(De Diego Arandojo)
Desde
hace más de 60 años, la emblemática “Galería Beiró” (avenida Francisco Beiró
5340) dotó al barrio de Villa Real de la magia de un pequeño centro comercial.
Por
su pasillo han desfilado generaciones de jóvenes y adultos en busca de toda una
variada cantidad de productos: desde anteojos hasta vestimenta a la moda y
también videojuegos.
Pero
este sitio se convirtió en algo más que un simple paseo de compras. Se
convirtió en un lugar de encuentro de amigos, de vecinos que intercambiaban
vivencias; un puente entre seres humanos. A excepción de las bicicletas.
Siempre prohibidas.
Hacia
el fondo de la “Galería Beiró” se encuentra la Calesita, en la cual
tanto yo como cientos de miles de niños hemos pasado intensos momentos de la
infancia, entre risas y también llantos (al tener que bajarnos y retirarnos del
lugar, culpa de los padres).
Puede
que suene un poco categórico, pero no puede existir Villa Real sin la “Galería
Beiró”; dejó de ser patrimonio privado para ser patrimonio colectivo de los
vecinos del área. No es una edificación más. Es cultura hecha cemento.
Sobre
la fachada de la galería existía un cartel
maravilloso, en estilo caligráfico de los años ’50, una preciosidad que rezaba
“Galería Beiró”. Era el elemento que proveía de señalización a la galería.
La Gárgola
que protegía a todos los que visitaban este lugar.
El 1 de abril
de 2011, la ordenanza que prohíbe los carteles publicitarios y las
marquesinas devoró al mítico cartel de “Galería Beiró”. Las letras fueron
arrancadas. Y les costó bastante trabajo a los operarios. Esa señal
estaba allí desde el año 1950. Y jamás dañó o amenazó a
nadie. El cartel soportó lluvias. Granizos. Días húmedos. Secos.
Nevada. Ventisca.
Esta
depredación visual (supuestamente apoyada en la meta de erradicar la
publicidad, purgarla de cierta “toxicidad” que atenta contra los peatones) es
una bestia desencadenada. No sólo le ha costado la vida a aquel bello cartel de
la galería. Ha vejado a cientos de comercios del área, desnudando los frentes
de los negocios, dejando en vilo a los comerciantes, quienes ahora deben
desembolsar una suma de dinero para financiar este ultraje.
¿Merecía
la “Galería Beiró” perder su icono, que era nuestro, el de todos los vecinos de
Villa Real? ¿Era necesario destruirlo? ¿Eran cada una de sus letras una amenaza
para la vida del peatón?
Quizás,
a modo de opinión personal, se busca erradicar el pasado. Destruir la
arquitectura pretérita, la de los nuestros abuelos, borrar el rastro anterior.
Y debe ser por miedo. O por ignorancia.
Cada
vez que veía el cartel de “Galería Beiró” me sentía conectado a Villa Real, al
barrio que me vio crecer. Era una conexión con el pasado de uno y el de los
demás.
Y
ahora, sólo queda el vacío. Una noche de lluvia. Un llanto desde el cielo.
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Imagen: Carteles de la "Galería Beiró"
Texto y foto tomados de la página Barriada.