29 sept 2011

Semblanzas de Buenos Aires


(De Geno Díaz)

Triste. Sucia. Encontré a Buenos Aires triste y sucia. Gris. A pesar del colorinche abigarrado y estentóreo. Tras del cual se agazapaban los mismos sórdidos mercachifles de ayer. A la ciudad anglo-española me la habían vuelto italo-yanqui. Plagada de grills. De snack bars. De quick lunchs. De caffés. Y hasta coffe rezaban algunos anuncios. Habían asesinado a piqueta y acrílico al London y al viejo Pedemonte. Ya no estaban la confitería del Águila ni La Perla de Flores. Que lucían aquella vieja y cálida suntuosidad añorada.
De cuando Buenos Aires era colonia inglesa. Aunque con himno y bandera propios socolor de independencia. Y los buenos servidores coloniales de la métropoli disfrutaban de derechos especiales como cualquier marajá comprensivo de la realidad. Por eso y porque podían hacerlo gustaban rodearse de cuanto les recordaba la tierra de los amos. Nuestras clases de funcionarios coloniales construían palacios tan europeos como el que más. Buenos Aires es tan París..., Plaza San Martín no tiene nada que ver con Sudamérica. Ni el Teatro Colón, ni el Cervantes. Y aquellos restaurantes. Y aquellas confiterías fin de siècle. Éramos tan británicos vistiendo. Y bebiendo cerveza de grifo. Y organizando cacerías del zorro y jugando al cricket. Después los ingleses se desprendieron de todas sus empresas deficitarias permitiéndonos que las nacionalizáramos. A precio abusivo. Y aprovechando la ocasión los norteamericanos se fueron abriendo paso a codazos hasta que ocuparon por cojones el vacío. Pero aunque rápidamente encontraron servidores nacionales son patrones de otro tipo, qué quiere que le diga. Se llevan todo lo que pueden pero no nos dejan la ilusión de ser alguien. No consagran sires. Como sabían hacer muy bien los ingleses. Con los Highlanders uno podía tener la ilusión de sentirse un gran señor. Con los Marines inyectados y mascando chicle todo el mundo boca abajo y a decir yes indeed, que el señor está en el cielo. Afloja la pasta, chiquito, y ahueca. No les importa arrasar esta tierra saqueándola porque nos consideran basurero atómico, eso es. Por todo eso la estragada calle Florida estaba plagada de Bancos. Y de roperías new fashion cuyos dueños salían a la calle y tomaban por el brazo a los transeúntes. Tanto más si eran turistas. Procurando introducirlos en sus boliches abigarrados que vomitaban estruendosamente música brasileña. Los carteles ofrecían couro, leather goods, cashmere, clothes, change, exchange wechsel, souvenirs, shopping center y otros criollismos. Todo muy sórdido. Precario. Muy de país de liquidación. En venta al mejor postor.
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Imagen y texto (fragmento de Cenizas y fatigas de Geno Díaz; 1984) fueron tomados del sitio Buenos Aires sos, 2010.

28 sept 2011

A un domingo cualquiera en Buenos Aires


(De Félix M. Pelayo)

Domingo ciudadano: una fina garúa
Empapa la ilusión de todos los horteras
Una tristeza ambigua el despecho insinúa
Consciente del fracaso de todas las esperas.

La muchacha florida que maduró sus ansias
Con el anhelo simple de un domingo soleado
Reduce el panorama de todas las distancias
Al rectángulo inútil de su cuarto cerrado.

La muchacha, el hortera, un domingo lluvioso,
La enfermedad sin cura de un corazón ansioso
Mordiendo sus dolores una semana entera

Es tema deslucido para una historia opaca
Sobre cuyos perfiles, borrosa, se destaca
La novela soñada de la ciudad entera.
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Imagen: Buenos Aires panorámica (Fotro AP) 

Albores del periodismo sobre telefonía


(De Mario Tesler)

Es de lamentar que no se haya impreso la segunda parte del repertorio Publicaciones periodísticas argentinas 1781-1969, editado por el Ministerio de Agricultura  en 1971, con prólogo del ingeniero Walter F. Kugler, entonces Secretario de Estado en esa cartera. En el sumario general, su compilador, Eduardo Ferreira Sobral, al presentar el contenido del segundo tomo promete un conjunto de índices, donde se podrían haber encontrado elementos complementarios o aclaratorios respecto a ciertas publicaciones sobre las cuales, por su rareza y hasta tanto se pruebe su existencia de manera fehaciente, es prudente mantener ciertas dudas.
El autor de este repertorio menciona el nombre de las publicaciones, su lugar de edición y el año de iniciación. Información suficiente cuando se trata de publicaciones  con larga vida, o de aquellas que no sobrevivieron la etapa inicial pero que se conservan en algún repositorio. Cuando se trata de las otras, de esas rarezas con ausencia palmaria de ejemplares para su consulta, las informaciones complementarias deben estar presentes y ser tan incontrovertibles como para certificar su existencia.                                                
Con referencia a publicaciones sobre telefonía, Ferreira Sobral menciona un primer número de El teléfono de los niños entre los periódicos editados en 1882. Esta referencia, que aparece con el número de registro 8.955, despierta curiosidad por el tema al cual está consagrado (la telefonía) y por sus destinatarios (los niños);  entonces  el   periodismo    no  se  preocupaba  del  público infantil.
Pero si existió  El teléfono de los niños ¿fue en realidad un periódico infantil?, ¿Quién pudo ser su editor? ¿Tal vez fue una aventura periodística independiente? ¿O se trató de un medio vocero de alguna empresa de servicio? De cualquier manera esta referencia escueta e insuficiente se debe tener en cuenta, pues puede encontrarse algún elemento probatorio de su existencia.
En torno al inicio de la telefonía es tan poco lo que sobrevive, que de haber existido El teléfono de los niños esta publicación interesaría mucho a la historia del periodismo  tecnológico y, además, sería un elemento de enriquecimiento para conocer las primeras etapas de la telefonía y su inserción en la sociedad. También es de destacar que Publicaciones periódicas argentinas 1781-1969 es el primer repertorio sobre periodismo argentino en donde aparece mencionado un periódico sobre telefonía de tan vieja data.
Pero si por la compilación de Ferreira Sobral no se tienen más datos de El teléfono de los niños, según él editado en 1882, en cambio existen documentos secundarios  con detalles sobre distintos aspectos de otro periódico que apareció con anterioridad. No incluido en la extensa nómina de Ferreira Sobral, en marzo de 1881 vio la luz El teléfono Bell, editado por la empresa estadounidense autorizada a operar en el país y conocida por el nombre de Compañía Telefónica del Río de la Plata.
Francisco W. Jones, Walter S. Keyser, Ernesto Lanz y Horacio D. Woodwell representantes en Buenos Aires y Montevideo de la River Plate Telephone Company, con sede en la oficina nº 43 de la calle Milk nº95 de la ciudad de Boston, estado de Massachusetts, comenzaron  a actuar en ambas ciudades a partir del segundo semestre de 1880. Entre sus tareas esos representantes tenían por objeto la difusión del teléfono como nuevo medio de comunicación y, además, despertar interés para que se optara por el servicio de su compañía.
Para tales fines los representantes de la River Plate Telephone Company (acá llamada Compañia Telefónica del Río de la Plata) fueron acumulando textos sobre varios aspectos de la empresa, su sistema y las bondades del servicio, más los pasos y logros obtenidos en la tramitación legal para su accionar en Montevideo y Buenos Aires. Como resultado de esta tarea primero publicaron un folleto de propaganda (del cual dieron cuenta los diarios La Prensa y El Siglo en sus respectivas ediciones 3076 y 634, ambas correspondientes al mes de octubre de 1880). Luego redactaron el texto de una conferencia que debió pronunciarse el 1º de febrero de 1881, en los salones de la Bolsa de Comercio  de Buenos Aires. Pero también se empeñaron exitosamente en editar un periódico, El teléfono Bell, el primero dedicado a la telefonía. El martes 8 de marzo de 1881 dos diarios de Buenos Aires, El Siglo y El Nacional, daban cuenta de eso.  Al día siguiente también lo hizo La Prensa.
No está determinado en qué día  se editó el primer número de El télefono Bell. Según El Nacional ha aparecido hoy (martes 8) un nuevo diario. En ese mismo día El Siglo dice Hemos recibido el primer número de un periódico que ha aparecido. Al día siguiente, el miércoles 9, La Prensa sólo notició que acaba de ver la luz.
De los tres diarios citados solamente El Siglo en su edición 768 transcribió el total de los titulares del nuevo periódico, ellos son: El Teléfono Bell Perfeccionado en las Repúblicas del Plata - Documentos oficiales - Declaración - El Teléfono, sus aplicaciones - Ensayos hechos en la República Oriental y Argentina - Comunicaciones - Aplicaciones del Teléfono Bell y Conversaciones Telegráficas.
En cambio La Prensa prefirió reproducir un párrafo de la información contenida bajo el primero de los títulos (El Teléfono Bell Perfeccionado en las Repúblicas del Plata), vinculado con los trabajos de instalación de las oficinas centrales, más la colocación de líneas y aparatos domiciliarios que la compañía debía empezar a efectuar en Buenos Aires y Montevideo, tan pronto llegaran de los EE.UU. los materiales necesarios.
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Imagen: Réplica de un teléfono antiguo.                                                                                                       

