18 oct 2013

El monumento a las víctimas de la fiebre amarilla


(De Miguel Ruffo)

Uno de los más graves problemas a los que tuvo que hacer frente Buenos Aires desde el momento de su fundación hasta bien entrado el siglo XIX, fue el de las epidemias de diverso tipo: viruela, sarampión, cólera; a todas ellas se las denominaba “contagio”, para hacer referencia a la difusión que adquirían estas enfermedades con su secuela de muertes. La ciudad se encontraba prácticamente indefensa – no se conocían las causas de estas enfermedades- y toda la ayuda que podía recibir era la de las fuerzas divinas y sobrenaturales, a las que se rogaba y pedía por el fin de la enfermedad por medio de misas y procesiones.
En 1871 Buenos Aires sufrió una terrible epidemia de fiebre amarilla. Su saldo fue de casi 14.000 muertos (el doble – como señala James Scobie- del total normal de fallecimientos anuales de la ciudad) (1). Por entonces no se conocía la causa de la enfermedad. La mayor parte de las víctimas se registraron en los meses del verano de 1871. Si uno presta atención a las fuentes periodísticas de la época se encontrará que las opiniones que se tenían en cuanto a la causa de la epidemia, se relacionaba directamente con la higiene urbana. Los conventillos como ámbitos de hacinamiento, los residuos de los saladeros que se arrojaban al Riachuelo, el sistema insalubre de eliminación de los desechos humanos, las aguas pútridas, eran señaladas como las causas de esa enfermedad que día a día se cobraba nuevas víctimas, sin que se pudiese doblegar su difusión. “A principios de marzo, más de 100 personas morían diariamente de fiebre amarilla y en abril las autoridades municipales tuvieron que habilitar un cementerio de emergencia en la sección noroeste de la ciudad, en la Chacarita. El pánico se apoderó de la población. Todos los que podían abandonaban la ciudad y el transporte ferroviario gratuito apresuró el éxodo. (…) Luego, con el retorno del tiempo más frío, en mayo, la epidemia decayó: se producían menos de 100 muertes diarias que, a mediados de mes, declinaron a 20. Gradualmente tanto los habitantes como la salud volvieron a la ciudad.” (2). Si bien se desconocía que el agente transmisor era un mosquito, la crítica a las condiciones de salubridad pública que presentaba la ciudad, no estaban del todo desacertadas, ya que las aguas pútridas y los desechos urbanos, contribuían a crear una condición propicia para la proliferación de estos mosquitos.
El pintor uruguayo Juan Manuel Blanes con su óleo “Episodio de la Fiebre Amarilla en Buenos Aires”, contribuyó a inmortalizar en el arte esta lamentable epidemia. Buenos Aires, es su espacio público, cuenta con un monumento que recuerda a las víctimas de esa enfermedad. “El monumento está en la gran plaza Ameghino, en Parque Patricios, a metros de la avenida Caseros y frente a la vieja cárcel. Y no es una casualidad. Porque en ese parque, hoy con mucho verde, quedó sepultada parte de una historia trágica: la brutal epidemia de fiebre amarilla que mató a más de 14.000 habitantes de ese Buenos Aires. (…) En esa obra hecha en mármol (se le adjudica al escultor Juan Ferrari) se sintetiza algo de lo que significó aquella tragedia. Por ejemplo, en uno de sus laterales, tallada sobre el mármol, hay una representación de la imagen que Juan Manuel Blanes pintó en un óleo y tituló “Episodio de la Fiebre Amarilla”. En aquella escena dramática se ve a unos médicos entrando a una habitación donde hay una mujer muerta y su bebe llorando junto al cadáver. También hay listados con los nombres de sacerdotes, farmacéuticos, asistentes de la Comisión de Higiene y médicos que murieron contagiados mientras auxiliaban a las víctimas. Entre ellos está Francisco Javier Muñiz, el médico cuyo nombre lleva el Hospital de Infectología que hoy funciona sobre la calle Uspallata, frente al parque. Una frase grabada sobre el monumento rinde homenaje a aquellos héroes: ‘El sacrificio del hombre por la Humanidad es un deber y una virtud que los pueblos cultos estiman y agradecen.’” (3)
Si sacrificarse en bien de la sociedad es una virtud, si es la suprema forma del servicio de un individuo a la sociedad de la que forma parte, entonces aquellos que murieron prestando auxilios medicinales a los aquejados por la fiebre amarilla merecen el permanente recuerdo de los ciudadanos.
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Notas:
(1)   SCOBIE, James; “Buenos Aires del Centro a los Barrios 1870-1910”, Solar/Hachette, Bs As, 1977, p 159.
(2)   SCOBIE, James; Ob. Cit., pp 158-159.
(3)  PARISE, Eduardo; “Una epidemia, un monumento” en “Clarín”, 12 de noviembre de 2012, p 39.

