(De Fabián Slongo)
La residencia del doctor Carlos Delcasse, en la calle Cuba
1919 del barrio de Belgrano, fue la locación principal de la película “La Casa del Ángel” de Lepoldo
Torre Nilsson. De tendencias renacentistas, construida en la última década del
siglo XIX bajo la dirección del arquitecto Carlos Nordmann, el conjunto
principal de la misma daba a la calle Cuba y, siguiendo por Sucre, sus jardines
se continuaban hasta la calle Arcos.
Contaba con veinte habitaciones, una escalera de ébano
labrado y de sus paredes colgaban numerosas obras de arte que constituían la
colección privada de su propietario. La planta baja, en uno de sus lados,
remataba en una galería que hacía las veces de terraza para las habitaciones
del primer piso. Finalmente, sobre ellas, se despegaba un solitario mirador con
techo de pizarra debajo del cual, en un ángulo de la pared, se encontraba una
figura alada que sugería la idea de un ángel.
El doctor Delcasse, su propietario, además de un temprano
difusor de todas las actividades físicas, era un hábil practicante de la
esgrima y un experto tirador por lo que disponía, allí mismo, en un sector
apartado, de un polígono de tiro y salones para gimnasia. Las elites porteñas
también encontraron en su residencia el espacio necesario para la realización
de numerosos combates de boxeo; deporte que por entonces estaba prohibido.
Y cuenta la historia que en sus parques, al abrigo de un
imponente cedro, de palmeras y magnolias, se llevaron a cabo muchos lances
caballerescos.
“La Casa
del Ángel” es una obra de ruptura que se atreve a confesar su pertenencia al
cine moderno y su deuda con la Nouvelle Vague francesa. Sus
excesos formales, por otra parte, lucen perfectamente apropiados para mostrar
una realidad deformada por el recuerdo.
De los muchos puntos de vista desde los que se la puede
analizar, el tema del duelo aparece, dado que en el parque de la Casa del Ángel los hombres
dirimían sus diferencias a punta de pistola, como el lugar indicado para
iniciar una lectura original.
En principio, es necesario destacar que a un duelo a muerte,
a ese enfrentamiento final y decisivo que clausura definitivamente a una de las
partes en disputa, se arriba una vez que todos los puentes han sido destruidos;
cuando los elementos opuestos, aquellos que en otra circunstancia podrían haber
sido complementarios, no han encontrado la manera de conciliarse y la
controversia termina, fatalmente, con la supresión de uno de ellos.
Leopoldo Torre Nilsson (según la novela homónima de Beatriz
Guido), sitúa la historia en las primeras décadas del siglo XX cuando estas
citas en el campo del honor, aunque ya más espaciadas para esa fecha, todavía
eran moneda corriente en ciertas clases sociales.
Es probable que de la trama pueda desprenderse, además, una
lectura universal de la historia humana (“La guerra es la madre de todas las
cosas” consignaba Heráclito mucho antes del comienzo de la era cristiana) pero
también que refiera, de manera lateral, a la historia particular del país en ese
tiempo (En 1956, el año en que se filmó la obra, una de las partes activas de
la vida política argentina había sido suprimida por la fuerza).
Pero la película, concretamente, habla de otras
controversias además de las que se resuelven armas en mano: La puja entre lo
angelical y lo diabólico, entre lo reprimido y lo liberado, entre el universo
cerrado (representado por el ángel pétreo que custodia la casa) y el abierto
(el crecimiento, la evolución); entre la muerte y la vida.
En la ficción, Ana (Elsa Daniel) es una chica de catorce
años, de apariencia angelical, que ha sido criada según las convenciones de una
familia de clase alta del barrio de Belgrano. Se debate, como otras de su edad,
entre sus deseos nacientes y la rígida moral social que la conmina a reprimirlos
bajo la amenaza flamígera del infierno. El dogmatismo religioso de su madre
(Berta Ortegosa) y de su nana (Yordana Fain) no podrá evitar que sus ansias se
corporicen en la persona del diputado Pablo Aguirre (Lautaro Murúa).
Por otra aparte, fuera de la casa, en la ciudad, el poder se
mueve al ritmo del universo masculino. Es el mundo de la política (con sus
honores y deshonras) y el de los permisos sexuales (con relaciones furtivas y
visitas a burdeles).
Promediando la historia, Pablo Aguirre, luego de un tenso
debate en el congreso, retará a duelo a otro legislador y el padre de Ana
(Guillermo Battaglia) ofrecerá el parque de su residencia (la Casa del Ángel) para que el
mismo se realice. Según es tradición familiar, el duelista pasará la noche previa
al lance como invitado en la casona de Belgrano. Pero mientras todos duermen,
antes de matar a su adversario, Pablo viola a Ana.
Finalmente, transcurridos algunos años, con la muerte de la
madre, Pablo adoptará la costumbre de visitar al viudo y a su hija todos los
viernes. Se verá a Ana que, como rehén de un plan indescifrable, les prepara y
sirve el café (con estas imágenes comienza la película) y que luego, resignada,
pidiendo permiso para retirarse, saldrá a dar una vuelta con sus amigos de siempre.
Como una autómata, la infeliz regresará algunas horas más tarde a encerrarse en
su cíclica rutina.
Se diría que los puentes de Ana, los que deberían haber
unido de manera invisible su adolescencia con la adultez, han quedado
destruidos luego de aquel suceso traumático. Y, prisionera de la casa,
petrificada como una estatua, no podrá hacer otra cosa sino repetirse
eternamente. Definitiva y final, de piedra, como un ángel de los deseos
muertos.
EL FINAL DE “LA
CASA DEL ÁNGEL”
El doctor Delcasse había muerto en 1940 y la casa continuó
ocupada por su hija, la señora Carlota Delcasse de González. Las cámaras de
cine ingresaron en otras oportunidades y, además de la película reseñada, se
filmaron allí escenas de “Un guapo del 900” (1960) del propio Torre Nilsson y “La casa
de las sombras” (1974) de Ricardo Wullicher.
Pero, luego de su venta, el destino de la casa quedó
definitivamente sellado; la misma perdió el duelo contra la impetuosidad de los
tiempos modernos y, sin defensa vecinal, fue demolida en 1977. Sin embargo el
terreno quedó en estado de abandono por mucho tiempo dado que no se otorgaba el
permiso, de acuerdo a una ordenanza municipal existente, para levantar allí el
grupo de edificios que estaba proyectado.
Finalmente se erigieron tres altas torres y, en la
actualidad, el sitio que ocupara la residencia Delcasse, se conoce como
“Galería del Ángel”.
La escultura del ángel, al menos, consiguió salvarse de la
picota. Descansa en el Museo de la
Ciudad.
______
Imagen: “La Casa
del Ángel” en la esquina de Cuba y Mariscal Antonio José de Sucre, en el barrio de Belgrano, ya
desaparecida.
Nota tomada del periódico barrial “Mi Belgrano”
(www.mibelgrano.com.ar)