16 sept 2011

La aldaba



(De Bernardo González Arrili)

Había aldabones, pero ésta era una aldaba, fina, pequeña, dorada. En la puerta de al lado el aldabón era una argolla negra que caía maciza sobre su pedestal y retumbaba. Nosotros la oíamos; era su son tan recio que no había manera de equivocarse. En una casa de enfrente colocaron una aldabilla flamante, plateada. Fingía la cabeza de un gato o un tigre que enseñaba los dientes. Su golpe era agudo, metálico. También lo conocíamos sin dudar. Otras aldabas tenían las casas de la cuadra y todas las de la vecindad. Porque tuvimos una temporada larga e irreverente en que nos especializamos en repicar con todas las aldabas del barrio a las horas más diversas, especialmente a la hora de la siesta, que es cuando las aldabas dan su repique más sonoramente y sobresaltan mejor.
Aldabas había que sabíamos diferenciar cuando picaban en la puerta del zaguán abierta o en la cerrada. En este último caso el golpe es opaco, retumbante. Con la puerta abierta el aldabonazo parece que se diluye con los ruidos de la calle, y sale en lugar de entrar. Pero yo quiero ahora recordar a la aldaba de casa, fina, pequeña, dorada, tan distinta a todas las conocidas entonces. Era una mano de bronce. Debía ser copia real de una mano de mujer.
Una mano diestra con el pulgar extendido, los tres mayores ligeramente flojos y el meñique graciosamente recogido, como el de algunas niñas cuando van a levantar una taza. La mano de bronce tenía un anillo, pero no en el anular, como lo consabido, sino en el índice. Capricho del escultor. Porque nadie dude de que aquella mano, fina, pequeña, dorada, fuera moldeada por un artista. Su inolvidable presencia me lo vuelve a advertir. No era aquella un aldaba de las que podían mercarse en cualquier ferretería, junto a las bisagras, a los picaportes, a las mirillas de uso en casi todas las puertas. Las aldabas ferreteras empuñaban una bola y con ella daban el golpe de llamada; ésta golpeaba con la punta de sus tres dedos centrales, como el que tamborilea sobre un vidrio de ventana. Era una aldabilla delicada, trabajada con amor, terminada, no en una muñeca cualquiera, sino en el borde de una manga empuntillada, delicadamente caída sobre el aro de una pulsera.
Gustaba asir aquella mano para llamar. Al tomarla se demoraba en una caricia que uno suponía que iba a resultar cálida. Al comprenderse que no era sino bronce cada mañana limpiado y obligado a brillar en reflejos dorados como la más ramplona de las vanidades, el notarla fría, daba uno el pique y el repique sobre su base redonda, espejeante, en la que se quebraba el sol de la tarde, a la hora del crepúsculo. Entonces era, exactamente, cuando la aldaba aquella daba su son distinto al de las otras, agudo, penetrante, pero sin brusquedades, sin asustar. No era el suyo el aldabazo clásico; era, sencillamente, un llamado amistoso, que se escurría por el zaguán, entraba en los patios, se oía en el fondo, claro, limpio.
–¡Llaman!... –se escuchaba como un eco del golpe.
–¡Han tocado el llamador!... –y nadie podía equivocarse.
Era la mano pequeña, dorada, fina, la que había hecho el pique, ella y no otra alguna.
Una vez le descubrimos que guardaba en el centro macizo de su palma un sonido nuevo. Era el que daba, jubilosa, cuando volvíamos de la escuela, a la media tarde. Había que dejarla sola, alzarla con la punta de la regla negra, y abandonarla para que cayese. Repicaba ligerísimamente, cantarina, más alegre y dorada. Era aquel su secreto.
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Imagen: Aldaba, más conocida como manito de llamador.
Texto tomado del libro Calle Corrientes entre Esmeralda y Suipacha (Comienzos del siglo XX) de B. G. A. Edit. Guillermo Kraft Limitada, Bs. As., 1952)

14 sept 2011

Menudeo ecológico y yapa de antaño


(De José Muchnik)