Foto: El monumento al que hace referencia la nota, erigido en la Plaza Ameghino en el barrio de Parque Patricios.
Nota e ilustración tomadas del periódico Desde Boedo, octubre de 2013.

10 oct 2013

Acerca de la palabra tranca


(De Luis Alposta)

Para designar al que anda con unas copas de más se suele decir, aunque cada vez con menos frecuencia, que tiene una flor de tranca o una tranca bárbara. ¿Y de donde viene eso de tranca?
Consultando el Diccionario de la Real Academia Española, leemos que tranca es un palo grueso que se pone para mayor seguridad, a manera de puntal o atravesado detrás de una puerta o una ventana cerrada, y que en segunda acepción significa borrachera, embriaguez, lo que en sentido figurado equivale a pasar sobre todos los obstáculos. Pero, y aquí lo curioso, el diccionario también nos dice que tranca es una palabra de origen celta. Y si ahora recordamos que el pueblo celta en sus primeras migraciones se extendió por Europa central y avanzó hasta las Galias (actual Francia), las Islas Británicas y España, no debe extrañarnos, o sí, si encontrándonos en Alemania, en lugar de la estereotipada palabra bar, leemos tranke o G-tranke, que en alemán significa lugar para beber; y donde nos podemos seguir sorprendiendo, ya con un diccionario bilingüe en la mano, al encontrar que trank es bebida y tranken dar a beber.
 Después, reflexionando sobre estos germanismos, es fácil advertir que los mismos están fonéticamente muy próximos a la conjugación del verbo beber en inglés: drink, drank, drunk (beber, bebió y bebido) y a la palabra francesa trinquer, que significa brindis.
Y con esto sólo he querido destacar, en parte, la prosapia de una palabra que con muy escasas variantes en su grafía y en su pronunciación, se viene añejando -como los buenos vinos- desde tiempo inmemorial en varios idiomas.
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Imagen: "Bebedores de ajenjo" de Edgard Degas.

Un siglo del riel en Villa Pueyrredón



(De Jorge Luchetti)

Los cien años de vida de la Estación Pueyrredón son el testimonio de la nobleza de un sistema de transporte que alguna vez fue orgullo nacional y que, además, unió al país donde alguna vez existieron sueños de grandeza.

