(De Rubén Derlis)
Núñez y Saavedra son los únicos
barrios porteños que nacieron siameses. Hasta que el bisturí burocrático de una
ordenanza municipal, separándolos, fijó sus límites, les resultaba harto
difícil a los vecinos de estos extremos de la ciudad saber con justedad o
precisión dónde empezaba uno y terminaba el otro. Aun hoy muchos no lo saben, y
llevan más allá de sus fronteras ya delimitadas el inicio o el final de uno u
otro.
Pero ambos barrios, sin embargo,
poseen características propias, que a lo largo de sus respectivas historias le
fue otorgando el vecindario: el color local que cada uno de ellos trasunta en
calles y avenidas, y que los hacen lugares únicos, tipificándolos para que no
se confundan con otros. Pero si tal confusión se diera y extraviara al meteco,
no faltará el natural de uno u otro barrio para hacerle saber que ese sitio es el
que es, según da fe su cédula de porteñidad, y avalan, además, sus propios
sentimientos. El equívoco pronto será aclarado, porque todo amante de la
ciudad, y de su barrio en particular, no ve con buenos ojos ser adjudicatario
de una pertenencia barrial que no le corresponde, y mucho menos que se le
reste, por equivocación o falta de información, lo que por propio conocimiento
sabe que le pertenece. No por desamor al barrio fronterizo, sino por un celoso
y arraigado amor al propio.
Núñez y Saavedra, con sus
innegables personalidades que testifican quienes son –si se prefiere, ese algo,
ese no sé qué que identifica a cada barrrio–, poseen lazos de hermandad
imposibles de romper, pues –como se dijo– los dos son nacidos de una misma
sangre urbana, la del pater familia Florencio Emeterio Núñez. Esta es
una de sus características más notorias, sin menguas de muchas otras. De ahí
que al hablar de ambos, al introducirse en las entretelas de sus pasados, al
revisar sus anales, el historiador deba por fuerza abordarlos unívocamente,
como un todo, hasta llegar al momento en que cada cual respiró por sí solo
–previa ablación umbilical– para desarrollarse con autonomía. A partir de
entonces, Buenos Aires vio crecer a dos nuevos barrios, sobre unas tierras
donde los primitivos lugareños podían avizorar las lejanías sin mucho esfuerzo,
en una llanura que ya comenzaba a retirarse porque el progreso irrumpía sin
permiso.
De estos recién nacidos, Alfredo
Noceti firmó sus respectivas partidas de nacimiento en un libro que aún
permanece inédito, a algunos años ya de su muerte física, y que tuve la
suerte de leer en su original –por derecho de amistad –, donde este barriólogo
de filiación coghlense, puso cuidada investigación ciudadana y amor porteño sin retaceo en cada una de sus
páginas.
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Imagen: Avenida Cabildo, uno de los límites de los barrios de Núñez y Saavedra. (Foto tomada desde el puente General Paz)