No se hablaba de ecología, el “progreso” olía aún a pasto fresco, el sueño del coche propio no se había convertido en pesadilla embotellada, sabíamos que la Tierra no era plana, que no estaba sostenida por gigantescos paquidermos, que el sol no giraba a su alrededor, (aunque probarlo costó más de un “hereje” en la hoguera). Pero quién hubiera imaginado recalentamiento planetario, energías sofocadas, basuras intratables. No, no sostengo que todo tiempo pasado fue mejor, digo que el futuro perdió transparencia. Los que cargamos medio siglo en los huesos debemos contar –medio por placer, medio por deber–, contar, no para dar lecciones, sí para hilvanar, para poner bisagras entre generaciones. La niebla es mucha, contar no despeja la niebla mas puede servir en la travesía, a tantear encrucijadas, olfatear predadores, imaginar praderas soleadas. Entonces cuento...
Había una vez un barrio llamado Boedo, con adoquines, vacas lecheras, carnavales de agua, mate en la vereda… En el barrio había una ferretería, en la ferretería había un mundo de cosas: martillos, serruchos, escobas, plumeros, pavas, bombillas, calentadores o lámparas a querosene… Los clientes podían comprar seis clavitos, dos tarugos, tres metros de soga, un puñado de masilla, tachas por docena para adornar baleros o maquillar viejos tapizados.
No es fácil contar, recordar pequeñas cosas que ritman vidas y ciudades. Cuando Mario me dice: Dale, Josecito, mandame otra viñeta, me pregunto ¿y ahora de qué hablo? No me gusta llorar nostalgias de un mundo perdido, o lloro solito, a lo macho, así se decía, así nos enseñaron. No hacen falta lágrimas para empapar ambientes, sensaciones de un mundo que fue y que de alguna manera sigue siendo, sigue enviando señales al presente, como luces de una estrella lejana navegando en el tiempo llegan aquí y ahora, a los umbrales resbaladizos de este tercer milenio. Les contaré algo casi insignificante: la venta al menudeo.
“Para muestra basta un botón”, asombrosa sabiduría de refranes populares, el menudeo, botón de una época, pequeño detalle revelador de un mundo al que poco a poco lo fueron envasando: un envase pequeño en otro más grande en otro más grande. También fueron envasando a la gente, cada uno en su cajita, cada cajita en su piso, cada piso apilado con otros pisos formando edificios, complejos habitacionales, ciudades desbordadas por miles de envases que vuelven a las calles preguntando por su destino.
En esos años era el reino del menudeo, antes de entrar a la ferretería pasen por el almacén de Don Elías, en Boedo al mil doscientos, lado números pares, casi esquina Tarija. Azúcar, fideos, porotos, lentejas, pastrom, queso blanco…, todo se vendía al menudeo, también los huevos, tres, seis, los que desee, envueltos en papel de diario. Olía lindo el almacén, especias sin camisa de celofán seducían con sus aromas a galletitas ansiosas en sus latas, espiando a través de las ventanas la llegada del cliente prometido. Algunas de chocolate, algunas merengadas, algunas surtidas..., caían revolcadas en bolsitas de papel. Ahora cada galletita en un envase, dentro de otro, dentro de otro... Así estamos, todos galletitas envasadas en envoltorios sucesivos, cubiertos por pieles, reglas, leyes que... ¡Josecito! Siempre el mismo, ya empezás con tus proclamas revolucionarias, ¿por qué no terminás lo que estabas contando? Tenés razón Mario, de todos modos  “lo que hay de más profundo en el hombre es la piel” (1), tal vez la verdadera revolución pase por un cambio de piel, quiero decir…, de acuerdo, de acuerdo, sigo…
La ferretería también era el reino del menudeo. Tiza, yeso, cal, aguarrás, solvente, “thinner” (así le decíamos en inglés acriollado) aguardaban el pedido en barricas y tambores: un kilo, medio litro, dos, lo que desee, en bolsitas de papel o botellas de vidrio (recicladas diríamos hoy). Los rollos de soga, colocados en un ingenioso marco con varillas, giraban en torno a su eje, en el mostrador dos marcas señalaban un metro… claro que adujar quince o veinte metros de soga para no entregar un matete ensortijado requiere cierto aprendizaje. De pibe me gustaba hacer eso, mientras miraba al cliente desde mis nueve años, la iba enrollando distraídamente entre la mano y el codo, sentía la mirada admirativa, no hacían falta palabras, tenga doña / don, concluía con orgullo.
Poco a poco el menudeo se va extinguiendo, como el rinoceronte blanco o el tatú carreta, y con el menudeo algo más fue desapareciendo ¿se dan cuenta? ¿no se dan cuenta? ¿una ayudita?, ¡dale que va, dale “nomá”..! En esta ferretería estamos p’ayudar. Es como el menudeo, pequeño pero importante, algo que le daba encanto al comercio, algo que entibiaba la compra / venta. ¡Sí señora! ¡La yapa! Pobre yapa, hasta la palabra está cayendo en desuso (2).  Si me habré ganado sonrisas agradecidas con la yapa, otro de mis poderes de pibe en la ferretería vieja. Luego de pesar el kilo de tiza o de medir la soga dejaba pasar unos instantes y agregaba el regalito, aquí va la yapa doña / don... Con los años me doy cuenta de que ganaba de lejos en el intercambio, un puñado de tiza por una sonrisa..., si todavía pudiera.
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(1) Expresión del poeta Paul Valéry «e qu'il y a de plus profond dans l'homme c'est la peau» (Traducción del autor).
(2) Yapa: añadidura gratuita, del quechua “yapay”: añadir.

Imagen: Interior de una vieja ferretería.
Nota tomada del periódico “Desde Boedo”.

El Bajo Flores, barriada porteña


(De Ángel O. Prignano)           