 El tan mentado modelo agroexportador argentino siempre aparece como un referente dentro de los artículos que tratamos: al hablar del ferrocarril se hace insoslayable mencionarlo. Este modelo neoliberal siempre estuvo en el ojo de la crítica de aquellos revisionistas de la historia, quienes aducían que si bien el país se hacía fuerte económicamente a su vez la brecha social crecía en forma desmesurada.
También se han levantado cuestionamientos sobre los planes de desarrollo de la infraestructura ferroviaria, portuaria y de almacenamiento, bajo el argumento de que sólo se favorecía a hacendados y empresas exportadoras de capitales internacionales. A todo esto agreguemos que en el país no había industria, lo que obligaba a traer desde una casa completa hasta un insignificante clavo. De todas formas, y más allá de esa realidad, el país estaba en pleno crecimiento y se había convertido en el granero del mundo. Las principales ciudades, como Rosario, Córdoba y Buenos Aires, dejaron su pasado colonial para convertirse en cosmopolitas.
En 1910 todos los ojos del mundo miraban hacia la Argentina. Los festejos para los primeros cien años de libertad iban a ser la excusa para vestir de gala a la Capital de la joven República. Muchos edificios fastuosos se construyeron para la época, principalmente sobre la Avenida de Mayo, paseo que por otra parte fue símbolo del progreso porteño. Edificios como el de la Inmobiliaria y la Confitería Del Molino fueron inaugurados ese mismo año. Una parte del Palacio de Tribunales también abrió sus puertas en 1910 y fue finalizado una década después. Lo mismo sucedió con el Congreso de la Nación. El Teatro Colón (1908) ya estaba presto para recibir los festejos. El país se abría al mundo y grandes personalidades, como la Infanta Isabel (España), George Clemenceau (Francia), Guillermo Marconi (Italia), Albert Einstein y otros tantos pasaron por la Argentina del centenario.
La ciudad ya venía engalanándose con trabajos urbanísticos, de parques y jardines, como la apertura de la Plaza Congreso en 1909, los parques Tres de Febrero y Centenario, realizados por el admirado paisajista Carlos Thays. Al mismo tiempo nacía la afamada tienda Gath y Chaves. Un año después empezaban los trabajos para la construcción del primer tren subterráneo de Sudamérica. La red ferroviaria pasó de tener unos 9.000 kilómetros de vías en 1889 a 33.000 kilómetros para el centenario: finalmente llegaría a tener 53.000 kilómetros toda la red del país. Durante 1910 tuvo lugar uno de los hitos en el desarrollo de la telegrafía argentina, al inaugurarse el Cable Argentino a Europa. La pregunta de muchos era cómo hicieron para sacar de la nada esto que se parece a París.
Esta imagen argentina, de un país donde florecían por doquier mansiones y edificios públicos descomunales, con la infraestructura ferroviaria más grande del cono sur, el sistema de subterráneos más importante de Sudamérica y otros tantos emprendimientos de gran porte, se contraponía a los conventillos y a las casas de chapa del barrio de la Boca. Además estaban aquellos habitantes más postergados, denominados atorrantes, ya que vivían en los caños acopiados por obras sanitarias de la firma francesa A. Torrent. La Biblia y el calefón se empezaban a entremezclar. Es por esto que años después surgiera aquella expresión de André Malraux, quien definió a Buenos Aires como la capital de un imperio que nunca existió.

LAS VENAS DEL PAÍS
Sabemos que durante largos años el ferrocarril fue en la Argentina el encargado de abrir fronteras, reducir distancias, forjar pueblos y fomentar el progreso. Más allá de las críticas que se le han hecho al sistema ferroviario, creado principalmente como una de las herramientas para poner en marcha el modelo agroexportador, la infraestructura y el armado del ferrocarril fueron impecables. Cada componente fue diseñado hasta en los mínimos detalles. Sepamos que los ingleses ya habían previsto los desbordes de los arroyos porteños, de allí que parte del sistema esté elevado. Si bien esto parece obvio, quienes siguieron urbanizando la ciudad no tuvieron en cuenta esta situación.
La infraestructura ferroviaria iba desde los simples bulones que unían los rieles, los picaportes de las puertas y los bancos hasta las locomotoras, vagones y edificios propios de la estación; todo el sistema tienen un promedio de cien años de existencia. A pesar del poco mantenimiento y del uso y abuso excesivo que debió soportar, siempre mostró la nobleza constructiva de cada una de sus partes. Para tener una idea de lo efectivo que fue el ferrocarril, en las primeras décadas del siglo veinte el viaje Buenos-Aires Rosario se hacía en tres horas y 45 minutos, una marca que jamás fue superada. Por otra parte, dejando de lado los tiempos, tengamos también en cuenta que una formación de carga remplaza a veinte camiones de gran porte, con costos increíblemente bajos, además de reducir la contaminación y liberar las rutas de estos mastodontes.
Hoy, después del exterminio que se produjo con los Ferrocarriles Argentinos, extrañamos el buen servicio que alguna vez brindó este medio de transporte, además de la seguridad que ofrecía. Por eso es incomprensible que el sistema ferroviario haya sido reducido a su mínima expresión, creando pueblos fantasmas, aumentando el desempleo, y destruyendo un sistema que generaba vida en la gente. En estos últimos años las estaciones ferroviarias de aquellos ramales que dejaron de funcionar pasaron a ser utilizadas para distintos fines, menos para su función original. Los viajes a ciudades más próximas, como Mar del Plata, se han vuelto una odisea para los pasajeros. Seguimos a la espera de mejoras tangibles de todo el sistema ferroviario, ya que a pesar de los anuncios explosivos sobre su recuperación aún no se ha visto nada concreto.

