Caminando por Corrientes un martes a eso de las diez de la
noche me encontré con un barcito, sus puertas abiertas de par en par
invitándome a entrar, y eso hice, me acerqué, pispié un poco desde afuera y
rápidamente entré.
Me sorprendió la pinta de ese bar, antiguo, humilde,
sencillo pero a la vez lleno de juventud, rodeado de jóvenes con sus cervezas y
sus vestimentas exóticas. Cortes carre,
pelos cortos, largos, de diferentes colores, zapatos llamativos o no tanto. No
cabe la menor duda que estaba rodeada de un ambiente juvenil, con una música de
fondo compuesta por murmullos y risas, y eso es lo que me sorprendió, el
encantador contraste entre esos jóvenes y
las paredes decoradas con manchas de humedad, los ventiladores de techo,
el banderín de Atlanta, y uno o dos cuadros de Gardel, parecido al contraste
entre el televisor viejo cerca de la entrada y el plasma ubicado más adentro
del salón.
En este bar hay, por lo menos, siete mesas de pool y cinco de ping pong, además cuando me senté y pedí una
gaseosa me di cuenta que se podía jugar a la generala en tu mesa. Un lugar
donde el protagonista es el juego, el juego sano, con amigos, con tranquilidad,
con armonía.
Me paré y recorrí el salón, me llamó mucho la atención el
ambiente y los contrastes. Caminando paralelamente a las mesas de pool hacia el fondo del lugar cuando
éstas terminaban y antes de que empezaran las de ping pong, había separando
estos dos juegos una barrera de mesas con más jóvenes con sus cervezas, sus
murmullos y sus risas.
Se hicieron las doce y cada vez entraba más gente, por un
momento pensé que si me quedaba hasta más tarde podríamos llegar a apretujarnos
para entrar en aquel lugar, a pesar de su amplitud, ya que es muy grande. Volví
a la mesa, y continué observando esos rostros jóvenes, algunos jugando al pool, otros al ping pong, muchos
charlando en las mesas y demasiados parados, conversando, esperando algún que a
otro amigo quizás o esperando su turno para jugar.
La mayoría, exceptuando a los mozos, tenían entre 25 y 40
años, tal vez un poco más. Definitivamente ese martes, que pensé que nada me
sorprendería, que solo caminaría en busca de algún trago, me encontré con una
masa de gente con frescura en su rostro y una gran sonrisa como dibujada.
Y de repente, observando, lo vi a él. Esto sí que fue un
contraste espectacular: dentro de esa multitud de adolescentes y adultos,
apoyado en una de las columnas del bar estaba Mario, con sus 75 años cargando
en su hombro un estuche con su palo de pool
desmontable –que le había costado algo así como 500 pesos– y además de ese
tenía cuatro más. Un viejito adorable, de ojos claros y pelo canoso con una
camisa negra y un jean dispuesto a
jugar con quien se atreviera, ya que su experiencia le aseguraba una calidad
fabulosa a la hora de jugar a lo que a él más le fascina: el pool.
Después de acercarme
y hablar con Mario supe varias cosas sobre este acogedor barcito y sobre la
vida de Mario. Me enteré que hace 17 años que vive en Villa Crespo y desde entonces frecuenta el lugar. Me informé de que ese bar donde
durante día y noche se puede jugar al pool
y al ping pong, al billar, burako, dados, dominó, ajedrez y naipes, tiene más
de cien años, y eso se nota en su fachada. Es realmente bello de ver la mezcla
entre lo antiguo del bar y lo moderno que aporta la gente que asiste. Todos los
días está abierto, y pueden utilizarse los juegos, pero es el martes cuando se
forma este ambiente tan particular, donde jóvenes y grandes (como Mario) juegan
y disfrutan hasta el amanecer.
“Antes no frecuentaba la misma gente que ahora, sólo eran
vecinos del barrio o algunos de más allá los que visitaban el lugar, pero de
repente los días martes no cesaba de entrar gente, jóvenes, con sus ganas de
jugar, de charlar y pasarla bien”, esto lo sorprendió a Mario quien asegura que
“lo deben haber promocionado, porque si no no se encuentra una explicación
coherente para este fenómeno que se está dando, donde tanta gente se junta un
día martes a la noche y se desvela hasta altas horas de la madrugada”. No pude
dejar de preguntarle qué le producía a él, con sus 75 años, este cambio de
generaciones y esta moda que explotó hace pocos meses, Mario me aseguró “que le
gustaba, que era lindo ver a los jóvenes jugando y que no le molestaba ya que
estos eran tranquilos y no traían ningún conflicto como en otros bares donde
iba”. Es más, Mario ya conocía a chicos del barrio con los que se juntaba a
jugar un rato y como él mismo me dijo, mientras tenga con quien jugar podía
quedarse hasta las 5 de la mañana. Este bar es frecuentado por los turistas,
como todo lo que se pone de moda, y este viejito adorable les sacaba la ficha a
todos, de donde eran y en qué idioma hablaban.
Es así que conocí el bar “San Bernardo”, y encontré en él
una particularidad: es un lugar lleno de contrastes hermosos de ver y analizar.
Para ir con amigos, familia, o pareja a disfrutar una noche espectacular.
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Imagen: interior del bar “San Bernardo” en el barrio de
Villas Crespo.
Nota y fotografía tomadas de sitio Buenos Aires Sos.