(De Enrique Espina Rawson)
Esta pequeña calle de Buenos Aires lleva el nombre de un
médico, matemático, físico, canónigo católico, diplomático, economista, doctor
en derecho canónico y a ratos astrónomo amateur, que nació en 1473 en Polonia,
y se llamaba Nicolás Copérnico.
Se lo recuerda exclusivamente por esta última afición de
ratos perdidos, ya que a través de ella logró, dando coherencia y unificando
distintas y antiguas especulaciones, dar fin a la teoría de un cosmos
geocéntrico y abrir paso definitivo a la concepción del universo heliocéntrico.
Esta obra capital, fue publicada en el año 1543, bajo el
desabrido título “Sobre las revoluciones
de los orbes celestes”, universalmente “De Revolutionibus”. Es fama que el
primer ejemplar fue puesto en sus manos el 19 de febrero de ese año, pocas
horas antes de su fallecimiento.
Esta obra había sido terminada años antes, y diversos y
poderosos nombres, entre los que no faltaban obispos católicos, le urgían su
publicación. Copérnico no era hombre dado a las imprudencias, y vaciló mucho
tiempo antes de autorizar su impresión. Sus teorías tanto podían conducirlo a
la gloria como al patíbulo. Evitó la incertidumbre con dos cautas decisiones.
La primera, dedicar la obra al papa Pablo III, ensalzando las múltiples
ventajas con que su sistema beneficiaría la correcta medición del tiempo y las
predicciones astronómicas, y la segunda, fallecer -como dijimos- el mismo día
que su obra se dio a conocer al público.
En el 2005 un equipo de arqueólogos polacos descubrió
sepultados en la Catedral
de Frombock unos restos que, según antiguos testimonios, podrían ser de
Copérnico. Un pelo, también atribuido al astrónomo, apareció en unos
manuscritos. Comparado el ADN entre ambos hallazgos, se estableció que
pertenecían a la misma persona. Expertos de la policía, sobre la calavera
hallada, confeccionaron un retrato computarizado, y resultó idéntico a un
retrato de época de Copérnico. Así fue como, novelescamente, Nicolás Copérnico
fue vuelto a enterrar hace pocos días, en solemne ceremonia, en la Catedral de Frombork.
Pero hubo un homenaje casi desapercibido que un grupo de
extranjeros realizó a la memoria de Copérnico, significando su nombre como
símbolo de patria y de redención. Poco nos cuesta imaginar a este grupo de
polacos exiliados, hombres de impermeables y rostros adustos bajo los
sombreros, y mujeres sin maquillaje, de caras lavadas, con vestidos pasados de
moda y zapatos hombrunos, parados en pesado silencio frente a una modesta placa
de la calle Copérnico de Buenos Aires.
Es el año 1943. Polonia ya ha sido destruida, aniquilada y
devastada por los nazis primero, y terminada de demoler entre estos y las
tropas comunistas después. Un fantasmal gobierno polaco en el exilio languidece
en Londres, y grupos de polacos dispersos por el mundo, como este de Buenos
Aires, viven pendientes de las informaciones de las batallas que se libran tan
lejos de ellos.
El acto ha sido tolerado de mala gana por el gobierno de
esos años, de manifiesta simpatía por el Eje, y la redacción de la placa debió
ser sometida a múltiples depuraciones. Su lacónico texto, no obstante su
objetividad, traduce la esperanza y la fe de un pueblo heroico y combativo.
No hay discursos, casi ni se habla. Ojos enrojecidos leen:
“Homenaje al gran artista polaco Nicolás Koperniko en el IV centenario de su
muerte. 1543-1943- Instituto Cultural Argentino Polaco- Unión de los Polacos en
la Argentina ”.
Copérnico limita en Gelly y Obes, y, fatalmente, en Galileo.
______
Imagen: Calle Copérnico
(Foto de Iuri Izrastzoff)
Nota tomada de la página web: fervor x buenos aires