(De Jorge Luchetti)
La avenida San Isidro, ubicada en uno de los bordes del barrio de Saavedra, no es una
arteria más. Es un remanso urbano que permite disfrutar de un descanso bajo sus
árboles, todo a escasos metros de la populosa Cabildo. Sus dilatadas plazoletas
con frondosa vegetación son parte de un encanto que nos invita a soñar.
Nuestra ciudad, nuestros barrios, nuestras calles no
solamente se han fraguado a través de una rica arquitectura y una retícula
uniforme. Además poseen situaciones urbanas singulares llenas de lugares
atrayentes, que por ser incomparables adquieren un valor particular. La nueva
idea de urbanismo ha significado en el contexto social una mayor importancia
del uso del espacio público para el regocijo del ciudadano. La Ciudad de Buenos Aires
siempre nos invita a visitar y recorrer lugares interesantes. La flanerie, o sea el vagar, el perderse
en alguna calle o el explorar algún rincón de la urbe es una satisfacción para
muchos porteños.
Así el caminar, por aquí o por allá, nos hace olvidar un
poco el aburrido damero fundacional, buscando siempre que la ciudad nos depare
alguna aventura urbana. Es que a pesar de la monotonía que pueda mostrar Buenos
Aires siempre nos encontramos con lugares disímiles generados por distintos
accidentes. Aparecen de esta forma arroyos, barrancos, desniveles,
irregularidades en la partición de lotes (de aquí nacen generalmente los
pasajes), tendido del ferrocarril y un largo etcétera. Todo esto que fractura la
cuadrícula original enriquece la vida de la ciudad.
Desde el centro hasta los barrios nos iremos topando con
espacios increíbles que tienen su verdadero encanto, por eso al recorrer la
ciudad aparecerán a nuestro encuentro rincones, bordes, bulevares, cortadas,
pasajes y otro tipo de caprichos urbanos, que hacen de nuestra metrópoli un
lugar distinto. Estas atipicidades finalmente dan como resultado lugares como
el pasaje Rivarola en el barrio de San Nicolás. Este se encuentra ubicado entre
las calles Bartolomé Mitre y Perón. Con sus fachadas iguales en cada vereda, da
la sensación de caminar al lado de un espejo. El pequeño pasaje tiene una
atracción especial de coloración europea, tanto por la simetría de su
arquitectura como por la calidez que se forma en su medio.
Y si nos referimos al pasaje Butteler sabremos que nos
encontraremos con un descanso urbano, de calles adoquinadas, ubicado en el
límite del Parque Chacabuco; su forma de X hace que se genere un trazado muy
interesante de cuatro callejuelas con el mismo nombre. Además su ancho, de sólo
tres metros, permite el paso de un automóvil por vez, lo que le da cierta
intimidad al lugar. En el encuentro de las diagonales está la pequeña plaza
Enrique Santos Discépolo, que parece esconderse dentro de la manzana; de allí
que su nombre primigenio fuera el de Plazoleta Escondida.
Otro lugar atractivo para recorrer, que además actúa como
punto de reunión de los vecinos de Belgrano, es el espacio que se genera en
derredor a la
Parroquia Inmaculada Concepción, más conocida como la
“Redonda de Belgrano”. Allí los pasajes Policarpo Mon de un lado y José María
Sagasta Islas del otro, con sus respectivas plazoletas y acompañados por la
recova de los edificios de la parroquia, forman un paisaje distinto. Todo ese entorno,
que incluye además a la iglesia, a la plaza y a los museos Sarmiento y Larreta,
genera un foco cultural y de recreación para el barrio.
Por su originalidad urbana incluiremos en este paseo al
barrio de Parque Chas, que con sus calles de forma concéntrica, único por su
geometría en la ciudad, se diferencia del resto de la cuadrícula; es allí donde
la calle Berlín termina donde empieza... Berlín.
A ESPALDAS DE CABILDO
Como podemos ver, Buenos Aires siempre nos permite
incursionar en ambientes distintos tanto para la contemplación y el descanso
como para un paseo con historia. El bulevar San Isidro es uno de estos
lugares; un remanso dentro del barrio de Saavedra. Tomemos en cuenta que este
corredor urbano está próximo en todo su recorrido a la bulliciosa avenida
Cabildo. Su forma curvada permite tener la particularidad de ser la única
avenida en Buenos Aires que comienza y termina en una misma arteria, que es
Cabildo. Nace a la altura de la calle Paroissien y finaliza a metros del Puente
Saavedra, en el cruce con la calle Vilela.
La vieja avenida formó parte de lo que fue el antiguo Camino
Real, que unía Belgrano con San Isidro para luego seguir al norte.
Originalmente hacía este pequeño desvío para buscar un meandro que permitiera
atravesar el arroyo Medrano, el cual por aquel entonces estaba a cielo abierto.
