(De Mariana Kruk)
Llegué la tarde de un miércoles a Aristóbulo del Valle
triple 6, tal cual me dijo Alejandro Miranda que anotara, cuando
telefónicamente me pasó la dirección para realizar esta nota. No sé si se trató
de una cuestión de cábala o superstición, lo que sí sé es que será imposible
olvidar esa dirección y no precisamente por la particular numeración rodeada de
cuentos. Esa esquina es, me animo a pronosticar para todos aquellos que la visiten,
inolvidable. En ese rincón de La Boca , dándole la cara a la
doce, funciona hace ya varios años, Eloísa Cartonera.
Estaciono la bici adentro. Alejandro me convida con una
galletita de miel casi al mismo momento en que me saluda. Unas personas están
como yo, de visita en el local, son holandeses. Al rato me entero de que se
conocieron con quienes ahora son sus anfitriones (y los míos) la noche
anterior, en un bailable de Constitución. “La Osa ”, quien trabaja ahí hace ya 7 años amamanta a
Fede, su bebé de apenas un mes, mientras tanto planea con su pareja la cena de
la noche. Washington Cucurto, ese tipo que me hizo maravillar novela tras
novela, está ahí, pintando libros con su nena. La pared está llena de repisas
con libros listos para ser vendidos; hay también fotos colgadas donde se puede ver a
diferentes artistas que han pasado por el reducto. Arriba de las mesas armadas
con caballetes hay otra pila de libros a medio terminar. Suena cumbia
paraguaya. Alejandro, quien ya lleva cinco años trabajando en el proyecto, me
pregunta si quiero sacar fotos o grabar la charla, le digo que no llevo nada de
eso, y me reprocho para mis adentros. No puedo hacer mucho más que tratar de
disimular mi asombro y ponerme a pintar con ellos. El clima que se respira ahí
adentro es algo magnánimo, pienso que de eso habla realmente la nota que jamás
podré reproducir en palabras.
Diez años atrás, allá por un 2003 que trataba de asomar la
cabeza tras la crisis y era cascoteado por todos lados, Cucurto tenía un sueño:
aceitar la cuestión editorial, la circulación de las obras, que no fuera tan
engorroso ni costoso editar un libro. Nació entonces Eloísa Cartonera. El
nombre viene a cuento de una mujer que en su momento supo enamorar al artista
plástico Javier Barilaro. Con el tiempo, Eloísa se convirtió en una Cooperativa
de trabajo que tiene por único fin hacer libros, lograr que sea más accesible
la publicación de los mismos, que los autores puedan ser leídos y que las
personas puedan leer, levantar la bandera de lo que verdaderamente importa a
fin de cuentas en un libro: su contenido.
“Cucu”, como oí que lo llamaban todo el tiempo dentro del
local y a quien con todo el descaro del mundo también terminé llamando así, me
contó que él miraba por esos entonces cómo la ciudad se llenaba de pilas y
pilas de cartón por las noches y pensó que bien podría reutilizarse para hacer
las tapas de los libros, que le comentó la idea a algunos amigos y lo sacaron
carpiendo, opinaban que nadie compraría libros hechos con tapas de cartón y
mucho menos pintados a mano, simplemente porque serían “feos”.
Pues bien, los libros de cartón no sólo terminaron siendo
recibidos con un éxito total y absoluto desde el principio, sino que además son
muy bellos. Como están pintados a mano, no existen dos ejemplares iguales en el
mundo, y esto los hace únicos. Las obras que publican son siempre de autores
latinoamericanos. Desde escritores que les gustan mucho hasta a aquellos que no
conocen tanto. Lo importante es que los libros salgan, que se difundan. Los
autores ceden sus derechos, ellos compran el cartón a los cartoneros y muchas
veces, son estos mismos quienes terminan pintando las tapas.
Se han dicho muchas cosas acerca de Eloísa, que nació como
producto de la crisis y para darle empleo a los cartoneros, es lo que más
resuena en los pasillos del mundillo editorial. Pero esto no es totalmente
cierto. Si bien es real que nació en un momento de crisis y que los cartoneros
proveen el material con el que realizan las tapas de sus libros, el verdadero
motor de Eloísa, lo que pujó desde un principio en este proyecto, es el amor
por la literatura y el trabajo.
Desde Pendejo de Gabriela Bejerman, el primer libro que
editaron, hasta hoy, pasaron diez años, demasiadas cajas de vino vacías que se
convirtieron en las tapas de más de 200 títulos, la conformación de una
Cooperativa de Trabajo, cientos de manos que se fueron arrimando y colaboraron
desde dónde pudieron con esta noble tarea de traer libros al mundo.
El año pasado Eloísa Cartonera recibió el Premio Príncipe
Claus (de Cultura y Desarrollo), gracias al que podrán cumplir un gran sueño:
comprar una casa y dejar de alquilar.
Hoy por hoy existen más de 50 editoriales cartoneras en el
mundo, incluso en países donde no existen los cartoneros. Eloísa es nada más y
nada menos que la idea “madre” de todas ellas.
En lo personal, como autora y parte de un proyecto
editorial, considero a Eloísa Cartonera como un ejemplo a seguir y también, un
orgullo nacional.
Cuando la tarde empezaba a caer me retiré con mi bicicleta,
pensando que Eloísa Cartonera me dio una nueva y hermosa excusa para volver a La Boca, ahí nomás, a pasos de la Bombonera, donde los
libros tampoco tiemblan, laten.
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Foto: Muestra de algunos de los ejemplares terminados.
Nota tomada del periódico Desde Boedo, noviembre de 2013.