Hacia el Sur de Flores, luego de trasponerse la avenida Eva Perón, entre Carabobo y Lacarra, aproximadamente, se extiende una populosa barriada que desde antaño es conocida como "el Bajo Flores" y su historia se remonta a los orígenes mismos de Buenos Aires.
Los dos caminos más antiguos que lo atravesaron devinieron en las actuales avenidas Eva Perón y Varela, cuyas trazas encontramos ya en viejas mensuras de chacras y en el plano de Buenos Aires confeccionado por Adolfo Sourdeaux a mediados del siglo XIX. El primero lo cruzaba de oeste a este y tuvo las siguientes denominaciones: Camino que viene de los Tapiales por la Pólvora de Flores para la Ciudad, Camino de Campana, Camino del Palomar, Av. Campana, Avenida del Trabajo, Av. Quirno Costa, nuevamente Av. del Trabajo y, últimamente, Eva Perón. La actual Varela, que lo cruza de norte a sur, tiene este nombre desde 1893 y anteriormente tuvo dos denominaciones: Camino al Cementerio y Libertad.
Buenos Aires creció y fue expandiéndose hacia los suburbios a través del ferrocarril y las líneas tranviarias. El Ferrocarril del Oeste y los tranvías de La Capital y la Compañía Anglo Argentina fueron principales protagonistas del desarrollo urbano de Flores. Las nuevas construcciones de viviendas se concretaban al amparo de las vías tranviarias, hasta ocho o diez cuadras a ambos lados de ellas. La avenida Campana, por ejemplo, fue una valla infranqueable para esas edificaciones hacia el sur, situación que se mantuvo hasta la aparición de los tranvías Nros. 49 y 83 del Anglo.
La construcción, en 1925, del Barrio Varela de viviendas económicas, que tomó parte de la antigua quinta Santa Clara (Varela, Eva Perón, Bonorino y Santander) también contribuyó en grado sumo al progreso de toda la zona sur de Flores. A partir de entonces, los agrimensores comenzaron a parcelar las quintas que aún permanecían indivisas y los numerosos lotes resultantes fueron vendidos a muy largos plazos en sucesivos remates.
La imprevisión de los más elementales obras de drenaje por parte de los especuladores en tierras puso a los compradores de terrenos en situaciones verdaderamente dramáticas, sobre todo en épocas de lluvias abundantes, ya que la zona era recorrida por numerosos torrentes que buscaban en el bañado su natural reposo. Por ello, los nuevos vecinos no tuvieron otra alternativa que elaborar rápidas soluciones, lo que en definitiva promovió la solidaridad entre ellos. Lo más prudente fue que, antes de construir sus casas, rellenaran los terrenos con tierras traídas de otra parte, aunque en numerosas ocasiones utilizaron las cenizas provenientes de la quema de basuras. Los más desaprensivos, en cambio, echaron mano a la propia basura sin incinerar. De allí el hundimiento de veredas y las peligrosas rajaduras e inclinaciones de algunas casas del barrio que aún hoy se pueden observar.
Los primeros medios de transporte de pasajeros que comunicaron a los pobladores del Bajo Flores con el resto de la ciudad fueron modestos breques y desvencijadas victorias que acercaban a la gente al cementerio. Luego, a partir de 1913, la Compañía Anglo Argentina hizo circular el tranvía N° 49 entre la mencionada necrópolis y la plaza Primera Junta. Su traza se originó en una línea carguera que llevaba las tierras provenientes de la construcción del túnel del actual subte "A" a la zona del bañado que se ubicaba, precisamente, detrás del cementerio de Flores. En 1923, la misma compañía inauguró la línea de tranvías N° 83, que comunicó al barrio con Villa del Parque. Al año siguiente, un señor de apellido Parrilla hizo circular un servicio de ómnibus por San Pedrito, desde Rivadavia hasta Campana (Eva Perón).
Por decreto del 25 de noviembre de 1961 se dispuso la supresión del tranvía en Buenos Aires, por lo que funcionaron solamente un año más. Sin embargo, veinticinco años más tarde habría de volver con otra denominación: Premetro. Y lo hará desde el Bajo Flores pues, luego de algunos servicios de carácter experimental, el 27 de agosto de 1987 fue habilitado formalmente para circular entre la plaza de los Virreyes (Av. Eva Perón y Lafuente) y Villa Lugano.
El hospital Parmenio Piñero fue inaugurado en Varela 1301, el 9 de septiembre de 1917. Su primer director fue el doctor Ricardo Spurr, quien también estaba al frente de uno de los servicios de cirugía. Los doctores Spurr y  Del Valle, este último a cargo de otro servicio similar, fueron los que adquirieron el primer instrumental para las salas de operaciones.
Cabe aclarar que Parmenio Teódulo Piñero, tales sus nombres y apellido, no era médico ni nada que se le pareciera, como algunos creen. Tampoco dueño de las tierras donde se construyó el hospital, como también suele escucharse decir. Fue, simplemente, un hombre de fortuna y dueño de varias propiedades, entre ellas una quinta en condominio con su hermano, donde posteriormente se construyó el actual Parque del Centenario.
Fue su voluntad que, a su muerte, el producto de la venta de sus propiedades (exceptuadas las tierras antedichas y una colección de cuadros donada al Museo de Bellas Artes) y el remanente de su dinero efectivo, títulos y valores, una vez satisfechas las cesiones dispuestas en su testamento, fueran destinados a la construcción de un hospital que debía llevar su nombre. Repetimos: no hay tal doctor Parmenio Piñero ni tierras de su propiedad en el Bajo Flores.
La feligresía católica del barrio cumple sus preceptos religiosos en la Parroquia Santa Clara, cuyo templo se levanta en Zuviría 2631. Fue inaugurado el 13 de diciembre de 1930 y tuvo como antecedente inmediato al Oratorio Festivo San José, ubicado en el 3148 de la misma calle.
La ubicación actual del cementerio de Flores (Balbastro, Varela, Castañares y Lafuente) es la tercera después de Rivera Indarte entre Rivadavia y Ramón Falcón (camposanto de la primitiva iglesia) y Varela entre Remedios y Tandil, hoy sede de un corralón del Ente de Higiene Pública del GCBA. Su habilitación en el Bajo Flores data del siglo pasado, más precisamente del 9 de abril de 1867, cuando fue sepultado el cadáver de la niña Elena Bergallo. Al año siguiente, se levantaría la blanca bóveda donde descansan los restos mortales de la familia Flores, fundadores del pueblo.
La Sociedad de Fomento Mariano Acosta, que en la actualidad tiene su sede social en el 1544 de la arteria homónima, comenzó sus actividades a fines de la década de 1920 y es la más antigua de las que se tienen noticias en el barrio. Fue fundada el 12 de octubre de 1929 con el nombre de Domingo Faustino Sarmiento en Lafuente 1229, domicilio de la familia Rotger, propietaria de un recordado corralón de materiales para la construcción en ese mismo lugar.
El establecimiento de enseñanza primaria más antiguo que se ha podido rastrear corresponde a la actual Escuela N° 13 del Distrito Escolar XI "Francisca Jacques". Se inició el 2 de octubre de 1913 como Escuela Infantil N° 26 del Consejo Escolar VI en Carabobo 1425. En nuestros días ocupa el edificio de Lautaro 1440.
La Usina Incineradora de Basuras, todo un símbolo del Bajo Flores, comenzó a funcionar en abril de 1928 en San Pedrito 1489. Los carros y chatas municipales confluyeron en ese lugar por casi medio siglo para dejar la recolección de los desechos domiciliarios que diariamente recogían en todo el oeste porteño. Sobre la calle Lafuente, entre tanto, se abría un gran portón de hierro para dejar salir una simpática maquinita a vapor que arrastraba tres o cuatro vagonetas volcables. Circulaban sobre rieles decauville desmontables para alejar las cenizas y escorias resultantes de la cremación de las basuras hacia las áreas más bajas del bañado. Esta quema de Flores, como era conocida popularmente, fue desactivada en 1976 y demolida poco tiempo después.
La zona del bañado, aquella que se extendía por detrás del cementerio, hasta no hace muchos años se mantuvo virgen, en estado casi paradisíaco, con lagunas, riachos y una flora y fauna silvestres increíbles. Todo aquel vergel fue degradándose progresivamente debido a la incontenible invasión de la basura, que fue avanzando desde Parque de los Patricios y Nueva Pompeya, hasta Villa Soldati, Lugano y el Bajo Flores. Con el correr del tiempo, el lugar se transformó en un inmenso muladar recorrido por hombres, mujeres y niños que encontraban en ese sitio el modo de ganarse el sustento. Muchos vivían allí mismo, en precarias chozas que construían con la propia basura que diariamente arrojaban los carros municipales. Inmediatamente después de que las chatas recolectoras volcaban su maloliente carga, comenzaba el cirujeo. Y un enjambre de individuos de aspecto miserable trataba de recuperar todo lo que podían vender, dar nuevo uso o comer. Uno de los últimos vaciaderos de basura y quema al aire libre que tuvo Buenos Aires se localizaba, precisamente, por detrás del cementerio de Flores, en un campo cruzado por la calle Lafuente y las vías del ramal al Riachuelo del Ferrocarril Oeste (actual avenida Perito Moreno).
Pero todo aquello terminó. Ahora, en ese territorio abundan los campos deportivos de numerosas instituciones que han obtenido esas tierras recuperadas al bañado. Hasta el club San Lorenzo construyó allí su estadio Nuevo Gasómetro, oficialmente denominado Pedro Bidegain. Pero aún subsisten zonas marginales donde se asentaron numerosas villas miseria.
La zona más próxima a los antiguos caminos de Campana y al Cementerio (hoy avenidas Eva Perón y Varela, respectivamente) cuya urbanización comenzó cuando finalizaba el primer cuarto del siglo pasado y se afianzó sostenidamente en los años treinta, agrupó el mayor conglomerado de viviendas.
Así, el Bajo Flores es hoy una barriada más de Buenos Aires, con un centro comercial y social de importancia localizado en la avenida Varela, entre Eva Perón y Asamblea; con esquinas tradicionales y muy queridas por los vecinos, como Eva Perón y Varela o Eva Perón y Mariano Acosta. Una barriada más, con su propia geografía, su particular historia y su cálida gente.
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Imagen:  Esquina de Eva Perón y Varela en 1946.

