(De Jorge Luchetti)
Los cien años de vida
de la Estación
Pueyrredón son el testimonio de la nobleza de un sistema de
transporte que alguna vez fue orgullo nacional y que, además, unió al país donde
alguna vez existieron sueños de grandeza.
El tan mentado modelo
agroexportador argentino siempre aparece como un referente dentro de los
artículos que tratamos: al hablar del ferrocarril se hace insoslayable
mencionarlo. Este modelo neoliberal siempre estuvo en el ojo de la crítica de
aquellos revisionistas de la historia, quienes aducían que si bien el país se hacía
fuerte económicamente a su vez la brecha social crecía en forma desmesurada.
También se han levantado cuestionamientos sobre los planes
de desarrollo de la infraestructura ferroviaria, portuaria y de almacenamiento,
bajo el argumento de que sólo se favorecía a hacendados y empresas exportadoras
de capitales internacionales. A todo esto agreguemos que en el país no había
industria, lo que obligaba a traer desde una casa completa hasta un
insignificante clavo. De todas formas, y más allá de esa realidad, el país
estaba en pleno crecimiento y se había convertido en el granero del mundo. Las
principales ciudades, como Rosario, Córdoba y Buenos Aires, dejaron su pasado
colonial para convertirse en cosmopolitas.
En 1910 todos los ojos del mundo miraban hacia la Argentina. Los
festejos para los primeros cien años de libertad iban a ser la excusa para
vestir de gala a la Capital
de la joven República. Muchos edificios fastuosos se construyeron para la
época, principalmente sobre la
Avenida de Mayo, paseo que por otra parte fue símbolo del
progreso porteño. Edificios como el de la Inmobiliaria y la Confitería Del
Molino fueron inaugurados ese mismo año. Una parte del Palacio de Tribunales
también abrió sus puertas en 1910 y fue finalizado una década después. Lo mismo
sucedió con el Congreso de la
Nación. El Teatro Colón (1908) ya estaba presto para recibir
los festejos. El país se abría al mundo y grandes personalidades, como la Infanta Isabel
(España), George Clemenceau (Francia), Guillermo Marconi (Italia), Albert
Einstein y otros tantos pasaron por la Argentina del centenario.
La ciudad ya venía engalanándose con trabajos urbanísticos,
de parques y jardines, como la apertura de la Plaza Congreso en 1909, los
parques Tres de Febrero y Centenario, realizados por el admirado paisajista
Carlos Thays. Al mismo tiempo nacía la afamada tienda Gath y Chaves. Un año
después empezaban los trabajos para la construcción del primer tren subterráneo
de Sudamérica. La red ferroviaria pasó de tener unos 9.000 kilómetros
de vías en 1889 a
33.000 kilómetros
para el centenario: finalmente llegaría a tener 53.000 kilómetros
toda la red del país. Durante 1910 tuvo lugar uno de los hitos en el desarrollo
de la telegrafía argentina, al inaugurarse el Cable Argentino a Europa. La
pregunta de muchos era cómo hicieron para sacar de la nada esto que se parece a
París.
Esta imagen argentina, de un país donde florecían por
doquier mansiones y edificios públicos descomunales, con la infraestructura
ferroviaria más grande del cono sur, el sistema de subterráneos más importante
de Sudamérica y otros tantos emprendimientos de gran porte, se contraponía a
los conventillos y a las casas de chapa del barrio de la Boca. Además estaban
aquellos habitantes más postergados, denominados atorrantes, ya que vivían en
los caños acopiados por obras sanitarias de la firma francesa A. Torrent. La Biblia y el calefón se
empezaban a entremezclar. Es por esto que años después surgiera aquella
expresión de André Malraux, quien definió a Buenos Aires como la capital de un
imperio que nunca existió.
LAS VENAS DEL PAÍS
Sabemos que durante largos años el ferrocarril fue en la Argentina el encargado
de abrir fronteras, reducir distancias, forjar pueblos y fomentar el progreso.
Más allá de las críticas que se le han hecho al sistema ferroviario, creado
principalmente como una de las herramientas para poner en marcha el modelo
agroexportador, la infraestructura y el armado del ferrocarril fueron
impecables. Cada componente fue diseñado hasta en los mínimos detalles. Sepamos
que los ingleses ya habían previsto los desbordes de los arroyos porteños, de
allí que parte del sistema esté elevado. Si bien esto parece obvio, quienes
siguieron urbanizando la ciudad no tuvieron en cuenta esta situación.
