(De Luis Alposta)
Fue de un estilo vertical de pareja abrazada que nacieron
tres constantes: el hombre debe salir siempre con el pie izquierdo, bailar
hacia adelante sin retroceder, y girar en el espacio en sentido inverso a las
agujas del reloj. Y todo esto, llevando a la mujer como a su sombra, acaso
“como dormida”, con solemnidad, sin darse a los susurros confidenciales y
haciendo del baile un fin en sí mismo.
Con el tiempo, esta proeza coreográfica se proyectó al mundo
y el tango pasó a ser nuestro mejor embajador. Basta recordar los nombres de
Enrique Saborido, Casimiro Aín, Jorge Martín Orcaizaguirre, más conocido como
“Virulazo”, Juan Carlos Copes, Miguel Ángel Zotto y muchísimos más.
Sin entrar ahora a jugar de musicólogo, y ponerme a hablar
de la influencia de la habanera o aseverar que casi todos los pasos del tango
caben dentro de la coreografía del duelo criollo, digo sí, que lo primero fue y
sigue siendo el ritmo, puesto que sólo con él y sin melodía alguna se puede
estructurar perfectamente cualquier baile.
Y digo, también, que las muchas parejas virtuosas y anónimas
que en el tango han sido y siguen siendo (deslizando sus pasos y respondiendo
sólo a dos compases: al de la música y al del corazón), bien merecen el
homenaje de tener en nuestra ciudad un “monumento al bailarín desconocido”.
______
Ilustración: Silueta sobre el tango.