28 abr 2013

Bleque y Ruberol



(De José Muchnik)
  
Engañaron a Santa María, nacimos de una gran confusión, en realidad los porteños no sufrimos de engreimiento, sufrimos de credulidad aguda, siempre fuimos muy crédulos, y cuando se descascaran las creencias acudimos a vanidades para disimular fachadas, en el fondo somos muy frágiles, plantados en el limo del Plata, tronco a la merced de sudestadas, raíces ensortijadas en corrientes migratorias, la dificultad es llegar al fondo entre tanta fragilidad y confusiones. El Buen Ayre fue un espejismo colonial, el aire nunca fue bueno en estas latitudes, tormentas, inundaciones, barro en aluviones, changadores cargando gente de alcurnia para atravesar calles coloniales, veranos que se pegan a la piel, inviernos incrustados en los huesos ¡Santa María del Buen Ayre! ¿Chiste de gallegos? ¿Ironía de andaluces? Y aquí estamos, como el clima, impredecibles, almas nubladas, despejadas, mejorando luego, Pompeya y más allá... Bautizados “Santa Bárbara de las Buenas Tormentas” (1) hubiéramos nacido más cerca de la realidad, ahora ya es tarde, la realidad se nos despegó al nacer como ombligo maduro y seguimos soñando nuestra ciudad como si fuera cierta, de eso podemos estar orgullosos, Buenos Aires cuna de soñadores, poetas boedónicos lo atestiguan: “Están los que comprenden la realidad: anteojos, noticias, bananas, candados para guardar la sopa. Y los que escuchan árboles predicando el mensaje a pesar de las baldosas [...] Hay que vivir en la realidad. Pues los que ven en la ventana del papel moneda una vida exprimida. Los que escuchan sillas conversando para compartir sus desgracias. Los que saben que relojes son paraguas para protegernos de otras intemperies... [...] Pueden ser severamente condenados a perder el equilibrio para siempre... y despertarse en un sueño diferente.”
¡Josecito! ¡Josecito! ...¡dejá de soñar! ¿de qué querés hablar?, no podés jugar así con los lectores, bleque y ruberol ni siquiera existen en el diccionario ¿qué tiene que ver Santa Bárbara en esta historia?... Hola, hola, ¡ah, sí! ¡Sí! ...gracias:  a fuerza de hacer memoria se me enredan los recuerdos, tal vez me equivoqué, pero aún me parece escucharlo, pibe dos latas de bleque y un rollo de ruberol. El bleque era una especie de alquitrán que venía en latas cuadradas de cinco o veinte litros, el Ruberol un cartón negro impermeabilizado en rollos de un metro y medio de ancho; cuando llegaba tormenta se vendían como pan dulce en Navidad. Corrían los años cincuenta. Pensándolo a distancia Ruberol debe ser una naturalización criolla del inglés rubber all, como tiner, fulbo (2) o el mismísimo chimichurri. No se ofenda paisano, nos guste o no fueron los ingleses que inventaron nuestro deporte nacional, y el sabroso condimento que acompaña nuestros asados toma sus fuentes en “give me curry” (3). Palabras como hombres, viajan, se mezclan fertilizando lenguas y tierras, todos hijos de un gran mestizaje, ¿razas? sólo sangres que circulan cubriéndose con túnicas diferentes. Pucho, quechua, capo, italiano, kilombo, africano, nuestra inconfundible che (4) y tantas otras fueron moldeando el castellano hablado en estas costas.¿Bleque?, vaya a saber los orígenes, que lo aclare algún lector amable.
Los clientes comenzaban a llegar antes de que parara de llover, mis diez años tenían la agradable sensación de servir para algo, de ser alguien; como la gente y sus casas yo también pertenecía a la tormenta, venían desesperados: no se imagina lo que es Don, le decían a mi viejo, se volaron dos chapas, se cayó medio cielorraso, no alcanzan palanganas para juntar el agua... Me gustaba medir el Ruberol, una patadita y el rollo negro se desplegaba sobre el piso de la ferretería, no hacía falta metro, medían las baldosas, sólo una tiza para ir marcando, enrollar a medida que medía, un golpe de tijera, piolín para atar el rollo, tenga jefe, cliente sonriente, satisfecho, valió la pena mojarse un poco, llegar antes de que parara de llover.
Con los que llegaban tarde la historia era otra, el sentimiento era de culpa, no sabía qué cara poner para pronunciar las cuatro sílabas, noquedamás, las decía así juntitas para vadear rápido ese momento, saltarlo como obstáculo en carrera olímpica, de todos modos la réplica llegaba contundente ¡¿Cómo no queda más?! , se terminó, ¡¿Cómo se terminó?! desde mi edad madura, desde este PH en la calle Garay donde escribo esta viñeta mientras repiquetea la lluvia, contestaría, así es amigo todo se termina algún día en la vida, salvo el amor si se sabe cuidarlo, pero desde mis diez años tiraba con inocencia la pelota afuera, no sé jefe pregúntele a mi viejo. Para suavizar la culpa o para vender algo, solía agregar según la reacción del cliente, clavos para techo quedan (5) a ver si va a otro lado y justo no tienen. En la mayoría de los casos funcionaba, tenés razón pibe, dame dos docenas, aunque en ese clima eléctrico no faltaban respuestas borrascosas, andá a cagar pendejo metete los clavos para techo en el...
Desde la Colonia hasta la de abril del 2013 las inundaciones de Buenos Aires no esperaron el cambio climático. Ulrico Schmidl, uno de los primeros cronistas europeos en estos lares ya hace referencia a las mismas (6).  Tres siglos después llegó el progreso, el hormigón y el corsé para los arroyos que surcaban libremente la ciudad; cuenta la leyenda familiar que en Villa Crespo, a la vera del Maldonado mi padre enamoró a mi madre, hacia fines de los años veinte. Pensar que desde la Plaza Constitución bajaba un arroyo hacia el Río de la Plata, el Tercero del Sur, fue el primero que sometieron en 1865. Y así fueron entubando, especulando, inundando (7). Si hubieran pensado que la naturaleza es difícil entubarla, tal vez tendríamos hoy vaporettos (8) surcando la Juan B. Justo hasta Pacífico, o bajando por Brasil hacia el parque Lezama.
Tal vez no sea tan tarde, que Santa Bárbara nos proteja.
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(1) Santa Bárbara: virgen y mártir, fue condenada a muerte por su devoción al cristianismo. Su propio padre llevó a cabo la sentencia. Fue castigado el padre del mártir al volver a su casa; le cayó un rayo y le incendió su cuerpo. Como resultado se acude a Santa Bárbara como protectora cuando caen rayos durante temporales y por consecuencia ella es patrona de artilleros y mineros. David C. Knowlton, Santa Bárbara y El Rayo en Copacabana,http://www.academia.edu/2001594/Santa_Barbara_y_El_Rayo_en_Copacabana
(2)  Ruberol, engomarlo todo, del inglés rubber (goma) y all (todo). Tiner, adelgazador, solvente utilizado para diluir pinturas, del inglés thin (delgado). Fulbo o fútbol, del inglés foot (pie) y ball (pelota).
(3). “Give me curry”: en inglés “dame el condimento”, “curry” proviene a su vez de “kari”, “salsa” en  idioma tamil, lengua hablada en el sur de la India y en Sri Lanka, antiguamente Ceylan, ex colonias inglesas.
(4) Pucho: del quechua puchu, sobra; resto; residuo; Capo: del italiano jefe, proveniente a su vez del latín “caput” cabeza; Kilombo: palabra que llega a la Argentina a través de Brasil, donde designaba a las poblaciones de esclavos insurrectos (ver historia del Kilombo dos Palmares), a su vez proveniente del kimbundu, lengua bantú en la que significa población / poblado; Che: existen dos versiones sobre el origen de esta palabra, del guaraní en el que se usa como “yo” o “mi” o del mapuche “gente”.
(5) Los clavos para techo eran y son clavos de tres o cuatro pulgadas de largo con cabeza de plomo que, trataban de impedir que las chapas de zinc volvieran a jugar con el viento clavándolas a las vigas del techo.
(6) Ulrico Schmidl: "La Admirable navegación realizada por el Nuevo Mundo entre Brasil y el Río de la Plata entre los años 1534 al 1554" (editada en lengua alemana). Participó en 1534 en la expedición de Pedro de Mendoza.
(7) “El entubamiento del arroyo Maldonado (hoy avenida Juan B. Justo) fue el mejor negocio para los especuladores y los vendedores de obras y el peor para los vecinos. […] Al esconder el arroyo negaron su existencia y pudieron hacer enormes negocios inmobiliarios. Por el contrario, un arroyo cualquiera se comporta en una crecida mucho peor si está entubado que si corre a cielo abierto”. Antonio Elio Brailovsk: “Buenos Aires, ciudad inundable", coedición Kaicrón-Le Monde Diplomatique. www.arquimaster.com.ar
(8). Vaporetto: pequeñas embarcaciones utilizadas para el transporte de pasajeros en los canales de Venezia.

