Triste. Sucia. Encontré a Buenos Aires triste y sucia. Gris. A pesar del colorinche abigarrado y estentóreo. Tras del cual se agazapaban los mismos sórdidos mercachifles de ayer. A la ciudad anglo-española me la habían vuelto italo-yanqui. Plagada de grills. De snack bars. De quick lunchs. De caffés. Y hasta coffe rezaban algunos anuncios. Habían asesinado a piqueta y acrílico al London y al viejo Pedemonte. Ya no estaban la confitería del Águila ni La Perla de Flores. Que lucían aquella vieja y cálida suntuosidad añorada.
De cuando Buenos Aires era colonia inglesa. Aunque con himno y bandera propios socolor de independencia. Y los buenos servidores coloniales de la métropoli disfrutaban de derechos especiales como cualquier marajá comprensivo de la realidad. Por eso y porque podían hacerlo gustaban rodearse de cuanto les recordaba la tierra de los amos. Nuestras clases de funcionarios coloniales construían palacios tan europeos como el que más. Buenos Aires es tan París..., Plaza San Martín no tiene nada que ver con Sudamérica. Ni el Teatro Colón, ni el Cervantes. Y aquellos restaurantes. Y aquellas confiterías fin de siècle. Éramos tan británicos vistiendo. Y bebiendo cerveza de grifo. Y organizando cacerías del zorro y jugando al cricket. Después los ingleses se desprendieron de todas sus empresas deficitarias permitiéndonos que las nacionalizáramos. A precio abusivo. Y aprovechando la ocasión los norteamericanos se fueron abriendo paso a codazos hasta que ocuparon por cojones el vacío. Pero aunque rápidamente encontraron servidores nacionales son patrones de otro tipo, qué quiere que le diga. Se llevan todo lo que pueden pero no nos dejan la ilusión de ser alguien. No consagran sires. Como sabían hacer muy bien los ingleses. Con los Highlanders uno podía tener la ilusión de sentirse un gran señor. Con los Marines inyectados y mascando chicle todo el mundo boca abajo y a decir yes indeed, que el señor está en el cielo. Afloja la pasta, chiquito, y ahueca. No les importa arrasar esta tierra saqueándola porque nos consideran basurero atómico, eso es. Por todo eso la estragada calle Florida estaba plagada de Bancos. Y de roperías new fashion cuyos dueños salían a la calle y tomaban por el brazo a los transeúntes. Tanto más si eran turistas. Procurando introducirlos en sus boliches abigarrados que vomitaban estruendosamente música brasileña. Los carteles ofrecían couro, leather goods, cashmere, clothes, change, exchange wechsel, souvenirs, shopping center y otros criollismos. Todo muy sórdido. Precario. Muy de país de liquidación. En venta al mejor postor.
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Imagen y texto (fragmento de Cenizas y fatigas de Geno Díaz; 1984) fueron tomados del sitio Buenos Aires sos, 2010.