(De Laura Lucía Bogado Bordazar)
El fenómeno de las
migraciones internacionales no es nuevo, por el contrario, desde sus orígenes
el hombre se ha trasladado de un lugar a otro movido por los más diversos
factores: guerras, epidemias, hambrunas, sometimiento a situaciones de
esclavitud, motivos económicos, demográficos, religiosos, entre otros. En las
últimas tres décadas, los movimientos de personas en el mundo entero se han
multiplicado, fundamentalmente por razones laborales, lo que ha transformado,
en algunos aspectos, la dinámica poblacional de la sociedad internacional.
Al introducirnos en el estudio del proceso migratorio que se
desarrolló en la
República Popular China (China) y para conocer cómo se
originó la ruta de acceso a nuestro país es necesario mencionar la situación
particular de la región Asia Pacífico. Esta zona concentra el 50% de la
población mundial y tiene el mayor mercado de trabajo del mundo. Solo la
población económicamente activa de China ronda los mil millones de trabajadores
y ese país presenta uno de los crecimientos demográficos más acelerados. La
región Asia Pacífico ha experimentado, además, índices de crecimiento económico
explosivos, sobre todo a partir de la década del ochenta, en Japón, Corea del Sur,
Singapur, Hong Kong, Malasia, Tailandia y China, factor que ha influido de
manera decisiva en los movimientos de personas y de mano de obra de un país a
otro.
En el caso de China, su crecimiento sostenido ha sido el
resultado del proceso de reformas económicas y “apertura” política que se
inició a partir de 1978 (con el presidente Deng Xiaoping), y que produjo
cambios importantes en todas las áreas de la sociedad. La flexibilización
laboral y las privatizaciones –que liberaron grandes contingentes de trabajadores,
muchos de los cuales no pudieron ser reabsorbidos por el mercado interno–, la
movilidad campo-ciudad, la polarización de la distribución de la riqueza con la
consecuente ampliación de la brecha entre ricos y pobres, y la migración
regional e internacional fueron algunas de esas transformaciones.
Estos factores, sumados a las tendencias emigratorias que
han caracterizado a los chinos a través de la historia, impulsaron el
desplazamiento hacia una multiplicidad de destinos, entre ellos la Argentina.
Una fotografía de la distribución de los migrantes chinos,
llamados chinos de ultramar, nos revela que alrededor de 64 millones residen
fuera de China (China continental y Taiwán) y se distribuyen en los seis
continentes. Según el Informe PNUD de 2009, el 64% del total de estos migrantes
se concentra en la región Asia Pacífico, aunque en los últimos años ha
aumentado la migración hacia países no asiáticos. El 23,3% se ubica en los
Estados Unidos; el 7,2%, en Europa y el 0,9%, en América latina y el Caribe.
Si bien se encuentran migrantes chinos en aproximadamente
140 países, hay una correlación entre los lugares donde se forman las colonias
más numerosas y los países geográficamente más extensos y los más ricos. Los
migrantes chinos se concentran en las zonas urbanas de los países receptores y,
sobre todo, en las grandes ciudades. En estas páginas iremos viendo cómo este
esquema se reproduce en la
Argentina.
UNA MIGRACIÓN NUEVA
Si bien la Argentina es un país con
tradición inmigratoria, cuya sociedad se fue conformando, desde fines del siglo
XIX y hasta mediados del siglo XX, con la integración y promoción de migrantes
provenientes en su mayoría de Europa occidental, no desarrolló ninguna política
explícita respecto de otras poblaciones como, por ejemplo, la china. Es más,
aún pervive en la
Constitución el artículo 25 que “fomenta la inmigración
europea”.
Ahora bien, a comienzos de la década del ochenta, la Argentina empezó a
recibir el primer flujo importante de migrantes chinos provenientes –en su
mayoría– de la isla de Taiwán. En esos años, los motivos y las modalidades de
emigración estuvieron relacionados, fundamentalmente, con el “factor miedo” de
los habitantes de Taiwán frente a los rumores de expansión del sistema
comunista chino hacia la isla, bajo el lema: “Un país, dos sistemas”. También
influyó la necesidad de mejorar la calidad de vida del grupo familiar que
parecía deteriorarse a causa de la “explosión demográfica”. Taipei, principal
urbe de Taiwán, mostraba índices muy altos de densidad de población, con los
problemas sociales, ambientales y de calidad de vida que ello implica. Estos
motivos influyeron en la voluntad de emigrar de familias que, en general,
elegían aquellos países donde residía algún pariente o amigo que le pudiera aportar
conocimientos sobre la situación política y socioeconómica del lugar.
