(De Mario Sabugo)
Los ensanches son, notoriamente, un proyecto muy antiguo.
Recién en los últimos tiempos, San Juan, Independencia, Jujuy, Garay, se han
ganado un merecido carácter de avenida.
Pero es nuestro deber alertar a usted que detrás de todo
esto se mueve la poderosa influencia del dios Tránsito (cuyo nombre mencionamos no sin estremecernos), cuyos
devotos entonan el maligno himno “Circulate in excelsis et gaudeamus traficum
vehicularicum” y cuya música de fondo es el rugido de cientos de motores de
explosión de gran cilindrada. Aunque justo es reconocer que las acciones de
este ídolo se han ido a pique en otras latitudes, y que nuestras latitudes son
ya de las pocas que conservan un fanatismo tal por las virtudes del transporte
urbano individual. Fanatismo del cual las autopistas son quizá el ejemplo más
luminoso.
Luego del ruidoso paso de los autos, break, taxis,
colectivos, remolques y demás, que se mueven disciplinadamente al compás de las
ondas verdes de los semáforos, algo,
sin embargo, nos queda para analizar. Este algo,
es la gente que “está”, la que queda allí, luego de que pasa la fauna
multiforme del Tránsito.
Las operaciones de ensanche pertenecen, sin duda, a la
especie de las cirugías urbanas… (“Lamento decir esto, pero va a tener que
operarse…”). Esta operación consiste, esencialmente, en una reducción de los
espacios privados y en un incremento equivalente de espacio público. Ahora
bien, la situación actual es que el Tránsito (y sus laderos permanentes, Ruido
y Humo), se han quedado con la parte del león del nuevo espacio público.
Obsérvese esto: durante el prolongado lapso en que por
ejemplo, Independencia no se terminaba de ensanchar, los sectores en que la
edificación ya retirada dejaba una
abundante vereda, funcionaban como pequeños sitios para estar: charla de señoras, “picado” de los pibes, asoleo de
jubilados. Estos sectores, luego del ensanche, cayeron bajo las fauces
gasolineras del Tránsito. Me mortifica, le cuento, muy en particular, la pérdida del atrio de la Concepción , de
Independencia y Tacuarí, con su piso en damero blanquinegro, veterano de los
arroces matrimoniales y de los “picados” de las tardes de iglesia cerrada.
Los ensanches terminados están y es cierto, han producido
también las placitas sobre San Juan. Quedan cosas para hacer: el tratamiento de
los rincones y “retazos” que se han producido, el tratamiento de los muros
(algunos exhibiendo los tradicionales recuadros de colores posdemoliciones),
los que constituyen una gran oportunidad
para los muralistas.
Finalmente, existe el caso de una calle que, preparada para
el ensanche, aún no ha pasado por el bisturí. Y como creemos que a Buenos Aires le falta espacio público, que
venga el ensanche. Pero, cuidado con el Transito
que siempre quiere más.
El ensanche de Perú podría ser un espacio nuevo para los que
están ahí, disponiendo de una abundante vereda y arbolado a escala de la calle. O
sea, un pequeño “boulevard” desde “El
Querandí” hacia el sur, con mesitas con sombrillas, quioscos de revistas, otros
de flores y (miren todo lo que se puede poner), teléfonos públicos, estatuas.
bancos de plaza, y los empleados, señores, pibes del secundario, señoritas, lo
que usted quiera. Y (no me pide nada el cuerpo) que los colectivos vayan por
otra paralela, que las hay. Soñar no cuesta nada.
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Imagen: Placita "Rodolfo Walsh". El mural está realizado, en una pared de un edificio de la vieja traza de la calle Perú, esquina Chile.
Tomado del libro: “La ciudad y sus sitios” de Rafael Iglesia y Mario Sabugo,
editorial CP 67, Bs. As, 1987.