PARADA KM. 14
Todo lo expuesto viene a cuento, ya que la Estación Pueyrredón festejó el pasado mes de julio sus primeros cien años de vida. Estos agasajos han tenido como objetivo fomentar la raigambre de los vecinos con el barrio a través del ferrocarril. La parada 14,650 del antiguo Ferrocarril Buenos Aires-Rosario (actual Ferrocarril Mitre), que en 1907 fue bautizada como Estación Brigadier Juan Martín de Pueyrredón, le dio origen al barrio homónimo. La primitiva estación había sido construida seis años antes a unos metros del actual edificio, con una arquitectura de menor porte.
Por años fue un barrio semirural, que vino a alojar a familias humildes, de inmigrantes europeos, que llegaban para trabajar en el gran proyecto ferroviario argentino que, sin duda, alguna vez funcionó en el país. El gran generador del crecimiento poblacional del barrio fue el ferrocarril, ya que era el medio de transporte más importante que llegaba a este rincón de la ciudad. La estación fue remodelada hace unos años tratando de mantener su apariencia original, ya que sin duda es una construcción de un gran valor arquitectónico. Fue catalogada como Patrimonio de la Nación, para lo cual recibió protección cautelar una superficie de 4.513 metros cuadrados que incluye al edificio principal de pasajeros, el refugio, la cabina de señales, el pasaje subterráneo y el depósito, además de aquellos mobiliarios que dieron identidad al ferrocarril.
El pintoresquismo, que fue el estilo predominante en gran parte de la arquitectura ferroviaria de nuestro país, aparece en la Estación Pueyrredón definido por sus techumbres a distintos niveles cubiertas de tejuelas, los reticulados en madera que visten sus frentes, las cresterías, las ventanas ojivales, las carpinterías con vidrio repartido y otros tantos detalles que hacen a este estilo. La revalorización de la obra incluyó la reconstrucción de baños a nuevo -se agregó uno para discapacitados- y también de la sala de espera. En estos trabajos de recuperación se ha valorizado cada una de sus partes en su forma original. Todos los agregados, como por ejemplo la señalética e iluminación, están acordes con la estética del edificio.
Uno de los puntos más importantes en la conservación de un edificio -siempre que sea posible- es mantener su uso original, lo que le permitirá cambios y renovaciones que no alteren o desvirtúen la arquitectura primaria: esto se ha logrado en la Estación Pueyrredón. Es importante que este tipo de trabajos sirvan como modelo para que se repitan en otros tantos edificios que tengan un significativo valor, ya sea por su arquitectura o su historia.
No nos quedan dudas de que el sistema ferroviario ha retrocedido a lo largo de estas últimas décadas. Esta idea de festejar el centenario de la estación de trenes de Villa Pueyrredón muestra el valor que tiene para los vecinos.
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Imagen: Tomado de la página elbarriopueyrredon.com.ar
Material tomado del periódico "El barrio”.

5 oct 2013

El Normal 7 "José María Torres" o el Normal 7 de Almagro

 


(De Miguel Eugenio Germino)