En esa época nuestro país retornaba al sistema democrático y
prometía un desarrollo económico más dinámico que el de décadas anteriores.
Esta coyuntura se presentó como una alternativa tentadora para los migrantes,
que centraban su búsqueda en la seguridad personal/familiar y el bienestar
económico como características fundamentales del país receptor.
Ese primer flujo se caracterizó por la emigración del grupo
familiar con capital propio, modalidad que resultó decisiva para su desarrollo
económico. Esta situación facilitó la integración de los migrantes y la
conformación de una colectividad china estable en la Argentina. Impulsó, a demás, el progresivo surgimiento de asociaciones civiles nacionales, que
ampliaron su vinculación a otras redes internacionales y regionales de chinos
de ultramar. Comenzaban, entonces, a funcionar las “redes de clanes” y en un
ámbito más reducido, las “redes familiares”, como un sistema de contención para
los nuevos migrantes, que les brindaba ayuda con el hospedaje y el idioma,
asistencia en la búsqueda de trabajo, contactos y soporte psicológico. Los
chinos de ultramar le asignan un valor fundamental a sus grupos familiares,
pues consideran que la “trama de relaciones y lealtades” son su capital más
importante. En la Argentina
existen actualmente unas 14 asociaciones, congregadas de acuerdo con las
regiones de procedencia de China y Taiwán, la religión que practican o la
actividad económica que desempeñan, pero no se han nucleado en una asociación
central, como sí sucedió en otros países donde se asentaron comunidades chinas.
El segundo flujo migratorio importante hacia la Argentina se inició en
la década del noventa y se relaciona con un conjunto de factores diferentes de
los del período anterior. La finalización de la Revolución Cultural
en China (1989) trajo como consecuencia una mayor “apertura y flexibilización”
que, entre otros motivos, aceleró el proceso emigratorio principalmente de
jóvenes, que comenzaron a trasladarse solos (sin el grupo familiar), sin
contrato de trabajo y con muy poco capital para establecerse en el exterior. En
ese escenario, la Argentina resultaba un destino atractivo por el crecimiento económico que experimentaba y
por la presencia de “paisanos”, de quienes –como ya dijimos– estos nuevos
migrantes, en su mayoría provenientes de las regiones costeras del continente
chino, esperaban recibir algún tipo de asistencia para su instalación.
Hacia fines del año 2000, fuentes extraoficiales coincidían
en estimar que la comunidad china residente en la Argentina se acercaba a
las 50.000 personas, de las que aproximadamente la mitad eran taiwaneses. Hasta
los primeros años de la década del noventa, los chinos provenientes de Taiwán
habían superado en número a los continentales, pero a partir del año 2000 esta
tendencia comenzó a invertirse. Lógicamente, la grave crisis económica y
política que afectó a la
Argentina en 2001 representó un freno para la inmigración
china. Se verificó incluso una corriente emigratoria de población china
residente en la Argentina,
y se conocieron casos de grupos familiares que reemigraron hacia otros países
del continente, como Chile, México y el Brasil, que ofrecían estabilidad
económica.
Esta retracción inmigratoria se mantuvo hasta el año 2005,
cuando las nuevas proyecciones de crecimiento económico y la estabilidad social
del país resultaron otra vez atractivas para los contingentes chinos. De esta
manera se distinguen tres grandes flujos migratorios hacia la Argentina. En la
actualidad se estima que la comunidad china residente asciende a 70.000
personas.
Por último, no podemos dejar de mencionar la sanción de la Ley Nacional de
Migraciones (2004), que representó un amplio reconocimiento de los derechos de
los migrantes y la aprobación de un programa de normalización documentaria, que
favoreció la regularización de la situación de muchos de ellos. En este
sentido, y según datos oficiales, en el año 2005 se regularizaron alrededor de
9000 migrantes provenientes de China.
ENTRE LA
CULTURA ORIENTAL Y LA OCCIDENTAL
Mediante un
relevamiento de personas de la comunidad china elegidas al azar en las ciudades
de Buenos Aires y La Plata
y una serie de entrevistas realizadas a miembros “destacados” de la
colectividad, representantes de asociaciones comerciales y civiles y
funcionarios de la Embajada
de China, es posible elaborar un perfil de esta comunidad. En primer lugar, se
puede afirmar que la convivencia entre chinos y taiwaneses residentes es
totalmente pacífica y, en general, los migrantes entrevistados han reconocido
idéntico origen y cultura.
