(De Miguel Eugenio Germino)
El de Santos Godino
fue uno de los primeros casos de un asesino serial, que asoló la sociedad
porteña por el año 1912. Del terror colectivo se pasó al asombro cuando se
descubrió que el autor de los aberrantes crímenes de criaturas de hasta 5 años
era un menor de 15 años, que torturaba a sus víctimas antes de matarlas,
confesando que lo hacía por un irresistible impulso de placer interior.
De un hogar marginal
de inmigrantes italianos, de familia numerosa, brutalmente violentado por su
padre borracho, expulsado de varias escuelas, transcurrió su infancia vagando
en la calle, eligiendo como centro de sus correrías los barrios de Balvanera,
San Cristóbal y Parque Patricios.
INTRODUCCIÓN
El siglo XX recién se
desperezaba, tras el primer Centenario de Mayo, que transcurría en medio de una
violenta agitación social. Gobernaba Roque Sáenz Peña (1910-1914), que
proyectaría su nombre mediante la ley que intentó detener los fraudes
electorales, mientras el interior era sacudido por la rebelión chacarera
conocida como “El Grito de Alcorta”. El mundo se encaminaba hacia la primera
gran conflagración mundial, auspiciada por la Guerra de los Balcanes. Se hundía el Titanic, el mayor barco del mundo, en la
madrugada del 14 al 15 de abril de 1912, durante su viaje inaugural.
Buenos Aires era aún una ciudad baja, de calles abiertas a
los vientos, surcadas por un nuevo medio de transporte: “el veloz tranvía”
tirado por caballos y que se transmutaría paulatinamente en “el moderno
eléctrico”.
Se vivía una llegada de inmigrantes sin precedentes, que
alcanzó ese año a 274.000 ingresos. La metrópoli se jactaba de sus 821.000
habitantes, aunque se originó un gran déficit habitacional y proliferaron los
inquilinatos y conventillos, con un hacinamiento ciudadano.
Los barrios de Almagro y Parque Patricios se encontraban al
borde de la pampa, cuando comenzaban a dibujarse en su damero las primeras
viviendas urbanas, entre las grandes quintas loteadas, y de tanto en tanto la
chimenea de un horno de ladrillos inflamando el cielo suburbano.
En aquel panorama pueblerino se viviría el horror, entre
enero y diciembre de 1912, al aparecer asesinados alevosamente varios niños de
entre 2 y 5 años, el último abusado, estrangulado y con un clavo en la sien.
EL NIÑO CAYETANO
Fiore Godino y Lucía Ruffo, habían arribado al país en 1884
procedentes de Calabria (Italia), junto a dos hijos, aquí tendrían otros nueve.
Al menor, nacido el 31 de octubre de 1896 en un conventillo de la calle Deán
Funes 1158, le pondrían el nombre del mayor fallecido en Buenos Aires,
Cayetano.
Fiore, empleado municipal, encargado del encendido de los
faroles, era alcohólico, violento y en los últimos años padecía de sífilis. Al
regresar por las noches borracho a su hogar sometía a su mujer e hijos a fuertes
palizas.
En aquel clima crecería el niño Cayetano, enfermizo, de
composición esquelética y talla baja, la asimetría del cráneo y de la cara
respondían a defectos originarios; descollaban sus grandes orejas y sus largos
brazos desproporcionados a su estatura, sus manos poseían una extraña
flexibilidad. Durante los primeros años estuvo al borde de la muerte a causa de
una enteritis.
Durante toda su niñez, sufrió el maltrato y los fuertes
golpes paternos, quien no comprendía otro modo de morigerar lo que entendía
como “naturaleza maligna de su hijo”.
Inaplicado en la escuela primaria, es expulsado sin otra
consideración más que “su falta de interés” y su rebelde comportamiento. La
calle sería entonces su lugar formativo, anduvo vagando por ellas desde los cinco
años.
Cayetano, con su psiquis atrofiada, producto de una vida
dolorosa y marginal, privado del mínimo cariño, transita los caminos de la
exclusión social más absoluta, que lo sumerge en una infancia de morbosas
fantasías y deseos abyectos.
Esta situación nos lleva a una compartida reflexión: ningún
niño nace ladrón y menos asesino, sino que el trato familiar, el hábitat de
marginalidad y la trama de la sociedad contribuyen, con mayor o menor presión,
al cruel camino que transitará en su adolescencia.