“Los libros piden escuelas, y las escuelas piden libros”, sostenía Domingo Faustino Sarmiento, aunque muchas veces los libros, las escuelas y la educación suponen riesgos.
Pensar suele ser peligroso ante el desafío de una sociedad y un mundo injusto e inequitativo, en el que deben enfrentarse los intereses del dinero y un clero hegemónico, globalizados en un “poder real”.
Un osado símbolo se muestra en mampostería y letras de molde, en los cascos de algunas estancias de Salta “la linda y devota”: “Reza, trabaja y calla". Con ese lema, y a punta de fusil, la oligarquía azucarera construyó su imperio en todo el noroeste argentino. Robustiano Patrón Costas fundador del ingenio”San Martín del Tabacal”, fue parte de esa estirpe; también lo fueron los Arrieta, los Blaquier y los Cornejo. “A la sabiduría del libro oponerle el rezo y el silencio”, en directa alusión a no reclamar por condiciones de trabajo dignas.
 Sin embargo no existe otro camino para la justicia y la libertad que la educación, y la instrucción pública como  garantía de imparcialidad e igualdad para todos.
 A pesar de ello, la educación pública llegó al barrio de Almagro ya entrado el siglo XX, con más de 30 años de retraso respecto a la educación confesional, que había llegado en 1874, aún diez años antes de la Ley 1.420 de enseñanza pública, laica y obligatoria.
 Así es como en 1910, en un sólido  edificio construido en el año 1906 sobre la calle Corrientes hoy 4262 por el arquitecto Enrique Cottini, estilo art nouveau, se instala la Escuela Normal de Maestras, creada por decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 5 de enero de 1910 con la firma del entonces Presidente de la Nación doctor Figueroa Alcorta. Los cursos comenzaron el 16 de agosto de ese mismo año, y esa inauguración formó parte de los festejos del centenario de la Revolución de Mayo.
Al acercarnos hoy a esta escuela centenaria, una colorida baldosa nos detiene en la vereda de su frente, en la que se escriben tres nombres: “Dora Falco, Teresita Israel y María Delia Leiva -secuestradas desaparecidas por el terrorismo de estado- firmado: Barrios por la Memoria y la Justicia”.
Al trasponer el gran zaguán de la escuela, nos enteramos de quiénes eran aquellos nombres, tres ex alumnas del Normal inmoladas por expresar sus ideas, y nos enteramos que también allí estudió hace 63 años Taty Almeida, hoy una “Madre de Plaza de Mayo”, que viene batallando desde hace 36 inviernos para recuperar a su hijo secuestrado-desaparecido.
A propuesta del centro de estudiantes de la escuela se decidió homenajear a esta madre, designando con su nombre desde el 2 de noviembre de 2012 a la terraza de la nueva construcción del establecimiento, sobre la calle Humahuaca 4260.
También tomamos conocimiento de la larga lucha por el nuevo anexo que llevan a cabo desde 1995 tanto maestros como Cooperadora, padres y alumnos, ya que el viejo edificio resultaba chico, y además requería grandes trabajos de conservación.
Finalmente las obras llegaron a su término, aún con cuantiosas falencias y fallas edilicias. También se logró adicionar al primitivo edificio una nueva planta, el tercer piso, y efectuar reformas en el segundo.
La nueva construcción consta de tres pisos y dos subsuelos, con importantes instalaciones para la biblioteca y un salón de actos para más 500 alumnos.
En el hall del sector antiguo del edificio, una estatua en bronce, con pie de mármol rememora: “José María Torres (1823-1895) - "Español de origen, argentino de corazón. Director de la Escuela Normal de Paraná. Orientador de la Enseñanza Pública. Maestro ejemplar. Buenos Aires 16 de agosto de 1935”.
Este sería el nombre del Normal, instituido por decreto del 9 de junio de 1927, momento en el que la entidad cumplía 17 años de existencia.
Hoy en el edificio funcionan tres establecimientos: la Escuela Normal Superior Nº 7 (el centenario Normal 7), que consta de los niveles preescolar, primario, secundario y terciario (magisterio), al que hoy concurren en total más de 1.300 alumnos; el Comercial 8 “Patricias Argentinas” con horario vespertino, y el Comercial 25 “Santiago de Liniers”, con horario nocturno; estos dos últimos en conjunto suman otros 700 alumnos.
Fue director fundador del Normal 7 el profesor Olegario Maldonado, durante 29 años hasta el año 1939. Como reconocimiento a su labor y dotes organizativas, el patio del nivel primario del normal lleva su nombre; asimismo su biblioteca personal forma hoy parte de la del establecimiento.
Según el censo del año 1909, en aquel año funcionaban en el país 42 escuelas para formar docentes, todas contaban con su biblioteca de mayor o menor capacidad bibliográfica. La biblioteca del Normal 7 comenzó con tan solo 411 volúmenes; en la actualidad atesora 24 mil ejemplares, en gran parte digitalizados.
En ocasión de conmemorarse el 22º aniversario de la muerte de Domingo Faustino Sarmiento, el director profesor Olegario Maldonado dictó una resolución por la que se imponía aquel nombre a la biblioteca. Poco tiempo después, el 11 de septiembre de 1915 se crearían las Bibliotecas del Aula con el objeto de poner al alcance inmediato de las alumnas libros propios de cada grado o curso, además de una sección de textos y otra de obras recreativas.
Como todas las escuelas normales, formó maestros hasta 1969, extendiendo títulos de nivel medio. Con la creación del Profesorado de Enseñanza Primaria en 1986, recuperó la posibilidad de diplomar docentes. Comenzó haciéndolo en horario matutino y desde 1997 también en horario vespertino.
La Asociación Cooperadora “Manuel Belgrano” se fundó en los inicios del Normal 7, hoy es presidente de la misma Pablo Cesaroni. En diferentes épocas editó boletines: en 1951 con el nombre “Nuestra Escuela”, en 1958 un periódico de ocho páginas con el nombre “Notiescuela” y en el año 2007 publicó “El Normal”, aunque que por razones económicas estos boletines aparecieron en forma discontinua.
En el año 1993 inicia sus actividades el Centro de Estudiantes, con el lema de “Defender la Escuela Pública”. Tanto este Centro como la Cooperadora cumplieron un rol importante durante la lucha por conseguir el nuevo anexo, hoy hecho realidad.

