1 dic 2013

Por esta bicisenda donde ningún bello ruiseñor...



(De Rubén Derlis)

La implementación de las bicisendas es un despropósito que viene entorpeciendo nuestra ciudad desde hace ya bastante  tiempo, y cuya construcción prosigue, intermitente, al parecer sin haberse realizado estudio serio en tiempo y forma, antes de delinear sobre el asfalto la primera de estas  extrañas vías para desplazamiento de velocípedos.
De ningún modo estamos en contra de las bicisendas, pero sí de este engendro, mini-obra faraónica en escala reducida que suma problemas a una  circulación que se  agravó con el tiempo, que se pretendió solucionar con premura, y en realidad sumó incomodidades fáciles de ver.
Vaya uno a adivinar a qué gestor del Gobierno de la Ciudad (y bien digo gestor, porque estos cusifai ni gobiernan ni hacen gestión: gestorean), le hizo ruido en su cerebro esta magra idea, cierta mañana cuando al levantarse acaso se haya golpeado la cabeza –de otra manera no se explica–, y debido a este golpe, no digamos que logró alumbrarla: apenas si pudo abortarla. Aunque la verdad sea dicha, la idea de marras no daba para otra cosa. Y salió lo que salió: un esperpento de mampostería que no es de nadie y padecemos todos – anche usuarios de las bicisendas–, debido a sus malformaciones congénitas y adquiridas: roturas propias del maltrato, interrupciones por contenedores de basura, pesados camiones atracando de culata para cargar o descargar mercaderías, garajes particulares, y lo demás que seguramente me estoy olvidando.    
Porque a este malhadado inventor de caminitos exclusivos para dos ruedas a pedal, algo más se le chisporrotéo y entró en corto: admirador de lo foráneo, seguramente confundió Buenos Aires con  Oslo, Copenhague, Estocolmo y otras exquisiteces nórdicas, sin pensar por un segundo que la cultura vial de esos países está a años luz respecto del nuestro (que alguien intente en esta ciudad enfilar soldaditos obedientes en una misma senda para un desplazamiento ordenado y después me cuenta), de la misma manera que nosotros lo estamos de la verdadera democracia, de donde se explicaría, por lo inconsulto, este daño gratuito a la ciudad de los porteños. No sé si quedó claro.
El maridaje de las bicisendas y los ciclistas hasta el momento no me parece del todo compatible; lo noto desajustado, como si no ligaran, cuando en realidad tendrían que llevarse como el hambre con las ganas de comer, siempre y cuando se tenga qué. Puede ser presunción mía, pero es lo que me late. Al menos por lo que llevo visto.
Por eso antes de levantar  parecitas de concreto sólo aptas para demorar aún más la ya de por sí lenta circulación vehicular, al costado de calles de histórico angostas y atiborradas de tránsito, mejor habría sido un concienzudo estudio de factibilidad para evaluar daños o posibles errores. Ya lo dije, y lo repito pues sostengo que habría sido esencial. Al parecer juzgaron que no era necesario; así que sin más, meta pico y dale pala y después veremos cómo queda. Los resultados están en la puerta de su casa; juzgue usted.
Ni falta que hacía tanto murito de cemento, peligroso por donde se lo mire para peatones, transporte vehicular, automóviles, motos y ciclistas. Con haber marcado con pintura fosforescente y tiras plásticas de color y alta resistencia –de ambas cosas hay–, los límites del carril exclusivo sobre el asfalto de las calles que estropearon sin necesidad,  más la señalética vial correspondiente, ya habrían tenido la dichosa bicisenda, exactamente igual a la de los países de ese primer mundo gélido con el que tanto se llenan la boca nuestros ignaros gestoreadores. ¿O hacía falta más? Con seguridad que no. (Ahora, si por otras causas, llámense negociados o algo similar había que construir lo inservible para destruir lo que sirve, ya es otra cosa).
Esta bicisenda porteña me recuerda a la Panamericana de los años 60, que de pronto se interrumpía y nadie sabía dónde continuaba: en realidad no continuaba…, ¡continuaría dentro de algunos años! Por ahora llegaba hasta allí.
Con esta discontinua trinchera para enanitos de jardín ocurre lo mismo: de pronto queda trunca y si te he visto no me acuerdo. Algún día continuará. ¿Continuará? Entonces el ciclista, que le daba al pedal muy orondo, pierde de pronto bajo sus ruedas la cinta mágica por donde avanzaba confiado y es lanzado sin más trámite a la inhóspita avenida. Fin de la protección y agarrate Catalina. ¿Alguien sabe dónde empieza la próxima bicisenda, y si la hay? Nadie responde.
De haberse hecho de la forma más simple, económica y sencilla –la línea continua, fosforescente o plástica, marcada en la calle–, el andar ciclista no se habría visto interrumpido, sería más fluido y hasta placentero, pues se desplazaría por calles paralelas a las avenidas y evitando los peligros de transitar por ellas; a lo sumo se las habría cruzado para retomar la bicisenda una vez superadas. Aparte de esto –que no es poco–, frente a la eventualidad de un percance, cualquier vehículo habría podido invadir momentáneamente la bicisenda  y realizar la maniobra necesaria sin el impedimiento del murito enano, complicado y embrollón. Me cuesta creer que resulte tan difícil emplear la lógica.
¿Y qué decir del despropósito de haberles dado doble mano cuando las calles sólo tienen una, salvo contadas excepciones, en cuyo caso no existen bicisendas? No es nada raro frente a esta torpeza –llamarlo error es cosa de poca monta–, ver a gente mayor, y no tanto, llevada por delante por algún pedaleador abstraído, ya que por costumbre, el peatón  sólo mira al cruzar en dirección de la mano de la calle, pues así también lo hace donde no existen bicisendas. ¡Y zás! Allí el accidente.
Pero tendremos que convivir con estos absurdos bodoque de concreto, más apropiados  para romper orugas de blindados en una ciudad ocupada que para demarcar vías de acceso rápido para bicicletas, durante un tiempo todavía: mientras sigan gestoreando  estos cosos –dicho en buen porteño– por lo que les resta al frente del Gobierno de la Ciudad
Después se verá de hacer algo más coherente y acorde a nuestra amada Buenos Aires, y desde ya menos oneroso, cuando asuman nuevas autoridades que interpreten  la ciudad como lugar de todos y no como predio exclusivo de negocios para pocos. Mas como todavía estos son los munícipes responsables de la construcción de las bicisendas, la doble mano en las mismas debe ser corregida sin más trámite –ya hemos visto por qué–,  por los actuales gestoreadores.
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Imagen: Bicisenda invadida por contenedores de desperdicios (Foto: la nación.com.ar)
Nota tomada de Códigos de callejero de R. D.