(De Horacio Spinetto)
En 1801en la esquina noroeste de las calles San Carlos
(Alsina) y Santísima Trinidad (Bolívar), Pedro José Marco inauguró su café. El
local ofrecía servicio de confitería y botillería. Además, según indicaba un
cartel ubicado en su fachada, también contaba con villares, con v en vez de b,
como solía escribirse en la época.
Las bebidas sin alcohol más comunes eran el café, la leche,
el chocolate, el candial o candeal, una bebida a base de trigo, y los refrescos
de horchata y naranjada. El té, habitualmente no se tomaba en los cafés, se
compraba en las boticas como hierba de uso medicinal.
El “café y leche”, era
servido en grandes tazas, hasta desbordar su capacidad, llegando su contenido
hasta el plato. El azúcar, por lo general sin refinar, se servía en una pequeña
medida de lata, colocada en el centro del plato y cubierta por la taza; el
parroquiano daba vuelta la taza, volcaba en ella el azúcar, y el mozo le echaba
café y leche.
Los días de lluvia dificultaban mucho el andar de los
peatones, pues las calles porteñas, en su mayoría de tierra, solían inundarse. Con
el deseo de facilitar la circulación de sus clientes para volver a sus casas
finalizada las tertulias, el Café de Marco tenía un servicio único en los
establecimientos comerciales de la época: un coche de alquiler, de cuatro
asientos, esperando en la puerta del café.
Considerando su emplazamiento privilegiado, a un paso del
Cabildo y de la Plaza Mayor
(actual Plaza de Mayo), y cerca del Fuerte, el Café de Marco fue lugar obligado
de cita para varias generaciones de políticos. Sentados a sus mesas los
revolucionarios Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Juan José Castelli, Domingo
French, Antonio Beruti y Bernardo Monteagudo estuvieron forjando sus sueños de
libertad, en días previos a los sucesos que finalizaron el 25 de mayo de 1810,
al constituirse el primer gobierno patrio.
El deán Gregorio Funes, que como todo saavedristas era
habitué del Café de los Catalanes, que ocupaba la esquina nordeste de las
calles Catedral (San Martín) y Cangallo, sostenía que al Café de Marco iban muchachones
perdidos y sin obligaciones que seguían a Moreno, como Francisco Seguí, Lucio
Norberto Mansilla o Julián Álvarez.
A partir de mediados del siglo XIX, y con la epidemia de
fiebre amarilla, el público del café, en general perteneciente a la alta
burguesía, al mudarse hacia los nuevos palacios levantados en el barrio norte,
dejó de frecuentarlo y el local entró en una progresiva decadencia hasta que
finalmente cerró en el año 1871.
En relación al nombre del café hubo diferentes versiones. En
algunos libros de memorias de la época, se lo nombra como Café de Marcos, otros
lo recuerdan como Café de Marcó y Miguel Cané en su libro Prosa ligera, lo evoca como Café de Mallcos. Un ejemplar del Telégrafo Mercantil en el que se da
cuenta de su inauguración, nos remite al apellido de su dueño, Marco, sin
acento en la o. Y es el mismo propietario, en la rogatoria que enviara al
virrey Cisneros en 1809, quien no le adjudica nombre, pues se refiere al local
como la casa de café en la calle que va del colegio a la Plaza Mayor (actual
calle Bolívar).
Pedro José Marco, por la misma época tenía otro café, más
modesto, y en este caso en sociedad con Antonio F. Gómez, que era quien lo
atendía. Este local, del que se desconoce el nombre, quedaba en la esquina de Perú
y San Carlos (Alsina). Era frecuentado por una clientela más bohemia, formada
por cantantes, músicos y actores del vecino Teatro de la Ranchería, y
comerciantes, changadores y carreteros que trabajaban en el Mercado Viejo,
también llamado Mercado del Centro, ubicado justo frente al café.
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Imagen: Dibujo de Pablo Caressa.