Imagen: La inundación de abril de 2013 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires resultó ser una de las más severa, si no la peor de las acaecidas hasta la fecha (Foto del diario "La Nación")
Tomado del periódico “Desde Boedo”, abril 2013.

Acerca del lunfardo y su Academia





(De Luis Alposta)

El lunfardo, en sencilla definición, no es más que un repertorio de voces, muchas de las cuales fueron traídas por la inmigración, para comenzar, después, a desarrollar una existencia paralela al habla común y terminar, en no pocos casos, siendo asimiladas por nuestro lenguaje familiar y coloquial.
El 21 de diciembre de 1962, cuando nos estábamos despidiendo del tranvía, unos hombres amantes del estudio de esas voces y expresiones populares, resolvieron seguir siéndolo, pero de un modo más enfático y aplicado: fundaron la Academia Porteña del Lunfardo.
Sabiendo que, adaptar a nuestra manera de ser y de sentir no pocos de los vocablos de nuestra “parla madre” (que es el castellano), y el ir sumando voces a los entresijos del idioma, es una tarea de la que siempre se ha ocupado el pueblo, la Academia adoptó entonces el emblema que representa un farol del alumbrado público, circundado por un lema que encierra esta elocuente definición: “El pueblo agranda el idioma”.
En la imagen adjunta se ve a los miembros de la Academia Porteña del Lunfardo posando en plena calle, frente a la que fue la segunda sede de la Institución (Lavalle 1537). La fotografía fue tomada por Norberto Mosteirín, fotógrafo del diario La Nación, el sábado 8 de diciembre de 1973 y publicada en la revista cultural de dicho diario, el 27 de enero de 1974.  Fueron sus fundadores: León Benarós, Luis Ricardo Furlan, Francisco P. Laplaza, Santiago Ganduglia, Luis Alposta, Osvaldo Ellif, Lorenzo Stanchina, Luis Soler Cañas, Enrique H. Puccia, Bernardo Verbitsky, Joaquín Gómez Bas, Enrique Grande, Tomás de Lara, Héctor Azeves, Miguel Ángel Lafuente, Antonio J. Bucich, Arturo Berenguer Carisomo, Sebastián Piana, José Barcia, José Gobello, Jorge A. Bossio, César Tiempo, Arturo López Peña, Luis A. Sierra, Enrique R. del Valle, Ricardo M. Llanes, Juan B. Devoto, Luis Sciutto y Juan Carlos Lamadrid.
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Foto: Miembros fundadores de la Academia Porteña del Lunfardo.