La infraestructura ferroviaria iba desde los simples bulones
que unían los rieles, los picaportes de las puertas y los bancos hasta las
locomotoras, vagones y edificios propios de la estación; todo el sistema tienen
un promedio de cien años de existencia. A pesar del poco mantenimiento y del
uso y abuso excesivo que debió soportar, siempre mostró la nobleza constructiva
de cada una de sus partes. Para tener una idea de lo efectivo que fue el
ferrocarril, en las primeras décadas del siglo veinte el viaje Buenos-Aires
Rosario se hacía en tres horas y 45 minutos, una marca que jamás fue superada.
Por otra parte, dejando de lado los tiempos, tengamos también en cuenta que una
formación de carga remplaza a veinte camiones de gran porte, con costos
increíblemente bajos, además de reducir la contaminación y liberar las rutas de
estos mastodontes.
Hoy, después del exterminio que se produjo con los
Ferrocarriles Argentinos, extrañamos el buen servicio que alguna vez brindó
este medio de transporte, además de la seguridad que ofrecía. Por eso es
incomprensible que el sistema ferroviario haya sido reducido a su mínima
expresión, creando pueblos fantasmas, aumentando el desempleo, y destruyendo un
sistema que generaba vida en la gente. En estos últimos años las estaciones
ferroviarias de aquellos ramales que dejaron de funcionar pasaron a ser
utilizadas para distintos fines, menos para su función original. Los viajes a
ciudades más próximas, como Mar del Plata, se han vuelto una odisea para los
pasajeros. Seguimos a la espera de mejoras tangibles de todo el sistema
ferroviario, ya que a pesar de los anuncios explosivos sobre su recuperación
aún no se ha visto nada concreto.
PARADA KM. 14
Todo lo expuesto viene a cuento, ya que la Estación Pueyrredón
festejó el pasado mes de julio sus primeros cien años de vida. Estos agasajos
han tenido como objetivo fomentar la raigambre de los vecinos con el barrio a
través del ferrocarril. La parada 14,650 del antiguo Ferrocarril Buenos
Aires-Rosario (actual Ferrocarril Mitre), que en 1907 fue bautizada como
Estación Brigadier Juan Martín de Pueyrredón, le dio origen al barrio homónimo.
La primitiva estación había sido construida seis años antes a unos metros del
actual edificio, con una arquitectura de menor porte.
Por años fue un barrio semirural, que vino a alojar a
familias humildes, de inmigrantes europeos, que llegaban para trabajar en el
gran proyecto ferroviario argentino que, sin duda, alguna vez funcionó en el
país. El gran generador del crecimiento poblacional del barrio fue el
ferrocarril, ya que era el medio de transporte más importante que llegaba a
este rincón de la ciudad. La estación fue remodelada hace unos años tratando de
mantener su apariencia original, ya que sin duda es una construcción de un gran
valor arquitectónico. Fue catalogada como Patrimonio de la Nación , para lo cual
recibió protección cautelar una superficie de 4.513 metros cuadrados
que incluye al edificio principal de pasajeros, el refugio, la cabina de
señales, el pasaje subterráneo y el depósito, además de aquellos mobiliarios
que dieron identidad al ferrocarril.
El pintoresquismo, que fue el estilo predominante en gran
parte de la arquitectura ferroviaria de nuestro país, aparece en la Estación Pueyrredón
definido por sus techumbres a distintos niveles cubiertas de tejuelas, los
reticulados en madera que visten sus frentes, las cresterías, las ventanas
ojivales, las carpinterías con vidrio repartido y otros tantos detalles que
hacen a este estilo. La revalorización de la obra incluyó la reconstrucción de
baños a nuevo -se agregó uno para discapacitados- y también de la sala de
espera. En estos trabajos de recuperación se ha valorizado cada una de sus
partes en su forma original. Todos los agregados, como por ejemplo la
señalética e iluminación, están acordes con la estética del edificio.
Uno de los puntos más importantes en la conservación de un
edificio -siempre que sea posible- es mantener su uso original, lo que le
permitirá cambios y renovaciones que no alteren o desvirtúen la arquitectura
primaria: esto se ha logrado en la Estación Pueyrredón.
Es importante que este tipo de trabajos sirvan como modelo para que se repitan
en otros tantos edificios que tengan un significativo valor, ya sea por su
arquitectura o su historia.
No nos quedan dudas de que el sistema ferroviario ha
retrocedido a lo largo de estas últimas décadas. Esta idea de festejar el
centenario de la estación de trenes de Villa Pueyrredón muestra el valor que
tiene para los vecinos.
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Imagen: Tomado de la página elbarriopueyrredon.com.ar
Material tomado del periódico "El barrio”.