Entre 1904 y 1911, Cayetano agrede a los niños Severino
González y Julio Botte, entre otros intentos frustrados. Experimenta impulsos
piromaníacos, se entretiene además matando pájaros domésticos y con otras
formas de agresión, como consta en la Comisaría 8ª de Urquiza 550 –entonces la familia
habitaba un inquilinato en la calle 24 de Noviembre 623–, por denuncia de su
propio padre que explicita: “que su hijo de 9 años es absolutamente rebelde a
la represión paternal, solicitando la reclusión del mismo en donde la policía
crea oportuno y por el tiempo que quiera…”.
A raíz de esa denuncia el menor es puesto a disposición de la Alcaldía Segunda
y posteriormente aislado en un reformatorio de Marcos Paz. Esto solo sirve para
agudizar sus graves problemas, de modo que cuando recobra la libertad en 1911
inicia su brutal carrera delictiva.
Entre enero y diciembre del año 1912, ya adolescente de 15
años, consumará sus más alevosos crímenes, e incendios:
En enero prende fuego a una bodega de la avenida Corrientes;
cuando llegan los bomberos, colabora con ellos en apagar las llamas. Declarará
un año después cuando es detenido: “Me gusta ver trabajar a los bomberos, es
lindo ver como caen en el fuego”.
El 25 de enero asesina al menor Arturo Laurora, quien vivía
en Cochabamba 1753; el crimen fue consumado en una casa abandonada de la calle
Pavón 1541, donde lo encuentran golpeado brutalmente, estrangulado y
semidesnudo.
Por la tarde del 7 de marzo le prende fuego al vestido de la
pequeña Benita Vainicoff, frente a la vidriera del comercio de la calle Entre
Ríos 322. Su abuelo que cruza de prisa la calle para socorrerla es atropellado
por un tranvía y fallece en el acto, la niña muere a causa de las graves
quemaduras.
En los siguientes meses ocurrirán en la zona otros incendios
intencionales no aclarados. Comete el ataque a la niña Carmen Ghittoni, de 3
años, que es salvada por un policía mientras el “Petiso Orejudo” huye
precipitadamente.
El 8 de noviembre intenta asesinar al niño Carmelo Russo, de
2 años, a quien un vigilante lo encuentra con los pies atados y semiasfixiado
con un cordón que le envuelve el cuello. Godino a su lado, aduce que lo
encontró en ese estado y lo estaba desatando; es detenido, aunque finalmente
liberado por falta de méritos.
Siempre el modus operandi de Cayetano es el de acercarse a
chicos “con cara de otarios” como declarará después, y ofrecerle caramelos,
para luego conducirlos a un baldío o a una casa desocupada y atacarlos.
El 3 de diciembre el
menor Jesualdo Giordano de 3 años, jugaba en la puerta de su casa de la calle
Progreso (hoy Pedro Echagüe) entre Jujuy y Catamarca. Cayetano lo tienta con
caramelos, lo conduce a una quinta de la calle Moreno, donde lo somete,
violándolo y estrangulándolo con un piolín y además le perfora la sien con un
clavo.
Al día siguiente fue al velatorio del infortunado y le giró
la cabeza para ver si aún conservaba el clavo en la sien, además recortó la
noticia de los diarios, no sabía leer pero tal vez pensó ver alguna fotografía.
El 5 de diciembre es detenido en el inquilinato de Urquiza 1970 donde entonces
vivía; ya la policía lo estaba cercando por testimonios de vecinos que habían
visto a un joven orejudo de la mano del chico.
Una vez apresado confiesa todos sus crímenes, además de otro
ocurrido en 1906, una niña de 2 años que había enterrado viva en un baldío de
la calle Río de Janeiro. Llegadas las autoridades, comprueban que en el lugar
se había edificado una casa de dos pisos. Sin embargo los archivos policiales
registraban la desaparición de la víctima el 29 de marzo de 1906, se llamaba
María Rosa Face, que nunca fue encontrada; sus padres italianos habían
regresado a su país.
Confiesa además los incendios de la estación de tranvías de La Anglo Argentina de
Estados Unidos 3360, de una fábrica de ladrillos de Garay 3129, de un corralón
de maderas en Carlos Calvo 3950 y de otro en Corrientes 2777.