19 abr 2013

De viejas pulperías




(De Diego Ruiz)

Andaba el cronista, en su último callejeo, comentando su pasión de “coleccionista de cafés” y, remontándose en el tiempo, hacía un repaso por los primeros establecimientos de ese tipo que hubo en Buenos Aires a fines del siglo XVIII y principios del XIX. Pero también esbozaba una genealogía más popular que, partiendo de las pulperías y pasando por los almacenes con despacho de bebidas, llegaba a nuestros cafés de barrio. Lugares, es cierto, en los que lo menos que se tomaba era esa infusión, pero en los cuales el “pueblo menudo” encontraba un lugar de sociabilidad, jugaba a los naipes o a los gallos, departía con vecinos o extraños o, en ocasiones, disfrutaba de una payada. El cronista no quiere terciar en la etimología del término pulpería, que bastante polémica ha causado, que si viene de la bebida mexicana “pulque”, o de “pulpa” de carne (como aún llaman los uruguayos al vacío), o menos aún de un “pulpo” que poco se consumía en estos pagos, pero sí comentaba que hay registros muy antiguos de este comercio –actas de los Cabildos, órdenes de los Virreyes, etc.– con múltiples reglamentos y prohibiciones. Y la cosa, en realidad, no era para menos, porque estas pulperías eran pieza fundamental en la comercialización del contrabando que ejercían con entusiasmo los porteños de entonces, y en aquellas que estaban en la campaña, o en zona de frontera con el indio, en el intercambio de productos por cueros obtenidos en los malones o el cuatrerismo. Rosas la tenía muy clara en su política de zanahoria y garrote con las parcialidades indígenas: regalos y comercio para atraerlas y garantizar la paz, y si no, las indisponía unas contra otras o, directamente, las reducía por la fuerza. No por casualidad uno de sus más eficientes colaboradores, Vicente González –conocido como “el carancho del Monte”– era, precisamente, pulpero.
Pero no era intención del cronista referirse a las pulperías de campaña, sino a aquellas que estuvieron más o menos dentro del ejido urbano o en las vías de acceso al mismo, algunas en lugares hoy tan céntricos como Venezuela y Perú –la “Pulpería del Poste Blanco”–, cuyo nombre el cronista presume que se debía al color del grueso poste esquinero que en estos comercios actuaba como soporte de los dinteles de las puertas que solían dar a dos calles. Ahí está una litografía de Bacle que lo ilustra, con el despacho de bebidas en la esquina y en otra puerta, sobre una calle, el de mercaderías. Pero aquellas que más han perdurado en la historia o el recuerdo estuvieron en esas zonas en que la ciudad empezaba a ser campo, paso obligado de las carretas hacia las plazas en que se concentraban –los Corrales de Miserere, el Alto de San Pedro, la Plaza Constitución– o de las tropas de ganado que eran arriadas hacia el matadero. En el viejo Camino Real, conocido en la época de Rosas como Federación y hoy avenida Rivadavia, el inmigrante genovés Nicolás Vila instaló su casa y negocio en 1821 en la esquina oeste del cruce con Emilio Mitre, y por el motivo de su veleta fue conocida como la “Pulpería del Caballito”. Y más cerca de Miserere, en la esquina también oeste con Matheu, vivió y ejerció el negocio Leandro Antonio Alen; allí nacieron su hijo de igual nombre y su nieto Hipólito Yrigoyen, futuros caudillos del radicalismo.
Hacia el sur, la Calle Larga de Barracas, hoy avenida Montes de Oca, es recordada por aquella “pulpera de Santa Lucía” que se fugó con un payador unitario y evocó Héctor Pedro Blomberg, pero en su traza supo albergar a dos de las más renombradas pulperías de la segunda mitad del siglo XIX: “Las Tres Esquinas”, en el cruce con Osvaldo Cruz, y “La Banderita” en la esquina noroeste de Suárez. La primera dio nombre al barrio –o por lo menos lo popularizó– al que más tarde le cantó Enrique Cadícamo, y en la segunda hizo sus primeros pininos artísticos el joven Ángel Villoldo cuando trabajaba como cuarteador en la barranca frente a la actual Casa Cuna. Ambas eran famosas por las carreras cuadreras que se realizaban en los días festivos, de una hasta la otra o, en el caso de “La Banderita”, en el tramo que iba desde Montes de Oca hasta el terraplén del Ferrocarril del Sur.
Pero si hablamos de cuadreras, debemos referirnos a una de las pulperías más famosas, la de Gades, ubicada en la esquina suroeste de las actuales Loria y Chiclana, conocida como la esquina de los corredores. Emplazada a corta distancia del matadero –los “Corrales” que dieron su primer nombre al barrio– era punto obligado de reunión de arrieros, matarifes y toda una población que vivía de las industrias subsidiarias: seberías, acopiadores de cueros, etcétera, y desde su esquina se corría el tiro hasta el “camino de los güesos”, actual Boedo. Por otro camino de tropas, la hoy avenida Corrales, al llegar al Camino de Gowland –hoy avenida La Plata– se encontraba la “Pulpería de María Adelia” que, según cuenta el historiador Jorge Bossio en su recordado libro Los cafés de Buenos Aires: reportaje a la nostalgia, fue improvisado hospital de sangre durante los combates de 1880, cuando “aquella chusma valerosa de los Corrales” –al decir de Borges –se enfrentó al Ejército nacional en una última compadrada que no pudo impedir la federalización de la ciudad y el triunfo electoral de Julio A. Roca.
El cronista supone, no lo sabe de cierto, que en esas jornadas sangrientas también se deben haber visto envueltos otros dos establecimientos ubicados en pleno campo de batalla: “La Blanqueada”, en la esquina suroeste de las actuales Sáenz y Francisco Rabanal, y otra cuyo nombre no ha llegado a nuestros días, en similar esquina de la calle Arena y el “callejón de las quintas”, hoy Almafuerte y Caseros. La primera fue evocada por el historiador y nativista Justo P. Sáenz (h.) como parada obligada de los viajeros y troperos que cruzaban el Puente Alsina para tomar una caña o en su caso, dados sus cortos años, una “gaseosa de bolita”, lo que denota la transformación de la antigua pulpería en despacho de bebidas. A fines de la década de 1890 “La Blanqueada” ya no existía, se había transformado en una chanchería que giraba bajo el nombre de Bautista Selles y Cía.; años después el boliche volvió por sus fueros y la esquina volvió a su antigua condición para, finalmente, transformarse en pizzería... Sin embargo, en sus tiempos de gloria supo ser reducto de payadores –tanto como el “Café de los Angelitos”– y en su salón cantaron o pararon Gabino Ezeiza, José Higinio Cazón, Ambrosio Ríos y un joven vecino de Almagro llamado José Betinoti, grupo que también sentó sus reales en la ya citada esquina de Almafuerte y Caseros donde, pocos años después, también cantó alguna que otra vez Carlos Gardel. Con los años, la vieja pulpería se transformó en el “Café El Parque” (no confundir con su homónimo de Caseros y Rioja), hito durante décadas de los vecinos de Parque Patricios. Allá por fines de los años 1970 el café, y los negocios aledaños que compartían el predio, un kiosco y una peluquería, cerraron y fueron tapiados debido a un arduo conflicto sucesorio que demoró –si al cronista no le falla la memoria– unas dos décadas. Hoy en la antigua esquina se alza nuevamente un café al uso moderno, es decir medio pizzería, con esa decoración modernosa y fría, despersonalizada, que va invadiendo nuestros antiguos boliches. Hasta el nombre El Parque perdió, pero al menos sigue fiel a su origen y vocación primera, no como la bravía y ecuestre esquina de los corredores, que hoy es una gomería.
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Imagen: “Exterior de una pulpería”, litografía de H. Bacle, de “Trages y costumbres de Buenos Aires”.
Tomado del periódico “Desde Boedo”, abril 2013.

