25 nov 2013

Cielo de agosto


 (De Inés Tropea)

 Los barriletes parecían atados al cielo como pájaros en libertad condicional. Los muchachos apostaban al ganador, mirando desde la vidriera del café que daba justo  frente al  baldío de " La Quemada".
"La Quemada" era el parador de los pibes de Villa Santa Clara y, siempre en agosto, el cura de la capilla organizaba una competencia de barriletes que culminaba con mate cocido y facturas para todos los asistentes, y un par de zapatillas para el ganador.
A nadie le pasaba desapercibido el acontecimiento porque la gente se juntaba en el baldío, los chicos de la villa se mezclaban con los del pavimento, y el barrio adquiría el color de las fechas patrias. Ese domingo, el sol estrenaba la futura primavera con el ardor propio de los principiantes. La tarde empezaba a ensoñarse en aquella hora de la sobremesa en la que nadie se resignaba a hacer la siesta.
Cada año, los barriletes trepaban  por una escalera invisible hasta acomodarse en un pedacito de cielo, pero hoy, que no había viento, se empeñaban en quedarse detenidos a mitad de camino para derrumbarse de pronto como un avión en una inevitable picada.
La cosa se ponía difícil. Sin siquiera una brisa había que ser muy hábil para remontar los esqueletos empapelados y coludos. Los que ya lo habían logrado, tenían esa mirada característica de la vanidad de los triunfadores. Los otros intentaban carreritas, les alivianaban el peso, les ponían y les sacaban cola, discutían entre sí, pero muy pocos conseguían empinar sus cometas en el aire.
Al cabo de empeñosos esfuerzos, uno a uno fue abandonando los intentos y se fueron sentando sobre las piedras para no perderse el espectáculo.
Era fantástico mirar hacia arriba y ver pedacitos de papeles de colores prendidos con alfileres en una página celeste, como las figuritas de un álbum. Ningún barrilete se balanceaba, todos se mantenían alineados a la misma altura, detenidos por una especie de techo invisible que les marcaba la longitud del vuelo.
¿Cómo elegir un ganador? ¿Cómo repartir un sólo par de zapatillas entre doce?
La gente empezó a juntarse en las esquinas. Las vecinas, que a esa hora salían a barrer la vereda, estaban apoyadas en los palos de las escobas, mirando hacia arriba.
Los muchachos que habían apostado a sus favoritos, salieron del bar y se acercaron a los otros.
 Jamás había sucedido algo parecido: la inmovilidad de los barriletes le confería a la escena un aspecto fantástico; parecía que el viento se había detenido para siempre y que el cielo terminaba ahí nomás, en el extremo del hilo desovillado.
El murmullo se fue acallando poco a poco hasta que el silencio creció como una caricia en las bocas, sostenido por el asombro.
Por un instante, la tierra y el espacio se acercaron. Un burbujeo del aire se apelotonó debajo de nuestras axilas y de las suelas de los zapatos, y pujó hacia arriba, levantándonos suavemente. La distancia comenzó a crecer sin vértigo debajo nuestro y fuimos sintiendo cómo nuestros pies se alejaban del suelo e íbamos remontándonos, lentamente, hasta alcanzar casi la altura de los postes de luz.
Cuando empezamos a rozar con nuestros cuerpos las colas de los barriletes izados, flotando en el espacio como estatuas voluptuosas, el borde de los techos y las terrazas, allá abajo, nos parecían acomodados como baldosas en una vereda gigantesca; y los jardines se iban achicando hasta perfilar pequeñas islas verdes.
No sé cuántos éramos allá  arriba, pero creo que estábamos todos. Tampoco sé bien cuánto duró aquello, hasta que empezó esa brisa que movió el aire con un empujón hacia abajo  y fuimos descendiendo suavemente: los chicos con los barriletes en las manos, las vecinas con las escobas, los muchachos del bar y el cura, con el par de zapatillas debajo del brazo.
No hubo ningún pibe que se llevara las Pampero, pero el mate cocido y las facturas alcanzaron para todos, porque nadie tenía ganas de comer ni de tomar nada.
Nos quedamos hasta la noche en "La Quemada", mirándonos unos a otros, y esperando a que alguien se atreviese a decir la primera palabra. 
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Imagen: Preparando los barriletes.
Tomado de la página Quemá esas cartas.