29 ago 2013

Sobre el "metrobús" y otras palabras sin sentido


(De Fernando Sánchez Zinny

Lo cuento antes de que se me vaya de la cabeza. Voy cada tanto a una dirección de la calle Bernardo de Irigoyen. Suelo tomar un colectivo para hacerlo y hasta pocas semanas atrás correspondía que me bajase en la esquina de Carlos Calvo, a media cuadra de mi destino. Pero hace unos pocos días fui y esta vez el vehículo no me dejó en ese lugar sino en un andén existente junto al carril especial habilitado recientemente en la Nueve de Julio, llamado “Metrobús”.
Por algún atavismo pueril se despertó mi curiosidad y permanecí un rato en la parada y en sus cercanías, deseoso de ver de cerca uno de esos famosos metrobuses (con perdón del impropio plural), suponiéndolo un vehículo digno de ese nombre ostentoso, pero nada. Los que pasaban eran colectivos comunes y silvestres, al contrario de lo que yo esperaba: uno más grande, quizás articulado y de dos pisos, y quién sabe de qué color insólito. Yo hasta presumía una empresa dedicada a explotar ese servicio, por otra parte implícitamente anunciado hasta con uno de esos rasgos tecnológicos, pues en el logo “metrobús” que figura con profusa asiduidad, una de sus letras centrales está reemplazada por líneas representativas de un fuelle. Decepcionado, retomé mi camino y al ingresar al edificio comenté la frustración con el empleado de seguridad y aun atribuí lo sucedido a la hora, pues eran las diez de la noche: “Tal vez ya no circulan…”. Pero, para mi extrañeza, el hombre me aseguró que por ahí nunca pasaban vehículos como ésos por mí supuestos, sino los “bondis” de siempre.
 Corroboré, después, que era así, lo que sumó a la mediana decepción cierta perplejidad idiomática que no consigo superar: Concretamente: ¿Por qué a eso se le llama “metrobús”? Pues me parece que la partícula “bus” –¡la malhadada expresión que hizo renunciar a Jorge Asís, cuando era  secretario de Cultura!–  ha venido a significar vehículo de transporte público y por ello tenemos, derivadas de ómnibus, autobús, microbús, minibús, trolebús, etc.
 Ateniéndonos a tal lógica, metrobús sería algo así como ómnibus metropolitano. Pero un tramo vial reservado a la circulación de determinados vehículos para nada es un vehículo, es un espacio de tránsito y no veo cómo podría haber en esto confusión: bien distinguimos bicisenda de bicicleta. Concluyo, siquiera provisoriamente y a la espera de que alguien me desasne, que lo que se ha querido decir no es lo que se dice, y que en el balbuceo burocrático se hallan aguardando turno, en calidad de reemplazos, unas cuantas variantes imprecisas y complejas del tipo de “metrovía-bús”, “metrocarril-bús” o “metropista-bús”. Aunque bastaría, al menos para un corrector inescrupuloso, la mucho más sencilla de “metrobuses”, siquiera para indicar que ahí se detienen esas cosas, comúnmente llamadas colectivos.
Ya sé, ya sé, este último plural es absurdo, pues toda esa familia viene de ómnibus, que sin acento es una palabra latina que significa “Para todos”, de modo que de antemano incluye la pluralidad, pero también es verdad que todas las otras variantes ya son deformaciones de ese antecedente, en las que se pierde el sentido original. Así, “autobús”, al prescindir del omni ya no significa etimológicamente “automóvil para todos”, sino sólo de una manera usual y vulgar. Por otra parte, lo de “buses” tiene hecho ya su camino y, si mal no recuerdo, fue el cartel municipal “Sólo buses”, lo que concretamente provocó el desistimiento histórico del Turco.
De acuerdo: convengamos que los incluidos en el “vulgo municipal y espeso” y en los cuadros de la gerencia de servicios no tienen por qué ser melindrosos a propósito de sutilezas idiomáticas y de hecho no lo son. Un ejemplo es el uso de ramal: decir “Ramal Sarmiento” o “Ramal Urquiza” es, en sí, un dislate, pues se trata de líneas únicas, la “Línea Sarmiento” y la “Línea Urquiza”. Veamos: ramal viene de rama y ésta remite a la noción de tronco, con lo que ramales son los desprendimientos de la línea troncal. Ocurre con el Roca donde, de la línea “general” que va a Temperley, sale, en Avellaneda, un desvío que va a La Plata; el “Ramal La Plata”.
Y esto viene de antiguo: obviamente gasómetro es un instrumento para medir el consumo de gas o su paso por un punto de la red de distribución. Claro, los depósitos de gas –aquellos tremendos cilindros de la ciudad de nuestra infancia– poseían el suyo para que los técnicos pudiesen saber cuánto estaban de llenos y a qué presión saldría el fluido. Debido a que en sus informes hablaban del “gasómetro”, la palabra terminó designando al depósito en su conjunto. Pero gasómetro no es sino el aparato que mide. De tal suerte y forzando un poco las cosas, tendríamos que la expresión “Nuevo Gasómetro” refiere, en puridad, a un nuevo control con que se registra la intensidad de las flatulencias sanlorencistas.
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Imagen: Construcción de una las paradas del metrobús en la avenida 9 de Julio (foto: diario "Clarín").