16 abr 2013

Los gatos vagabundos



(De Roberto Díaz)

No vamos a hablar de esos gatos cuidados, bañados y perfumados de ciertos divanes de mansiones, esos mininos persas pero no de la época de Khomeini sino más parecidos a la del Cha. Gatos que se sientan al lado de jarrones chinos como si les fueran a sacar una foto.
Hablaremos de los atorrantes, vagabundos gatos de albañales, azoteas, cornisas y medianeras de barrio, cuyos ojos cultivan en la noche fosforescencias misteriosas.
Gatos que no se casan con nadie, sin amos, con toda la libertad a cuestas, sobreviviendo de la beneficencia de un loro olvidado, de un ratón distraído, de un pedazo de bofe perdido en la vereda.   
Estos son los grandes interlocutores de la luna, se la chamuyan noche a noche y la sueñan como si fuera un gran plato de leche que les moja el bigote.
Dueños del aire, de ese viento que cruza las terrazas e inventa fantasmas con la ropa tendida, los gatos pertenecen a la soledad, al individualismo recalcitrante, a la hosca desconfianza del perseguido.
Los gatos vagabundos se parecen a un poema de Villón, a la rante caminata de Centeya,
cuando desmadejaba el vesre en las baldosas y mucho vino por el cuore. Se asemejan a los sueños oscuros que rondan, casi en puntas de pie, para cazar a la inocencia entre sus dientes. Así son estos gatos que acompañan nuestras madrugadas y observan, en silencio, desde su atalaya, nuestro paso rutinario y dormido.
No tienen amor fijo. No saben ni les importa la herencia, la responsabilidad de una familia, el techo seguro. Pertenecen a la amplitud del cielo y cuentan las estrellas como una forma de distraerse ante el silencio. Cuando maúllan, nos están contando sus tristezas (que las tienen) o tal vez el cansancio de una ronda improductiva y árida.
Los perros los vigilan, porque son sospechosos de hurto premeditado, de violar la santidad del muro. Inconsolables parias, asumen su destino impenitente de viajeros del techo, de caminantes de cornisas, de salteadores incansables. Así son. Llevan  como un estigma la antipatía del sol, la falta de carisma que no seduce al hombre.
En sus patas, en sus lomos veteados, en sus bigotes deslumbrantes, guardan los olores de la vida, la fantasía de una caricia que nunca recibieron. Solitarios ariscos, solteros impertérritos, la muerte no los quiere. Tal vez le asusta cargar con su arrogante silencio, con su mirada fija, con su pelambre sombría. Tal vez le asusta tanta libertad suelta, tanto desprecio por los convencionalismos terrenales. Por eso no se mueren, desaparecen, de pronto, como se diluye la oscuridad en el día, como se borran los recuerdos cuando golpea duramente la ausencia.
Así son estos dueños anónimos de tejados. Estos paracaidistas silenciosos, estos linyeras que velan nuestro sueño, indiferentes. Algún día se encontrarán  perdidos, sin cornisas, sin pájaros. Y entonces echarán a andar de nube en nube, persiguiendo el fantasma, el eco de los trinos. Y la noche se hallará más sola, aburrida de contemplar la quietud de los barrios.
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Imagen: Gatos callejeros.
Tomado de Crónicas para el desayuno de Roberto Díaz.