BIBLIOTECA
Como quedó dicho, con motivo del 22º aniversario de la muerte de Domingo Faustino Sarmiento, se impuso su nombre a la biblioteca del establecimiento. El 11 de septiembre de 1919, la sección infantil de la Biblioteca “Sarmiento” fue instalada independientemente del Curso Normal, con muebles y libros propios y una organización de acuerdo con sus fines particulares.
La Biblioteca siempre ocupó un espacio reducido en el establecimiento, situación superada hoy cuando cuenta con un amplio salón y con personal capacitado para administrarla.
En el año 2002 se inicia una nueva etapa, con la creación de un nuevo cargo en el turno vespertino de la Biblioteca del Profesorado, cuando pasa a ser titular de la misma la profesora Marina Peleteiro. Había mucho por hacer en cuanto a su organización de acuerdo a criterios bibliotecológicos, así como también en la implementación de estrategias para cumplir con objetivos de formación de usuarios, alfabetización informacional y promoción de la lectura.
Todas las acciones que se emprendieron a partir de ese momento tuvieron un anclaje en ese pacto institucional con la lectura, que entendía a la Biblioteca como espacio de acceso a los derechos culturales para los futuros maestros. Con otro enfoque recuperaba el sentido formativo que le había dado Maldonado.
Desde el año 2009 la docente María Inés Mori coordina la Biblioteca, que está abierta al uso del alumnado y del cuerpo docente entre las 8 y las 22 horas, reafirmando así el principio de que “la biblioteca debe ser un espacio formativo y no un mero apoyo escolar”.
Hoy, conformado su acervo por la incorporación de las bibliotecas personales de José María Torres, Ernesto Bavio y Olegario Maldonado, e incrementado con nuevas obras, desarrolla una intensa actividad en articular el plan educativo cultural, junto a los proyectos pedagógicos de los docentes, tendientes a reforzar la capacitación del alumnado.
Se encuentran digitalizados cerca del 70% de los textos, además se cuenta con una importante colección de CDs y DVDs. Existe la más variada disponibilidad de manuales técnicos, novela, cuento, poesía y ensayos. Los préstamos domiciliarios de libros alcanzan un promedio de 1.500 mensuales, un servicio muy apreciado en un barrio en el que se mezclan alumnado de clase media con otras más humildes.

JOSÉ MARÍA TORRES
Había nacido en Málaga, el 19 de abril de 1825. En su país desarrolló una intensa actividad pedagógica y en 1864 llega a Buenos Aires y ocupa la vicerrectoría del Colegio Nacional Buenos Aires.
Radicado en Paraná, despliega una amplia labor docente. Allí fallece el 17 de septiembre de 1895. En mérito a su labor en pos de la educación en el magisterio, el centenario establecimiento de la calle Corrientes 4261 y el nuevo edificio de Humahuaca 4260 llevan su nombre.
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Fuentes:
-http://normal7.buenosaires.edu.ar/biblio/bibliotecahistoria.htm
://normal7.buenosaires.edu.ar/historiatorres.htm
http://www.buenosaires.gob.ar/areas/educacion/docentes/superior/llama_ens7.php?menu_id=20596
-Boletín Nº 3, “Nuestra Escuela”, año 1956.
-http//normal7.buenosaires.edu.ar/historia.htm.
-Revista “Monitor” Nº 21, junio de 2009.
Agradecemos el asesoramiento de la docente María Inés Mori.

Imagen: La Sala de Profesores en el año 1940.

Nota y fotografía tomadas del periódico “Primera Página”, octubre de 2013.