Un pasaje privado pero sin dueño


(De Ricardo García Blaya)

Este curioso, bello y pintoresco pasaje de Núñez se llama Ushuaia y su nombre lo pusieron los vecinos. Está ubicado entre la actual calle 3 de Febrero al 2800 y las vías del Ferrocarril Mitre, ramal Tigre.
Su historia se remonta a los años setenta del siglo diecinueve, cuando el trazado del tren impidió el acceso a los propietarios cuyos frentes daban a las vías. Y tiene que ver con una necesidad urbana, ya que había que dar una solución a esos vecinos víctimas del progreso.
No sé si por propia voluntad o por la sugerencia de las autoridades, los dueños de los terrenos de la mitad de la cuadra -vereda oeste-, con frente a 3 de Febrero, cedieron una senda de aproximadamente cinco metros de ancho por cien de largo, con todas las características de una servidumbre de paso pero sin instrumentación documental.
A raíz de esta servidumbre de hecho, conservó su característica de pasaje privado hasta mediados de la década del treinta, ya en pleno siglo veinte.
No recuerdo si en 1935 o 36, el Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires dictó una ordenanza reconociendo a dicha arteria como de naturaleza pública.
Pero esta norma, nunca fue después perfeccionada por hechos administrativos consecuentes. Por tal motivo, el catastro municipal no reflejó la nueva condición pública del pasaje no obstante figurar la referida ordenanza, con su número y fecha, en la plancheta correspondiente.
El realismo mágico surgido de la burocracia administrativa mantenía en el dominio particular un pasaje sin dueño, pese a las siete puertas de las siete casas que dan al mismo y que, por ese sólo hecho debía cambiar su condición privada de origen.
Así fueron las cosas hasta que, en los primeros años del siglo veintiuno, un par de especuladores inmobiliarios compraron una de las dos propiedades cedentes del paso (la otra es mi casa). La idea era construir, allí, una torre de más de 17 metros de altura con una pared medianera al pasaje.
Era la clásica avivada que se aprovechaba de un error formal, de una omisión, para hacer un pingüe negocio en demérito del patrimonio urbano. Comenzaron las tareas preparatorias, derrumbaron la vivienda que había y, si bien los vecinos —conmigo a la cabeza—, impedimos la realización del esperpento a través de una presentación ante las autoridades del gobierno de la ciudad, no pudimos, sin embargo, evitar la tala de un pino centenario que había en el terreno.
Pero logramos preservar el pasaje en el contexto original, con sus casitas sencillas, el fondo de ladrillos de la vieja fábrica de corchos “Cardillac”, el balcón de mi casa, los malvones y la acequia, que era lo realmente importante.
Y como final con el auxilio de un tango, parafraseando a Francisco García Jiménez:
“Malvón, balcón y sol,/ en su acuarela/ la callejuela/ de Núñez pinta...” ("Malvón").
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Imagen: El pasaje Ushuaia. (Foto de Jonathan Levitt).
La crónica y la foto fueron tomadas de la revista on line Fervor x Buenos Aires.

El monumento “Heracles arquero”


(De Miguel Ruffo)

Uno de los mejores monumentos de Buenos Aires es “Heracles Arquero”, también conocido como “El Arquero”, obra del escultor francés Émile Antoine Bourdelle (1861-1929). En  esta obra adquieren una notable expresión la grandiosidad, el orden y la composición geométrica. Se ha afirmado que insertada la obra en el conjunto de la producción escultórica de Bourdelle, la misma representa un espíritu apolíneo en contraposición a lo dionisíaco que expresaban sus producciones anteriores. Mientras lo dionisíaco se asociaba en Grecia con lo orgiástico y la desmesura, lo apolíneo era la luz diurna, el orden, la mesura y la proporción. Es por eso que en “Heracles Arquero” se ve la medida, la armonía y la síntesis. “El cuerpo en tensión conserva, empero, el equilibrio que le confiere la perfecta composición. Nada hay de superfluo en el movimiento; la poderosa mano derecha es un prodigio de potencia merced a la simple volumetría de la forma. La cabeza, de rasgos fuertes y casi afilados a causa de los planos que la conforman parece contener apenas la tensión interior. La roca, elemento indispensable para concretar la acción ha sido resuelta con la fuerza necesaria  sin que por ello quite agilidad y transparencia al conjunto.” (1)
Heracles fue uno de los principales héroes mitológicos griegos. Era hijo de Zeus y de Alcmena. Como las aventuras amorosas de Zeus despertaban los celos y animosidades de su esposa Hera, el poderoso y fuerte joven, más conocido por su nombre romano de Hércules, se vio sometido a realizar doce trabajos a favor de su primo Euristeo. Se han interpretado los doce trabajos de Heracles como otras tantas pruebas por las que debía atravesar el candidato a Rey Sagrado para ganar el amor de la Gran Sacerdotisa y el amparo de la Diosa Blanca. Aquellos trabajos se corresponden con los doce signos del zodíaco, que es un sistema de símbolos, representando cada uno de ellos las fuerzas y potencias de un animal, fuerzas que al ser realizado el trabajo, pasaban a ser otras tantas cualidades y fortalezas del héroe.
La escultura representa un momento del sexto trabajo conocido como el de las “Aves Estinfálidas”. Estas tenían picos, alas y garras de bronce y poseían la particularidad de ser devoradoras de hombres; estaban consagradas a Ares, el dios de la guerra. Heracles se vio ante la imposibilidad de ahuyentarlas con las flechas de su arco, pues eran muy numerosas. Tuvo la ayuda de Atenea que le dio unos címbalos de bronce. Al tocarlos fue tal el estrépito que produjo que las aves levantaron vuelo y enloquecieron por el terror. Algunos sostienen que este trabajo Heracles lo realizó cuando acompañando a Jasón, formaba parte de los héroes que integraban la expedición de los Argonautas.
“Heracles arquero” es una de las formas en que la mitología griega se torna presente en Buenos Aires. Todos hemos escuchado alguna vez hablar de Hércules o visto una película donde se lo representase. Todos lo asociamos a la fuerza física; es un doble mérito el de Buenos Aires, el tener una escultura que nos remita a éste héroe. Por un lado nos relacionamos con la Grecia Heroica y por el otro con la escultura francesa de fines del siglo XIX y principios del XX. Bueno es recordar que Émile Antoine Bourdelle fue alumno de Augusto Rodin, que revolucionó la escultura contemporánea.
Esta espléndida obra de arte, por suerte para la contemplación estética de los porteños, se salvó de ser robada. “Todo comenzó el 30 de mayo de 2001, relata Carlos María Toto, escultor y director del MOA. La obra estaba, desde el 17 de julio de 1944 –su primer destino había sido, en 1938, la Plaza Lavalle– en la Plaza Dante, frente a la Facultad de Derecho. Toto pasó ese día con su automóvil y notó que la pieza estaba corrida de su sitio. De inmediato, dice, decidió que una cuadrilla de MOA la retirase. “Era la época en que se robaban todo lo que tuviera que ver con bronce y evaluamos que lo mejor era ponerla en un lugar seguro, hasta poder hacerle un anclaje más fuerte”. La ubicación del “Heracles…” en la Plaza Dante (Libertador, Figueroa Alcorta, Pueyrredón y Emilio Petorutti) no es un capricho, otra obra de Bourdelle colocada a pocos metros, componen una dupla escultórica que remite a la mitología griega `[…] Báez le explicó a “Clarín” que “se decidió que la ciudad volviera a tener una de las obras de arte más preciadas, de la cual sólo hay diez copias en el mundo. Se tardó en restablecerla porque se estuvo evaluando el tipo de anclaje que se le iba a poner y se restauró (tenía partes dañadas), limpiando y patinando para resaltar su brillo original. Además, se incorporó en la base un anclaje de bronce y se colocó una reja perimetral en la Plaza Dante, que estará abierta de 8 a 20 y será patrullada de noche.” (2).
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Notas:
(1) Santaella, Eduardo y  Peña, José María: “Esculturas de Buenos Aires”, Bs. As., 1972, pág. 75.
(2) Sánchez, Ezequiel: “Buenos Aires recupera una de sus esculturas fundamentales” en “Clarín”, 8 de agosto de 2005.