Hoy se encuentra entubado bajo la avenida García del Río en ese tramo. La
zonificación edilicia de la zona es distinta de una vereda a la otra, o sea la
vereda par, más alejada de Cabildo, permite construcciones de hasta tres pisos,
mientras que la vereda opuesta tiene alturas que llegan a los ocho pisos, una
especie de espalda que la separa de la arteria mayor. El nombre del bulevar es
en homenaje a Isidro Labrador (1080-1130), un santo de origen español que por
sus milagros fue canonizado en el siglo XV.
Uno de los más importantes atractivos del lugar es la
parroquia homónima, emplazada en el 4630 de la avenida. Fue construida en 1932
por el arquitecto Carlos Massa, autor de más de treinta iglesias en la ciudad
de Buenos Aires. La fachada del edificio despierta movimiento e inquietud. Es
de estilo neocolonial y tomó como modelo el frente de la Universidad de
Chuquisaca, en Bolivia. Tiene a su izquierda una torre con reloj que remata en
una cúpula de estilo neobizantino y sobre ésta una cruz de hierro; además la
iglesia está en un terreno elevado, al cual se accede por una importante
gradería que le agrega majestuosidad al templo. En su interior se puede ver un
importante mural realizado en cerámica que ocupa un rectángulo de ocho por
cinco metros, que representa el nacimiento de Cristo, obra del artista plástico
Raúl Soldi.
TIEMPOS DE BULEVAR
A lo largo de diez cuadras se desarrolla el paseo San Isidro
Labrador, de anchas plazoletas y frondosos árboles, algo raro de ver en este
tipo de arterias. El bulevar separa en dos partes a la avenida, permitiendo así
tener doble sentido para el tránsito. Desde Paroissien hasta Ruiz Huidobro el
camino se va adentrando en Saavedra y luego comienza una corrección gradual,
que lo vuelve a juntar con Cabildo.
Todavía quedan viejas casas sobre el bulevar, las que son
recicladas y transformadas en comercios, pero lamentablemente el incremento de
negocios en la zona puede terminar afectando el paisaje de sosiego que se vive
en este sector del barrio, aunque la importancia de Cabildo como avenida
comercial es un freno a este avance. El bulevar invita a una caminata y en su
comienzo, como para seducir al paseante, aparece la singular escultura de
bronce con figuras aladas y mástil denominada “La Agricultura”, ubicada
en la plazoleta Carlos Malagarriga (abogado y periodista español) y obra de
Luis Ernesto Barrias. El conjunto escultórico, junto con su similar ubicado en la Avenida de los Incas y
Zapiola y otros dos semejantes, perteneció al Pabellón Argentino realizado para
la Exposición
Universal de París de 1889. La obra fue efectuada en los
talleres de fundición Thierbaut Frères, en Francia. Esta empresa es responsable
de una infinidad de trabajos a lo largo de todo el planeta entre 1869 y 1930.
En sus talleres se realizó la columna que hizo construir Napoleón en la Place Vendôme,
además de varias esculturas de Rodin.
A lo largo de todo el bulevar se van sucediendo las
distintas plazoletas que llevan los nombres de personalidades de la política y
la justicia, como por ejemplo Regis Martínez, Carlos Sánchez Viamonte y el
diputado Carlos Almada. Estos nombres se mezclan con los de famosos poetas y
escritores, entre ellos Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo y Arturo Marasso.
En el final del recorrido, ya sobre Cabildo, se encontraba el famoso boliche
“El Cajón”, nombre que deriva de la construcción con apariencia de ataúd que
tiene la pequeña manzana. Hay varias versiones sobre la forma que se le dio a
esta construcción. Una de las leyendas dice que el dueño de la vieja Cervecería
“Zurich” fue dado por muerto y el cortejo fúnebre que trasladó el cajón se vio
sorprendido, ya que el féretro parecía haber cobrado vida. A pedido del
sacerdote fue abierto de inmediato y se encontró al supuesto finado con vida;
se decía que había sufrido un ataque de catalepsia. El hombre, que era una
persona adinerada, mandó a construir el edificio con forma de ataúd como una
especie de homenaje a su salvación. Esta leyenda era contada por el afamado
cantante de tangos Edmundo Rivero.
Diría nuestro poeta Roberto Arlt: “Aún pasará mucho tiempo
antes de que la gente se dé cuenta de la utilidad de darse unos baños de
multitud y de callejeo. Pero el día que lo aprendan, serán más sabios, más
perfectos y más indulgentes”.
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Imagen: Frente de estilo neocolonial de la iglesia San Isidro Labrador en la avenida San Isidro.
Nota tomada del periódico El Barrio (www.periodicoelbarrio.com.ar
).