Se trata de una población joven, en una etapa económicamente
activa, aunque ya se puede hablar de la existencia de una “segunda generación”.
Por otro lado, se caracteriza por un elevado nivel de instrucción (con estudios
secundarios completos, terciarios y universitarios). En la mayoría de los
casos, además, aprenden el idioma español después de llegar al país.
Los entrevistados coincidieron en expresar su tendencia y
necesidad de mantener acciones y prácticas propias de su cultura como el idioma
(chino mandarín) en los hogares, la medicina, las costumbres alimenticias, la
celebración de fiestas tradicionales y, especialmente, los matrimonios dentro
de la comunidad. Como parte de la decisión de conservar su cultura, se han
establecido tres colegios chinos en la ciudad de Buenos Aires, a los cuales
asisten, en su mayoría, los hijos de los migrantes y donde reciben en forma
extracurricular (porque son instituciones no habilitadas oficialmente)
programas de historia, cultura e idioma chino. A estos colegios también pueden
asistir argentinos. En Buenos Aires se editan tres periódicos semanales con
noticias internacionales, nacionales y locales escritos en chino mandarín, que
se distribuyen entre la comunidad. En cuanto a la religión, un porcentaje
elevado de estos migrantes (48%) practica el budismo.
LOS CHINOS DE ULTRAMAR LE ASIGNAN UN VALOR FUNDAMENTAL A SUS
GRUPOS FAMILIARES, PUES CONSIDERAN QUE LA “TRAMA DE RELACIONES Y LEALTADES” SON
SU CAPITAL MÁS IMPORTANTE.
Por otra parte, y siguiendo la tendencia que caracteriza a
la mayor parte de las comunidades chinas en el mundo, en la Argentina , los chinos
también se establecen en las zonas metropolitanas. Los principales centros son
la ciudad y la provincia de Buenos Aires, y en menor proporción, las provincias
de Santa Fe, Córdoba, Santa Cruz, Río Negro, Corrientes, Mendoza, Entre Ríos y
San Juan.
Se dedican principalmente a la actividad comercial, y dentro
de esta se concentran en los rubros de gastronomía y autoservicio (comercios de
venta minorista de alimentos). La
Cámara de Autoservicios y Supermercados de Propiedad de
Residentes Chinos (Casrech) cuenta con 6000 asociados, ubicados en diversos
puntos del país, de los cuales 4800 se hallan en la ciudad de Buenos Aires y el
Gran Buenos Aires. Desarrollan, además, otras actividades como servicios de
turismo, medicina, taller mecánico, peluquería, importación-exportación,
etcétera.
Desde hace ya algunos años, en el barrio de Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires
entre las calles Arribeños y Mendoza se ha ido formando una especie de enclave,
denominado “Barrio Chino”, considerado por la propia colectividad como un lugar
de referencia e interacción social. Allí se han establecido gran cantidad de
comercios, uno de los tres templos budistas de Buenos Aires y uno de los
colegios antes mencionados.
Finalmente, un tema importante es el de la integración a la
sociedad mayoritaria. En los últimos años se ha percibido un mayor acercamiento
a ella que puede atribuirse a dos factores. Por un lado, se registra en la
comunidad china una inclinación a destinar más dinero y tiempo a actividades de
esparcimiento que comparte con la sociedad receptora. De algún modo esto indica
una necesidad “de formar parte de” ella. Por otro lado, se observa una mayor
preocupación de la comunidad china por dar a conocer sus tradiciones y
costumbres. Un ejemplo de ello son las celebraciones masivas de sus
festividades en el Barrio Chino. Claro que, sin perjuicio de este análisis, la
comunidad china se presenta aún como una colectividad “conservadora”, que trata
de mantener sus tradiciones y costumbres. No podemos olvidar que estamos ante
una migración nueva en la Argentina, en plena expansión y desarrollo, que enfrenta
permanentemente la disyuntiva de conjugar las particularidades de dos culturas
muy diferentes: la oriental y la occidental.
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Imagen: Cartel de un negocio en el llamado “barrio chino” en el barrio de Belgrano. (Foto: www. buenosairessos.com)
Nota tomada de: “Todavía”, Nº 25; mayo de 2011.