15 abr 2013

El subte Sur


(Por Mario Bellocchio)

Un 24 de abril de hace 47 años llegamos con nuestro modesto subte sur a la Plaza de Mayo. El escueto recorrido inaugural de un poco menos de 4 kilómetros se incrementaba en otros tres y nos permitía a los boedenses de un espectro más amplio –se agregó Avenida la Plata como estación terminal– viajar directamente al corazón administrativo e histórico de la ciudad.
Aquel “subtecito” de dos vagones que el 20 de junio de 1944 comenzaba a recorrer las 6 estaciones, entre Plaza Constitución y Urquiza, recién llegaría al barrio el 16 de diciembre, fecha en que se cortaron las simbólicas cintas en el provisional andén de madera 
–una provisionalidad que duraría 16 largos años– construido en la divisoria del túnel sobre la vía descendente. Era el punto de partida: por primera vez el subte, la modernidad en transporte –incorporada desde 1912 con el advenimiento de la línea A e incrementada luego con la Bla C y la D–, se dignaba ocuparse de la zona sur, los barrios más modestos de la ciudad.
En los planes iniciales donde nuestro subte era el 2 y el C, el 1, se proyectaba una partida común desde Plaza Constitución de ambas líneas y, como destino final de la E, en el otro extremo, el Parque Chacabuco, en las inmediaciones de Centenera y Directorio, arteria elegida junto con San Juan como eje del recorrido. Recién en 1938 los bosquejos pasaron a obra concreta.
“Para 1940 las obras entre Constitución y General Urquiza estaban listas y la Municipalidad dio luz verde a la inauguración. Sin embargo, un conflicto entre la CHADOPYF (Compañía Hispano-Argentina de Obras Públicas y Finanzas) y las empresas constructoras hizo que el traspaso quedara paralizado debido a la negativa de estas últimas a entregar la línea. También influyó enormemente el conflicto entre la CHADOPYF y el Estado Nacional durante la conformación de la Corporación de Transportes, ente mixto integrado por las empresas tranviarias, de colectivos y el Estado Nacional y Municipal para administrar los transportes capitalinos”. (1)
Reyertas y postergaciones tuvieron su Waterloo cuando, en junio del 44, el presidente de facto Edelmiro J. Farrel estampó su firma en el decreto que confiscaba los activos de la CHADOPYF (Compañía Hispano-Argentina de Obras Públicas y Finanzas) y ordenó su inmediata incorporación a la Corporación (CTCBA, Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires). Llegando así al ansiado despegue –hasta Urquiza– el día 19 del mismo mes. Y hasta la provisional Boedo, seis meses más tarde.
Justo es decir que aquella incorporación fue más simbólica que práctica. Ya vendrían los tiempos de la ampliación y la estación como Dios manda, solíamos decir por estos pagos. Porque aquellos 94 escalones y dos descansos de la única escalera –que salía a mitacuadra de San Juan entre Boedo y Maza, vereda impar– para acceso y egreso del tablado con pretensiones de andén, revestía una precariedad poco acorde con las ostentaciones del tapizado de ratán de los vagones o las obras de arte cerámico –de las otras estaciones de la línea– con temas y autores criollos, en oposición a los españoles de la línea C.
A todo ello se agregaba algo mucho más importante: el destino al que se arribaba con el viaje tampoco era el más requerido, aún con la posibilidad de combinación con otros subtes.
A pesar de su precariedad, el apeadero estuvo en servicio durante dieciséis años.  En ese lapso tuvo puesto de diarios, balanza, publicidades y también quedó inscripto en la literatura.  Juan Rodolfo Wilcock dice en su cuento "Los donguis" que estas criaturas salieron a la superficie a partir de un hueco hecho en la tierra, ubicado detrás de las tablas que separaban al apeadero Boedo de la futura ubicación de la estación definitiva.
"BALSA: Usted habrá visto en el subterráneo de Constitución a Boedo que el tren no llega hasta la estación de Boedo porque no está terminada, se para en una estación provisoria con piso de tablas. El túnel sigue y donde interrumpieron la excavación el hueco está cerrado con tablas.
BALSOCCI: Por ese hueco aparecieron los donguis."
En el cuento "El Zahir" –El Aleph, 1949–, Jorge Luis Borges cuenta que recibió esa moneda una noche en un boliche de Chile y Tacuarí.  Al día siguiente, intentó librarse de ella y se dirigió a la biblioteca “Miguel Cané” donde trabajó hasta 1946: "[...] fui, en subterráneo, a Constitución y de Constitución a San Juan y Boedo.  Bajé, impensadamente, en Urquiza [...]"
Gracias a un cabín ubicado en el extremo oeste del andén sur de Urquiza, se podía operar un cambio que permitía a los trenes ir y volver hasta Boedo.  Las formaciones, que consistían solamente de dos coches Siemens, llegaban hasta Urquiza por la vía sur  (la que va a Virreyes en la actualidad).  Luego, continuaban hacia el apeadero Boedo y regresaban por la misma vía hasta un cambio ubicado a treinta o cuarenta metros de Urquiza, que los desviaba hacia la vía norte (a Constitución, hoy a Bolívar).(2)
La precariedad recién tuvo su primer final concreto con la licitación para construir la estación definitiva convocada en enero del 57 por la AGTBA (Administración General de Transportes de Buenos Aires) creada en 1952. Panedile Argentina S. A. presupuestó 18 millones de pesos y la entrega de obra para mayo del 59. En marzo del 57 comenzaron las tareas a cielo abierto –prolongadas durante unos tres años– que sumergieron a los vecinos de Boedo –y San Juan sobre todo–, a una verdadera tortura amurallada, que en el caso de los comerciantes condujo a debacles económicas irremontables.
