lugar sino en un andén existente junto al carril especial
habilitado recientemente en la
Nueve de Julio, llamado “Metrobús”.
Por algún
atavismo pueril se despertó mi curiosidad y permanecí un rato en la parada y en
sus cercanías, deseoso de ver de cerca uno de esos famosos metrobuses (con
perdón del impropio plural), suponiéndolo un vehículo digno de ese nombre
ostentoso, pero nada. Los que pasaban eran colectivos comunes y silvestres, al
contrario de lo que yo esperaba: uno más grande, quizás articulado y de dos
pisos, y quién sabe de qué color insólito. Yo hasta presumía una empresa
dedicada a explotar ese servicio, por otra parte implícitamente anunciado hasta
con uno de esos rasgos tecnológicos, pues en el logo “metrobús” que figura con
profusa asiduidad, una de sus letras centrales está reemplazada por líneas
representativas de un fuelle. Decepcionado, retomé mi camino y al ingresar al
edificio comenté la frustración con el empleado de seguridad y aun atribuí lo
sucedido a la hora, pues eran las diez de la noche: “Tal vez ya no circulan…”.
Pero, para mi extrañeza, el hombre me aseguró que por ahí nunca pasaban
vehículos como ésos por mí supuestos, sino los “bondis” de siempre.
Corroboré, después, que era así, lo que sumó a
la mediana decepción cierta perplejidad idiomática que no consigo superar:
Concretamente: ¿Por qué a eso se le llama “metrobús”? Pues me parece que la
partícula “bus” –¡la malhadada expresión que hizo renunciar a Jorge Asís,
cuando era secretario de Cultura!– ha venido a significar vehículo de transporte
público y por ello tenemos, derivadas de ómnibus, autobús, microbús, minibús,
trolebús, etc.
Ateniéndonos a tal lógica, metrobús sería algo
así como ómnibus metropolitano. Pero un tramo vial reservado a la circulación
de determinados vehículos para nada es un vehículo, es un espacio de tránsito y
no veo cómo podría haber en esto confusión: bien distinguimos bicisenda de
bicicleta. Concluyo, siquiera provisoriamente y a la espera de que alguien me
desasne, que lo que se ha querido decir no es lo que se dice, y que en el
balbuceo burocrático se hallan aguardando turno, en calidad de reemplazos, unas
cuantas variantes imprecisas y complejas del tipo de “metrovía-bús”,
“metrocarril-bús” o “metropista-bús”. Aunque bastaría, al menos para un
corrector inescrupuloso, la mucho más sencilla de “metrobuses”, siquiera para
indicar que ahí se detienen esas cosas, comúnmente llamadas colectivos.
Ya sé, ya
sé, este último plural es absurdo, pues toda esa familia viene de ómnibus, que
sin acento es una palabra latina que significa “Para todos”, de modo que de
antemano incluye la pluralidad, pero también es verdad que todas las otras
variantes ya son deformaciones de ese antecedente, en las que se pierde el
sentido original. Así, “autobús”, al prescindir del omni ya no significa
etimológicamente “automóvil para todos”, sino sólo de una manera usual y
vulgar. Por otra parte, lo de “buses” tiene hecho ya su camino y, si mal no
recuerdo, fue el cartel municipal “Sólo buses”, lo que concretamente provocó el
desistimiento histórico del Turco.
De acuerdo:
convengamos que los incluidos en el “vulgo municipal y espeso” y en los cuadros
de la gerencia de servicios no tienen por qué ser melindrosos a propósito de
sutilezas idiomáticas y de hecho no lo son. Un ejemplo es el uso de ramal:
decir “Ramal Sarmiento” o “Ramal Urquiza” es, en sí, un dislate, pues se trata
de líneas únicas, la “Línea Sarmiento” y la “Línea Urquiza”. Veamos: ramal
viene de rama y ésta remite a la noción de tronco, con lo que ramales son los
desprendimientos de la línea troncal. Ocurre con el Roca donde, de la línea
“general” que va a Temperley, sale, en Avellaneda, un desvío que va a La Plata ; el “Ramal La Plata ”.
Y esto
viene de antiguo: obviamente gasómetro es un instrumento para medir el consumo
de gas o su paso por un punto de la red de distribución. Claro, los depósitos
de gas –aquellos tremendos cilindros de la ciudad de nuestra infancia– poseían
el suyo para que los técnicos pudiesen saber cuánto estaban de llenos y a qué
presión saldría el fluido. Debido a que en sus informes hablaban del
“gasómetro”, la palabra terminó designando al depósito en su conjunto. Pero
gasómetro no es sino el aparato que mide. De tal suerte y forzando un poco las
cosas, tendríamos que la expresión “Nuevo Gasómetro” refiere, en puridad, a un
nuevo control con que se registra la intensidad de las flatulencias
sanlorencistas.
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Imagen: Construcción de una las paradas del metrobús en la avenida 9 de Julio (foto: diario "Clarín").