(De Luis Alposta)
El cerdo es un animal que, en América, recibió el nombre de
chancho. Y chancho, según el señor Corominas, proviene de Sancho, nombre éste
que en el siglo XVII se le aplicó a los cerdos como apodo. También están los
que creen que es una palabra de origen araucano: chanchu o sanchu. De más
está decir que, en este caso, la culpa no es del chancho sino de los que le
buscan la etimología.
Y la palabra chancho resultó ser generosa. Tanto, que devino
en chanchullo; le dio nombre al inspector de trenes y colectivos, a los jefes
pusilánimes y, entre los instrumentos musicales, al contrabajo. Hacerse el chancho rengo significa
remolonear, dar vueltas, resistirse a hacer algo. Ser como chanchos, es tener mucha confianza y familiaridad con
alguien.
Ahora, si cambiamos de género, nos encontramos con que en el
lenguaje delictivo, la chancha es el policía, y dentro de la jerga de la
aeronáutica el avión Hércules de transporte.
Si consideramos que la cría de una cerda a través de su vida
fértil rara vez llega a la veintena, decir que alguien se quiere quedar con el
chancho, la chancha y los veinte lechones es una exageración que sirve para
pintar al angurriento de cuerpo entero.
Claro, que con decir la
chancha y los veinte es suficiente. Aunque nunca falte el exagerado que se
quiera quedar con la chancha, los veinte... y la máquina de hacer chorizos.
Y aquí la yapa: el violinista Antonino Cipolla, antiguo
vecino de Villa Urquiza, fue el autor del tango "A mí nunca me mordió un
chancho".
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Foto: Dibujo tomado del blog: tapalqueneros.blogspot.com