En 1957 y en ocasión de un nuevo aniversario, la Asociación Amigos Barrio Boedo se reunió en una cena de camaradería y baile familiar, el 28 de mayo en la confitería Bombonnière. […] Se tuvieron que limitar los festejos de fin de año a causa del estado en que se hallaban San Juan y Boedo como consecuencia de las obras de construcción de la estación Boedo del subte, la Corporación de Transportes de Buenos Aires prometió aumentar los turnos de trabajo y construir pasarelas para el cruce de las avenidas. Según las publicaciones de la época Boedo y San Juan era un zanjón amurallado hasta la calle Castro Barros. […] El Carnaval en 1960 llegó con grandes espectáculos, solventados y organizados por la AABB. Desde un escenario erigido en la esquina de Humberto I y Boedo se pudieron ver desfilar comparsas y conjuntos musicales. El 24 de mayo […]  se festejó el 8º aniversario de la AABB en la confitería Bombonnière. El 9 de julio de ese año se inauguró la Estación Boedo de Subterráneo que tantos contratiempos tuvo durante su ejecución y que sufrieron los comerciantes y vecinos de la intersección de San Juan y Boedo. (3)
El 9 de julio del 60, por fin, se inauguró la estación, aunque todavía los andenes eran laterales y mucho más cortos –aceptaban la longitud de tres coches– con una columnata central. Se puso en funciones el entrepiso Este –que se utiliza actualmente– con su busto de Mariano Boedo y todo, y tras algunas situaciones conflictivas con los operarios se colocaron las mayólicas rosadas y los tímpanos decorativos de los extremos, realizados por Cerámicas Sotomayor.  El primero de ellos fue diseñado por Alfredo Guido en 1959 –"Boedo a mediados del siglo XIX"–, mientras que el del extremo oeste es obra de Primaldo Mónaco –"Niños jugando".
La continuidad del túnel hacia Avenida La Plata precipitó una pronta modificación de la estación que, casi de inmediato, desplazó su vía norte hacia el norte y el andén, ya central, hacia el oeste para albergar más cantidad de coches en sus prolongados 110 metros de longitud. El entrepiso Oeste es una deuda pendiente que hubiera permitido la salida hacia Colombres y Castro Barros por sendas escaleras al exterior. A juzgar por las penurias que nos deportó la construcción de lo hecho, nadie que las haya padecido apostaría centavos por la continuidad de esa obra. Bromas al margen –otra sería la tecnología seguramente– no aparece la tarea como algo prioritario en el uso vecinal.
Y, bueno…, el comienzo de aquellas apetencias que latían con la llegada del subte a fines de 1944 llegaba a su concreción hace 47 años de la mano de aquel presidente de la década de 1960: Arturo Illia daba apertura al tramo a Avenida La Plata y al redireccionamiento hacia Plaza de Mayo con la habilitación de las nuevas estaciones San José, Independencia, Belgrano y Bolívar, al pie del Cabildo.
Luego vendrían: la apertura de José María Moreno el 23 de junio de 1973. El proyecto, luego concretado de cuatro nuevas estaciones –Emilio Mitre, Medalla Milagrosa, Varela y la terminal en Plaza de los Virreyes, como prolongación de los subterráneos, integrada al Plan de Autopistas Urbanas de Cacciatore.
“Sin embargo las crisis de 1980 y 1982 provocaron que los trabajos se estancaran, y las obras de ampliación iniciadas durante el "Proceso" sólo pudieron ser finalizadas en las décadas siguientes.
En 1985, ya en el gobierno del presidente Raúl Alfonsín, dada la baja rentabilidad que produjeron las famosas y conflictivas Autopistas Urbanas, la Ciudad de Buenos Aires se hace cargo de su administración y con ellas también adquiere las obras inconclusas de la Línea E que se hallaban bajo la autopista 25 de Mayo, las cuales pasan a manos de Subterráneos de Buenos Aires. Se aprovechó de convenios y subsidios internacionales para continuar la mencionada línea hasta la zona sur del barrio de Flores que a su vez sería conectada con una red de Premetro.
Las obras para la extensión de la Línea E de subterráneos se reinician inmediatamente y el 7 de octubre de 1985 se inaugura un servicio de lanzadera entre José María Moreno y Emilio Mitre (Parque Chacabuco), prolongado hasta Varela el 31 del mismo mes, aunque la estación intermedia Medalla Milagrosa se habilita sólo el 27 de noviembre siguiente. El servicio es extendido hasta la Plaza de los Virreyes el 8 de mayo de 1986.” (4)
Ese servicio, que es el actual, no finaliza la historia de “nuestro subtecito”.
Resulta que el pequeño se agrandó y pretende los pantalones largos.
Desde 1994, fecha de la concesión a Metrovías, que se planifica la extensión desde Plaza de Mayo hasta la estación Retiro. Luego de sucesivas modificaciones y cabildeos toma la decisión el Estado Nacional, a comienzos de 2007, de adjudicar las obras a Benito Roggio e Hijos S. A. con la construcción del trayecto con tres estaciones: Correo Central, ubicada en Leandro N. Alem y Corrientes, donde combinaría con la línea B; Catalinas, ubicada en Alem y Córdoba, una estación bien espaciosa similar a Juramento de la línea D. Y Retiro, ubicada en Avenida del Libertador entre Juncal y Esmeralda, una estación monumental con doble caverna, hall central, pasillos amplios y diversos accesos, combinación con la línea C y ligada a las estaciones de los ferrocarriles Mitre y Belgrano. El costo de todas estas obras será de 346 millones de pesos, y el encargado de financiarlas es el Estado Nacional.
Para junio de 2013 estará finalizada la obra civil. Falta licitar rieles, electrificación y señalizado así como también la presumible adquisición de vagones para la esperable mayor requisitoria ante el nuevo recorrido que alcanzará –se espera inaugurarlo a mediados de 2014– un total de 11,6 Km.
Pero para esto todavía falta. La cuestión es que este mes ya conmemoramos la fecha en que el E, nuestro entrañable subte barrial, ponía sus ruedas debajo del Cabildo y nos llevaba a una plaza donde el “viejito” Illia daba de comer a las palomas –según “graciosos” como Landrú– o se transformaba en una tortuga que, sin embargo, tenía tiempo para inaugurar nuestro subte o anular expoliadores contratos petroleros.
Fue un 24 de abril de 1966, hace 47 años.
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Notas y fuentes:
(2).-http://www.enelsubte.com/noticias/la-estacion-boedo-cumple-50-anos-1103
(3).-Carlos Kapusta, 1º y 2º Congreso de Historia del barrio de Boedo,  Asoc.  Amigos Barrio Boedo
(4).- http://www.enelsubte.com/noticias/la-estacion-boedo-cumple-50-años-1103