Imagen: Heracles arquero, de Émile Antoine Bourdelle.

Calle Oruro


(De Héctor Ángel Benedetti )

Borges y Bioy Casares solían evocar con simpatía unos versos de María Raquel Adler —la “Poetisa Mística de América”— que dicen así: Luego por circunstancias económicas / tuvimos que mudar de domicilio / y abandonar la casa que mis padres / habían adquirido en la calle Oruro
Los vaivenes inmobiliarios de la familia Adler hoy suenan poco interesantes; mucho más atractiva es la mención de la calle al final de la estrofa. Oruro tiene cierta resonancia de gruta. En la escritura puede recordar el capicúa de otras calles como Neuquén o Yatay; pero estas, pronunciadas, resultan más estridentes. En cambio Oruro, obligada a ser emitida con mayor gravedad, conserva “misterio”.
Pero es la calle misma, más allá de su nombre, la que trae una módica perturbación. Observémosla. Corta en diagonal el oeste de San Cristóbal: un barrio que de no ser por ella ofrecería una imagen bastante regular en su trazado. Además, es una arteria angosta. ¿Cómo fue a parar ahí esa línea fina y oblicua que en apariencia solo estaría para unir en sesgo Sánchez de Loria con Deán Funes, dos calles que no necesitan una especial comunicación entre sí, y menos con una diagonal angosta?
Tiene su explicación. Oruro es el recuerdo de un ramal ferroviario. Era el “Tren de las Basuras”: un tendido que se desprendía del Ferrocarril Oeste en la estación Once e iba hasta el Riachuelo para alivianar los desechos de la ciudad. Puesto sobre un mapa actual, digamos que corría por Sánchez de Loria, luego por Oruro, y seguía por Deán Funes y su continuación Zavaleta. En su cruce con Garay tenía un puente de fierro, cuya pintura (¿o su oxidación?) pronto le dio el nombre de “Puente Colorado”.
El tren llegaba al Depósito de Basuras (la “Quema”) ubicado en una esquina del Camino de Puente Alsina (hoy Avenida Amancio Alcorta) con los terrenos de Leonardo Pereyra Iraola, y metros más adelante terminaba frente a un marcado meandro que tenía y sigue teniendo el río, donde estaba el Saladero de Pizarro, estableciéndose un muelle del ferrocarril. En un plano de 1888 leemos que esa zona era conocida como “Jerusalem”.
La traza de este ramal —que en realidad nació para traslado de mercancías y, ocasionalmente, pasajeros— estaba aprobada desde 1865. En 1869 ya transportaba, además, las basuras hasta la Quema. No obstante, la inauguración oficial recién fue el 30 de mayo de 1873, ocasión para la que se invitó al ex presidente Bartolomé Mitre a hacer un viaje.
El tren iba y venía con su carga fétida, descargando miles de toneladas anuales. Era útil, pero nadie había tenido en cuenta que la ciudad continuaría creciendo. Para la década del ’80 las vías ya no corrían por lo que fuera el límite de algunos barrios: estos se habían expandido y el ferrocarril había quedado “encerrado” entre manzanas y manzanas cada vez más pobladas. Y el tren comenzó a ser una molestia.
En 1888 la Municipalidad prescindió de sus servicios para acarrear basura. El ramal siguió funcionando como tren carbonero, aunque cierta negligencia en la atención de su tráfico, sumada a los problemas de la densidad urbana, aumentó la cantidad de accidentes. En 1895, finalmente, fue clausurado.
De él nos quedó como recuerdo más notorio la calle Oruro. Estaba abierta al paso público desde los tiempos del ramal (se la conocía como “Diagonal Ferrocarril” o “Curva del Ferrocarril”), recibiendo el nombre de Oruro por ordenanza municipal del 27 de noviembre de 1893. Cuando después de 1895 las vías se levantaron, se integró definitivamente al mapa porteño como si fuese una calle cualquiera.
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Imagen: Esquina sureste de Oruro y Humberto I tal como se encontraba en el  año 2004. (Foto rubderoliv).
Nota tomada de sitio Fervor x Buenos Aires.

10 sept 2011

“Aniceto el Gallo” y el sitio de Buenos Aires


(De Lily Sosa de Newton)

HILARIO ASCASUBI, PERIODISTA
Cuando Hilario Ascasubi llegó a Buenos Aires con el ejército de Justo José de Urquiza tras su exilio en la Banda Oriental, es decir, más de treinta años después de haber abandonado la ciudad en los comienzos del gobierno de Rosas, no podía imaginar los incidentes que, apenas pasada la batalla de Caseros, matizarían su vida y, por supuesto, la vida de la ciudad y el país.
En realidad, la suya había sido movida desde que, apenas adolescente, dejó el  hogar para lanzarse  a inciertas aventuras que nunca refirió en detalle, insinuando sólo vagos datos en los que aseguraba haber llegado hasta Europa y haber madurado en el transcurso de esas andanzas. Sabemos que nació en 1807 en la posta de Fraile Muerto –hoy Bell Ville– Córdoba, y que hizo sus primeras letras en el convento de San Francisco, de Buenos Aires.
Él mismo refiere algo de esto en sus obras, publicadas en París en 1872, pero es poco explícito respecto de los primeros años, salvo su abandono de escuela y hogar. Lo cierto es que, a su regreso, participó en la guerra de la independencia, se inició como periodista en Salta y después en Buenos Aires y que su militancia unitaria lo obligó a emigrar a Uruguay, donde formó su familia. Ejerció diversos oficios y participó en la campaña de Lavalle contra Rosas ya que nunca dejó de lado sus convicciones, y allí estaba cuando Urquiza organizó las fuerzas con las que derrotaría en Caseros al ejército federal. Se incorporó a esos contingentes en Concepción del Uruguay, como edecán del general en jefe y promotor periodístico de la campaña. Desde ese momento escribió folletos y hojas sueltas de propaganda, eficaz arma que sabía manejar hábilmente y pronto volvería a emplear. Allí se reencontró con Sarmiento, el boletinero oficial.
Ascasubi reinició su carrera militar con la campaña de Caseros y fue dado de alta de la plana mayor activa con el grado de teniente coronel el 8 de abril de 1852. Después fue nombrado jefe de la ayudantía de la Boca y más tarde del cantón Lorea, hoy Plaza Moreno, en Hipólito Yrigoyen y Sáenz Peña.