Según el prontuario policial: “no demuestra ningún
arrepentimiento por sus actos, conserva la mayor lucidez y demuestra
satisfacción al narrarlos, es analfabeto, pero sabe firmar y posee buena
memoria.”
Salva su vida –entonces regía la pena de muerte– por ser
menor de edad. Es conducido a diferentes encierros, primero al Hospicio de Las
Mercedes, luego a la Cárcel
de Las Heras, para terminar definitivamente en 1923 en el penal de Ushuaia.
SU DETENCIÓN EN USHUAIA
Muy poco se conoce de los 21 años de reclusión de Godino en
aquel lúgubre penal, que pasó a conocerse popularmente como “La cárcel del Fin
del Mundo”, enclavado en un paisaje rústico y agresivo, y que llegó a albergar
a más de 900 presos. Fugarse de allí era morir inexorablemente de hambre y de
frío.
En un trabajo de investigación del año 1935, el diputado
Ramírez señala: "...después de visitar la cárcel de Ushuaia, de haber
observado su funcionamiento, régimen y características, puedo afirmar que ese
establecimiento está lejos de reunir las condiciones indispensables para
responder al amplio programa de reconstrucción psicológica y profesional que
necesita el material humano alojado en sus celdas. Por el contrario, constituye
un ambiente moral y físicamente malsano, corrosivo, lleno de riesgos y de
peligros; no va más allá de un brutal hacinamiento de hombres…; en la cárcel de
Ushuaia todo está dispuesto en contradicción permanente con un régimen
correctivo de verdad, científico, humano. Comenzando por su ubicación, por la
clase de condenados recluidos, por el régimen de trabajo, por las condiciones
sanitarias, por el trato; en una palabra ¡por todo!..."
En este presidio
–construido por Julio Argentino Roca en 1902 y levantado íntegramente por los
penados hasta 1920, cuando se dieron por concluidas las obras–, se han roto
huesos, se han retorcido testículos y se han sometido a los presos a brutales
palizas con cachiporras de alambre.
Finalmente por decreto del presidente Juan Domingo Perón del
21 de marzo de 1947, es cerrado este temido presidio de “Ushuaia, tierra
maldita”. Actualmente funciona en el lugar un museo, como atracción turística,
junto al también histórico “trencito del fin del mundo”.
Allí pasó Cayetano Santos Godino, el “Petiso Orejudo”, los
últimos 21 años de su corta vida de 48 años. En el lugar se lo sometió a una de
las primeras cirugías estéticas para reducirle las prominentes orejas, al
parecer por atribuirle a ese rasgo el origen de su malignidad.
GODINO Y EL CINE
Allí tuvo tal vez un castigo ejemplar para su dimensión
asesina, tan inhumano como su permanencia en el sombrío lugar donde sufrirá el
desprecio de sus compañeros de encierro, el maltrato cotidiano, violentado
sexualmente, solo, sin amigos, sin visitas, sin cartas. Descarnadamente solo en
este vértice tan hostil del mundo y tan lejos de la franja de sus correrías por
Balvanera, San Cristóbal y Parque Patricios.
Los detenidos de la sección carpintería tampoco perdonaron
el último crimen de nuestro personaje, la estrangulación de un gato que era su
mascota, le pegaron tanto que tardó más de 20 días en salir del hospital. Murió
el 15 de noviembre de 1944,
a causa de hemorragias internas producto de las tantas
palizas recibidas, sin confesar remordimientos ni entender tampoco que había
sido en el año 1912 el centro de las pesadillas de Buenos Aires.
El cine recoge los testimonios de la vida de Godino en la
película argentina del año 2007: “El niño de barro”, dirigida por Jorge Algora.
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Fuentes:
-http://es.geocities.com/abbyss69/aspetiso.html
-http://escenadelcrimen.com.ar/santos-godino/
-http://www.portalnet.cl/comunidad/art-y-relatos-gore.165/953862-biografia-cayetano-santos-
godino-el-petiso-orejudo.html
-http://www.slideshare.net/Haruka303/caso-petiso-orejudo-santos-godino
-http://www.taringa.net/posts/info/1112959/Cayetano-Santos-Godino.html
-Vallejos Marcelo, Todo es Historia nº 312, julio de 1993.
Fotografía: Pabellón de la cárcel de Ushuaia, donde murió el
“Petiso Orejudo”.
Nota y foto tomadas del periódico Primera Página, noviembre
de 2013.