 “Sin fecha de estreno, avanza la línea E”. Por Pablo Tomino - La Nación, 30-9-2013
Publicaciones de “Subterráneos de Buenos Aires”.
Dictionaries » Wikipedia (Spanish) » E » Estación San José vieja (Subtes de Buenos Aires)
Sergio Ruiz Díaz, “60 años de subte E”, Desde Boedo Nº 31 de junio de 2004

Foto: Primitiva entrada y salida de la estación Boedo ubicada en la avenida San Juan casi a mitad de cuadra entre Boedo y Maza.
Material tomado del periódico “Desde Boedo”.

Acerca de algunas palabras con apariencias lunfas



(De Luis Alposta)

Un error algo generalizado es el de tomar por lunfardismos ciertas palabras que son corrientes y comunes en el español popular. Palabras que, por otra parte, en España figuran “en guía” desde hace ya mucho tiempo.
Voces que, para nosotros, parecen haber sido "hechas en casa” por el solo hecho de pronunciarlas con cierta cadencia o un particular énfasis. Recordemos algunas: debute (buten - de): de buena calidad, de lo mejor. Tongo: componenda ilícita, fraude. Napia: nariz. Curda: borracho; borrachera. Tranca: borrachera. Mosca, que ya la utilizaba Quevedo, y tela, ambas con el significado de dinero corriente. Espichar, por morir y fiambre, por cadáver. Pero no sólo se trata de palabras.
También existen expresiones recibidas directamente del español popular y una de ellas es tomar el olivo, que significa guarecerse el torero detrás de la barrera y, figuradamente, huir o escapar. Esta expresión tuvo su origen fuera de la arena, donde más de uno para evitar que corriera sangre, buscó salvarse de un toro trepándose a un olivo. Y ahora, a manera de guinda, dos palabras de prosapia latina: pipiolo, de pipio, pichón, polluelo, con el significado de principiante o novato, y yantar, hoy más que nunca un arcaísmo, de ientare, almorzar.
Y así como no todo lo que reluce es oro, digamos que no todas las palabras a las que se les atribuye un origen lunfardo lo tienen.
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Foto: Torero resguardándose en el burladero.