URQUIZA, DIRECTOR PROVISORIO
Tras el triunfo de Caseros en Buenos Aires se produjo un vertiginoso suceder de cambios políticos que amenazaban derivar en sangrienta guerra civil. El 25 de junio de 1852 Urquiza protagonizó un golpe de Estado por el que disolvió la Legislatura y encarceló a figuras conspicuas, asumió el gobierno de la provincia y, tras delegarlo de inmediato en el general José Miguel Galán, marchó a Santa Fe, donde se reuniría el Congreso Constituyente.
Tan pronto como Urquiza salió de Buenos Aires estalló el movimiento del 11 de setiembre, que habría de tener a la provincia separada del resto de la Confederación durante varios años pues se rechazó el acuerdo de San Nicolás. La primera consecuencia no se hizo esperar. El 1º de diciembre el general Hilario Lagos se sublevó en la campaña contra el movimiento porteño exigiendo la renuncia de Valentín Alsina. Avanzó con sus tropas y llegando a las proximidades de Buenos Aires estableció el sitio. Situó en San José de Flores su cuartel general en la chacra de Olivera, hoy Parque Avellaneda. En tanto, la escuadra de Urquiza bloqueaba el puerto y las costas.

ASCASUBI INTERVIENE EN EL CONFLICTO
Desde hacía varios meses los porteños mostraban su repudio por la conducta de Urquiza que, según opinaban, quería imponer sus derechos de libertador de Buenos Aires. Entre ellos militaba Hilario Ascasubi, el ya muy conocido gauchi-poeta, que había llegado a la capital con el ejército de Urquiza y dirigía activamente la campaña contra Rosas, en cuyos prolegómenos había intervenido con sus cielitos y poesías diversas que se imprimían y repartían en cantidad. Su inspiración e inventiva poética hacían de él un valioso elemento para el ejército que venció a Rosas y buscaba después afianzar una preeminencia muy resistida.
Cuando los hechos determinaron que los amigos de ayer se convirtieran en enemigos, Ascasubi no dudó en alinearse en las filas antiurquicistas ni en emplear su arma secreta, la poesía, para combatir al vencedor de Caseros con el mismo ardor con que antes lo había apoyado. Por cierto que, como miembro de la Guardia Nacional, cumplía a la vez sus obligaciones militares en los entreveros que se producían  en las proximidades de los cantones de Flores y en la línea de fortificaciones.

NACE ANICETO EL GALLO
En 1853 el popular poeta lanzó su nuevo periódico Aniceto el Gallo, nombre que se haría famoso y se convertiría en su propio apodo. La aparición fue anunciada en El Nacional y se produjo el 19 de mayo. Decía que la “gaceta saldrá una vez por semana, allá por el jueves o viernes que es el día de los pobres, pues la escribirá un gaucho pobre…” (1) En su primera etapa esta “gaceta-joco-tristona y gauchi-patriótica”, como la subtituló Ascasubi, duró diez  números, de contenido contundente contra Urquiza, su antiguo amigo, sin perdonar detalle, y animaba a los porteños. De edecán y ferviente partidario del Director Provisorio Urquiza pasó a ser enconado enemigo, y se sirvió de su periódico para manifestarlo con toda la saña posible. (2)

LA CONSTITUCIÓN DE 1853
El Congreso reunido en Santa Fe sancionó la Constitución el 1º de mayo y, enviada a Urquiza, éste la promulgó el día de la fecha patria, 25 de mayo, para darle más solemnidad. El acontecimiento fue celebrado con un gran baile, que dio motivo al poeta para celebrarlo en su “gaceta”. Desde el 26 de marzo el jefe de la Confederación residía en Flores, en la quinta de Unzué, ubicada en Rivadavia entre Pumacahua  y Carabobo, con el propósito de reforzar el sitio de Lagos y dirigir las acciones personalmente. (3) Los febriles conciliábulos se sucedían y la situación era sumamente delicada. Ascasubi, con su Aniceto el Gallo, echaba leña al fuego. En el Nº 2, precisamente del 25 de mayo, el poeta se refirió a un hecho ocurrido el 13 de mayo en el brindis que pronunció, en la comida ofrecida al coronel Rodríguez, uno de los defensores de la plaza. En ese brindis dijo: “A salú del escuadrón/ y del señor comandante/ que se llevó por delante/ el día 13 un cañón/ y del criollo guapetón/ que al tiro le prendió el lazo/ pues debe ser juerte el lazo/ que tal armada largó,/ como el pingo que arrastró/ a la cincha el chimborazo”.  Era ésta una alusión al cañón de marras. Por otra parte, Hilario Lagos decidió convocar a una Convención en Flores ya que en Santa Fe no hubo representación de la provincia de Buenos Aires, y convenía que se discutiese la Constitución que acababa de promulgar Urquiza. De las elecciones locales salieron los diputados y el organismo resultante se instaló en Flores, en la casa de la vecina Justa Visillac de Rodríguez, Rivadavia y Bolivia (esquina noroeste), el 30 de junio (4). Poco duró este extraño órgano legislativo: ni una semana, ya que los hechos avanzaban en turbulenta sucesión y el sitio parecía próximo a su fin.
En el Nº 3 del 3 de junio el periódico de Ascasubi se refirió al baile dado por Urquiza en Flores para festejar la firma de la Constitución. “Dicen de que el Director/ de la docena del fraile/ el veinticinco dio un baile/ de lo lindo lo mejor…/ En celebridá de que/ el veintitrés a la noche/ la Constitución en coche/ le llegó de Santa Fe”. Aclaraba que “la docena del fraile” era como llamaban los gauchos al número 13, por el número de provincias que quedaban  tras la separación de Buenos Aires. (5)

LOS INCIDENTES DEL SITIO DE BUENOS AIRES
Uno de los recursos de los sitiados para combatir a los enemigos era inducir a los soldados a desertar, tentándolos con dinero, comida y ropa, elementos que escaseaban. En el Aniceto… Nº 4, del 13 de junio, se refería Ascasubi a esto: “…que ahora, sigún dicen, le han perdido el respeto a tal punto, que el otro día, ahí mesmo en San José de Flores, como sesenta Entre-rianos de la escolta de Su excelencia le alzaron el poncho [desertaron] y lo echaron a la Pu…nta de San Fernando, y… ¡viva la liberta!”. También aseguraba que  “…el señor Diretor se presumió que porque los Porteños, ya cansados de las guerras, para que se acabasen, le juyeron en Caseros, acá en el pueblo le han de recular, y afuera le han de sufrir a la helada, mientras que su Ecelencia noche por noche se lo pasa en las casas de San José de Flores, calientito, bailando con las muchachas…” (6)
El Nº 5, del 22 de junio, publica nuevos e intencionados versos. Con el título de “Cuatro preguntas que le hace al Director un granadero del 1er. Batallón de línea de Buenos Aires”, se lee: “Pero dígame, señor:/ ¿qué hace en San José pintando,/ después que echó la balaca/ de que venía a tragarnos?/ ...y estamos viendo, al contrario,/ que allá en San José de Flores/ se la pasa cabuliando/ con su recua de dotores/ que lo siguen enredando”.
Decía, en el Nº 6, del 2 de julio, que sabía que Urquiza estaba muy enojado. “Con que así le diré yo al señor Diretor. Ahora que he sabido con siguranza de que esta fieramente enojado conmigo, pues diz que en San José de Flores, días pasaos, Vuecelencia muy caliente le dijo a una moza de que, si me agarra (y que me agarraba), me ha de hacer sacar una lonja cuando menos.¡Cristo, qué rigurida!” (7)
El 12 de julio escribía en el Nº 7: “Con esta sigurida/ allá va el Gallo, señores, / para san
José de Flores/ aonde hay cierta confusión…/ por no sé qué noveda,/ de que se ven polvaredas/ por atrás… y otras frioleras/ para la Custitución.” (8)