13 abr 2013

Constitución a las siete de la mañana



(De Mariana Kruk)

 esta debe ser, sin dudas, una de las primeras alarmas del verano:
que sean las 7 de la mañana y que el sol ya empiece a picar. 
ahí está la autopista ardiendo, ella no distingue esto,
ella sí que nunca duerme, es la verdadera insomne.
 una pareja se abraza contra un caño,
él le toca el culo,
marca su cuello para que todos sepan,
ella se resiste de mentira,
porque en algunos barrios,
aunque cueste creerlo,
todavía existen esas estrategias femeninas.
latas vacías en los rincones indican
que la fiesta terminó,
uno quedó desplomado en el piso
y duerme como un ángel caído,
otros duermen ahí porque no les queda otra,
porque La Plaza es su única casa,
el piso de un solo ambiente con un techo corredizo
que quedó trabado un día 
y no se volvió a cerrar nunca más.
el café con leche de ese termo,
ya viene azucarado y le pasa el trapo a cualquier otro
de esos que venden las cadenas multinacionales
para extranjeros y oficinistas,
siempre le digo lo mismo al señor que me lo sirve,
no me lo llene tanto, que soy torpe.
se ríe. me sirve. le pago. lo agarro,
y en todos los tiros se me cae un poco.
están también los otros vendedores,
los de pilas, lentes de sol y lentes de ver
con un aumento estándar que nos iguala
en chicatez, en miopía,
están los que tienen en un mismo puesto
collares luminosos, despertadores,
promociones de alfajores
y gomitas embolsadas,
las de colores y las verdes,
compro las segundas
y me indigno porque no saben a menta.
están las personas que van a trabajar,
los resignados, con la cabeza gacha,
esos que ya no se preguntan si algún 
día podrán ir a la cancha o almorzar en familia,
y están los otros, los que mejor me caen,
los que miran con rencor al menos,
a mí y a todos los que estamos yendo
a acostarnos un domingo de mañana.
está, claro, mi paso obligado,
la punta del ovillo de este poema,
la parada del “trucho”.
y al lado, por suerte,
el señor de los panchos,
siempre, sea la hora que sea,
el día que sea, el tipo está ahí,
con el puesto abierto, sudado, laburante,
es mi guardaespaldas,
es el hombre que me hace
sentir segura en cada una de mis esperas,
un día le voy a contar
el alivio que siento al verlo cada vez,
un día le voy a preguntar cómo se llama,
un día le voy a decir gracias.
está también, existe, sobrevuela,
un algo nos unifica a todos,
que nos mete en la misma bolsa,
que nos convierte en pares.
en Constitución a las 7 de la mañana
todos, por el motivo que fuera,
estamos desahuciados,
estamos rotos.
me miro y me reconozco,
soy parte de ese apocalipsis diario,
con la remera manchada de café con leche,
encendiendo otro cigarrillo,
pensando en que quiero llegar ya a casa
para ver si me respondiste
el mail que te mandé.
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Foto: Hall central de la estación Constitución

1 abr 2013

Barrio Rawson, la magia de la poesía en un triángulo



 (De Gabriela Sharpe)


Calles circulares, cortadas, árboles frondosos, casas bajas de estilo inglés, torre de agua, otoño en un barrio triangular. Tres porteños se citan en una casa y una plazoleta: Cortázar, Tiempo y de la Púa.
En estas pocas manzanas se concentra una parte importante de la literatura y la poesía porteña.   Julio, César y Carlos deambulan sin descaro entre la facultad de Agronomía y el club Comunicaciones.
La historia dice que a fines de la década del 20 el Banco Hipotecario Nacional dio comienzo a lo que se denominó Barrio de Casas Baratas, que comprendía una mezcla de casas individuales y bloques de departamentos de planta baja y tres pisos. Inaugurado oficialmente en 1934, forman un triángulo las calles Zamudio, Tinogasta y avenida San Martín.
También nos dice la historia que en Artigas 3246 vivió algunos años Julio Cortázar; que en Tinogasta y ex Espinosa (a partir de 1994 cambió la nomenclatura por la del autor de Rayuela) vivió el escritor y periodista César Tiempo y la plazoleta, epicentro del barrio, lleva el nombre del poeta Carlos de la Púa (Carlos Muñoz y Pérez).
Dicen los porteños curiosos que para conocer un lugar, lo mejor es ingresar con los sentidos muy alertas, olfatear, mirar, escuchar, en definitiva, abrirse al alma de lo nuevo, ya que cada barrio tiene su olor, su paisaje, sus ruidos, sus silencios, sus pausas, su ser.
En el barrio Rawson se perciben a los cronopios chamuyando en una esquina.  A los famas correteando detrás de Clara Beter, que quizás les responda con los versos de Carlos de la Púa: “Es al bardo que quieras trabajarme cachuso/ Cuando nadie ha logrado engrupirme potriyo” (1).
Los cronopios advierten, por el exceso de rimel y  carmín que la mina en cuestión era un yiro, y le gritan: “Cusifai, farolera, sor Bacana, ventuda/ Que da dique a la merza con las cosas shoficas…/ El vento que amarrocas, medias gambas, canarios,/ Recuerdo de pamelas que achacaste fresquita,/ Ha de ser poca mosca pa mantener otarios…,/ ¡paparula, tortera, bulebú, milonguita…!" (2).
Clara se para, los mira con desprecio y les bate justo al pecho: “Me entrego a todos, mas no soy de nadie;/ para ganarme el pan vendo mi cuerpo./ ¿Qué he de vender para guardar intactos/ mi corazón, mis penas y mis sueños?" (3).
Todo esto acontecía en la plazoleta del barrio Rawson, un domingo de otoño, a la hora en que las almas salen a pavonearse.
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Notas:
(1) Poema “Gaby” de Carlos de la Púa.
(2) Poema  “Sor bacana” de Carlos de la Púa.
(3) "Versos de una...", César Tiempo (Firmados con el seudónimo de Clara Beter).
Ilustración: Croquis del barrio Rawson de Alex Sahores  (Tomado del blog croquiseros urbanos bs. as.)