URQUIZA ABANDONA EL SITIO
Seguramente el hecho que precipitaría la terminación del asedio fue la actitud del jefe de la escuadra federal, el norteamericano John Halsted Coe, quien, sobornado por las autoridades porteñas, entregó los barcos con los que bloqueaba el puerto. Se retiró del mando el 23 de junio de 1853 y el mismo día emprendió viaje a su país con gran indignación de quienes confiaban en él. (9)
Santiago Calzadilla, después famoso por su libro Las beldades de mi tiempo, estaba entre los defensores de la plaza y contó a Pastor Obligado un episodio de esos días. “En el sitio de Buenos Aires –refería Obligado– decía nuestro pianista Calzadilla: ‘Che, Gallito cantor, tus versos me han  salvado la vida hoy…’ En la salida de esta madrugada camino de Flores afuera, con las guerrillas del General José María Flores –hijo del fundador de ese pueblo–, le había pegado una bala en el pecho, que acolchonado por un voluminoso rollo de Paulino Lucero y otras verseadas con que el poeta-soldado incitaba a los contrarios a que se pasaran a la plaza, amortiguando el proyectil, que no era de plomo ilustre de antaño, sólo le había producido negro moretón”. No había sido ése el propósito del autor de las “verseadas”, pero seguramente, al saberlo, se sintió feliz. Él, por su parte, hacía incursiones por las fortificaciones que defendían el límite de la ciudad, y cuidaba que sus periódicos entrasen en el campo de los sitiadores. (10)
Entre los episodios que integraron aquellas graves circunstancias se encuentra el de la derrota del coronel Pedro Rosas y Belgrano, hijo del general Manuel Belgrano y jefe de la frontera de Azul, en el combate de San Gregorio. Traído prisionero a Buenos Aires, fue alojado en Flores en la casa de la señora Inés Indarte de Dorrego. A punto de ser fusilado, lo salvó la intervención de diplomáticos y parientes, como su media hermana Manuela Mónica Belgrano. La pena fue conmutada y se le dio por cárcel el pueblo de Flores. (11)
El 13 de julio de 1853 terminó el asedio de la capital. Los ministros de Francia, Inglaterra y Estados Unidos mediaron para lograr la suspensión de las hostilidades que, además, por el debilitamiento de las fuerzas sitiadoras, no podían ser sostenidas más tiempo. La retirada de Urquiza fue bastante dificultosa. Lo hizo por Palermo, pero en medio de molestos incidentes. Aniceto… no podía dejar de registrar los hechos. En el Nº 9 del 4 de agosto, comentaba: “…y al fin resolvió el desembarcarse, y se apió todo lleno de chichones, muy dolorido, y completamente machucao de resultas de tantísimo golpe que sufrió a causa de los vuelcos y la rompedura del maldito carri-coche que agenió en San José de Flore para su juida tenebrosa del 13 de julio, cuando Vuecelencia, por esos andurriales de las Blanqueadas tuvo la desgracia de empantanarse como rana…” (12)
El sitio que sostenía Hilario Lagos con sus tropas fue levantado al mismo tiempo, dándole Urquiza la orden de retirarse en orden por la tierra.

LOS ESPECULADORES DE SIEMPRE
En el mismo Nº 9 de Aniceto el Gallo puede leerse este suelto, donde se ve que la especulación no es problema nuevo, y ya entonces el pueblo sufría su azote. “Por carida”, se titula el suelto. “Al señor Jefe de Polecia. Mi señor: El bocleo aflojó hace mucho tiempo. El Diretudo también aflojó, y muy fiero. Luego, enseguidita, los sitiadores también aflojaron hasta la presilla del lazo. ¿No es verda? Entonces, mu jefe, ¿por qué no les manda que afluejen los mercachifles, los pulperos y almaceneros, y los del mercao que tiran a dos cinchas? Sera bueno pues Usía, que me les pegue un vistazo, y si se ofrece, un chaguarazo…” (13 y 14)
Con el Nº 10 de Aniceto el Gallo, Ascasubi dio por terminada esta etapa de su periódico, para reaparecer el 12 de marzo de 1858, otra vez en son de guerra contra su viejo enemigo Urquiza. Pero ésta es otra historia, igualmente belicosa y humorística como cuadraba a tan original poeta que, tras enterrar a Aniceto… en 1853, se dedicó a preparar la publicación de Los trovos de Paulino Lucero, escritos en la época del sitio de Montevideo.
______Bibliografía:
Ascasubi, Hilario, Aniceto el Gallo, Extracto del periódico de este título, publicado en Buenos Aires durante el año 1854, París, 1872.
Borges, Jorge Luis, El coronel Ascasubi, Sur, Buenos Aires, Nº 1, pág. 129.
Cunietti-Ferrando, Arnaldo J, San José de Flores, H. Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, 1997.
Llanes, Ricardo, El barrio de Flores (Recuerdos), Cuadernos de Buenos Aires, 1964.
Newton, Jorge, Urquiza, el vencedor de la tiranía, Buenos Aires, Claridad, 1961.
Sosa de Newton, Lily, Genio y figura de Hilario Ascasubi, Buenos Aires Eudeba,
1981.

Vocabulario gauchesco:
Ageniar: apropiarse de lo ajeno, robar.
Balaca: mentira.
Cabuliando: haciendo tretas, engañando.
Chagurazo: latigazo.
Chimborazo: nombre del cañón que se tomó el 13 de mayo de 1853.
Siguranza: seguridad.
Zapallada: suerte inesperada que llega sin buscarla.

Notas:
1.- Aniceto el Gallo. Gacetero prosista y gauchi-poeta argentino. Extractos del periódico de este título publicado en Buenos Ayres en 1854, y otras poesías inéditas. París, Imprenta del Paul Dupont, 1872, p. 1. Este tomo, de los tres que componen la obra, está dedicado  “A la memoria del doctor don Florencio Varela, el patriota é ilustrado publicista argentino, víctima sacrificada por el puñal de los tiranos del Río de la Plata, a la libertad de la República Argentina y Oriental del Uruguay. París, 2 de agosto de 1872.”
2.- Ob.cit, ps. 143 y ss.
3.- Arnaldo J. Cunietti-Ferrando, San José de Flores, Bs. As., H. Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, 1997, p. 44.
4.- Ibídem, p. 44.
5.- Ibídem, p. 34.
6.- Ibídem, p. 42.
7.- Ibídem, p. 96.
8.- Ibídem, p. 116.
9.- Jorge Newton, Urquiza, Bs. As., 1961, 2ª ed., p. 214.
10.- Lily Sosa de Newton, Genio y figura de Hilario Ascasubi, Bs. As., Eudeba,  p. 171. Este episodio fue referido por Pastor Obligado en una carta a La Razón, titulada “Hilario Ascasubi”, del 6/2/1923.
11.- Arnaldo J. Cunietti-Ferrando, op. cit., p. 42.
12.- Aniceto el Gallo, p. 144.
13.- Ibídem, p. 158.    
14.- En todos los textos citado se ha mantenido la grafía original (N del E.)

Imagen: Portada de la edición de 1872 de fragmentos del periódico Aniceto el Gallo, publicada en París por la Imprenta de Paul Dupont.
El texto y la ilustración fueron tomados de la revista Historias de la ciudad, septiembre 2002.